Django Unchained
Quentin Tarantino, guionista y director de esta comedia negra, es el amante del cine por excelencia. Sus películas están tan llenas de referencias cinemáticas que se necesitaría una enciclopedia para identificarlas todas. Con estos reconocimientos a otros artistas, Tarantino va tejiendo una colcha de espectaculares colores y de una violencia hiperrealista que es una parodia de los años en que en Hollywood no se veía sangre en la pantalla y de los filmes del gran Sam Peckinpah.
En “Reservoir Dogs” (1992) su debut como cineasta, y en “Pulp Fiction” (1994) Tarantino jugó con el tiempo narrativo de tal modo que no solamente las referencias a viejos filmes nos lanzan al pasado, sino que la ausencia de una cronología tradicional incrementan la tensión y aumentan el significado de los momentos de violencia. En el guión que escribió (con Roger Avary) para “True Romance” (1993) estaba ya plasmada la forma en que Tarantino nos presenta la violencia. Individual, como en la tortura de un policía en “Pulp” o la paliza que recibe Patricia Arquette de manos de James Gandolfini en “Romance”; o colectiva, como las matanzas de “Kill Bill” (Volume 1 & 2) y las de “Inglourious Basterds”. Ambas formas están representadas y llevadas a un extremo en “Django”. A muchos puede que los repela.
A través de casi todas sus películas sobresale el sentido de humor de Tarantino que consigue arrancarnos carcajadas ante la más cruenta violencia en la pantalla porque la convierte en un teatro de Giñol para más de tres marionetas. De hecho, es curioso que el protagonista de Django, el inestimable Christopher Waltz, sea un dentista llamado King Schultz, pues esa era la profesión del inventor del Guiñol, Laureant Mourguet. Que la referencia haya sido con todo propósito no me parece un capricho mío cuando también considero que el villano principal se apellida Candie (un excelente Leonardo di Caprio), y ¿qué peor para los dientes que el dulce, particularmente cuando es pegajoso y peligroso? El chiste de Tarantino que estamos viendo un teatro de marionetas se acentúa cuando el doctor Schultz le dice a Django que tiene que actuar un papel como si estuviera en un drama y que tiene que mantenerse en carácter no importa lo que suceda. También le pide que escoja su propio vestuario. En la próxima escena no podemos dejar de reírnos ante lo que ha escogido el ex esclavo, vestimenta que nos remite a la época de la Revolución Francesa (cuando comenzó el Guiñol), aunque sin peluca blanca. Hay otras alusiones a que estamos viendo una representación teatral, posiblemente de marionetas, en la insistencia de Schultz de comparar (hay un secreto en esto) un esclavo negro que “tenga atractivo teatral”.
Las escenas jocosas están exageradas por lo que son aparentes defectos de continuidad. Una incursión de precursores del Klu Klux Klan se detiene súbitamente. Creemos que algo incoherente ha ocurrido en la edición de la película. De pronto nos enteramos que se ha detenido el asalto porque las “bolsas” (las capuchas para esconder las caras) las ha hecho mal la mujer de uno de los atacantes y nadie puede ver qué está sucediendo ni qué hace. El marido de la industriosa mujer se ofende por la crítica despiadada de su cónyuge y se vuelve a su casa.
En otra escena, un hacendado llamado “Big Daddy” Bennet (Don Johnson) recibe a Schultz y a Django parado en la escalera que asciende a su mansión “antebellum” (estamos a dos años de la Guerra Civil) con un atuendo y una puesta en escena que lo único que falta es que aparezca Scarlet O’Hara o Maggie the Cat,o, como mínimo, Mame Dennis para irse a una caza de zorros.
Espectaculares también, desde el punto de vista humorístico y cinemático, son los primeros cinco minutos en los que conocemos al doctor Schultz y a Django, y que nos enteramos de qué quiere el primero con el segundo.
Los que recuerdan sus películas de vaqueros verán en esta cinta tomas como algunas en “Naked Spur” y “The Man from Larramie”, ambas de Anthony Mann; los espagueti westerns de Sergio Leone; y, de una de las obras maestras de las películas del oeste (mi favorita) “The Wild Bunch”, de Sam Peckinpah. Tarantino parodia esta última cinta para recordarnos que una obra como esa no puede imitarse mucho, ni mucho menos un poco. Lo único que se puede hacer para homenajearla es exagerarla para que se entiendan las sutilezas del original sin ambigüedades.
La crítica más severa que hace Tarantino es a la esclavitud, a las profundas maldades de los que tuvieron y traficaron con esclavos, y a esa figura deleznable que ha sido el “Uncle Tom” que ha existido más allá de la novela de Harriet Beecher Stowe, y que hoy día se puede apreciar en los Herman Cain y Allen B. West del mundo, esclavos serviles al blanco. Como la antítesis del original Tom y del máximo servilismo al amo, Samuel L. Jackson como Stephen (¿Foster?, me pregunto) casi se roba la película (recuerden que eso es difícil cuando por ahí anda Christopher Waltz). El destino de Stephen es una especie de venganza fílmica que Tarantino toma contra los patrocinadores de la supremacía de razas y contra los explotadores del ser humano. De eso en realidad se trata este filme valeroso, gracioso y terrorífico.