Diez años sin Marlon Brando
Es difícil especificar qué es lo que convierte a un artista de cine en alguien cuyo trabajo se distingue como único, especial, conmovedor. ¿Es su técnica? ¿Es acaso esa combinación de figura, rostro y talento que solo algunos tienen? Marlon Brando, cuyo fallecimiento ocurrió hace diez años el primero de julio de este año, lo tenía todo. También, como todo ser humano, tuvo sus grandes fracasos.
En los años setenta su desaparición del cinema parecía inevitable después del fiasco de la nueva versión de “Mutiny on the Bounty” (1962) y su manejo desastroso de la única película que dirigió, “One-eyed Jacks” (1961). De la primera no se puede rescatar mucho. “Jacks”, cuyo pecado fue irse muy por encima del presupuesto porque la filmación tomó tres veces el tiempo que debía, es de una belleza formal y de un impacto emocional que la pone junto a otras cintas clásicas del oeste norteamericano. No tiene nada que envidiarle a “Stagecoach” (1939) o a “Red River” (1948), ambas dirigidas por maestros del género: la primera por John Ford, la segunda por Howard Hawks. Escojo esas dos porque exploran los interiores de los protagonistas, y fue eso lo que hizo Brando en su ópera prima. En ella logra que se funda en los personajes el paisaje, que aflore la maldad que puede poseer a algunos hombres y que las personalidades sobrepasen las limitaciones del género. En el papel principal en “Jacks” Brando suprimió el rebelde urbano que le trajo tanta fama desde su debut en la pantalla (“The Men”, 1950) y nos conmovió con su amor por la hijastra mexicana del hombre que lo traiciona. Es una actuación de tal sensibilidad que casi hace que uno se olvide de la existencia de Stanley Kowalski. Además, es un filme que regresa (ver más adelante) con gran sensibilidad al tema de las relaciones interraciales.
Brando vivió en una finca desde los 14 a los 17 años y, según él, ordeñaba una vaca (se llamaba Violet). Ese pasado bucólico y práctico no estaba aún muy lejano de su vida cuando a los 30 años se ganó el Oscar1 por “On the Waterfront”, quizás, junto a “A Streetcar Named Desire” las dos mejores actuaciones de un actor en la historia del cine. En una entrevista que le hizo Edward Morrow el día después de ganarse el premio, el pasado en la finca está a plena vista. Vemos a un elocuente y muy guapo actor arreglarse las medias porque se le caen y enseña la piel de sus piernas. Y lo hace con la naturalidad y la sinceridad de alguien que ya sabe quién es, que intuye que está por alcanzar tal vez otros pináculos y que no le importa lo que digan o piensen de él. Es notable en ese sentido que en 1954 ya había filmado además de “Waterfront” y “Streetcar”, “Julius Caesar”, “Viva Zapata!” y “The Wild One” y estaba trabajando en “Guys and Dolls”. En el instante de la entrevista, era el actor de cine más importante del mundo.
De “Guys and Dolls”, en la que Brando baila y canta, tengo que decir que ayudó también a disipar la imagen que había desarrollado, como Kowalski en “Streetcar” y Johnny en “The Wild One”, de un rebelde pasional lleno de furia. Su rebeldía contra los jefes corruptos de las uniones en los muelles en “Waterfront” era otro tipo de indocilidad. Aunque era contra los convencionalismos, como en el caso de “The Wild One”, ya Brando demostraba una clara afinidad con personajes inclinados a un liberalismo democrático. Esto habría de manifestarse más aún en “Sayonara”(1957) que, como “Jacks” trató el tema de las relaciones y el matrimonio interracial.2 La cinta fue un éxito mundial y le valió una de sus ocho nominaciones al Oscar. Siempre fue partidario de los Nativos Norteamericanos, la gente de color y aquellos cuyos derechos civiles eran pisoteados.
Sus opiniones sobre la profesión actoral eran interesantes pero la más atinada me parece la que le dio a Dick Cavett: que todos estamos actuando un papel en la vida diaria. Que actuar es una forma de sobrevivir y que, de igual forma que él tenía que pensar en la trama y las líneas de sus personajes y de los otros que compartían con él una escena para poder responder adecuadamente en un diálogo, todos estamos pensando en nuestros diálogos a diario para poder adaptarnos a la vida. También decía, sin falsa modestia, que lo único que sabía era actuar y por eso le dedicaba toda su concentración a la profesión. Era parcialmente correcto. También tocaba los bongós muy bien y echaba un pie bastante bien cuando de bailar se trataba, algo que está a plena vista en “Guy and Dolls”. No tenía voz, pero podía sostener una melodía, y si alguien no me lo cree, que lo escuche cantarle “A Woman in Love” a Jean Simmons en una especie de carraspera sensual y romántica.
Se ha dicho tanto sobre “The Godfather” y ha estado tan cerca de nuestro psiquis desde que la película debutó en 1972 que muchos solo tienen esa imagen de Brando (o la de Stanley Kowalski) en su mente. Quiero recordar, sin embargo, que antes de esa, en una película poco vista de Gilo Pontecorvo (“Queimada”, traducida como “Burn!” para el mercado norteamericano; 1969) Brando estuvo poco más que sensacional como un agente provocador de una rebelión de esclavos que tiene el propósito de derrocar el gobierno blanco para, más luego, subyugar a los negros e implantar un nuevo régimen blanco. Es un tema que políticamente ponía el dedo en la llaga imperialista de los Estados Unidos en la época. Estoy convencido que eso contribuyó a que, a pesar del cálido recibimiento de la crítica a la película y la actuación suprema de Brando, no fuera un filme exitoso. Además, hay que considerar que fue el año que comenzó la presidencia de Richard Nixon, y la guerra en Vietnam se agudizaba. Un filme como “Burn!” no eran muy bienvenido en los círculos de poder.
En su época del siglo XX, la única verdadera competencia que tuvo Brando en el mundo del actor lo fue Lawrence Olivier3, pero este no tenía el destello en el cine que poseía en el teatro. No me refiero a la grandeza de Olivier como actor, sino a esa cualidad que trasciende la pantalla y que atrapa al espectador y lo hace pensar que quiere ser como el intérprete. Todos sabíamos que podíamos alcanzar algo de la personalidad de Brando. A lo mejor su forma de vestir, su desdén; tal vez su fina vulgaridad, o su ira. También sabíamos que eso no era posible con Olivier. ¿Quién podía ser Olivier; quién podía imitarlo? En cambio, de la seductora animalidad de Brando nadie se escapa. Esas características que lo identificaban y que convertían su presencia en algo absoluto e imposible de ignorar, aún nos cautiva o nos repele hacia los valores que representan. El magnetismo personal que Brando une a sus interpretaciones no lo ha tenido hasta ahora ningún otro actor en el cine.
Como bien decía Brando, todos estamos en una actuación continua que muchas veces quieren manipular los que están en el poder. El cine no está exento de que los vaivenes políticos lo influyan y que las carreras de individuos sean intervenidas directa o indirectamente por los ideólogos, los productores o los jefes de los estudios. Lo grandioso del cine, sin embargo, es que, según el tiempo se deshace de déspotas pretenciosos de todos los tamaños, quedan las películas que nos legan artistas como Marlon Brando. No importa quien quisiera suprimirlos, manipularlos, enjuiciarlos, sus obras perduran en celuloide o en digitalizaciones para que podamos ver la pureza que puede alcanzar el arte en manos de sus mejores exponentes. La tecnología hace que mi título sea incorrecto. No hemos estado diez años sin Brando. Ni jamás lo estaremos.
- Hasta entonces era el más joven en hacerlo. Hoy día está por unos meses detrás de Alan Brody y Richard Dreyfus. [↩]
- Todos los matrimonios de Brando fueron con mujeres de color. Está también su affaire con Rita Moreno. Una foto de la actriz estaba cerca de él cuando murió. [↩]
- En los años en que fueron contemporáneos, que van de 1950 a 1985, Olivier hizo “Richard III” (1955) “The Entertainer” (1960), “Othello” (1965) y “Sleuth” (1972). Fue nominado como mejor actor al Oscar por todas, pero no ganó en ninguna de ellas. Había dos competidores más contemporáneos que eran grandes actores: James Dean y Montgomery Clift, pero las tragedias en sus vidas evitaron que tuvieran carreras duraderas. [↩]