El poder de la protesta y las consignas sanadoras de la diáspora

Foto de la manifestación tomada por William Muñoz Aponte.
Esas noticias reavivaron el coraje y despertó una revolución. Y es que como una vez dijo la feminista caribeña Audre Lorde, el expresar nuestra rabia, nos hace crecer.[1] La rabia es una respuesta al atropello y el acto mezquino de servidorxs públicos que se enriquecen del empobrecimiento de tantas personas. Tal respuesta requiere acción, y en Puerto Rico miles decidieron protestar. Desde la diáspora, saber lo que sucede no me era suficiente. Marché con las multitudes desde mi sala, escuchaba los medios de comunicación día y noche, publicaba todo lo que pudiera ayudar a distribuir la información a través de redes sociales, gritaba las consignas a las paredes de mi casa, y le gritaba al personal de las noticias las veces que difería cuando describían erróneamente lo que veía a través de videos en vivo. Esos videos me mantuvieron presente, en ellos veía cómo la policía actuaba con el gas pimienta en contra de manifestantes y temblaba cada vez que avanzaban contra el grupo desarmado. Esos videos me ayudaban a no enfermarme de impotencia.
Dos días antes de la protesta multitudinaria, caminaba por la casa pensando en ideas para participar de esta a sobre tres mil millas de distancia. Una amiga Boricua que vive en Seattle, WA me escribe para preguntarme si sigo viviendo en Spokane, la ciudad a la que me mudé para trabajar como profesora y el cual está a casi 300 millas de Seattle. Entendí su pregunta e inmediatamente le contesté “me avisas, yo le llego.” Sabía que se trataba de una manifestación en solidaridad con las protestas que se llevaban a cabo en la isla. Varios de nosotrxs comenzamos a regar la voz a través de las redes sociales. Originalmente la idea era cantar consignas y tomarnos una foto para unirnos a las tantas otras que llegaban de todas partes del mundo. Pensamos que llegarían quince o veinte personas. En cuestión de horas la lista llegaba a 200 Boricuas en Seattle. La rabia era colectiva, se evidenció en las conversaciones de esta nueva comunidad, una comunidad que nació de la urgencia a protestar y demandar la renuncia de Roselló.
Tan pronto organizamos los detalles, compré un boleto de avión y viajé para Seattle vestida de negro y con bandera en mano. La tarde de julio 17 llegamos al punto de encuentro. Carteles, panderos, banderas puertorriqueñas, y la familiaridad de nuestras caras animaban el ambiente. Allí nos reunimos gente de varias generaciones, ideales políticos y hasta amistades de otros países que quisieron participar de la manifestación. Tan pronto comenzamos a cantar consignas sentí una energía en el pecho que me pedía alzar la voz: “¿Y cuando, cuando, cuando es? ¡Ahora, ahora, ahora es!,” “Ricky, escucha, queremos la renuncia,” “Ni pa’ ricos, ni corruptos, Puerto Rico es nuestro punto.”
Aunque no conocía la mayoría de quienes allí estaban, se sentía un calor familiar que mitigaba el pesar de estar tan lejos de nuestra isla en momentos como este. Pero lo más impactante fue el ritmo de los panderos, las voces que en coro cantaban las consignas y el sentir mi cuerpo en movimiento. Aquello provocó una sensación de alivio, algo sanaba adentro. Anteriormente había participado de protestas, pero esta vez era distinto. Esta protesta era tan personal como colectiva. Era un grito que llevaba tiempo acumulándose y ahora se expandía mas allá del territorio al que llamamos hogar. La protesta muchas veces ayuda a sanar. Es la acción de expresarse colectivamente (y otras veces de forma individual) en la cual se le habla directamente al poder, y el acto de usar nuestras voces y cuerpxs externaliza ese sentir común.
En marzo, un colectivo de profesionales de la psicología que se enfoca en lo que nombran como sanación radical, publicó un artículo en Psychology Today en el que se argumenta que una sanación radical está presente en acciones que promueven una vida digna y de respeto. A diferencia de la sanación convencional, la sanación radical incorpora estrategias que abordan las causas profundas de traumas mediante el desarrollo de las fortalezas de las personas y la participación en prácticas generales y culturales específicas a la comunidad que promueven la resiliencia y el bienestar.[2] Tanto en nuestra manifestación solidaria en Seattle como las protestas multitudinarias en Puerto Rico, se describe una fuerza y resistencia unitaria con el fin de hacernos escuchar ante las autoridades que dirigen el país. Estas protestas se manifestaron en diversas formas, todas muy nuestras, familiares a las ideas de identidad que colectivamente se han asumido como puertorriqueñas.
Cuando finalmente se hizo público el mensaje de renuncia, me golpeó una ola de emociones que me hicieron llorar. Parte era alegría, alivio, tristeza, y hasta incredulidad; pero más que todo lloré por Miguelito Coss, la muerte más cercana que tocó a mi familia luego del huracán, y por las sobre cuatro mil personas que como él fueron objeto de burla para esos rufianes. Las lagrimas de dolor desaparecieron a ver las calles llenas de celebración y me inundaron lágrimas llenas de esperanza al ver la gente saltar triunfadora. Un Puerto Rico donde se desvalorizan las acciones misóginas, racistas, transfóbicas, corruptas, entre otras formas opresivas, es posible. Así se demostró por trece días en las calles de nuestra isla, como también en nuestras casas y las comunidades que nacieron de esta revolución.
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Referencias
[1] Mi traducción del ensayo “Uses of Anger: Women responding to Racism” escrito por Audre Lorde en el libro Sister Outsider: Essays and Speeches (1984).
[2] Puede acceder al artículo en la siguiente dirección electrónica: https://www.psychologytoday.com/us/blog/healing-through-social-justice/201903/the-psychology-radical-healing