El Antillano
Los documentales tienen un lugar destacado en la historia del cine y es una pena que no siempre se puedan ver en los teatros de cine. Dos muy recientes que son excepcionales y que tuvieron una repercusión dramática en la vida del público en general son “Inside Job” (2010) , que trata de los banqueros y los bandidos de Wall Street y cómo causaron la crisis económica que aún vivimos, y la maravillosa historia del músico Sixto Rodríguez “Searching for Sugarman” (2012)que trata sobre la búsqueda de un talento que se presumía muerto. Ambos ganaron el Oscar.
Ahora tenemos, en el cine, un documental de hechura puertorriqueña sobre la vida de Ramón Emeterio Betances que demuestra lo que se puede alcanzar aquí cuando alguien se lo propone. Dirigida y concebida por Tito Román Rivera la película es un collage de medios que incluyen el dibujo, la ilustración y la animación de forma muy efectiva para trasladarnos desde Cabo Rojo, cuna del prócer, a Santo Domingo, Cuba, Haití y Francia, los lugares desde los que esta figura cimera se preocupó por el destino político de Puerto Rico y donde practicó sus convicciones morales de ayuda hacia el pobre y el desamparado.
Nos guían a través de los viajes que presuponen este amplio teatro de acción del médico boricua expertos historiadores entre los que se destacan el doctor Félix Ojeda Reyes, director del Proyecto Betances e investigador académico del Instituto de Estudios del Caribe, y miembro de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras; y el profesor emérito de la Universidad de París, el Dr. Paul Estrade. Estos dos conocedores de la vida y la obra de Betances nos van aclarando los detalles de los primeros años del prócer y algunas de las razones que han hecho que se le reconozca como “el Padre de la Patria”.
Los dos historiadores, como era de esperarse, tienen su estilo propio de cómo relatar lo que saben, pero ambos lo hacen con soltura y con evidente amor por el trabajo y la figura de un hombre cuyos sacrificios por la patria fueron profusos, profundos y perdurables. Aún resuenan entre nosotros muchos de sus planteamientos y se evidencia que hemos enquistado nuestras vidas en imaginarios transitorios (el ELA) o en unos que jamás se darán (la estadidad).
La fotografía, los dibujos y la animación, que hacen del documental una delicia visual, van uniendo la narrativa según avanza para conducirnos por algunos de los detalles emotivos de la vida de don Emeterio. La muerte a destiempo de su madre puertorriqueña y la decisión de su padre dominicano de enviarlo a estudiar a Tolosa en Francia fueron hitos que colorearon su vida y formaron sus ideas. Su participación en la Revolución de Febrero (1848) en Francia, sus estudios de medicina, el romance trágico con su sobrina María del Carmen Hénri, apodada Lita, a quien él convirtió posteriormente en “La virgen de Borinquén” en un cuento suyo.
Betances fue un medico dedicado al cuido de los pobres. Sus contribuciones humanitarias en ese sentido le ganaron la rúbrica adicional de “El Padre de los pobres”. Sus incursiones en la cirugía, particularmente la oftalmología, fueron destacadas. Asimismo, ayudó al desarrollo de la salud pública a través de su participación decidida y efectiva de la epidemia de cólera que azotó la isla en 1856.
Mucha de esta información Román Rivera la presenta a través de un montaje atrevido que combina, como ya he intimado, ilustraciones estupendas de Juan Carlos Torres, y animaciones de Emanuel Rodríguez cuya elegancia sobria influye en resaltar el arrojo político y la labor humanitaria del gran hombre, y, como era de esperarse para la época, poeta, que fue Betances.
Además de las importantes y certeras intervenciones de los entrevistados que ya he mencionado, hay que destacar las contundentes y eruditas participaciones de la cubana Josefina Toledo (Universidad de la Habana) y el dominicano, pediatra e historiador, Santiago Castro Ventura (Universidad Autónoma de Santo Domingo), que van tejiendo una amplia alfombra informativa que nos familiariza aún más con la gesta de Betances y, de más importancia, con el significado histórico de su obra.
Añade a la belleza del filme las visitas a los distintos países en los que Betances pasó tiempo. En ellos la cinematografía se encarga de hacernos partícipes de la hermosura de los lugares y de la bondad y hospitalidad de sus gentes. El adhesivo que logra juntar estas escenas con la vida de Betances es la música antillana que interpretan una serie de artistas que hubiera apreciado el médico libertador de haber podido escucharlos.
Según progresa el documental vamos escuchando las preguntas que sobre sus próceres se le hacen a distintas personas (usualmente a personas escogidas al azar) de los distintos países que pisó Betances. No voy a explicar este proceso ilustrativo de lo que puede ser la educación en una colonia, comparada con la de un país libre como lo son Cuba, Haití y la República Dominicana. Solo puedo decirles que se reirán y sufrirán con el resultado. Creo que les asombrará la respuesta de uno de los entrevistados más distinguidos sobre los próceres de Puerto Rico.
Uno de los secretos de un buen documental es cómo está hilvanado para que sostenga nuestro interés, nos dé información más allá de lo que sabemos y, de gran importancia, que nos sorprenda. Tito Román Rivera ha logrado todos esos y mucho más, creando a su vez una obra informativa, profunda, jocosa y hermosa. No hay ninguna razón, cuando llegue el momento, por la que El Antillano no deba competir para el Oscar en su categoría. No cabe duda de que se lo merece.