El motín duró hasta el 27 de julio y es uno de los peores en la historia de los Estados Unidos. Fue una pequeña guerra en que operaron nazis de corazón. Hubo 43 muertos (23 civiles; el resto policías y soldados del ejército y la guardia nacional de Michigan), 1189 heridos, sobre 7000 arrestos y se destruyeron más de 2000 edificios. Hubo saqueo y pillaje, pero los periodistas que estuvieron presentes indicaron que no fueron solo los negros, sino que había bastantes blancos aprovechándose de la situación.
El filme de Kathryn Bigelow cubre el inicio del motín, pero enfoca en los sucesos en el Motel Argelia, donde tres adolescentes fueron asesinados, y un grupo de personas, entre ellos dos mujeres blancas, fueron golpeados, torturados y humillados por la policía municipal, la estatal y soldados de la guardia nacional. Bigelow, quien dirigió ‘The Hurt Locker” (2008) y “Zero Dark Thirty” (2012), dos filmes extraordinarios, ha compuesto una película de situaciones horrorífica que, a veces, es difícil de ver sin detestar a muchos de los personajes. Por supuesto, a algunos mucho más que a otros.
No puedo contar lo que sucede en el filme, pero baste decir que la trama, a pesar del suspenso que genera, gira alrededor del abuso racial. El guión de Mark Boal nos hace retorcer, nos da coraje y rabia, y, simultáneamente, nos subleva contra la pasividad de muchos de los personajes. Es un triunfo de los actores que los llegamos a odiar como si fuera a nosotros que están traumatizando física y mentalmente. La actuación de Will Poulter como el policía racista Phillip Krauss es tan alarmante que queremos ver alguna retribución por sus actos y sus actitudes. Poulter, un actor inglés, tiene un rostro que es perfecto para el papel que representa: es la maldad personificada. Sus expresiones y sus cejas son las de un Mefistófeles encarnado y resulta ser el mayor impulsor del odio y el desdén. Un nazi vestido de policía de Detroit. Como logran invariablemente los actores ingleses, Poulter habla con acento americano, y muchas veces suena como un emigrante de Kentucky que ha ido a Michigan a aprender civismo y a refinar su acento. Igual de detestables son los otros policías Demens (Jack Reynor) y Flynn (Ben O’ Toole). A veces se podría pensar que no existen peores personas en el universo que esos tres.
Impresiona la cinematografía de Barry Ackroyd que logra impartirle al filme una sensación de inmediatez que nos parece ver los sucesos según estaban sucediendo en 1967. Ese logro intensifica el horror que deben haber sentido los personajes representados en el filme y transmite cómo debe de haber sido el tono general en los predios cercanos al motín.
El guión recoge varias historias y las va hilvanando hasta construir una densa alfombra de maldad y prejuicio que nos hace comprender por qué hay tanto odio de algunos negros hacia la policía. No tengo que recordarles los abusos que se cometen hoy día en las calles y carreteras de los Estados Unidos contra la gente de color, y cómo los crímenes cometidos por la policía pasan sin ser ajusticiados.
La violencia casi inevitablemente genera violencia. En el filme se enfatiza que si la violencia viene de los poderosos puede ser imposible salvarse de ella o repelerla. Recientemente vivimos a través de los disturbios de Ferguson, Misuri, como resultado de la muerte (asesinato) de Michael Brown y de la muerte de Freddy Gray mientras estaba bajo custodia de la policía, que desató un motín en Baltimore. Sobreimpuesto a esto tenemos los gestos y el chiste sin gracia del presidente de EE.UU. sobre cómo la policía debe tratar a sus prisioneros.
Por supuesto, no todo es blanco y negro, y sabemos que el color de la piel no determina quién es o no criminal. Lo que sí es que un grupo abusado, minimizado y perseguido tiende por naturaleza a defenderse y reaccionar a las malas intenciones. Hasta que no se trate a todos por igual seguiremos teniendo estos problemas. La película Detroit, a pesar de algunas de sus faltas (a veces persiste en enfatizar algunas cosas innecesarias, a veces deja hilos sueltos en la historia principal que cuenta) es un documento que demuestra la brutalidad y el terror que genera el prejuicio racial.