“El vaso lleno de azul agave”.
Agave azul, de Irizelma Robles. San Juan: Folium editores, 2014.
Habría que escribir desde la embriaguez plena y sumergirse en el color, en el sonido furioso, lento y sensato de la palabra agave, en el azul de los calados. Y sentir los erizamientos y las agujas de las piñas de la planta, el ejército de sinestesias. De ese lugar en el sembradío de maguey no se sale ilesa porque las espinas esparcidas como un abanico desplegado hieren cuando se las corta. El efecto cromático también tiene algo que decir en el epígrafe: suelo rojo y plantas celestes contra un paisaje campesino lleno de sol e iluminado por el silencio que dejan las hojas llameantes sobre el horizonte. Hoy hablaré sobre la técnica del lento fuego donde se volatilizan los alcoholes. La producción artesanal de estas pócimas embriagantes cuyos vocablos (tequila, mezcal, pulque, aguamiel) nos entusiasman, son el telón de fondo de los lugares que descubre el poemario de Irizelma Robles.La producción del tequila es artesanal, y el libro parece rendirle tributo al ritmo sosegado de cada una de las etapas de su producción. Todavía la modernización no provoca la fuga y conversión en industria ni al campesino en obrero. Es lento el crecimiento de la planta por diez años, las hojas son bellas, todo se hace manualmente, siembra, corte, cocimiento, fermentación y refinado, para que dependiendo de las cualidades organolépticas del tequila y de su destilado se dirima el potencial de la embriaguez. Agave azul también tuvo que esperar, y el producto es añejo porque reposó más allá de los 18 meses, contrario al envejecido que solo debe esperar tres. El contenido de metanol, entonces, se precipita y no da cruda. Así nos sentimos al terminar la lectura, bebidos, sin intoxicación.
El libro está dividido en siete partes, repartidas quizás entre los cinco sentidos: el gusto de la bebida y la comida donde se sugiere un rito: En “Merienda en Cholula” nos hallamos “en los predios del templo/cuando el olor de la piña/ se adhirió a las piedras/hablamos del amor/pero sobre la piedra/callamos”. El gusto (sobre la piedra del sacrificio), es complementado por el tacto (líquido del agua), el oído (en el relato de la muerte), el olor (a mosto), la vista (del horizonte rojo). El recorrido se hace asumiendo una distancia que no atañe al recuerdo, sino a la instalación firme de la voz poética en presente (el tiempo verbal que predomina durante el recorrido) y en una secuencia de imágenes, todas relacionadas con una vida en México. Los referentes atañen al hecho continuo de observar la diferencia entre las cosas: las mujeres indígenas sumidas en un tiempo abstracto, ceñidas a sus deberes maternales, el efecto del pulque en los hombres y su desgaste cotidiano, un olor, un tejido, un silencio. La filiación con el lugar y el espacio artesanal no debe pasar desapercibida. Hay un recorrido de lugares y lo que sus nombres evocan: Cholula, Palenque, Veracruz. Frente a la globalización, la voz poética registra y se instala en los lugares y en lo que allí acontece. La preparación de la bebida es tan lenta como la de los poemas. Se adhieren a un paisaje, que la lengua y los vocablos en náhuatl evocan. Toda comida es un ritual que es una celebración a su vez. Al principio del texto, nos atrapan las instantáneas, los tiros fotográficos a varias escenas mexicanas donde la cotidianidad se llena de un pasado aún vivo y sin nostalgia. Se trata de una reactualización vital, como el mosto vivo del tequila cuando aún no se ha volatilizado el alcohol. Es propicio al gusto lo que se ve por los ojos de otro: mangos, piñas, tortillas. La actitud de la voz poética es contemplativa sin ser ceremoniosa, por allí pasa una vida que quiere celebrar. Todo se degusta aquí, se sirve en tajadas lentamente, incluso los cuerpos sufrientes y envejecidos de las mujeres que dan de lactar, transmitiendo el líquido de la vida con cierta muerte implícita, desgastándose.
Si con el gusto inicia el texto, le sigue el tacto del agua, el destilado en la segunda parte: el aljibe. Parecería que el universo es de agua y se derrama aquí, entre dos inmediaciones que se fusionan, más bien, que se agitan, dos líquidos, a saber, la cultura popular y la letrada, en una misma bebida purificadora. Carlos Fuentes, José Gorostiza, Guadalupe Posada, pasan por ahí, pero también las mujeres, el mercado, puedo imaginarlo, el de Chapultepec, las flores empapadas de agua y el sonido chorreando, la borrachera de flores empapadas como pigmento de tejidos, chorreando color. La metonimia líquida se instala para que no se ahoguen quienes pasen por esta sección donde mujeres lactan, el henequén destila savia, el aguamiel es incorporada al cuerpo como sanación embriagante, el aguazul del blues en modo mexica triste se tiende sobre el mar y Gorostiza no puede faltar en las canciones para cantar en las barcas, pero el sonido después de tanto cromatismo ruptura el tacto líquido del agua que corría. Esa alusión detiene el fluir y allí se esclarece el lugar de quien hasta ahora ha visto y se ha embriagado. La voz poética dice: “Canto desde el centro de mi voz sin olas” (22). Y de Orozco lo que hay es un hospicio en Guadalajara que funciona como museo donde él guarda la sed convertida en el arte ocre y gris de los murales. El aguafuerte, el aguarrás, el aguardiente. Realmente, en esta sección se confunden y se mezclan el agua espesa de la muerte con la volátil del alcohol y no se sabe cuál de los dos impone su dominio, el del agua, que no es como la tierra, sino que por su liquidez se escabulle sin saber si se ha empozado o si continúa corriendo. Real y efectivamente, esta agua de alcohol (aguarrás, aguardiente) impone el olvido del destino que nos espera a todos y por eso bebemos, sabiendo que el Leteo nos cerca y carga con nosotros. En un libro tan luminoso como este es necesario que la muerte haga su aparición llenando el vaso de los que beben hasta saciarlos. No es extraño, siempre se celebra la muerte en la vida, consustancial al pensamiento mexicano, Día de todos los muertos. Así la madre en la cuarta parte le comunica a la hija oralmente, poéticamente, ese trance del abuelo tomando pulque, hay una transmisión genealógica aquí.”Imagino a tu abuelo/ en el trance del pulque/ me gustaría decirte que lo vi saliendo de la cantina/con la vida por delante/ pero la misma muerte le colmaba el vaso/hasta reventar”. (43) He aquí otra forma de la transmisión, la herencia verbalizada, relatada como una historia a escuchar ya suturada, rota: “y la vida que fue perdiendo/ de trago en trago/ a sorbos/ como quien sabe tener/ cuatro hijos y dos nietas/ una mujer y madre/una vida/ y tirarla”. (44)
Porque este es un libro habitado por una pareja primigenia, por mujeres que venden semillas, por pintores que se embarran el cuerpo con pigmentos, por cazadores tras una húmeda, es necesario subrayar el acto del intercambio de objetos entre la voz poética y las personas que evoca. Hay una donación, un intercambio productivo entre lo que ellos entregan y las transformaciones que la voz poética realiza con esos materiales. La voz es la materia que se entrega después de una activa contemplación, como se desprende de la última parte, “Aguamiel”. Así, los materiales se despliegan sobre la mesa de todos, el pozo de todos (lágrimas, leche, alcoholes) y la chamana los mira, los organiza, los esparce, los administra, los cuece. El pasado aquí se transforma en presente. El presente del poema empoza al pasado: “Aguada sobre papel/ miel en tinta/ al borde –único respaldo/ para la gota que cae-/ espesura de letras/panal de letras”. (77) El poema de Ossip Mandelstam, “Pesadez y ternura” se halla a la base del “agua doble” de Agave azul. Me refiero a la vida doble de insectos y peces, de aguas claras y oscuras, los insectos empotrados en la luz en la poética ambarina de la última sección titulada “Aguamiel”.
Aquí chocan dos tiempos, el de los ritos mayas y la contemporaneidad que los piensa y entonces podríamos hallar el lugar desde ahí; si el tiempo de la voz reúne los lugares como reúne las aguas espesas y las aguas livianas, o el mezcal con el tequila, o el silencio de las mujeres con las canciones de Gorostiza y los grabados de Guadalupe Posada, o los pasos que dan al mercado o al Libro de la Santa Muerte. Grabar es inscribir, pero también extraer una veta de luz de una superficie, igual que pintar es incorporar un pigmento al lienzo y escribir un rezumar transitando por la superficie de las páginas: “Aguada de miel/ para pintar lo rojo de lo negro/las abejas salieron/como sombras oscuras.” Trashumante la escritura, llega cuando se ha extraído a partir del fuego ese alcohol. Por eso la poética ambarina de la que hablaba antes necesita de un rito de cacería donde se instalan un cazador y una húmeda. El cazador va tras el ciervo que se le escapa incesantemente y cazarlo es también, de alguna manera, liberarse en su muerte ritual. La estructura del libro va incrementando para arribar conscientemente a las dos instalaciones finales: un rito y su poética después de pasar por el sueño del peyote. Se incorpora después o en medio (quién sabe) del sueño y se sumerge en un agua (en una voz, en una cita mística de San Juan de la Cruz)1 teñida de color de amor, no sin antes decir:
El mar es un desierto de agua, una polvareda de gotas imposibles en este paisaje
de agaves sin dueño, el Cazador lo imagina
cuando descansa de tramo en tramo
y permite que el arco de tendones
caiga de sus manos,
también la flecha
en el mito perderá la vida cuando enfrente al último de los venados
ya despierto perderá la vida
nadando a la deriva en un mar de agaves
La voz poética se instala en el presente de un lugar del afecto, para extraer de allí el zumo del ágave azul. La razón botánica se esparce por territorio mexica sorbiendo el agua de su fascinación y así destrenza la tristeza del henequén, reconoce la sed, se embriaga con mezcal y peyote, inventa un mito y entinta el manuscrito. Irizelma Robles invoca a Orozco, Roche, Rulfo, Artaud y Gorostiza, y “canta desde el centro de su voz sin olas”. La embriaguez de las tinturas y extractos indica el recorrido que cifra este hermoso libro cuyo contenido estamos obligados a escanciar. La han cautivado los mexicas y, sobre todo, la embriaguez con que sorbió una raíz. Ahora sale la chamana entintada de azul entre los agaves.2
Áurea María Sotomayor
19 de octubre de 2015
Pittsburgh
- ¿Adónde estás Amado que me dejaste con gemido? (72 [↩]
- Irizelma Robles Álvarez (1973), es una poeta puertorriqueña que ha publicado tres poemarios: De pez ida (San Juan: Isla Negra, 2003), Isla Mujeres (San Juan: Fragmento/Imán, 2008) y Agave azul (San Juan: Folium, 2014). Obtuvo su doctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México, con especialidad en estudios mesoamericanos y actualmente termina su doctorado en literatura en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico. En el 2009 publicó el libro de antropología La marejada de los muertos. Tradición oral de los pescadores de la costa norte de Puerto Rico (CIS-UPR). Agave azul está dedicado a la ascendencia Huasteca de su hija Salomé. [↩]