El gran dilema: la introducción de trabajadores chinos a Puerto Rico
Respondiendo a la petición de 80grados y de muchos de sus lectores, inicio hoy una serie de artículos que resumen la investigación que he realizado por años; parte de la cual se encuentra publicada en el libro Los chinos en Puerto Rico, Ediciones Callejón, 2015. Investigación que no se detiene y que continúa produciendo nuevos hallazgos y debates. El tema en cuestión gira alrededor de la inmigración china a Puerto Rico, cubriendo desde el siglo XIX hasta nuestros días. En esta ocasión escribo sobre los elementos que incidieron sobre el proceso de introducción de trabajadores chinos en la Isla.
Para mediados del siglo XIX, Puerto Rico se enfrentó al despotismo gubernamental de España, el dilema de la abolición de la esclavitud y la supuesta escasez de mano de obra para adelantar el crecimiento económico, entre muchos otros problemas. La forma de enfrentar todos estos retos definiría el futuro político, social y económico de sus habitantes.
Históricamente, es conocido cómo miles de chinos emigraron a distintas partes de América durante el siglo XIX. Durante el periodo de 1847 a 1874 se estima que llegaron más de 500,000 de estos trabajadores chinos a América, pero seguramente fueron más. Entre los países que más fomentaron su uso y contratación como trabajadores cabe señalar a Estados Unidos, Perú, Jamaica y Cuba, entre otros.
Toda esta situación coincidió con la abolición del tráfico de esclavos en Europa. De esta manera los trabajadores contractuales chinos se convirtieron en un elemento social que ayudó a continuar con los planes abolicionistas. Esta nueva entidad social no era muy distinta a la esclavitud. Incluso, me atrevería a decir que, podía ser igual o hasta peor. Su origen se dio disfrazando los verdaderos matices, bajo la alegación de ser voluntaria, temporal y remunerada. La construcción idealista de este movimiento de trabajadores tranquilizó la demanda de mano de obra. No obstante, no se ha estudiado la epistemología del concepto como una esclavitud disfrazada y engañosa; por el contrario, se sigue presentando como una población voluntaria, libre y remunerada por su trabajo.
Y Puerto Rico, ¿qué posición adoptó sobre la introducción de trabajadores contractuales chinos? En uno de los periodos de mayor apogeo de la industria azucarera y ante la necesidad de mano de obra, si Cuba y Puerto Rico eran tan parecidos -de un pájaro las dos alas- qué impacto, si alguno, tuvo el concepto de trabajadores contractuales chinos en nuestra Isla. Aunque la historiografía no lo reconoce, en Puerto Rico hubo un movimiento para traer trabajadores chinos, igual al implementado en Cuba donde llegaron más de 142,000 entre 1847 y 1874.
El primer proyecto de inmigración de trabajadores chinos a Cuba y Puerto Rico data de 1846. En Puerto Rico, dicho proyecto quedó en el intento, ya que el gobierno español lo desatendió hasta 1852. Este primer ensayo fue fundamentalmente generado en Cuba, donde inicialmente se lograron introducir aproximadamente 600 trabajadores chinos en 1847.[1] Ese primer proyecto no tuvo los resultados esperados y no fue tan beneficioso para la agricultura como esperaban los hacendados cubanos.
En 1852 se reanudaron los intentos, incluyendo por completo a Puerto Rico. En esta fecha, el presidente del Consejo de Ministros, por Real Orden del 8 de mayo, pidió un informe al gobernador general de Puerto Rico, Fernando de Norzagaray, acerca de la conveniencia de introducir trabajadores chinos como solución al problema de la insuficiencia de mano obra.[2]
El gobernador Norzagaray, una vez escuchó el parecer de la Junta de Comercio de Puerto Rico, de la Sociedad Económica de Amigos de País y de la Capitanía General de Cuba sobre este particular, contestó que era sumamente necesaria esa mano de obra. Enfatizó que a pesar de la abundancia de jornaleros libres, había territorios donde no daban a basto para atender las exigencias de la industria, como era el caso de Ponce. Según el gobernador, uno de los hacendados más ricos le había solicitado permiso para introducir 500 o 1,000 chinos, porque entendía que sería un beneficio para la agricultura.[3]
El 1 de marzo de 1856, bajo el mandato del gobernador general José Lemery e Ibarrola, se reunió en el palacio de Santa Catalina la Junta Superior de Autoridades, compuesta por Antonio Vega de Seoane, regente de la Real Audiencia; Antonio de la Escosura y Hevia, Intendente del Ejército y Real Hacienda; el Brigadier Comandante de Marina José Llobregat; y el Deán de la Santa Iglesia Catedral, Jerónimo Mariano Usera y Alarcón. Luego de leído el Real Decreto del 12 de diciembre de 1854, la Junta acordó por unanimidad la introducción de trabajadores chinos.[4]
Esta Junta volvió a reunirse el 11 de abril de 1856, con el fin de fijar las normas que debían seguirse para llevar a efecto la introducción de los chinos. Con fecha del 26 de abril de 1856, el gobernador de Puerto Rico, José Lemery e Ibarrola, remitió al ministro de Estado copia de los acuerdos tomados por la Junta en estas dos reuniones, para que concediera su aprobación. Lemery hizo constar que los 3,000 trabajadores chinos serían destinados principalmente a los lugares más afectados por el cólera morbo.[5]
Sin embargo, uno de los mayores obstáculos para aquellos que interesaron contratar trabajadores chinos fueron las prevenciones establecidas por el gobierno de España en Puerto Rico. En la Isla las condiciones y leyes impuestas por la Corona Española para introducir trabajadores chinos, fueron más severas que las establecidas en otros países como Cuba. La complejidad del proceso y del trato que debían recibir los trabajadores, de cierto modo intimidó a las compañías interesadas, algunas de ellas, desistiendo de la idea de solicitar su introducción. Luego de conocidas las leyes y prevenciones, las compañías de Castro Lindegreen y Cía., Camacho de Castro y Cía. y Luis Mariani y Cía. enviaron un comunicado al Gobierno de Puerto Rico en el que pedían la rescisión del contrato del 7 de mayo, por el cual se les confirió el privilegio exclusivo para la introducción de trabajadores chinos en la Isla. Aunque algunas otras compañías continuaron con la idea de introducir dicha mano de obra, el gobierno de Gran Bretaña también intervino y no favoreció el proyecto. No por conflictos políticos, sino más bien por intereses económicos; al parecer la venta y producción azucarera de Cuba podía afectarse con el incremento de la mano de obra en Puerto Rico, perjudicando a poderosos comerciantes, hacendados cubanos y extranjeros radicados en aquella isla.
A pesar de que el proyecto para introducir trabajadores chinos a Puerto Rico nunca llegó a ponerse en vigor, se generó un caluroso debate a favor y en contra de la medida. Su mayor defensor, que presentó posturas a favor, fue El Ponceño, periódico regional de carácter literario y mercantil, publicado por Benito Vilardell.
El 12 de marzo de 1853 comenzaron los primeros señalamientos a favor de la entrada de los trabajadores chinos. Estas columnas periodísticas se convirtieron en puentes de debates; sin duda, pudieron influenciar positivamente en la aprobación del proyecto. En sus artículos, El Ponceño describió la trata amarilla como algo sumamente normal durante el periodo, pero más que nada necesaria ante la falta de brazos en la Isla. También enfatizó como características raciales importantes lo sumiso y apacible de estos trabajadores chinos.
“Los chinos han dado pruebas en la isla de Cuba, y en las colonias Inglesas donde se han introducido muchos miles, principalmente en Demerara, de ser no solo buenos agricultores y muy dispuestos para toda clase de trabajos, sino muy inteligentes y aptos a aprender cualquier oficio, además de ser generalmente de buena conducta, pacíficos y sin vicios.”[6]
Además de resaltar su buena conducta, el rotativo apeló a la opresión a que eran víctimas estas personas. De esta manera se invocó la buena voluntad de darle refugio a una clase trabajadora que era oprimida en el continente asiático. Las columnas del periódico construyeron la imagen de los trabajadores chinos como víctimas de un gobierno opresor. Ofrecerles refugio y trabajo en esta región se convertía en un acto de beneficencia para los hacendados. Igualmente, se fomentaba, una vez finalizado su contrato, la permanencia de estos trabajadores en la Isla, pues serían hombres útiles para el estado.
“Los habitantes del Archipiélago Chino son hombres laboriosos, y la postración de aquellas islas se debe a su despótico Gobierno, que no tiene más ley que su capricho, ni más razón que el sable del mandarín; y agobiados bajo el peso de una religión supersticiosa y tiránica que impide el desarrollo de la inteligencia. Estos hombres apartados de su país natal, trasladados bajo nuestro Gobierno sabio, equitativo y justo en presencia de nuestra santa religión; después de concluido los ocho años de su empeño, podrían ser hombres muy útiles a sí mismo y al estado.”[7]
Sin embargo, de igual manera existieron aquellos que se oponían a la entrada de este tipo de mano de obra. Entre estos cabe destacar la figura de José Julián de Acosta, quien se expresó en contra por considerarse contrario a los intereses demográficos de la Isla. El 28 de octubre de 1853, José Julián de Acosta, en su artículo “Cuestión de Brazos”, también rechazó las posturas de otros sobre la falta de brazos para trabajar la agricultura en Puerto Rico.[8] Para José Julián de Acosta, el mayor problema era la falta de educación para activar la clase trabajadora.
Otro argumento de Acosta lo fue la pobreza que caracterizaba a esta población, que en muchos casos ni siquiera tenían alimento. Como tal, según Acosta, sería difícil poner la población de la Isla ante una raza oriental, indolente por temperamento y poco apta ante la civilización occidental. Además, de Acosta y Calbo dudaba del amor al trabajo que estos trabajadores podían traer a Puerto Rico, cuando básicamente eran forzados a cumplir sus contratos en Cuba. Para este, la inmigración china a la Isla no aportaría ningún elemento nuevo de moralidad; y, tal vez importarían los vicios que corrompieron a Grecia, Roma y a muchos cristianos de la época de las cruzadas.[9]
Estas posturas de José Julián de Acosta no estuvieron solas, ni fueron únicas en la Isla. Otro ejemplo es la noticia publicada el 16 de agosto de 1856 en El Fénix:
“Ignoramos completamente el carácter dominante o nacional de los coolies (trabajadores chinos), no sabemos hasta qué punto están arraigadas en ellos supersticiones de su religión, ni si sus leyes hacen de ellos hombres bárbaros o crueles, ni si en fin son aplicables al trabajo, y si obedecen con humildad las órdenes del superior, y si reciben el castigo a que se hagan acreedores, con resignación convictos de culpa. Tampoco sabemos prácticamente cómo obra nuestro clima sobre hombres de tan remotos países. Demos por sentado que se nos pueda responder satisfactoriamente, que los coolies llenan nuestros deseos. ¿Cuál es el gasto que ocasiona cada uno?”[10]
Ante el debate y dilema surgido entre El Ponceño y José Julián de Acosta, se desprende que el problema de mano de obra en la Isla era más serio de lo estudiado y evaluado hasta ahora. Así se confirma que, existieron posturas a favor de introducir trabajadores chinos, mayormente en el área sur y oeste, donde la economía azucarera estaba en auge. Por su parte, José Julián de Acosta se aferró a la no introducción de chinos ya que atentaba contra los elementos abolicionistas del periodo. Sin embargo y a pesar de la supuesta abundancia de mano de obra, la participación laboral era limitada, un problema que quebrantaba el crecimiento económico de la Isla.
A pesar de que empresarios, mayormente del sur y oeste, de la Isla estuvieron muy motivados, su interés y necesidad suscitó todo un debate social, económico, demográfico y hasta racial. Cabe destacar que a Puerto Rico llegaron cargamentos de trabajadores chinos. Por ejemplo, la fragata inglesa Carpentaria llegó a la Isla el 13 de mayo de 1855, con un cargamento de 700 chinos. Tres días después se marchó con la misma carga. Al parecer los comerciantes en Puerto Rico no contaban con tanto capital para introducir cargamentos de chinos como los comerciantes en Cuba. Esto lo demuestra José Julián de Acosta e incluso el periódico El Ponceño y posteriormente la Sociedad Económica de Agricultura. En Puerto Rico los hacendados no contaban ni siquiera con capital para comprar esclavos negros como en Cuba, mucho menos tenían para invertir en un proyecto lucrativo pero costoso.
El dilema que generó el proceso de la introducción de trabajadores chinos en Puerto Rico y que desembocó en su no implementación como mano de obra en la Isla posee una gama de ambivalentes matices. Por un lado, fue una respuesta al régimen español y su despotismo gubernamental, al querer disminuir y eliminar el abuso que se cometía contra los trabajadores, no aceptando una mano de obra similar a la del esclavo. La no aceptación de trabajadores contractuales chinos estuvo favorecida por aquellos que querían cambios, quienes deseaban acabar con la esclavitud. Esto demuestra lo adelantada que se encontraba nuestra Isla en términos humanitarios en contra de la trata esclavista. En este sentido, en Puerto Rico permeaban elementos sociales que, por lo visto, los grandes hacendados de Cuba lograron opacar o que todavía no estaban presentes.
Por otro lado, la no introducción de trabajadores contractuales chinos se puede ver como un atentado discriminatorio que hasta cierto punto perjudicó el progreso y crecimiento económico de Puerto Rico. De igual manera, se puede percibir como una estrategia de sectores por mantener el control demográfico y racial en la Isla. ¿Será que lo diferente, nos hace indiferentes? La ambigüedad de muchas de estas posturas también se debió al gran desconocimiento que existía en la Isla sobre China y los trabajadores chinos. Desconocimiento, que me atrevería a decir, que perdura hasta nuestros días.
Aunque en Puerto Rico no se llegó a introducir el proyecto, en la historiografía puertorriqueña constantemente se hace referencia a los confinados chinos que trabajaron en la Carretera Central; hasta parece un dato común y muy generalizado en nuestra historia. El problema es que el dato ha quedado allí, sin más, ni menos información. Los confinados chinos que laboraron en la Carretera Central es uno de esos datos enigmáticos de nuestra historia, que todos parecen saber, pero que en realidad nadie conoce. ¿Por qué llegaron confinados chinos a Puerto Rico y de dónde? ¿Hubo oposición a su introducción en la Isla? Esas y otras interrogantes serán expuestas y explicadas en el próximo artículo.
[1] Juan Jiménez Pastrana, Los chinos en las luchas por la liberación cubana, 1847-1930. La Habana, Cuba: Instituto de Historia, 1963.
[2] En Archivo Histórico Nacional, Sección: Ultramar, legajo 5084, expediente 49.
[3] En Archivo Histórico Nacional, Sección: Ultramar, legajo 5084, expediente 49..
[4] En Archivo Histórico Nacional, Sección: Ultramar, legajo 5084, expediente 49..
[5] En Archivo Histórico Nacional, Sección: Ultramar, legajo 5084, expediente 49.
[6] El Ponceño, 9 de abril de 1853, p. 2.
[7] El Ponceño, 12 de marzo de 1853, p. 1
[8] José Julián de Acosta y Calbo, Colección de artículos publicados. San Juan, P. R.: Imprenta De Acosta, 1869. El artículo fue escrito el 28 de octubre de 1853, pero fue publicado el 2 de noviembre de 1853 en el Boletín Mercantil de Puerto Rico, p. 2.
[9] José Julián de Acosta y Calbo, Colección de artículos publicados. San Juan, P. R.: Imprenta De Acosta, 1869.
[10] El Fénix, 16 de agosto de 1856, p. 2.