El desaprender como política: #YoNoViolentoPero
a la bandita del PIEM
“Cuando en verdad desearíamos comprender,
se nos obliga adorar”.
–Simone de Beavouir
Cuando cursas una maestría en estudios de género, donde tomas la mayoría de los cursos con toda la generación de la maestría, se crea cierta intimidad grupal, colectiva. Muchos de los temas que discutimos nos convidan a poner la cuerpa en juego, los privilegios sobre la mesa, la experiencia vivida y ese otro mundo posible al que aspiramos. Ya llevamos año y medio, nos conocemos todxs en mayor o menor medida. Sabemos desde donde debatimos, investigamos y vivimos; quiénes se acercan más desde los activismos, desde la academia y quiénes no vemos diferencia entre ambos espacios. Todxs feministas, pero desde diversas ópticas, vías y estrategias: desde quienes le apuestan a la femocracia y sus caminos institucionales hasta cuerpas que habitan el transfeminismo cuir. Lxs 17 hemos compartido discusiones, afinidades y diferencias a lo largo de este tiempo. Aquí me atrevería a decir, que más que aprender lxs unxs de lxs otrxs, la mejor enseñanza de este tiempo ha sido la práctica constante de desaprender. Un ejercicio continuo, sin fin, de crítica y de responsabilidad propia para con lxs otrxs en la munda. Ya casi culminamos, pero esa intimidad colectiva estalló, no se podía mantener más al margen del espacio donde se producía.
El tiempo estaba a nuestro favor, era la semana donde se celebra el 25 de noviembre, día de eliminación de todo tipo de violencia contra las mujeres. Lxs estudiantes de la Maestría en Estudios de Género de El Colegio de México decidimos lanzar la campaña #YoNoViolentoPero. La campaña se construyó con el fin de visibilizar esas violencias cotidianas, esas agresiones del día a día que sustentan la violencia sobre las cuerpas. También, se pensó la campaña para cuestionarnos cómo nosotrxs mismxs reproducimos estas agresiones y cómo sostenemos la violencia. #YoNoViolentoPero, esa frase tan cotidiana (que se disfraza tras “yo no discrimino pero”, “yo no soy machista pero”, “yo no soy racista pero”, “yo no soy homofóbico pero”), frase que luego del pero lleva la injuria machista, misógina, racista, clasista, homofóbica, devino en el gancho perfecto para cumplir con los dos propósitos de la campaña.
La campaña se construyó con base en pequeños carteles que llevaban la frase de #YoNoViolentoPero en la parte superior y uno de los ejemplos de violencia cotidiana en la parte inferior. Se realizó de dos maneras: una intervención en El Colegio de México donde pegaríamos los carteles y otra en las redes sociales. Esta última se volvió viral, varías organizaciones sociales, tanto en México como en otras partes de Latinoamérica se apropiaron de la campaña; tradujeron la misma a francés y portugués; nos escribieron desde distintas partes para que le enviáramos el documento con los carteles para utilizarlos en sus oficinas, escuelas o trabajos, e incluso, proponer y añadir otros ejemplos. Sin embargo, en El Colegio de México no tuvo la misma acogida.
Cuando al principio decía que la intimidad colectiva de la generación de la maestría estalló, me refería a esto: muchas de las frases recogidas en la campaña las escuchamos en el día a día en El Colegio de México. Fue un escogido de esas frases que hemos escuchado en ese espacio, y que también, hasta en algún momento repetimos. Frases puestas ante la mirada en la intervención para llamar la atención y crear una pausa cotidiana, un espacio para que viéramos la violencia que cargan, que promueven, que promovemos. Frases que cuando decimos qué estudiamos o llamamos la atención sobre ellas aparecen, haciéndose presentes de muchas maneras, incluso, cuando hay silencio.
Sí, luego de esta intervención en El Colegio de México estas frases se siguen repitiendo de manera ensordecedora con el silencio. ¿Por qué? Porque en menos de 24 horas de la intervención con los carteles, los mismos fueron retirados de manera arbitraria. El silencio se sustenta aún más, cuando luego de varias reuniones, cartas y juntas no hay explicaciones ni responsables. El silencio, la gran herramienta de la impunidad en la violencia machista, ha sido la única respuesta.
Vale señalar que ante esto, compañerxs de otros centros de El Colegio de México reaccionaron, se unieron a la campaña y en una intimidad colectiva y solidaria más abierta, volvimos a colgar los carteles. También exigieron explicaciones, recibieron la misma respuesta.
Pero aquí me interesa reflexionar sobre algo muy particular. En la semana de celebración del 25 de noviembre, El Colegio de México se iluminó de naranja, participando por primera vez de la campaña “Únete” de las Naciones Unidas. Campaña dirigida a señalar alto a la violencia contra las mujeres. Sobre esto no recuerdo escuchar comentarios por los pasillos, ni tampoco propició el revuelo y las reacciones que generaron los carteles, nadie intentó apagar las luces, ni lo sugirió. Entonces, ¿qué tienen de diferentes ambas campañas cuando ambas están dirigidas al reconocimiento y al alto de la violencia contra las mujeres?
Lo que tienen de diferente es lo que hace que la campaña de #YoNoViolentoPero sea incómoda para tantos. #YoNoViolentoPero es una interpelación directa, tan cotidiana como la frase, que no solo genera el reconocimiento de un problema tan imperativo como lo es la violencia de género, sino que pone de perspectiva que todxs la reproducimos cotidianamente. Que se nos pasa desapercibida en expresiones, en prácticas del diario vivir. #YoNoViolentoPero, tiene el potencial de aportar otra estrategia a una política del desaprender. Es decir, a una política de desaprender las maneras en que nos expresamos y nos relacionamos cotidianamente, para aprender otras maneras de hacerlo, sin las injurias violentas del machismo, el racismo, la homofobia y el clasismo.
Los ejemplos de la violencia cotidiana que acompañan esta frase en los carteles, lo que hace es recordarnos qué tan violentos somos mientras sigamos viendo las diferencias como desigualdades, y sustentándolas de este modo. La campaña busca quitar ese auge post-twitter-facebook, donde con un “like” o un “share” se permea cierta manera de hacer activismo, como mostrándole al mundo que sí nos preocupamos, mientras del otro lado seguimos sosteniendo lo mismo. No es tan solo una campaña que ilumina y le da reconocimiento a un problema social que urge atender y transformar, sino que, pone en nuestras manos la acción de esta violencia, le da un rostro. El propio, por esto incomoda.
Cada vez más, se permea en diferentes espacios públicos que emitir estos comentarios y realizar ciertas acciones está mal políticamente, por eso, sobre la iluminación anaranjada nadie dijo nada. Pero cuando, en un espacio más cerrado tenemos la oportunidad de arrancar un cartel porque nos interpela, lo hacemos. Luego callamos, no nos responsabilizamos, ni damos explicaciones. Alimentamos el silencio que alimenta la violencia.
Por eso me niego a que esta campaña se lea como una campaña que visibiliza el micro-machismo y las micro-agresiones, como varias personas han comentado sobre la misma. No le veo nada pequeño a la violencia del día a día, ninguna característica para minimizarla. Al contrario, en estas expresiones de la campaña, veo distintas maneras en que la violencia machista cobra fuerza, se sustenta y se relaciona con otras discriminaciones.
En fin, que esta campaña surgió de un estallido íntimo y colectivo, así como nos interpela cada frase. De una manera íntima y personal, pero que siempre es colectiva y social, que está envuelta en la manera en cómo nos relacionamos con lxs otrxs en la munda. Como una manera de reconocer que también somos parte del problema, de responsabilizarnos y apuntar bien a cómo reproducimos la violencia de género antes de caer en las cristalizaciones de señalar a otrxs. Por eso le apuesto a que más frases surjan, que más provocaciones se visibilicen, para mantenernos críticxs y responsables de una política del desaprender cotidiano.