Don Quijote, representación y locura II
En el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte
de El Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha
“Los discursos de la ficción,
por encima de ese murmullo monótono,
hacen brotar el ardor asimétrico de la sinrazón impaciente”.
Michel Foucault. La trasfábula, 1966.
Consideremos, por ejemplo, que según la Filosofía Antigua Poética del doctor Alonso López Pinciano, publicada en Valladolid en 1596, mientras se discuten los posibles efectos que pueda tener la imaginación sobre la definición y percepción de la realidad, encontramos el siguiente pasaje1:
Fadrique [uno de los interlocutores en el texto] esforzó los argumentos diciendo: [como el caso] de la reina de Etiopía que, siendo negra, parió una hija blanca, porque al tiempo de la generación estaba imaginando en la bella Andrómeda que tenía pintada junto a su cama. (53)
“Luego, la imaginación, [concluye Ugo, otro de los que participa en la conversación], tiene algún poder sobre las cosas” (54). Así, uno a uno los participantes del diálogo que es este texto van presentando ejemplo tras ejemplo los peligros que supone la posibilidad de que los poderes de la imaginación no se contengan dentro de los límites que deberían imponer la percepción y la razón. Así también comentan, por mencionar otros casos, “la del hombre que murió, sin tener herida alguna, porque a pesar de tener los ojos vendados le iban describiendo cómo iba perdiendo, gota a gota, su sangre” (56); o el de “aquel hombre joven que de la noche a la mañana encaneció porque imaginaba en la oscuridad cómo al día siguiente podría morir”. (56)
No debemos pensar que estos pasajes sean casos aislados. Me interesan no solo por lo que suponen para llegar a comprender las posibles interrelaciones entre las facultades del alma, un problema filosófico de todos los tiempos, sino también por lo que sugieren sobre lo que Augustín Redondo, en uno de sus ensayos sobre la religiosidad española en el siglo XVI, llama “mentalidades mágicas, dominantes en el siglo de oro”2.
Redondo demuestra que la atracción por las lecturas que tematizaban y atraían a esas “mentalidades mágicas” no estuvo limitada exclusivamente a los partícipes de la llamada alta cultura o cultura académica. De hecho, la mayoría de las investigaciones más recientes en el campo de los estudios culturales especializados en el período que se extiende entre los siglos XVI y XVII en España llegan a esa misma conclusión. Aunque también es cierto, aclara, que el índice de analfabetismo durante el siglo XVI era elevadísimo, lo que puede evidenciarse fácilmente a través de la novela, sin embargo, también nos dice que este impedimento no se constituyó en limitación para el conocimiento y divulgación de los libros de fantasías como tampoco lo sería su alto costo.
Recordemos que en el capítulo 32 de la primera parte de la novela leemos cuando uno de los venteros dice:
…tengo ahí dos o tres de ellos [refiriéndose a libros de caballerías], con otros papeles, que verdaderamente me han dado la vida, no solo a mí, sino a otros muchos. Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno de estos libros en las manos, y rodeámonos de él más de treinta y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas3. (321)
Nos informa el estudioso mexicano Hernán Lara Zavala, que este gusto generalizado por los libros de fantasía influyó también abiertamente sobre la literatura hagiográfica4. En varios pasajes que corresponden a la autobiografía de san Ignacio de Loyola, conocida como La torre roja o La relación del peregrino, y que según Lara Zavala fue dictada por el propio santo al padre Luis Gonçalves, llega a decir:
Y fuese en camino de Monserrate [refiriéndose al santo], pensando, como siempre solía, en las hazañas que había de hacer por amor de Dios. Y como tenía todo el entendimiento lleno de aquellas cosas, Amadís de Gaula y de semejantes libros, veníanle algunas cosas al pensamiento semejantes a aquellas; y así se determinó de velar sus armas toda una noche, sin sentarse ni acostarse, mas a ratos de pie y a ratos de rodilla, delante el altar de Nuestra Señora de Monserrate, adonde tenía determinado dejar sus vestidos y vestirse las armas de Cristo5.
Según Maxime Chevalier esta presencia de los libros de caballería a lo largo del siglo XVI sufriría, inicialmente, de un “lento declive que se aceleraría hacia finales del siglo”. Habría que inferir, por lo tanto, que cuando apareció la primera parte del Quijote de Cervantes había disminuido este interés al punto que parece ser que era ya innecesario escribir una parodia para intentar contrarrestar sus efectos nocivos. De ahí que podamos aventurarnos a afirmar con Chevalier que la preocupación por su efecto en la psique humana evoluciona desde una posible locura motivada por el exceso de fantasía hacia las consideraciones teóricas sobre la representación literaria.6
De otra parte, Martín De Riquer nos advierte que debemos tomar en cuenta que al momento de su publicación no existía, ni siquiera terminológicamente, una clara distinciónentre los libros de ficción y los libros de historia. Nos dice De Riquer que en España se usaban los conceptos de “historia” o “crónica” como parte del título de obras en las que se hablaba de seres reales al igual que de aquellas en las que se hablaba de seres imaginarios con su evidente consecuencia inmediata:
Van, pues, calificados del mismo modo la Historia del invencible caballero don Olivante de Laura o la Crónica de Lepolemo, obras de pura fantasía, que la Historia del Emperador Carlos V o la Crónica del Gran Capitán, que narran sucesos reales protagonizados por sucesos históricos. Ello podía influir en que una mente ingenua desquiciada confundiera la mentira con la verdad.7
Cervantes no solo comprende perfectamente esta relación sino que la usa a su conveniencia. Puede suponer que la verosimilitud se define no desde la relación entre el texto y la realidad sino desde un pacto con el receptor/lector más allá de todo realismo. Por ello nos parece que su crítica en la novela no se dirige necesariamente hacia los elementos fantasiosos que formaban parte de los libros o novelas de caballerías (que según Martín de Riquer son de “diferente contextura y hechura”) sino en contra de la imposibilidad de alcanzar la verosimilitud en la escritura de ficción.
La verosimilitud acerca la ficción a la realidad al punto de pretender borrar de la conciencia el límite que los separa. Este es el terror platónico en el libro X de La República. Es decir, la posibilidad de que la ficción/mimesis/representación, en poco, la novela, llegue a suplantar en el entendimiento del lector a la realidad extratextual originaria; que la verdad pueda ser sustituida por el arte; o la historia por su representación. Me parece evidente,entonces, que para Aristóteles, y podemos decir que también para Cervantes, esta vocación poiética (vocación de creación) estuvo siempre necesariamente hermanada a la inclinación mimética o de representación: “El imitar [nos dice el filósofo en el capítulo 4 de la Poética] es connatural al hombre desde la niñez” y “por imitación [añade] adquiere sus primeros conocimientos”8.
Pienso que Cervantes, por lo tanto, no tan solo se encuentra frente a la necesidad de adherirse a un concepto de lo verosímil que incluía la posibilidad de la fantasía como aspecto innegable de la realidad sino que también tenía necesariamente que acercarse a las posibles causas de la locura que pretende representar en un texto de ficción que le sirve de motivo.
En la entrada que corresponde a la palabra melancolía en el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián Covarrubias, publicado en 1611, se escribe lo siguiente: “Melancolía: enfermedad conocida y pasión muy ordinaria donde hay poco contento y gusto […] Melancolía est mentis alienatio” lo que sugiere que durante el siglo XVI era uno de los nombres que se le asignaba a la locura.9
Cuadro tradicional de humores, temperamentos, y locura10
Anteriormente y según la tradición de Hipócrates y Galeno si observamos el cuadro de humores y temperamentos tendríamos que ubicar a don Quijote, por su edad y descripción, como dominado por la bilis negra y la melancolía lo que sería motivo y explicación del marcado desarrollo de su entendimiento. Francisco Rico, en una nota a la edición del Quijote de las Academias de la Lengua para el cuarto centenario, aclara que “en una sociedad como la de Cervantes, en la cual la expectativa de vida no llegaba a los treinta años, los 50 de don Quijote lo convertían en un anciano”.11. Hasta ahí, sin embargo, no habría señales de locura.
Tenemos, entonces, que ser más precisos en nuestras observaciones.
En un hermoso libro titulado Cultura y Melancolía. Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro, el antropólogo mexicano Roger Bartra no solo propone la melancolía como piedra fundacional de la cultura del Siglo de Oro español sino también como punto de partida para comenzar a comprender la modernidad. Cita en su libro el siguiente pasaje del Practica Medicinae del médico catalán del Siglo XIII Arnau de Vilanova, en el que se identifican algunas de las causas para la condición mental:
…las pasiones del alma como la ira y el temor súbito; o la preocupación debida al exceso de estudio, a la pérdida de algo, al hambre que se haya pasado, al excesivo ayuno, al exceso de vigilia; a la retención de la sangre que suele fluir por la nariz, a la menstruación retenida más de lo debido, o a la esperma corrupta o retenida más allá de la medida, y esto lo vemos en religiosos, solteros, hombres y mujeres, que la retienen con frecuencia convirtiéndola en veneno, según Galeno.12
Evidencia también que Huarte de San Juan, describe la persona de temperamento caliente/seco como “de pocas carnes, moreno, tostado, voz áspera, rico en inteligencia e imaginación, melancólico, colérico y propenso a manías”13 lo que incluiría, de acuerdo al cuadro tradicional, a dos de los caracteres: el melancólico, pero también al colérico. Sería el caso de la melancolía adusta, es decir de una melancolía producida por cólera. Podríamos concluir que este es el modelo usado por Cervantes para configurar a su personaje. El de la cólera adusta melancólica que según la interpretación que hace Huarte de San Juan del Problema XXX,1, adjudicado a Aristóteles, hace a los hombres “sapientísimos” y que, según Alonso de Freylas, también médico de la segunda mitad del siglo XVI, aumenta la fuerza natural del ingenio del loco razonante.14 De ahí, por lo tanto, lo de ingenioso. Esta cualidad del melancólico como razonador es el que se destaca en el grabado de Alberto Durero, Melancolía I.
Roger Bartra demuestra que esta locura, llamada melancolía, al momento de la escritura de la novela de Cervantes se había convertido ya en un modelo o mito de interpretación cultural. De ahí que sea posible que la de don Quijote sea, simultáneamente, una locura mimética (imitativa) al igual que ingeniosa. Recordemos que en Sierra Morena, nuestro personaje piensa en dos posibilidades: “imitar a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o Amadís en las melancólicas” (235). Salvando las diferencias, Bartra también sugiere la posibilidad de que Shakespeare haya utilizado un modelo similar para Hamlet, después de haber leído el Tratado de Melancolía del doctor Timothy Bright, que sería el equivalente inglés del Examen de Ingenios del doctor Huarte.15
Para el lector del Quijote no es difícil encontrar otros pasajes con los que se pueden verificar el conocimiento y uso que hace Cervantes de este conocimiento más allá de la configuración de su personaje principal. Veamos algunos.
El primero corresponde a la muerte de Anselmo en la novela del Curioso Impertinente en el capítulo 35 de la primera parte:
Con tan desdichadas nuevas, casi llegó a términos Anselmo, no solo de perder el juicio, sino de acabar la vida. Levantose como pudo y llegó a casa de su amigo, que aún no sabía de su desgracia, mas como le vio llegar amarillo, consumido y seco, entendió que de algún mal venía fatigado. (373) [Énfasis añadido.]
Más adelante, ante la muerte de Anselmo y Lotario se describe el fin de Camila:
…lo cual sabido por Camila, hizo profesión y acabó en breves días la vida a las rigurosas manos de tristezas y melancolías. (374) [Énfasis añadido.]
Y cuando en el capítulo final de la segunda parte, don Quijote está al borde de la muerte y diga el autor “ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del cielo” (1099) se confirmará que “…fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan” (1099). Es este el final de una historia que desde el prólogo de la primera parte se describe como la “de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios” (7). Nuevamente es el Tesoro de Covarrubias el que nos aclara el sentido: “avellanado se dice del hombre viejo, seco, enjuto de carnes” (253) cualidades todas ellas de don Quijote y del temperamento melancólico. Nótese, entonces, que Cervantes no solo entrecruza cualidades de varios de los temperamentos (lo que de por sí es ya una transgresión de la estructura de la que tan bien se sirve) sino que también, si aceptamos la ampliación que sugiere Roger Bartra en su libro y lo leemos a la luz de la recopilación de Covarrubias, el antecedente inmediato no es tan solo la lectura de los libros de caballerías sino toda la cultura española y europea del siglo XVI.
Siglos después, el filósofo francés Michel Foucault volverá a tomar la figura del caballero ingenioso en al menos dos de sus publicaciones centrales. En el primer capítulo de la Historia de la locura en la época clásica (1961), que no casualmente titula “Stultifera navis”, y en Las palabras y las cosas (1966).16 Sugiere el filósofo francés que los desvaríos de nuestro héroe deben explicarse a partir de la insistencia, por parte de la locura y de la poesía, de mantener las relaciones de semejanza entre el lenguaje y el mundo (54). La esencia del personaje está en el lenguaje, es decir, en los libros de caballerías, y en la primera parte de la novela quiere encontrar el referente del signo lingüístico en el mundo moviéndose, así, indiscriminadamente entre las palabras y las cosas.17Sin embargo, como decíamos al final de la primera parte de este ensayo, Foucault añade que en la segunda parte de su novela Cervantes “se revierte sobre sí mismo” (55) y el texto se convierte en su propio objeto narrativo. Son muchos los personajes que ya han leído las aventuras de don Quijote de la primera parte. Sin embargo, al igual que el poeta, en su imaginación, argumenta, quiere redescubrir la antigua relación entre los objetos (54).
En un prefacio a Historia de la locura, que después eliminaría, escribe lo siguiente:
Razón-sinrazón [la oposición no es entre cordura y locura] constituye para la cultura occidental una de las dimensiones de su originalidad. Desde su formulación originaria, el tiempo histórico impone silencio a algo que en adelante no vamos a poder aprehender [no saldrá a la superficie] sino bajo las especies del vacío, de lo vano, de la nada.18
Durante el Renacimiento, nos dice, cierta verdad se hace accesible en la sinrazón. Es así que en la que llama concepción pre-clásica de la locura se establecía el contacto con “ciertas verdades universales” ausentes en la experiencia del mundo cotidiano y desde entonces inalcanzables a la mirada conceptual. De ahí que en la Historia de la locura en la época clásica, el valor positivo de la locura, la aprehensión que llama cósmica-trágica de la sinrazón, descanse precisamente sobre esa negatividad; sobre ese estado de ausencia de sentido que supone el retraimiento de esas llamadas “verdades”. Don Quijote viene, tal vez, a pronunciar algunas de esas verdades que nunca volverán a estar accesibles a la razón o a la cordura.
- A pesar del tiempo que ha transcurrido desde su publicación inicial (1925) la investigación de Américo Castro sigue siendo un recurso esencial para quien quiera conocer los detalles de las presencias e influencias de la cultura renacentista en la obra de Cervantes. En 1972 se preparó una nueva edición ampliada: Américo Castro. El pensamiento de Cervantes. Barcelona: Editorial Noguer, 1972. Para las citas de la Filosofía antigua poética de López Pinciano consulté la edición que aparece en: Obras completas. Madrid: Fundación José Antonio de Castro, 1998. Los énfasis son añadidos. Agradezco, sin embargo, a la Dra. Ileana Viqueira (cervantista como ninguna) que me permitió consultar su copia de la edición de Alfredo Carballo Picazo para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. (1973). La Dra. Viqueira reunía en la Librería La Tertulia de Río Piedras, a un grupo bastante nutrido de lectores de Cervantes. [↩]
- Redondo, Agustín. Otra manera de leer el Quijote. Madrid: Castalia, 1997. p 114 [↩]
- Al igual que en la primera parte de este ensayo cito de la edición del IV centenario publicada por la Real Academia Española. p. 321 [↩]
- Hernán Lara Zavala. “Amadís, Íñigo, Alonso”. En: Julio Ortega (editor). La cervantiada. Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, p. 287 [↩]
- Hernán Lara Zavala, p. 289. [↩]
- Desde dos textos proviene esta información y que puedo recomendar en los que Maxime Chevalier desarrolla estos temas: Lectura y lectores en la España de los Siglos XVI y XVII. Madrid: Turner, 1976 y Folclore y literatura: el cuento oral en el Siglo de Oro. Barcelona: Crítica, 1978. [↩]
- Martín De Riquer. “Introducción”. Edición de Martín de Riquer de Don Quijote de la Mancha. Barcelona: Editorial Planeta, 2004. p. XXXV. [↩]
- Valentín García Yebra. Poética de Aristóteles. Madrid: Editorial Gredos, 1974. p. 135. [↩]
- Sebastián de Covarrubias Horozco. Tesoro de la lengua castellana o Española. Edición integral e ilustrada de Ignacio Arellano y Rafael Zafra.Universidad de Navarra, 2006. p. 1264 [↩]
- Evidentemente se pueden encontrar decenas de diagramas en los que se establecen estas relaciones. Este en particular proviene del que se publica en la página del Instituto español de Grafología bajo el título de: “Fundamentos de la personalidad. Biotipos y temperamentos” de Miguel Tirso Méndez. http://www.grafistica.es/resources/ [↩]
- Francisco Rico.Nota 18 de la página 28 [↩]
- Roger Bartra. El Siglo de Oro de la melancolía. Textos españoles y novohispanos sobre las enfermedades del alma. México: Universidad Iberoamericana, 1998. También en Roger Bartra. Cultura y melancolía. Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro. Barcelona: Anagrama, 2001. La cita proviene de la página 126. [↩]
- Huarte de San Juan, Juan. Examen de ingenios para las ciencias. (1575). En Mauricio de Iriarte. El doctor Huarte de San Juan y su Examen de Ingenios. Contribución a la historia de la psicología experimental. Madrid: CSIC, 1948. p. 59. Así también lo indica Martín de Riquer en la nota 11 en la página 13 de la edición conmemorativa para la editorial Planeta. [↩]
- Huarte de San Juan en Iriarte, p.62. Según el llamado Problema XXX, 1 de Aristóteles, existe una estrecha relación entre el ingenio (el ingenioso) y la melancolía que es el nombre usado para referirse a la locura en el siglo XVI. Esta relación también viene explicada en Huarte de San Juan, al igual que en un texto que no he podido consultar de Alonso de Freylas. (Médico de Cámara del Arzobispo de Toledo) y que lleva el curioso título de: Si los melancólicos pueden saber lo que está por venir o adivinar el suceso bueno o malo de lo futuro con la fuerza de su ingenio o soñando. 1605 [↩]
- Roger Bartra, p. 32. A los libros que se refiere son: Bright, Timothy. A Treatise of Melancholy. Londres: Thomas Vautrollier, 1586 y Burton, Robert. The Anatomy of Melancholy. (1621). Edición moderna: Nueva York: Tudor, 1955. [↩]
- Foucault, Michel. Historia de la locura en la época clásica. (2 vols.) Colombia: FCE, 2000. Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. México: Siglo XXI, 2001. [↩]
- Las palabras y las cosas, p. 53. [↩]
- Michel Foucault,. Entre filosofía y literatura. Barcelona: Paidós, 1999. p. 123 [↩]