Don Demetrio
«¿Cómo le va?»
«¡Tanto Tiempo!»
Mi abuelo era un imán para el saludo cálido. Amable, servicial, dulce, humilde y respetuoso como pocas personas que conozco, recuerdo con alegría -a meros días de su partida- la sonrisa genuina y el timbre de voz jovial de quienes vinieron alguna vez a saludarle en mi presencia. Un caballero de la vieja escuela, como el que muchos asumen ya no existe. Un hijo, esposo, padre y abuelo ejemplar (yo el segundo de siete nietos, «El Cano»). «Qué gusto haberle conocido», me parece escuchar decir a ese colectivo de recuerdos. Y entre lágrimas, sonrío.Murió con tiempo de aviso, tras una visita extendida al hospital. En la sala de emergencias, el día antes de mi cumpleaños, pensé que se nos iba -y al ver el cansancio en sus ojos, así lo deseaba. «Descansa Elo, que nosotros estamos bien», le dije, con la esperanza que me pudiese entender. Los doctores le dieron 48 horas, pero esas dieron paso a unas 900 más, en las que logró volver a su hogar con su esposa de más de 60 años, a dormir en su cuarto con el aire friíto como le gustaba. ¿Qué puedo decir? Siempre fue un tipo impresionante -a mí eso no me sorprendió.
Hace unos años atrás, cuando aún conducía él y llevaba a mi abuela a hacer sus diligencias, me tocó correr a su auxilio: Abi llamó desesperada; están recogiendo unos resultados en el laboratorio; Demetrio se había caído y no respondía. Y así mismo lo encontré al abrir la puerta, inconsciente en una silla, con la frente ensangrentada. El evento habría marcado su vertiginoso descenso en facultades y fuerzas, pero lo recuerdo también como ejemplo de su buena actitud ante la adversidad. «¿Elo, estás bien? Despierta», le dije aquella vez, a la inversa. Seguida abrió sus ojos y me preguntó sonriente: «¿Canito, cómo tú estás?»
Aún triste, pero agradecido.
El día de su partida me disponía a estrenar como DJ en el Club 77 en Río Piedras, como parte de una actividad organizada por amistades. Esto lo menciono sin ofender a los verdaderos pinchadiscos del mundo. En mi caso, se trataba de poner un <em>playlist</em> automatizado desde mi computadora. Literalmente darle a un botón. «Cancela entonces», me dijo un amigo sin esperar que hiciera lo contrario. Mas sin embargo…
La música siempre me ha provisto las mejores líneas de apoyo en momentos de necesidad. Además de servir como herramienta para canalizar emociones y cementar recuerdos, a través de ésta he logrado relacionarme con el mundo de maneras que jamás hubiese imaginado escuchando cassettes en mi primer Walkman. Tras la pérdida del talentoso y querido cantautor Dax Díaz a principios de año, probó ser la manera más catártica de sanar esa herida. Por razones obvias, mis recuerdos de Dax están ligados a la música -a su música. Y junto a otros compañeros de «la escena», incluyendo a miembros de su banda y colaboradores, me uní al homenaje que Frecuencias Alternas transmitió a través de Radio Universidad el sábado luego de su muerte.
Similarmente, buscaba rendirle algún tipo de tributo a mi abuelo desde la cabina del Club 77, pero no lograba dar con alguna memoria musical en particular que nos uniera. Cuán frustrante fue aceptar esa noche que ni siquiera recordaba algún género musical que él hubiese disfrutado en vida. Por supuesto que atesoro los meses cuando me guió a la escuela en mis años de secundaria, sin forzar conversaciones torpes, al parecer complacido meramente con llevarme y dejarme escuchar «mi» música en su carro. Elo sabía cuánto detestaba ir a la escuela desde muy pequeño, distrayéndome con sus cuentos y ocurrencias mientras esperábamos por el último timbre de entrada (si me ven por ahí, pregúntenme sobre el caso de «los niños ratones»). Ya más grandecito yo, toleraría en silencio la voz nasal de Billy Corgan y una segunda invasión británica liderada por los hermanos Gallagher. Sospecho que sabía lo mucho que significaba para mí la música desde entonces -y más allá que eso, lo respetaba.
Esa noche hice lo mejor que pude, tocando «mi» música para quienes asistieron al evento -el mixtape para el carro de abuelo transformado en playlist digital. Buscaba tranquilidad y fuerza en las canciones, más que en mis amistades; hay veces que la música ayuda a sentir mejor. Pero aún así, luego de su funeral todavía me molestaba no haber conocido sus gustos musicales, atribuyéndole la falta a mi egoísmo.
Entonces caí en cuenta… ¿Sería al cantar una de las cancioncitas inventadas que uso para llamar a mis perros? Mi abuelo era un ser altamente musical. Lo que pasa es que esa musicalidad no la manifestó tan claramente con la música de otros, si no a través de sus propias melodías y canciones que entonaba para sus hijos y nietos. Por ejemplo, si andaba correteando por la casa con mis hermanos, lo hubiésemos escuchado cantar: «Se van a caer y se van a romper el pescuezo» (o su variante y mi favorita: «Se van a caer y se van a romper el fondillo»). Trayéndole el tema a mi madre, me acordó de la más sencilla y bonita que nos cantó de pequeños y dice así:
«Porque él es el nene de Elo,
él es el nene de Elo,
porque él es el nene de Eeeeeee-looooo
¡Y nadie lo puede negar!»
Que nadie lo niegue. Te quiero mucho, Elo.