El hispano Republicano
Pasadas las elecciones presidenciales, dado el apoyo recibido por Trump de un porcentaje sustancial de votantes Hispanos, los medios le dieron bastante cuerda al alegato de que en Estados Unidos el voto Latino no existe. La premisa absurda de ese alegato es que para que exista un voto Latino éste tiene que ser homogéneo. Por supuesto, esa premisa ignora el hecho de que heterogeneidad no es sinónimo de falta de identidad. Es correcto que la comunidad Latina en Estados Unidos es políticamente diversa, pero concluir a base de eso que el voto Latino no existe es como decir que la existencia de diferentes naciones niega la existencia de la humanidad.
La identidad política de los Latinos en Estados Unidos es clara: la mayoría son Demócratas y así ha sido el caso por más de treinta años. Los puertorriqueños son los más Demócratas de los Latinos y son además uno de los grupos más leales al partido Demócrata, figurando en segundo lugar en esa categoría después de los Afro Americanos.
Entre 1988 y 2020, el porcentaje de apoyo más bajo de los Latinos a un candidato presidencial Demócrata fue de 53% a favor de John Kerry en el 2004. El 2020 no fue una excepción a ese patrón de conducta electoral. Dicho de otro modo, que en ese año un porciento sustancial de Latinos votara a favor de un candidato Republicano no fue nada nuevo y fue parte del patrón regular de voto esencialmente Democrático de ese grupo.
¿Cúal es el significado entonces de que entre los Latinos haya muchos que se identifican con el partido Republicano y apoyan sus candidatos?
Hay quienes piensan que ser Latino y Republicano es un oximorón. Para un liberal ello es evidencia del Síndrome de Estocolmo. Para los marxistas es evidencia de falsa conciencia. Pero ambas caracterizaciones revelan una actitud condescendiente y una presunción de que la relación entre el ser social y la conciencia es automática y lineal. Ser Latino y Republicano es tan aceptable como ser puertorriqueño y preferir el rock a la salsa. El problema surge cuando esos Latinos Republicanos se identifican con tendencias autoritarias, fascistoides y anti-democráticas.
¿Es ese el caso con los Latinos que votaron por Trump en el 2020? Es difícil decir que eso es así con absoluta certeza. Es más fácil decirlo respecto a Cruz, García, Díaz-Balart y Giménez, pues durante el juicio de Trump se alinearon con el ex-presidente en su incitación fallida a la subversión de una elección democrática. En esa canasta también cabe el senador de Florida Marco Rubio.
El partido Republicano en el Congreso se ha convertido, en los hechos, en el partido del racismo, la desigualdad, las teorías conspirativas desquiciadas de Qanon, el autoritarismo fascistoide y la supremacía blanca. En torno a esto está la prueba del voto de 41 senadores Republicanos en contra del enjuiciamiento de Trump, el voto de 199 Republicanos que se rehusaron a sancionar a Marjorie Taylor Greene, representante del distrito 14 de Georgia y la voz principal de Qanon en el Congreso, y el voto de los 43 senadores que exoneraron a Trump.
La oposición Republicana al enjuiciamiento y condena de Trump fue justificada con razones seudoconstitucionales. Taylor Greene fue defendida con un alegato procesal absurdo dadas las razones por las cuales ella fue sancionada. Los Republicanos que apoyaron a Taylor Greene se sumaron a sus reclamos lunáticos. Los que apoyaron a Trump en el contexto de su conducta subversiva, se alinearon con su autoritarianismo narcisista y fascistoide y con su endoso de la supremacía blanca.
En el caso de los Latinos, la cosa se complica con el voto de la Republicana de origen cubano que representa al distrito congresional 11 de Nueva York, Nicole Malliotakis, contra Taylor Greene, al cual se le sumaron el de Maria Elvira Salazar, Republicana del distrito congresional 27 de Florida y el de Díaz-Balart y Giménez.
De otra parte, Salazar, Giménez y Malliotakis son miembros del grupo Fuerza Libertaria que se define como anti-socialista y cuya misión es atacar a la mal llamada Escuadra que liderea la puertorriqueña Alexandria Ocasio-Cortez, Demócrata que representa el distrito congresional número 14 de Nueva York. Además, estos congresistas han equiparado a Taylor Greene con las congresistas Demócratas Ilhan Omar, de Minnesota, y Maxine Waters, de California, lo cual es como decir que el arsénico y la harina de trigo son iguales.
Taylor Greene abogó por el asesinato de líderes Demócratas. Según ella, los ataques del 11 de septiembre y las masacres en la escuela elemental Sandy Hook en Newton, Connecticut y en la escuela superior Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida nunca ocurrieron. Ella alega que esas masacres fueron puestas en escena como si fueran obras teatrales. Declaraciones tan horrendas no tienen el más mínimo equivalente en nada que hayan dicho jamás Omar o Waters o nadie en el partido Demócrata.
Si el comportamiento de líderes Republicanos Latinos es inconsistente, y si dentro del partido hay elementos tanto razonables como despreciables, es lógico pensar que lo mismo sucede en el seno del electorado Latino que es Republicano.
El voto Latino existe pero precisamente porque no es monolítico, precisamente porque alberga en su seno tendencias antidemocráticas como las que representan Cruz, García, Diaz-Balart, Giménez, Rubio, Salazar y Malliotakis, es que es necesario hacer todo lo posible para que su impulso mayoritario continúe siendo parte de las fuerzas contrarias, es decir, las fuerzas que luchan por la decencia, la razón, la democracia y la igualdad.
Cuando se habla de la participación política de los Latinos en Estados Unidos, en vez de negar la existencia de un carácter distintivo de grupo es más apropiado tanto establecer patrones de conducta como identificar sus vertientes diversas. La vertiente diversa más importante en ese electorado es la del hispano Republicano. Es una vertiente de carácter histórico; no es una aberración del proceso electoral del 2020. Por supuesto, el partido Demócrata está consciente de la existencia de esa vertiente pero lo que le falta por reconocer es su potencial Democrático. De suerte que, además de dejar de dar por sentado el voto Latino, el partido necesita evitar asumir que el Hispano Republicano es un caso perdido. El futuro del partido depende de que cobre conciencia de esas dos necesidades.
Mientras exista el colegio electoral, el partido Demócrata necesitará redoblar sus esfuerzos en Florida, Texas, Arizona y otros estados donde el voto Hispano incluye un segmento sustancial que es Republicano. Esos hispanos no son necesariamente deleznables por haber votado por Trump ni un caso perdido por ser Republicanos.
Es difícil que en este siglo el electorado registre un fenómeno similar al de los Demócratas de Reagan; es decir, que surja un bloque de votantes Republicanos que estén dispuestos a votar por un candidato Demócrata a nivel presidencial. No obstante, en la política todo es posible, especialmente cuando se hace un esfuerzo consciente para lograr que lo que es posible se convierta en realidad.
Así, para que ocurra un re-alineamiento que incremente la fuerza del partido Demócrata en la comunidad Latina, tienen que ocurrir tres cosas: primero, que el partido Republicano se mantenga firme en su orientación Trumpista, es decir, autoritaria, plutocrática, xenofóbica, y fascistoide; segundo, que el partido Demócrata desarrolle una campaña de educación sistemática que exponga el carácter desgraciado de esas tendencias; y tercero, que el partido asuma el mismo curso que en Florida hizo que en los años 80 el ex-congresista Lincoln Díaz-Balart se pasara del partido Demócrata al Republicano.
El caso de Díaz-Balart es emblemático del re-alineamiento de los cubanos en Florida y ejemplar en términos de lo que hace falta para persuadir a un grupo de votantes a que prefiera una identidad partidista sobre otra: apoyar seriamente a sus candidatos electorales, proveer recursos que atiendan sus necesidades, y designar a sus representantes a posiciones políticas importantes.
El discurso de Mitch McConnell contra Trump durante la clausura del juicio del ex-presidente fue el primer salvo de una guerra interna dentro del partido Republicano. El objetivo de McConnell es quitarle el control del partido a la mayoría que durante el juicio votó a favor del ex-presidente, de la cual él mismo formó parte nada más que para retener su posición de liderato. Esa guerra interna podría debilitar al partido si el elemento MAGA mantiene su control de la organización o podría revitalizarlo si la batalla termina depurando al partido de ese elemento. De cara a ese futuro incierto, el partido Demócrata no debe esperar pasivamente a que los Republicanos se destruyan a sí mismos ni a que salgan más fuertes al lograr deshacerse de la influencia de Trump. Por eso, en adición a una campaña sistemática de denuncia del Trumpismo, el partido necesita ser identificado con mejoras en la economía, con modos de bregar efectivamente con el problema del cambio climático, con una reforma de la política de inmigración que la haga más eficaz y humana, y con la superación de la pandemia del COVID-19. Lograr esas cosas no va a ser fácil pero son posibles si los Demócratas se aprovechan de su ventaja partidista, se deshacen de la ilusión de la cooperación bipartidista, y se mantienen férreos en su orientación progresista.
La pugna que hoy existe en el seno de la oficialidad Republicana también existe en el seno del electorado Latino que es Republicano. Lo que no se sabe con precisión es cuál es su alcance. Es decir, no queda claro cuántos Latinos se identifican con Taylor Greene, quien se ha convertido en epítome de las tendencias más repugnantes que hoy habitan el partido, o con Adam Kinsinger, representante del distrito congresional 16 del estado de Illinois, quien fue uno de los pocos Republicanos que votaron a favor de enjuiciar a Trump por sus actos sediciosos. Una presunción razonable es que en la mezcla de preferencias conservadoras y liberales que definen al voto Latino, el ingrediente Trumpista no es necesariamente homogéneo y por ende que buena parte de ese elemento no tiene nada que ver con el autoritarismo narcisista, racista, xenofóbico y fascistoide del ex-presidente. Es a esa parte del voto Republicano Latino a la cual el partido Demócrata necesita acercarse sin dejarse amedrentar por la posibilidad de que el compromiso de esos Hispanos con el partido Republicano sea más sólido que su compromiso con Trump.
Desde enero del corriente el partido Republicano ha perdido miles de miembros en estados claves como Carolina del Norte y Pennsylvania. De los votantes que ha perdido un número sustancial son mujeres y a los que atrae son cada vez más ciudadanos de baja escolaridad. Por desgracia, entre esa membresía hay una mayor disposición a aceptar mentiras y medias verdades. Por ende, la propensión de estos miembros a seguir a Trump como un fanático sigue a un Mesías es significativa. Para lograr que los hispanos Republicanos rechacen esa tendencia oscurantista y autoritaria tiene que haber una fuerza alterna que haga un esfuerzo sistemático para alejarlos de ese pantano.
Para lograr eso, el partido Demócrata debe reconocer que muchos Latinos no se identifican como miembros de una minoría oprimida. Por esa razón el partido no debe asumir que el grupo en su totalidad ve al partido como su aliado natural. El partido tampoco debe asumir que la mentalidad de inmigrante en la comunidad es una característica incambiable pues hacerlo ignoraría como a través del tiempo la mentalidad de los Latinos cambia a medida que cobran consciencia del prejuicio racial en el país y se ven afectados por la discriminación económica, social y política.
De otra parte, para que los Latinos sean Demócratas tampoco es necesario que crean que el sueño americano es en realidad una pesadilla. Al contrario, la ideología Democrática se basa en la creencia de que el sueño americano es un ideal que puede alcanzarse mediante esfuerzos individuales y de política pública. La gran diferencia en la versión Republicana de esa creencia es que para los Republicanos los obstáculos que se interponen entre ese sueño y la realidad son puramente individuales.
Si bien es cierto que el hispano Republicano es fundamentalmente pro-capitalismo, que valora la familia, el trabajo, y que es patriótico y anti-comunista eso no implica que no se le pueda persuadir a que vote por candidatos Demócratas. Después de todo, nada de eso es incompatible con la etiqueta Demócrata.
El apoyo mayoritario y consistente de los Latinos a candidatos presidenciales Demócratas durante los últimos treinta y pico de años no debe ser causa para concluir que el hispano Republicano no merece atención. Eso sería un error garrafal. Los cubanos pasaron de Demócratas a Republicanos a través de los años precisamente porque Republicanos como Jeb Bush en Florida decidieron hacer lo necesario para sonsacarlos. No reconocer que el voto Latino es a la misma vez estable y susceptible al cambio sería el error más grande en que podrían incurrir los Demócratas.
El resultado del juicio de Trump ha dejado demostrado que el partido Republicano es sin duda su partido y que la organización se ha convertido en el instrumento político más prominente de la supremacía blanca. En un sentido amplio, la lealtad de un sector importante del partido a Trump es claro reflejo del sentido de vulnerabilidad de los blancos ante los cambios demográficos que a partir del censo de 2010 sugieren un futuro americano diverso, multicultural, progresista e igualitario. Si los Republicanos cogen cabeza se darán cuenta de que ese sentido de vulnerabilidad no tiene base y que al final de la ruta trazada por Trump lo único que hay para el partido es su conversión en un partido minoritario.
Por el momento, los indicios de que el partido Republicano está dispuesto a desheredar a Trump son tenues. El partido no parece tener una idea clara de cómo rechazar el chantaje de los 74 millones de votantes que apoyaron a Trump en la elección del 2020. La presunción más razonable respecto a los Latinos que formaron parte de esos 74 millones de votantes es que en muchos casos el apoyo a Trump fue circunstancial o de apoyo al partido más que al candidato. Si ello es así, es razonable suponer que en la marcha hacia un futuro norteamericano progresista y egalitario se puede contar con el apoyo de al menos una parte del voto hispano que es Republicano: la parte que repudia al Trumpismo y que vota pragmáticamente en vez de a base de principios. Pero eso no se puede asumir y nada más si no que hay que trabajarlo. Es cierto que es prácticamente imposible predecir el rumbo del cambio social pero eso no significa que haya que esperar el cambio con los brazos cruzados.
La conducta y decisión de los senadores Republicanos en el juicio de Trump comparada con su conducta y decisión en el juicio de Bill Clinton, revela que para ellos una infracción sexual es peor que un atentado insurreccional contra el gobierno durante el cual sus propias vidas y la de su vicepresidente estuvo amenazada. Los dos hispanos Republicanos en el Senado que votaron a favor de exonerar a Trump se sumaron a ese consenso. Es una gran ironía que en el conteo de los votos a favor de Trump, el de Marco Rubio fue el número 34, es decir, que su voto fue el que garantizó la exoneración de Trump pues esa era la cantidad mínima de votos que el ex-presidente necesitaba para salir absuelto. Esa es una carga simbólica para los Latinos que es preciso reconocer.
Los hispanos Republicanos en el Congreso deberían pagar un precio por rendirse de modo supino a Trump; especialmente Ted Cruz y Marco Rubio, contra quienes Trump profirió insulto tras insulto durante las primarias presidenciales del 2020. Lograr eso no será fácil. Tampoco lo será lograr el re-alineamiento del hispano Republicano. Lo importante es recordar que el hispano Republicano en el Congreso no es lo mismo que el hispano Republicano en el electorado. Al amparo de esa distinción es posible reconocer que, aunque el Trumpismo entre los votantes Latinos no es un espejismo, tampoco es guía permanente de su futuro comportamiento electoral.