Elizabeth Robles: buitre
En Variaciones de Verdever, se conjuga el simulacro de una supuesta “naturalidad”, semejante a cómo la marea devuelve juntas la materia orgánica y la basura, con la búsqueda real del accidente. Esta tensa negociación sólo puede resolverse reconociendo que el mayor grado de artificio no radica en los órganos lustrosos que, mitad carne y mitad desecho, siempre están condenados a la obsolescencia, si no en el montaje de la pieza. “Hay que aceptar la cosecha” me dijo Robles de su proceso, un método en el que su propio cuerpo y las propiedades de los objetos encontrados producen el ejercicio estructural del montaje. Mediante variables concretas, como peso, rigidez de los materiales y resistencia de los objetos, la artista avanza hacia el fin específico de “reunir” cuerpos a partir de fragmentos. Dicha causalidad material guía la exploración de Robles, un juego lento y depurado en el que se busca deliberadamente el asco vital y la extrañeza, con tal de alcanzar una sensación agónica2 en la instalación Variaciones de Verdever.
La artista señala en entrevista, enfática, que le interesa más explorar los entendidos “carne”, “cuerpo”, “cadáver” y “desecho”, que búsquedas prescritas como la forma o el dinamismo. Con tal de tornar más legible la relación de dichos conceptos con los objetos que ha rescatado, que ha auxiliado de alguna manera, Robles invita al escrutinio de estos cuerpos según la mirada del médico, que se entrena para examinar la carne y que junto a la figura del socorrista, buscan la vida donde la naturaleza la niega.3
El estado indeterminado de estos cuerpos, entre el cadáver y la agonía, también nutre la metáfora del carroñero en Variaciones de Verdever. Elizabeth Robles, antes que todo, nos quiere restituir el derecho al asco, “a mirarnos el poro” en sus propias palabras, para así entender la herida sangrante desde el apetito animal. La interrogante original adquiere entonces un carácter perverso, dado que comprender la obra plenamente requiere la óptica tanto del carroñero como del socorrista-médico, si bien una predomina simbólicamente sobre la otra. La metáfora del buitre, que debe distinguir entre la agonía y el cadáver para alimentarse, en contraste a la posición moralmente ventajosa de la medicina, detona un conflicto de significados que apunta al concepto del naufragio: cómo sucumbe el ingenio humano ante las fuerzas de la naturaleza y extiende una licencia circunstancial para el crimen.
Variaciones de Verdever debe leerse como el simulacro de la pérdida y por consiguiente, como preparación para ella. Estructura, núcleo y colapso, las tres piezas que constituyen la instalación ilustran estos conceptos organizadores, sometiéndolos a las miradas contrarias del auxilio y la voracidad. Recordemos que la historia del arte ya ha hermanado al naufragio y al hambre carnívoro, basta con recordar la historia de supervivencia que inspiró el cuadro romántico La balsa de la Medusa, a continuación, de Théodore Géricault.
Si la costa está lejos, la moral civilizada también lo está. La falta de asepsia y la ausencia de referentes directos del aparato médico, también sustentan la interpretación del público como buitre, circulando cuerpos a distancia hasta determinar si, en efecto, están vivos.
El hambre del carroñero en Variaciones de Verdever a su vez reproduce cómo la artista seleccionó los objetos que ha empleado para la pieza. La misma obsolescencia de los fragmentos le revela a Robles el potencial que contienen para la instalación, así como la muerte despierta en el mundo visible al cadáver y viceversa, pues se ha vuelto necesario nombrar la falta de vida. Porque ciertamente son cuerpos, no se les puede negar que tienen órganos y reclaman nuestra atención muy de cerca, de forma que la sala de exhibición se aproxima a la morgue y la escena del crimen, donde también reina la mirada atenta que requiere la labor museográfica.
El discurso médico, en gran medida, se alimenta del nexo discursivo entre la higiene y la razón, por lo que abandonar estos supuestos implica un riesgo moral a los ojos del público y el museo. Variaciones de Verdever escapa de la protección del aparato médico, gracias a la licencia para el asco que ofrece la artista, rompiendo con la asepsia acostumbrada de la sala de exhibición. Robles prefiere la mirada del carroñero y en la medida que esta predomina sobre el aparato médico, abandonamos el espacio de validación racional que presupone el ejercicio moralmente correcto de la medicina, en el que hacer el bien radica en completar el trabajo cabalmente. Así, la sutura se convierte en la marca de la bondad, la evidencia del cuido humanitario y por extensión, de la mirada moral. Aquí no hay suturas, el objetivo de la artista consiste en abandonar el espacio de validación que proveen la higiene, la medicina y la razón para emplear como pregunta matriz. ¿Están vivos estos cuerpos?
- La encáustica combina la cera fundida con la elaboración de pigmentos. Robles explota los grados de brillo y opacidad de esta técnica para emular la carne. [↩]
- La agonía y lo cadavérico nos remiten al imaginario escultórico de lo sagrado. Pero a Robles no le interesa la expresión naturalista y no se aproxima a lo antropomorfo más allá de lo bípedo. [↩]
- Otro vínculo con el catolicismo, pues vale señalar que la metáfora del socorrista, abre la puerta a interpretaciones relacionadas al arquetipo auxiliador de la Virgen María y por extensión, a posibles lecturas de género. No obstante, Robles aclara que estas consideraciones gozan de menos protagonismo en esta instancia. [↩]