Democracia ciudadana
Asimismo, vivimos una inercia política en que la deuda pública, la corrupción y el dictamen del capital financiero informan no solo el gobierno sino también el sentido común y la imaginación política. Por otro lado, el bien común, la solidaridad, las instituciones que la posibilitan y la misión de una vida buena en libertad e igualdad se desdibujan del horizonte político. No podemos acostumbrarnos a este estado de cosas. Hay que pensar, imaginar y actuar hacia otro país posible.
Ansiosos por encontrar alternativas a las nefastas políticas económicas neoliberales que ejecutan los partidos dominantes chocamos contra los muros institucionales del bipartidismo. Se hace cada vez más necesaria la acción ciudadana amplia para buscar alternativas y ampliar el modelo democrático.
II. El sistema de trampa electoral
Desde la creación del Estado Libre Asociado se elaboró una maquinaria electoral de representación mínima que apenas permite grados de democracia menor, pues limita o trunca la participación ciudadana en el desarrollo de ideas, programas y proyectos políticos. Esta maquinaria y modelo perpetúa la alternancia de los partidos políticos sin que haya cambios significativos. El diseño institucional actual privilegia a estos partidos fuertes de forma tal que se excluye cada vez a más personas de la toma de decisiones y de sus aportaciones de acuerdo con sus experiencias y necesidades. Esto no tiene porque ser así. Urge cambiar este diseño.
Para que haya democracia real, tienen que estar las condiciones que la posibiliten y la promuevan. Prohibir –como ahora- las alianzas formales, dificultar hasta el asfixie las candidaturas independientes, obstaculizar la creación de nuevos partidos y otras formaciones políticas, entregar al capital privado la financiación de las campañas, mantener la simple mayoría como parámetro de victoria electoral, entre otras prácticas, son la orden del día, y la noche, de nuestro “déficit democrático”.
Si bien el andamiaje democrático en Puerto Rico está claramente limitado y restringido por la relación colonial con los Estados Unidos, esa no es la única limitación. Hay diversos escenarios que deben atenderse y el déficit del ejercicio electoral de quienes “nos gobiernan” es uno de ellos. El esquema electoral actual nos limita a “elegir” a un mismo régimen bipartita (PPD/PNP) que, a pesar de las diferencias de estilo y forma, a la larga implantan las políticas que favorecen a los mismos intereses económicos y le dan la espalda a la amplia mayoría social del país. Esta realidad que afecta el día a día de la inmensa mayoría es insostenible y debemos transformarla ya.
Para que una democracia funcione es importante que los ciudadanos tengan verdaderamente la posibilidad de escoger entre alternativas reales. Es vital que las alternativas del proceso político presenten posiciones claras y diferenciadas respecto a los principios ético-políticos que guiarán sus acciones de gobierno. La magnitud de la crisis -que se ha acumulado a través de décadas- demuestra que en nuestro país tales condiciones no existen. Lejos de diferenciarse, las recetas de los partidos que han gobernado han profundizado la crisis. Su perpetuación y alternancia en el poder, además, la han logrado a través de reformas electorales perversas y poco democráticas. En otras palabras, han perpetuado un sistema de trampa electoral.
III. Reforma hacia la democracia ciudadana
En este momento de crisis es asfixiante la ausencia de alternativas que puedan contribuir a construir otro país. Hasta el momento los esfuerzos en esta dirección, ya sea desde candidaturas independientes o desde partidos minoritarios, han chocado y seguirán chocando con una estructura electoral que perpetúa la hegemonía PNPPD.
Para lograr un sistema diferente que parta del pluralismo ciudadano y permita candidaturas ciudadanas efectivas es urgente una reforma electoral. El punto de partida de esta reforma debe ser el pluralismo ciudadano y democrático y no la dictadura de los partidos. Para ello hace falta una reforma que profundice y radicalice la democracia realmente existente.
Algunos elementos de una posible reforma democrática son los siguientes: 1) alianzas electorales; 2) representación proporcional; 3) facilidad para inscribir partidos minoritarios y candidaturas independientes; 4) mecanismos de revocación de funcionarios electos, si su ejecución es claramente contraria al programa que propuso para ser elegido/a o por corrupción; 5) límite de términos electivos; 6) iniciativas ciudadanas directas; 7) límites reales a la financiación y el tiempo de las campañas políticas; 8) sistema de dos rondas si no se adquiere una victoria de 50% + 1 en la primera vuelta; 9) acceso igualitario a los medios.
Existen las condiciones para articular e impulsar una propuesta y un movimiento de reforma democrática profunda. A lo menos que podríamos aspirar es a tambalear el “debate político” del país; hay que hacer claro que las cosas pueden ser de otra forma. Trazar como objetivo una reforma electoral democrática es una táctica posible para abrir paso a la consolidación y convergencias de partidos emergentes y candidaturas ciudadanas independientes. Una reforma de este tipo debe romper con la estructura electoral actual. Ya basta de perpetuar la inercia del bipartidismo y el llamado “voto útil”. La diversidad de actores políticos a la que aspiramos no debe entenderse como sinónimo de fragmentación y debilidad democrática sino, por el contrario, como un movimiento para radicalizar la democracia en Puerto Rico. La crisis que vivimos no es únicamente “económica” sino principalmente política. Por ello es urgente democratizar nuestra sociedad.
En ese camino es necesaria una reforma electoral que abra paso a la democracia ciudadana. Exijamos una reforma que reconfigure el escenario político del país. Exijamos que la pluralidad y diversidad de personas que compone a Puerto Rico puedan ser partícipes directos de nuestro futuro. Exijamos una democracia ciudadana.