El «adiós» de Miriam Muñiz Varela
Adiós a la economía, de Miriam Muñiz Varela
Hace casi diez años tuve la oportunidad de escuchar a Miriam Muñiz Varela frente a un micrófono abierto. Su trabajo ese día era hablar, y el mío escuchar calladito. El resultado de aquella intensa velada, nada más y nada menos que en el antiguo Bankers’ Club del Popular Center de Hato Rey, donde Miriam hacía de “marxista-residente”, y yo de contratista gubernamental a punto de ser desposeído de su contrato, iba a ser incorporado en un libro sobre el incomprendido Proyecto de Arte Público. La vistosa antología nunca llegó a la imprenta, en medio de la operación de damnatio memoriae (“maldigo tu memoria”) que las huestes anibalistas lanzaron contra las huestes silistas.En esa zanja abierta por la garata entre facciones populares caímos el Proyecto de Arte Público y yo.
La narrativa de contraste que la nueva administración buscaba promover con respecto a la polémica antecesora destacaba las cualidades botaratas de Sila contra la “austeridad sensata” de Aníbal. Los que nos dedicamos a “malgastar” el capital público, poniendo obras de arte por toda la Isla, que para colmo fueron adjudicadas mediante jurado, sin espacio para favores especiales o privilegios, entramos a formar parte de un selecto grupo de odiados, tanto por la muy piadosa izquierda, que veía en el proyecto de esculturas una iniciativa de señorona burguesa, como por la derecha, que prefería que todo capital público terminara en bolsillos privados, en lugar de en la entrada de Ponce.
La tarde que me tocó ser testigo de una Miriam sin controles, grabadora en mano, pude corroborar su capacidad argumentativa en una diatriba exquisitamente batailleana en torno al exceso, en lugar de la escasez, como plantilla discursiva para entender la naturaleza del entorno socio-cultural en Puerto Rico.
Tengo que reconocer que esa Miriam vivaracha que me encontré en el 2004 es un tanto distinta a la versión de profesora y científica social que articula la voz de este libro que celebramos hoy. Digo, Miriam no puede dejar de ser Miriam, y sí, hay buches de ironía ácida a lo largo del libro, empezando por el título mismo, Adiós a la economía, que tiene toda la mala leche de despedir a un muerto a quien no se le quiso mucho en vida.
Me chocó, en una primera lectura, la erudición de Miriam, y no porque en el 2004 la amiga no hubiera sido cautivadora y brillante; yo es que sencillamente no la sabía tan densa, tan carnívora de su disciplina, tan enigmáticamente malévola a la hora de destruir un campo en el que ha estado, como yo en la arquitectura, esperando la hora de mandarlo a su tumba definitiva.
Que Miriam sea capaz de producir una mandada para el carajo en líneas tan elocuentes, y obsesivamente anotadas, es quizás la parte que más me intriga de esta antología de ensayos.
Admito que para un marginal del pensamiento macro-económico como yo, el texto no fue una lectura fácil; aun así, la Miriam profesora hace lo suyo por mantener a uno alerta en su salón de clases, con un verbo intermitentemente accesible y par de cantazos en la cara —llamémosles “punchlines”— que te dejan hecho basura, sintiendo toda tu miseria proletaria. En ocasiones, Miriam se enfrasca en peleas con los macharranes de su disciplina, y es entonces cuando el libro adquiere la forma de duelo de película del oeste, sin que uno tenga claros los detalles que explican el antagonismo desplegado.
Miriam nos habla, pero también le habla a sus colegas, a los que quiere y a los que con legítimas razones detesta. Seguirla en su parada reivindicadora es a veces un ejercicio intenso.
Entre argumento y argumento, Miriam devela los límites de sus enemigos, sus falacias, pero también lo hace con sus aliados intelectuales, como Foucault, de quien señala lo que le sirve a la vez que denuncia lo que el hombre no alcanzó a ver en su momento, quizá porque no quiso.
La temporalidad de este libro es parte de su enigma. Se lee cronológicamente como la historia magisterial de Miriam, también como la historia de lo que pasó por su mente en todos estos años, arsenal intelectual que ella muy bien alinea con una historia económica y política del País, la de la irrupción del posfordismo sin antes haber consolidado un proyecto apropiadamente fordista.
Paralela a esa cronología que ata los seis ensayos aparece una Miriam contemporánea, revisando su propio cuerpo intelectual, matizando lo que dijo o intuyó décadas atrás con las evidencias que le provee el presente.
Retroactivamente, Miriam se nos revela profeta. Debimos haberla escuchado, o ella debió gritar más duro.
Desde la introducción del libro descubrimos a la Miriam poeta; es ella misma quien dice rescatar el valor de las metáforas, y cuando lo hace usualmente es para dejarnos saber que la realidad de nuestro atolladero económico-político trasciende las exageraciones y licencias de cualquier figura del lenguaje. Nos dice:
“Las metáforas no son ninguna engañifa, son modos de expresión de ‘lo real’, o sustitutos de ella, de ahí que estemos acostumbrados a su eficaz uso en la poesía. Cuando me refiero a que no es una metáfora, es que la ‘realidad económica que vivimos’ no necesita nada más que nuestro deseo, bien real, para decirle bien alto y con fuerza, adiós” (Adios a la economía, p. 21).
Miriam no quiere un manual “para administrar la casa”, o el estatus quo, como hacen tantos otros econogansos; acaso quiere conjurar la despedida de este orden, y a la vez anticipar “lo que está por venir” (ibid.).
El libro reitera la necesidad de volver a anteriores diagnósticos, y de paso seguirle la pista a su devenir en profecía encarnada. No está claro de su análisis, necesariamente, que el futuro pueda ser revertido de su curso actual, o expurgado de sus intenciones opresivas. Y es que cuando la vida misma es mercancía expansiva, y la posposición de la muerte es una industria con potencial de crecimiento infinito, como Miriam nos explica en uno de sus más polémicos ensayos, habría que preguntarse en qué consistiría la esperanza, es decir, ¿para la felicidad de quién vive ese cuerpo en eterno presente? Porque sabemos que no vive para sí mismo, sino para hacer aún más próspero a un otro cada vez más despersonalizado e imposible de identificar. Capaz que el mito del vampiro tiene menos relación a la explotación capitalista decimonónica y más vínculos a nuestro propio cuerpo explotado en su promesa de vida eterna, biotecnológicamente gestionada.
El cuarto ensayo, Fármacon, y las siniestras maquinaciones de la bioeconomía en la Bioisla, desarrolla este punto de manera escalofriante. Ya volveremos ahí.
De la propia boca de Miriam, y en el último ensayo del libro, extraemos sus explicaciones, que tienen la simplicidad serena de un libro de texto, del paso del fordismo al posfordismo en las relaciones económicas que nos sujetan, paso que tuvo a la crisis como síntoma omnipresente. Traer estas definiciones operacionales al frente facilitará futuros entendimientos. Nos dice Miriam:
“Se denominó como posfordismo, entre otras cosas, a la aplicación de políticas de desregulación comercial y financiera y de flexibilización laboral, con efectos directos en la precarización del trabajo y la diversificación del crédito para el consumo. Una financiarización que se da producto, no de la ganancia en base a la producción manufacturera fordista, sino como excedente del valor en la Bolsa, justamente por la inversión especulativa ya no asignada a la reproducción de la acumulación industrial”, (pp. 224-225).
El Neoliberalismo, y su confianza en la “mano invisible” de los mercados, contra la que se enfrasca en un patrón de riesgo similar a la del apostador de casino, es otra manera de aludir a la reestructuración posfordista pero desde otra coordenada teórica. El régimen neoliberal aparece tanto en estados salvajemente anti-benefactores como en las más refinadas socialdemocracias europeas. El sistema se alimenta de desregulaciones de controles estatales de protección al consumidor, a los asalariados, a las finanzas y al ambiente; de flexibilizaciones de la fuerza laboral y del tráfico de materias primas, y por supuesto, de las pretensiones de uniformidad globalizada. La deuda, o lo que llaman rentismo, es la base de este milagro económico de pacotilla, cuya fragilidad hoy el mundo está experimentando, y Puerto Rico en primera fila.
Ese malestar que ustedes sienten en las mañanas tiene nombre, como ya ven. Se llama neoliberalismo.
De los aspectos del libro para los que tengo natural empatía, está el cuestionamiento que se hace de la innovación tecnológica, esa virtud tan cacareada en círculos políticos y académicos como panacea neo-positivista a nuestro histórico rezago. La tecnología, y su desarrollo explosivo, como Miriam señala al analizar nuestro ingreso al universo industrial en líneas fordistas, “no obedece solamente a una lógica de eficiencia técnica y maximización productiva, sino que tiene que manifestarse (…) como una técnica de dominación política y control del proletariado” (p. 29).
Jamás miraré a CompUSA o Best Buy de la misma manera. Queda establecido que la inversión que estas cadenas hacen en juegos de seducción no es un recurso mercadotécnico cuya finalidad consiste en la mera venta del artefacto, sino la diseminación de un credo aspiracional, o religión, en clave tecnológica.
La innovación tecnológica, y los embobamientos que genera, ocultan su verdadera razón de ser, que es agilizar una trasformación del trabajo concreto fordista en un trabajo abstracto posfordista, cuya flexibilidad y transferibilidad son el sello de esta era de bienes líquidos e intangibles. No puedo más que concurrir con la lectura que Miriam hace aquí de la abstracción como el gran gesto violento del capitalismo rizomático del presente.
La propia fe en la ciencia y en la racionalidad con la que se abordan los comportamientos económicos es cuestionada por Miriam en varias instancias, como cuando desenmascara el intento de acentuar el manejo de la economía en líneas evolucionistas, y las rúbricas que hablan de ciclos perfectamente cartografiables y diagramables. Esa perfección matemática, tan algorítmicamente renovada entre los financieros contemporáneos, es confrontada por Miriam cuando satiriza el lenguaje que acota el discurso de “desarrollos armónicos”, basados en el “‘avance y equilibrio’ de las fuerzas productivas como una tendencia universal, ‘natural’” (p. 29).
La separación de las fuerzas productivas de las relaciones sociales capitalistas en las que se despliegan mantiene la ilusión de equilibrios racionales y racionalizables. La asumida racionalidad que opera dentro de las trasformaciones recientes del capitalismo dista mucho de las metáforas de orden y balance que se han usado por tanto tiempo en la construcción del dogma economicista. Más apropiado sería hablar de las crueles asimetrías de hoy, que son producto de las desvaloraciones del trabajo y las subyugaciones del régimen rentista, típicamente neoliberal.
Es esa otra racionalidad la que Miriam quiere dejarnos como alternativa a la ciencia económica y a sus explicaciones tradicionales. Ella quiere “impugnar toda suerte de determinismos e ‘irracionalismos’”(p. 33) con los que vienen explicándose los llamados ciclos económicos, pero no para proponer una vuelta atrás a un orden natural, de manos invisibles, como es obvio que no entraría en sus objeciones marxistas, sino para adelantar “la reposición de una lectura política de la crisis a partir de conflictos y diferencias que se generan” (ibid.) en esas luchas invisibilizadas, como ella misma nos explica, y que se manifiestan en el pos-histórico pisa-y-no-arranca de la economía del País.
Diría que una gran parte del libro consiste en narrar la historia de ese malestar, cuyo origen estructural no da pie a fáciles estrategias de redención, mucho menos las que evaden la dimensión menguante de lo político.
Del repaso que Miriam hace de nuestros primeros pasos en la ruta hacia el fordismo durante el “mid-century” isleño, contenida en el primer ensayo del libro, concurro con su entendimiento de la modernidad como un proceso que sintonizó el deseo con las capacidades productivas del aparato industrial, al impregnar las ansias modernizadoras al cuerpo social como un “modo de vida”, más allá del llamado proceso histórico. Se disciplina el cuerpo social al naturalizar hábitos con el fin de eslabonar una cadena de consumo de la cual nadie puede escapar (p. 35).
Desde la infraestructura vial que nos desvincula de lo necesario, para re-vincularnos con un comercio predicado desde las “conveniencias” del auto, hasta la inversión de capital público en el Choliseo, para facilitar el tránsito fugaz de un comercio de entretenimiento global cuyos dividendos apenas se quedan en la Isla, uno ve la mano del gobierno al frente de un proyecto de ingeniería social que apoya el capitalismo en sus distintas encarnaciones, con muy poco, quizás ningún, beneficio social.
El uso de metáforas de la forma y el espacio en el segundo ensayo, “De Levittown a La Encantada: más allá de las 936”, nos enfrenta con uno de los momentos más ingeniosos del libro. Se cuida Miriam de retener en el concepto “más allá” el significado optimista y trascendental a la vez que introduce la metáfora mortuoria, en un contrapunto cargado de ironía. Toda muerte irreparable en el capital, más que un final doloroso, es su mecanismo interno de regulación, pues el capital vive de la tragedia. Se cuida así Miriam también de no hacerle el juego a un sistema que se ha inmunizado a la catástrofe, evitando ser ella otro economista-alicate más que simplemente denuncia el más reciente “accidente” del capital.
El éxito de Encantada, que es tanto la urbanización como la metáfora definitiva de este segundo ensayo, consiste en reubicar fuera de las disfuncionalidades materiales del fordismo, con acierto disciplinar, a todo un segmento demográfico, que ahora compartiría un paraíso de optimismo y olor a nuevo. La fe en los territorios de la “nueva economía”, y su reiteración del mito del desarrollo, es lo que opera aquí. Nos dice Miriam:
“…se levanta una taxonomía de todo lo nuevo con lo que se construye el modelo y que califica la etapa del desarrollo: nuevo orden mundial, nueva configuración industrial, nuevas tecnologías, nueva organización empresarial, nueva competencia, nuevos mercados globalizados, nuevo conocimiento y nueva información” (p. 72).
Luego Miriam procede a satirizar la aparición de nuevos valores legitimadores del mito desarrollista, que reaparecen con otros ropajes en las re-configuraciones de postfordismo. Palabras como “sostenible” y “ecológicamente balanceado”, que hoy uno escucha hasta en boca de desarrolladores, están a cargo de encubrir las agendas de desposesión; y luego están las “agendas ciudadanas” que inculcan la obediencia desde una retórica democrática y echarpalantista, con las que se impulsa a una “sociedad civil” predicada como sujeto pos-idelógico, neutral, sano. Sanano.
El asunto aquí es la prisa con la que se pretende adoptar uniformemente un paradigma de flexibilidades y desregulaciones posfordistas sin antes haber pasado lista sobre los efectos que un fordismo aplicado a medias dejó en el País; peor aún, se dejan al abandono poblaciones enteras que no encajaron en el primer modelo, y que tampoco encajarán en el próximo. Estos nuevos “otros” van adquiriendo la apariencia de una masa enemiga, de la que habría que protegerse; para eso están las verjas y controles de acceso en Encantada.
La persistencia de la retórica del desarrollo en la vida de la colonia, a pesar, como nos dice Miriam, de la evidencia que revela sus bases fraudulentas, envalentona las ansias asesinas de mi querida amiga contra una economía a la cual hay que decir adiós, porque ni siquiera opera dentro de las lógicas y leyes que supuestamente permitían su estudio. Esas lógicas, nos dice Miriam, han sido “abolidas por su propio simulacro” (p. 74). El único estatuto de esta nueva economía, añade, “es la incertidumbre”. Curiosamente, Miriam identifica en esa misma racionalidad trunca de una economía del despelote, el locus de un nuevo sujeto revolucionario, postura esperanzadora que ya habían asumido otros teóricos que ella utiliza, como Negri y Hardt en los dos primeros libros de su trilogía, Imperio y Multitud.
El discurso del desarrollo desviste de causalidad al sujeto colonial; se ubica su destino en manos ajenas, al predeterminar la naturaleza de su aportación, que no la estructura macroeconómica en la que se insertaría. Se “anula la voz del ‘otro’”, señala Miriam, al establecer un esquema donde siempre alguien habría de “encargarse de su destino” (p. 74). Esa limitación de opciones se plantea perversamente como un paraíso, una prisión de exilio voluntario, (término que le robo al arquitecto Rem Koolhaas, y con el cual bautizó su tesis de maestría), donde solo hay que insertarse, y dejarse llevar por un estado de predecible orden y balance, como en Encantada.
Se entrega así la dimensión política del ciudadano, su capacidad activista y/o reaccionaria, a un orden político extra-territorial, que está empotrado en la anti-lógica de un capital de alcance planetario.
Aunque la rúbrica posfordista aparece todo el tiempo en el libro, la hibridez de nuestra realidad económica, que no logró imponer un modelo material fordista de manera uniforme, nos acerca a lo que se ha denominado como neo-fordismo, pues retiene algunas de la jerarquías fordistas aunque introduzca las crueldades de las desregulaciones y eventuales desposesiones del posfordismo, tal y como lo conocemos.
Las sucesivas mutaciones que experimenta el régimen económico provienen de las propias crisis del capital, crisis que son muy distintas a la que hoy sufre Juan del Pueblo. Hablamos de una crisis simbólica, cuando las expectativas de ganancia de los hoy poderosos se achican, y los acuerdos sociales que permiten un modelo de explotación dejan de rendir lo esperado. Las desregulaciones de suelo, trabajo y banca, basadas en elevar la flexibilidad a la categoría de gran virtud social, fue la respuesta a esa crisis. Y tal y como Miriam nos dice en el segundo ensayo del libro, el posfordismo se monta sobre un aparato de representaciones propagandísticas que enmascara de esperanza y posibilidad lo que viene siendo, en resumidas cuentas, una calle sin salida, en ruta a la desposesión del cuerpo social.
El legado, en arroz y habichuelas, de este giro traumático, es el crecimiento de la deuda, que no es otra cosa que la institucionalización de la renta como método de extracción de riqueza, en líneas que recuerdan las salvajadas de aquellas formas tempranas de capitalismo en el siglo XIX. En otras palabras, los que nos arengan a echar pa’lante, en realidad están mirando para atrás, muy atrás. Miriam nos lo recuerda todo el tiempo en esta antología.
Parte de la ilusión propagandística con la que pretenden vender progreso y desarrollo dentro del posfordismo globalizado, se construye tematizando las luminosidades, transparencias y velocidades del universo digital en un lenguaje formal de asumido alcance profético. Por fin puedo explicarme cómo una escuela de arquitectura fundada en el corazón del Opus Dei ponceño se vende como nueva vanguardia radical a través de la creación digital. Nadie debía dejarse engañar por las luces titilantes de la representación computarizada, que visten de aspiración progresista al más rancio neo-liberalismo económico.
Le decimos adiós a la economía cuando la crisis es el estado permanente de la vida, frente al cual no existen métodos racionales de medición, ni protocolos confiables de resolución, porque la intención política no es resolver un impasse sino capitalizar el escenario de incertidumbre y precariedad constante. Fíjense que las mayores críticas y ataques que hoy lanzan los aún proponentes de la doctrina neoliberal, desde nuestros dos partidos mayoritarios, es hacia quienes nos hemos dedicado a visibilizar la pesadumbre, señalando su naturaleza estructural, que no emocional. Eso nos convierte en enemigos de un Estado que quiere administrar el humor ciudadano antes que reconocer las contradicciones insalvables de su orientación económica.
Este ataque desesperado de parte del Estado no es casual, ellos saben que operan bajo premisas muy frágiles. El desasosiego pone en riesgo las bases del propio régimen del neoliberalismo rentista. Y de ese colapso inminente Miriam produce un raro momento de esperanza, al aludir a un nuevo sujeto revolucionario que surgiría en medio de la extrema precariedad, y cuyo poder está en que el propio aparato posfordista no es capaz de “expropiar al saber”, como ocurría en otras etapas del desarrollo del capital. Nos habla Miriam de una “masa intelectualizada” (pag. 81), capaz de proponerse “autónoma y auto-valorizable” (p. 84), nos habla de nuevas resistencias –“múltiples, heterogéneas y transversales” (ibid.). Ese nuevo sujeto revolucionario, para nada es representado por la llamada “sociedad civil”, que para Miriam es falacia, puro simulacro de participación y resistencia. Y no es tanto lo social lo que agoniza aquí, sino la supuesta “civilidad” de los acuerdos y de sus entes ratificantes.
En el tercer ensayo del libro, Miriam resalta el carácter anómalo de nuestro disfuncional ingreso al posfordismo. Ya desde el experimento fordista del mid-century, amplios sectores de la población tuvieron que emigrar porque el propio diseño de la economía no proveía espacio para ellos. El giro posfordista, y su precarización de las condiciones del trabajo, exacerba este defecto de fábrica; expulsados serían aquí los desempleados, los informales, los por-su-cuenta, los chiriperos, los temporeros, los ociosos, (p. 136), y aunque Miriam advierte que la “insubordinación” es un posible factor común a todos ellos, procede a recordarnos cómo las drogas y el narcotráfico se encargan de “domesticarlos” (p. 118). Es decir, que aun los expulsados están adentro, y de su miseria muchos hacen buen dinero.
Domesticar a los expulsados es mantenerlos en el apartado de exclusión que para ellos ha sido específicamente creado. La expulsión, dicho sea de paso, es el rasgo dominante de la reestructuración global que plantea el pos-fordismo tras la crisis de ganancias del modelo fordista. Saskia Sassen dijo lo mismo hace cuatro años en su visita a Puerto Rico. La otra gran característica de este capitalismo catastrófico, que la Sassen muy bien diagramó en esa visita del 2010, es el acaparamiento de recursos naturales; un touchy subject en la víspera del desmantelamiento de la Junta de Planificación en Puerto Rico, precisamente para facilitar el traspaso y/o reclasificación del suelo a manos de desarrolladores rapaces y especuladores.
Ahí también tenemos a los nuevos “carpetbaggers”, término acuñado originalmente para describir a los acaparadores del norte que vinieron a aprovecharse de la miseria del sur de los Estados Unidos post-bellum. Los nuevos carpetbaggers vienen a adquirir los proyectos de vivienda fracasados, hoteles en quiebra y todo tipo de bien inmueble incautado por la banca. Así se extiende su dominio sobre el suelo urbano, que en ocasiones queda varado, criogenizado, arrebatado de la vida, hasta que ellos mismos identifiquen el mejor momento para reintroducirlo en la economía del casino.
Si a un extremo están los expulsados, y al otro las incautaciones de recursos naturales y bienes inmuebles, queda aparte un centro intocable, compuesto por el segmento de farmacéuticas, (que tras la catástrofe 936 vio una merma en su base empleada, aunque consolidó y/o amplió operaciones), que sigue siendo un enclave de extracción de enormes riquezas, solo que el País, como sabemos, apenas ve un soplo de eso.
La tan defendida “esencialidad” de este sector productivo se da en función de su universo privado de ganancias, pues para Puerto Rico representan muy poco, que no sea, como dice Miriam, el desplazamiento del trabajador asalariado como base de extracción de riqueza de la economía. Vuelvo a pensar en Saskia Sassen cuando dijo en su visita “que ya el capitalismo ha encontrado maneras de generar riqueza sin el asalariado, pero más dramático aún, sin el sujeto consumidor”.
El cuarto ensayo del libro, titulado “El Fármacon Colonial: ‘The Bioisland’”, retoma este asunto al asignarle a la vida, al cuerpo, y a las subjetividades que produce, el rol de materia prima desde las artimañas de la biopolítica y el biopoder. La vida es un índice abstracto contra el cual existe la oportunidad de hacer dinero tanto en la salud como en la enfermedad, pero sobretodo en la promesa de una existencia infinitamente extendible por disposición tecnológica. Desde mi perspectiva este ensayo es el más ambicioso de la antología. Uno casi puede sentir a Miriam extenuada tras llegar a las cogniciones que comparte aquí, escalofriantes todas.
Igualmente extenuante es reconstruir la lógica que Miriam diagrama entre sus ajustes a Foucault, Bataille, Agamben, y el uso del concepto “colonialidad del poder” de Aníbal Quijano, entre muchos otros autores que ella minuciosamente entrelaza. Miriam se nos va de la economía en este ensayo, y nos pide acompañarla en su Ferris Bueller’s day off. Su vacación no tiene un ápice de escapada intelectual, pues las lógicas que reconstituye aquí Miriam tienen equivalencias muy reales en la experiencia cotidiana. De pronto comenzamos a ver con otros ojos al Walgreens’ nuestro de cada día, y al corillo de deambulantes adictos que nos recibe en la entrada.
Si hay una pieza en el libro que pide ser leída una y otra vez es esta.
¿Cuáles son las posibilidades “de pensar lo político desde la dimensión ética a la que obliga el paradigma biotecnológico”?, (p. 140), nos pregunta Miriam después de llevarnos al encuentro de este nuevo cuerpo intervenido, replicant, si se quiere decir, en un mundo casi casi post-apocalíptico. Confieso que en este ensayo a veces sentí que estaba entrando en el terreno de Margaret Atwood.
Un momento de absoluta lucidez, en medio del agitado intercambio de autores, lo produce Miriam en Fármacon cuando nos dice: “Lo que propongo es que cuando las riquezas globales dejan de ser producidas por ‘la fuerza’ ligada al asalariado, y cuando el conocimiento y las ‘ciencias de la vida’ se han convertido en el motor de las ‘fuerzas productivas’ y su producto es la vida misma como en el posfordismo, tanto la ‘economía política’ como la ‘biopolítica’ se transforman en ‘bioeconomía’” (p. 147). Adios a la economía es tanto el entierro de una racionalidad como el saludo a un nuevo ser y nueva racionalidad, la de la bioeconomía y sus omnipresentes subyugaciones del cuerpo y la vida. Nos dice Miriam, tras repasar los desplazamientos del plano productivo al renglón de la genética y lo molecular: “La vida como vida sociobiológica está hoy en el corazón de los sistemas de producción, financiamiento y mercantilización, los cuales forman parte de la máquina de captura que el capital ejerce, especialmente, vía el crédito y el endeudamiento. Es ella, la vida, la que ofrece el nuevo material especulativo, redefiniéndose sus formas a través de procesos diversos, contradictorios y paradójicos de mercantilización, consumo, cura…” (p. 148). Somos, digo yo, la materia prima para un régimen rentista.
En el penúltimo ensayo, Miriam nos dice claramente sus intenciones: “Lo que estamos proponiendo es confrontar el saber psicoanalítico y el ‘discurso capitalista’, no con su pasada fase industrial analizada por Marx, sino a la luz de las mutaciones actuales del biocapital, el papel que juega la biotecnología y las modificaciones que hoy requeriría ese discurso y las nuevas formas de poder” (p. 179). Hila fino aquí Miriam entre sus muchas fuentes y autores. Por un lado, cita a Deleuze en su relación al pensamiento de Foucault, donde las atomizaciones y fugas en la definición de lo social del primero son contrastadas con lo que él entiende es el interés prioritario de Foucault por las estructuras de poder, y las resistencias sociales como milagro o enigmático sobreviviente de la opresión. Se autodefine Deleuze aquí como el interesado en el gas, contra un Foucault que caracteriza como el interesado en la “arquitectura” (p. 191). Si Deleuze quiere apreciar los patrones amorfos, Foucault quiere entender el orden social como estructura. Este contraste, que parece ocupar un minúsculo rincón del ensayo de Miriam, provee las claves para entender en dónde exactamente se coloca ella, al discutir la interacción del poder con lo social bajo la sombrilla bioeconómica.
Con la irrupción de la racionalidad neoliberal en la biopolítica, y el brazo bioeconómico que la usurparía, se disipan las fronteras del individuo, que queda ahora transformado en gran máquina deseante, cuerpo sin órganos en el sentido deleuziano, incapaz de entenderse como un ente completo, y volcado pues, a un instante eterno de auto-contemplación.
Con individuo y sociedad en fuga, y un andamiaje político secuestrado por el sistema económico, estaríamos hablando, en los términos que establece Miriam, de un paradigma post-político. Sobre este escenario nos dice Miriam:
“De otra parte, aunque evoque a la ciencia ficción, la biologización de la economía tiene el efecto de una despolitización de la sociedad en función de un individualismo/narcisismo fundado sobre el creciente poder de la ciencia en su tarea de perfectibilidad, la que ya anuncia poder alcanzar una vida sin muerte. Los narcisismos contemporáneos son inseparables del abandono de los valores políticos, reemplazando los llamados ideales colectivos de emancipación por la aspiración personal a la inmortalidad”, (p. 210).
En esa búsqueda personalísima, añado yo, la sociedad civil sobra.
Sin una ética contra la cual dar cuenta, queda la responsabilidad huérfana de sujeto, en fuga, como todo lo demás.
El ensayo de cierre, “Gramática de la Crisis y ¿adiós a la economía?”, recapitula magistralmente sobre las transformaciones del capital de mano de obra y producto material, al capitalismo rentista, financiero e incautador de “las capacidades intelectuales, afectivas, lingüísticas”, en fin de la vida misma, proceso que asociamos a las reconfiguraciones posfordistas. Como nos dice Miriam,
“es el biovalor que adquieren las capacidades subjetivas, intangibles e inconmensurables por los cálculos tradicionales económicos, las que crean las condiciones de existencia individual y colectiva, capturada por el capital financiero por medio de la deuda” (p. 216).
Quienes conciben y ponen en marcha esta “nueva economía” son sus “acreedores globales con el fin de aumentar sus ‘rentas’, impidiendo que las ‘fuerzas activas’ de los endeudados se desarrollen, hipotecando, literalmente, sus movimientos y creatividad”; palabras de Miriam (p. 217).
Se acepta, en esta nueva forma de explotación capitalista, el fin del análisis, que coincide, como nos dice la querida autora, con la popularización del uso de términos de la psicología, la física cuántica y la meteorología, para hablar de confianza, incertidumbre y turbulencias, (p. 218). El primero, la “confianza”, se usa lo mismo para caracterizar al mercado como para caracterizar al consumidor. También se usa, nos dice ella, para promover un discurso de “confianza en uno mismo” que se supone nos ponga a todos en la ruta del pequeño-empresarismo (pp. 218-220), que es una forma de disimular el encogimiento inducido del estado benefactor y del sector asalariado, que ahora sobra.
Nuestra gramática local del capitalismo está llena de anomalías, como el hecho de que aun en su etapa fordista el aparato económico del País nunca llegará a emplear a amplios sectores de la población; de ahí que la migración prácticamente forzada de la mitad de los habitantes de la Isla, o el crecimiento de una economía informal (legal e ilegal) con alguna capacidad de absorber a los expulsados, sean parte de la realidad económica del territorio.
Contrasta Miriam los números de la catástrofe actual con los $28 billones al año de ganancias farmacéuticas, de las cuales al menos el gobierno ha impuesto una exigua contribución del 4%, que algunos todavía objetan, en abierto servilismo de idiota colonizado. Mínima aportación es esta frente a una industria que apenas genera empleos, y con inconfesables impactos ambientales y a la salud pública.
Miriam arremete contra las premisas de la BioIsla y las economías del conocimiento, tan en boga hoy, y que están en boca del expresidente de la Universidad de Puerto Rico, Antonio García Padilla, quien, según sostenemos muchos, es el control remoto del candidato manchuriano que nos gobierna. La bayoya del conocimiento promete más de lo que ofrece como ganancia social.
Miriam también desmantela el mito del empresario criollo, dejándolos ver como los intermediarios improductivos y perennemente subsidiados por el Estado que son, los verdaderos cuponeros. Según Mirian, nuestro empresariado “no llena el requisito de la creación ni de la innovación” (p. 232). Concurro al cien con ella.
De los paralelos más persuasivos que la autora construye en este ensayo de cierre resaltamos el contraste entre la concentración de recursos de salud, (por virtud del establecimiento del colosal complejo farmacológico), y los cada vez más deteriorados servicios de salud, que nos convierten en rehenes de las aseguradoras, por sus esquemas de explotación rentista; un vivo ejemplo de la capitalización a partir de la vida misma, materia prima del esquema neoliberal.
Miriam vuelve a Bataille al momento del cierre, cuando nos recuerda su identificación del exceso, la desmesura, la parte maldita del gasto inútil, o como decimos en la calle, de poner a circular al capital a toda costa en complicados y a veces absurdos esquemas, como la base de un orden económico que nos pone y pone al planeta en riesgo. Por eso resulta inaudito que se le pretenda transferir la culpa “medioambiental” y “social” al asalariado, dejando empotrada e intacta a la irresponsabilidad en la anti-lógica neoliberal. Se traiciona aquí, en palabras de Miriam, la idea de una civilización “fundada sobre la racionalidad, la contabilidad, el trabajo, la productividad, la competencia, e incluso, el empresariado” (p. 229).
Que el gobierno de Puerto Rico ponga tantos esfuerzos en la identificación de una marca deja ver, por un lado, el limitado conocimiento macroeconómico que manejan, y la naturaleza abiertamente “biased” del conocimiento que sí manejan. Y por supuesto, la idea de un cambio estructural en la dirección económica no se dará entre funcionarios que provienen de las propias industrias y sectores financieros que son la “estructura” de este orden. Y como si esto fuera poco, el gobierno da indicios de querer acelerar procesos de incautación de suelo, recursos naturales y recursos humanos, así como bienes inmuebles y patrimonio infraestructural. La narrativa de crisis les da la excusa perfecta del callejón sin salida.
Se incauta para los rentistas a partir de variadas “reservas”, que identifica Miriam en su ensayo de cierre: “la Gran Reserva Social de la Ciudad, La Gran Reserva Natural del Territorio, la Gran Reserva de Empleados Públicos, La Gran Reserva de Servicios Públicos” (p. 232).
Lapidaria, como ella sola, Miriam nos deja con esta: “Lo que nos parece importante destacar, es que si es esta una crisis del biocapital, donde justamente la apropiación del valor procede de la vida misma, y esta no se cuida sino que se abandona, entonces ese modo económico ha perdido toda función progresiva” (p. 230).
Frente a eso, no queda mucho más que decir, salvo guardar el consabido minuto de silencio. Y regresar a la lucha.