Docencia universitaria en tiempos neoliberales

Valga aclarar desde ya que como en todo lugar (empresa, gobierno, profesiones) siempre habrá quienes no llevan a cabo su trabajo con rigor y ética, pero eso no es exclusivo de la Universidad. También va sin decirse que el quehacer y trabajo universitario en una sociedad como la nuestra es altamente gratificante y resulta un privilegio para quienes tenemos la gran oportunidad de hacer lo que amamos y nos apasiona; algo que en estos tiempos es un lujo.
Ahora bien, dicho esto, es importante, incluso como parte de la defensa de la universidad pública, atajar el desconocimiento y el prejuicio –que viene o por desconocimiento genuino o por mala fe– respecto a lo que constituye el trabajo docente. El «trabajo» docente por su naturaleza implica un quehacer que no se circunscribe a un ponche u horario tradicional de trabajo o la presencia física en las facilidades universitarias, tampoco a las horas contacto de clase que en una semana se dedica a enseñar. Eso ciertamente es parte importantísima de ese quehacer, pero debe saberse que el renglón de la enseñanza es solo uno de los tres renglones que nos obligan a quienes tenemos un compromiso de trabajo con la Universidad (enseñanza; investigación, trabajo creativo y publicación; y actividades de servicio a la universidad y al país).
Nuestra labor docente incluye en general estos tres renglones aunque hay investigadores y docentes que en un tiempo determinado hacen una de las tres más que las otras dos, como es el caso de investigadores a tiempo completo.
En este último mes las facilidades de la Universidad no han estado literalmente «abiertas» pero los profesores y profesoras continuamos trabajando, incluso en algunas áreas de manera más intensa, incluidos aquellos que abogan por su apertura física en este conflicto. Continuamos con nuestros «deadlines», preparando conferencias, publicaciones, simposios, representando a la Universidad, entre otros quehaceres. Ni hablar de que estando en conficto la Universidad, son muchos los que sienten el compromiso diario de involucrarse de diferentes formas y desde diferentes perspectivas en la búsqueda de soluciones al conflicto, lo que implica mucho tiempo, pensamiento y acción. Nuestro empleo no se circunscribe ni puede circunscribirse a 7.5 u 8 horas diarias porque para escribir, preparar conferencias, «papers», publicar libros, solicitar «grants», participar en tribunales de tesis, producir conocimiento, crear cursos nuevos, hacer «trabajo creativo», mantener al día bibliografías y prontuarios, leer e investigar de nuestras áreas de enseñanza e investigación, contestar inquietudes intelectuales e incluso administrativas de los estudiantes, hacer cartas de recomendación, hacer informes que la administración pide, preparar y diseñar cada clase, ofrecer servicios probono, llevar a los estudiantes al «campo», coordinar actividades simposios, invitados internacionales, entre otros quehaceres, a veces terminamos invirtiendo mucho más tiempo que el reglamentario, a costa de nuestro propio tiempo personal.
Esto no es una victimización de la vida de profesorado pues ya dije que en estos tiempos es un privilegio poder dedicar la vida a este quehacer, pero sí que es importante no contribuir al lugar común y prejuiciado que dice que los profesores y profesoras somos «vagos», «no producimos», tenemos vacaciones en exceso o estamos cobrando sin trabajar. Esa lógica no solo desconoce todo lo que implica «preparar una clasecita» (así en diminutivo como una vez me dijeron a mí; ni hablar de un curso nuevo), sino que también reproduce una lógica mercantilista y corporativa que derrota y cercena la riqueza del quehacer universitario e incluso su impacto. Por supuesto que siempre hay quien no hace nada de lo anterior, pero no son la mayoría, si lo fuera, nuestra Universidad no tendría el éxito y el prestigio que todavía tiene.
Insistir en esa caricatura del profesorado es como mínimo abonar a la idea de que el quehacer universitario se limita a las clases y por ende, sepultar la gran variedad de experiencias y quehaceres que implica contar con una universidad pública. No hay que negar los defectos que tiene la Universidad para exponer este punto, como tampoco, so pena de señalar sus defectos, actuar en complicidad con ese lugar común desacertado.
A esto se añade que los profesores por contrato hacen todas estas funciones en las situaciones más precarias e injustas pues no cuentan con las garantías de empleo, condiciones salariales y oportunidades, incluyendo facilidades, que el resto tiene, así que si añadimos la situación de los docentes sin plaza y por contrato, aún más desacertada es esa imagen del profesorado que no «trabaja».
Hay mucha literatura sobre esta tendencia al menosprecio del trabajo académico, una tendencia que el neoliberalismo ha capitalizado (¡!) muy bien y se utiliza (ya lo hemos escuchado por la radio) como justificación para el desmantelamiento de la Universidad. Dejo un fragmento de un buen artículo sobre el particular (por Deborah Rieselman):