Economías del miedo
El miedo ahuyenta al amor, la inteligencia y la bondad.
Al final, el miedo llega a expulsar del hombre la misma humanidad.
–Aldous Huxley
En primer lugar, hay que considerar lo que parece marcar la pauta actual de las investigaciones principalmente neurocientíficas, a saber, los experimentos sobre el miedo con animales, y sus modos de intentar extrapolarlo a la experiencia de lo humano. Hay que tener en cuenta la dimensión económica que eso pone a jugar para el mundo de las farmacéuticas y las tecno-ciencias. Estas investigaciones parten de una premisa que coloca al miedo como respuesta primordialmente instintiva, biológica y evolutiva. Desde esta perspectiva, los componentes indispensables para su explicación «científica» tiene como referente la propuesta del condicionamiento clásico que vincula el miedo con el aprendizaje por asociación entre estímulos o de manera vicaria. La hipótesis es que los mecanismos cerebrales de respuesta al miedo son similares entre roedores y humanos, y que la amígdala es el órgano alrededor del cual se construye y opera el «módulo neuronal» que se asocia con el miedo.
Investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Puerto Rico han encontrado una manera de estimular con fármacos la sensación de seguridad o ausencia de temor en el cerebro de las ratas con la hipótesis de que es posible borrar el miedo mediante la creación de una nueva memoria responsable de la sensación de seguridad. Lo que estaría destacándose en estos estudios es la dimensión filogenética del miedo, la cual estaría a la base de todos los organismos existentes para poder defenderse de las amenazas del medio ambiente. Pero esa dimensión mas primaria y fisiológica que orienta a los animales, está atravesada en los humanos por resortes de mucho mayor complejidad. Así lo reconocen neurocientíficos como el Dr. Francisco Mora para quien, en el humano, hay una dimensión de auto-conciencia de la cual carecen el resto de los animales y que hace del miedo «un fantasma infiltrado» que atraviesa todos los estratos de la cultura creando caminos neuronales diferentes.
A partir de los estudios realizados sobre todo con roedores, se ha contemplado sin embargo, la posibilidad de crear fármacos para controlar e incluso extinguir el miedo y las memorias que le son asociadas en los humanos, abriendo un lucrativo escenario para el tratamiento de los padecimientos humanos, tales como los ataques de pánico, los trastornos de ansiedad e incluso las fobias.
El peligro principal del desconocimiento de las diferencias entre humanos y ratas es la extrapolación que la sostiene. En efecto,partir de la premisa de que es posible hacer analogías entre los comportamientos animales y los comportamientos humanos implica obviar el entramado social, histórico, político, económico, afectivo y subjetivo que entra a jugar con el orden de la cultura, así como lo fundamental del lenguaje y del deseo para el viviente hablante. No se puede perder de perspectiva que por estar insertos en el orden del lenguaje, el humano habla y sus las palabras le permiten revivir las experiencias, resignificarlas y reescribirlas en la memoria. Como recuerda François Ansermet, «no podemos pensar dos veces con el mismo cerebro». El reconocimiento o no de las diferencias –algunas radicales e insalvables– entre lo animal y lo humano, va de la mano del reconocimiento de los límites y el alcance de los estudios con animales, con las implicaciones éticas y económicas que esto acarrea.
El segundo referente, que ilustra con contundencia la dimensión humana del miedo y sus distancias del miedo en los animales, nos enfrenta con la topografía social, económica y política de nuestros tiempos en la que el miedo está en el corazón de los lazos sociales. No es que el miedo sea nuevo pues desde siempre tememos a la muerte, el hambre, la violencia, el abandono, los desastres naturales, el dolor, el desengaño y la desilusión, ser pobre, quedarse sin empleo, estar enfermo, perder o ganar, amar o no ser amado. Tememos al extranjero, al diferente, a lo que no entendemos o no queremos entender, a la libertad y al encadenamiento. El miedo atraviesa los encuentros y los desencuentros, y vuelve en ciertas épocas exacerbado por los discursos dominantes que aumentan la suspicacia, la vigilancia, la conspiración, la amenaza y la persecución.
En nuestra época, el miedo aparece bajo la amenaza del terrorismo, de la destrucción del planeta, de la crisis económica, la destrucción de valores y los modos de subsistencia, bajo la forma de contagios masivos de enfermedades, pérdidas y desamparo. El miedo se perfila en las tramas del cuerpo social y de la íntima singularidad de cada cual. El otro es el alius que amenaza bajo múltiples formas y pone en entredicho esa precaria singularidad. Los miedos actuales se nutren de la debilidad de los lazos sociales y de la fragilidad de las instituciones que suponen proteger la cultura y a los ciudadanos.
Esa actualidad dominada por la lógica catastrófica y apocalíptica, la tendencia al consumo desmedido, al sometimiento voluntario,así como a la renuncia del cultivo de la palabra, el pensamiento y el deseo, encuentra en el personaje del zombie una metáfora de perturbadora contundencia. Pues ¿qué es un zombie sino un humano degradado a lo más instintivo que emerge desde la muerte pero que ya no dispone de voluntad, de palabra, ni de vínculos con otros? Instalados en una grotesca insaciabilidad, esos seres deambulan sin proyecto y sin deseo. Su función parece reducirse a la propagación de ese estatus límbico que remite al dominio de lo instintivo y al limbo entre la vida y la muerte. Un zombie ya no tiene miedo sino que lo genera a los humanos. En él se cifra al autómata sin horizonte ni historia, que encarna lo siniestro y el sin sentido de una vida que ya no es vida pero tampoco muerte. Han sido humanos que parecen haber perdido su humanidad pero no dejan de recordárnosla, exhibiendo la deterioración de los cuerpos indómitos a la muerte con un goce que no se detiene ni se encausa ni se pacifica. Tan ajenos y tan próximos. Estar a su merced deja puesta una encrucijada: destruirlos, ser devorados o ser contagiados y convertidos a ese estado de cautiverio sin fin.
Los zombies son un producto de lo humano, un efecto de la implantación de un discurso embrutecedor y generador de miedos que convida a la vez a destruirlos y a identificarse con ellos. Cabe preguntarse: ¿a qué realidad remiten los zombies? ¿Se trata de una realidad por venir, un futuro catastrófico e ineludible? ¿Se trata acaso de una realidad más próxima y menos ajena en la que estaríamos enfrentando esa dimensión de goce acéfalo y mortífero que habita en cada cual? ¿A qué tenemos más miedo, a lo que viene de afuera o a aquello que nos habita?
Muchos miedos se condensan en relación a esos personajes que cautivan, subyugan, interrogan y amenazan a los vivos; por ello se adquieren las armas y otros artefactos, para defenderse de lo que ellos representan, y en un desliz, utilizarlas contra otros alius o ajenos que nos amenazan y parecen poner en riesgo nuestro cotidiano y nuestra intimidad. Pero más que cultivar los miedos, el discurso capitalista cultiva el registro infantil que los sostiene, para luego ofrecer una panoplia de objetos y recursos de defensa y protección contra esos mismos miedos, desdibujando el origen y las causas que nos llevan a padecerlos.
Desde la perspectiva del budismo, el miedo remite al apego, al ansia y al afán de permanencia de los humanos. Se trata entonces de un asunto que poco tiene de instintivo y que remitiría más bien a los modos en que los humanos buscan aferrarse a las cosas, a las ideas y a los referentes de lo que creen ser o tener. En la mitología, el miedo se trenza con la cobardía y la tendencia a la huída. Phobos, hijo de Ares, se le aparecía a los guerreros antes de las batallas y hacía huir a los temerosos dejando solo para la batalla a los guerreros valientes que no le temían. En las Historias de Salustio, se planteaba que el miedo debía tratarse desde la obediencia y el poder del tirano. Thomas Hobbes, en su Leviathan, planteaba que el miedo lleva al humano hacia el sometimiento al poder del Estado, porque le garantiza la vida y lo protege del otro que le acecha. La renuncia a la libertad es puesta como solidaria del miedo y la búsqueda de una supuesta protección lo cual tiene una actualidad de escalofriante pertinencia. ¿No es acaso la hipoteca y entrega de la libertad y de la privacidad el precio a pagar por la oferta de un cuidado y protección que el Estado genera y que se enlaza perfectamente con los gadgets que el discurso capitalista ofrece.
Hay que precisar que no es lo mismo el miedo que la fobia. A diferencia del miedo que puede declinarse en singular o en colectivo, la fobia es un asunto particular e íntimo pues implica un trenzado sintomático que debe leerse en relación a los avatares de la historia de cada cual. La fobia supone una intensidad afectiva inexplicable e incontrolable que se despliega ante la presencia de un objeto, un animal o una situación que no es cualquiera pues ha implicado una elección inconsciente. El sujeto puede nombrar lo que supone ser la fuente de su malestar extremo aunque no puede dar cuenta de la desproporción de su reacción afectiva ni puede explicar la causa. Una fobia actúa como una «barrera protectora» mediante la cual transformamosla angustia en un miedo desmesurado pero concentrado por una situación u objeto y nos concentramos en temerle a este, porque de esta manera podemos controlarlo, podemos elegir alejarnos de la situación u objeto y sentirnos a salvo. En palabras de Freud, generamos con la fobia «un proceso de acotamiento y de selección de las relaciones con el mundo». El objeto o situación fóbica entran a formar parte de la economía psíquica pues es a partir de ellos que el sujeto organiza su discurrir y sus tareas y actividades. Por lo tanto, no hay fobias genéricas ni diccionarios de fobias que sirvan para explicar el sentido de una fobia para un sujeto particular y por lo mismo, no hay tratamientos genéricos para atender la economía afectiva que con ellas se pone a jugar.
En cuanto a la angustia, que habría también que distinguir del miedo, se trata de un afecto mucho más difuso e intenso. Considerada por Kierkegaard como la expresión de lo más íntimo del hombre, la angustia se ha convertido para la psiquiatría como un signo de las más diversas patologías. Angustia en latín significa estrechez y dificultad; alude a una sensación opresiva, localizada en el pecho, que trae aparejada una dificultad para respirar y está acompañada deaflicción y tristeza. La angustia pareciera poner a jugar un riesgo vital para la vida del sujeto, implicando una encrucijada ante la amenaza de algo que no se puede nombrar y que remite a las vivencias más primarias y difusas del sujeto.
Existen distintas elaboraciones teóricas sobre lo que genera y despliega la angustia. Ha sido pensada como una intensidad que no pudiendo ser asimilada con los recursos psíquicos de los cuales se dispone, regresa al cuerpo traducida en sensaciones físicas intensas con un particular énfasis en el espacio donde se juega la respiración. La angustia también es vinculada a un factor o instante traumático cuyo retorno es vivido con la inminencia del peligro de la repetición de un quebranto fundamental de la vida psíquica. Pero, la angustia es ante todo un afecto que no miente y que se vincula con la dialéctica de la presencia-ausencia del objeto perdido. Su irrupción constituye una brújula crucial en el trabajo clínico que más que acallar habría que poder analizar en lo que ella anuncia sobre el deseo del humano.
La experiencia de la angustia tampoco es lo mismo que la crisis de angustia que se nos revela en los fenómenos actuales del ataque de pánico y los llamados desórdenes de ansiedad o de estrés post traumático y que colocan al sujeto en el registro de la impotencia y del desamparo social. Las crisis afectivas que encontramos en la clínica requieren tiempo y espacio para poder ponderarse y poner en perspectiva el contexto del que surgen, la dinámica que las sustenta y la economía que les subyace. La psiquiatría les recoge bajo la forma de trastornos provenientes de un desorden bioquímico que puede tratarse con medicamentos. Poco importa que esos afectos puedan ser efectos de devastación de una sociedad capitalista que sin duda exacerba las paradójicas vertientes de la vida afectiva de los humanos.
La economía del miedo y de otras vertientes de la vida afectiva, nutre a la industria farmacéutica, la mediática, la armamentista y a todo el andamiaje que las tecno-ciencias pueden vehicular. Se presentan inagotables ofertas para convocar y también calmar los afectos sin que medie espacio para el pensamiento y la palabra. El miedo es aliado de la ignorancia, del silencio, del aislamiento y del olvido, y su cultivo puede paralizar la acción y el pensamiento, la creatividad y la potencia de obrar del humano y las posibilidades de vinculación. Desde el dominio del discurso capitalista, los semblantes no juegan ya tanto del lado del reconocimiento sino del desconocimiento y el rechazo de lo diferente. Bajo esta sombrilla, el miedo abre el camino al pensamiento único y totalitario que se conjuga muy bien con las estrategias de docilidad y sumisión que el Estado necesita y con las estrategias de consumo y desenfreno que el discurso del capital viabiliza. Aquí encontramos el eco de la denuncia que hace tantos años hiciera Michel Foucault al hablar del bio-poder y del miedo y el pánico como argumentos de la política moderna.
La economía del miedo es también un asunto clínico, ético y político. Las respuestas no pueden ser solo singulares sino colectivas y políticas. Su puesta en marcha exige salir de la estulticia, es decir, de la propia ignorancia y más aún, de la ignorancia de la ignorancia, como condición de posibilidad para que ocurra algo distinto a la elección de la fuga, la sumisión o la desaparición en el consumo.