Episodios para una historia ludita
¿Somos más inteligentes desde que ponemos a freír nuestros sesos en internet?
–Elena Poniatowska Amor, enero 2015
No me engaño. No soy misántropa ni ermitaña. Ambas posiciones requieren una disciplina de comprometida renuncia que no he hecho. Sin embargo, no son pocos los días en que me impongo, a sabiendas que es una opción probablemente cobarde, un sentido de deber existencialista para paliar la frustración, la tristeza y el pánico que me causa la humanidad.
No puedo aquí proveer largas bibliografías ni sofisticadas exégesis de lxs tantísimxs pensadorxs, trabajadorxs y movimientos sociales que han resistido por siglos la “marcha del progreso.” [1] Al menos señalo que, si existiera aún la posibilidad de un futuro sin varias bolitas de trabajo en el aire para hacer de tripas corazón, me gustaría escribir, con todo el rigor requerido, algo parecido a una historia ludita. Por lo pronto, no tengo pretensión alguna de que el rollo que aquí les echo sea útil más allá del refunfuño, la queja, el grito o el llanto ante el estado de cosas actual. Procuro, sencillamente, armar un pequeño anecdotario para que, en el billboard a 65 millas por hora que es el presente, consten algunos de los efectos del “progreso” en los sentidos, las sensaciones, las vibraciones del cuerpo humano.
¿Qué causa la perorata? Facilito: el imperio de los celulares y de facebook (así como de todos sus parientes). Concedo de inmediato una pausa para que se manifieste toda suerte de exhalaciones incrédulas, risas sardónicas o jums y “estoeselcolmos”. Dada la larga colección de tragedias de la actualidad, a esta se le ocurre preocuparse por cosas que se encuentran quizá entre las más benévolas y hasta “revolucionarias” (¡¡¡mira el rol central que han jugado las redes sociales en todos los movimientos de resistencia de los últimos años a nivel global!!!). Dada la larga colección de tragedias de la actualidad, a esta se le ocurre quejarse por algo que seguramente usa a diario (¡¡¡el colmo de la hipocresía intelectual!!!). Dada la larga colección de tragedias de la actualidad, a esta se le ocurre meter el dedo en una llaga que, bien vista, tendría que incluir el mismísimo internet, dios inmaculado ante cuyo altar todxs, ella incluida, nos postramos (¡¡¡jum, lo que nos falta es que pretenda revertirlo!!!). Con la única excepción de mi uso de Facebook, tienen razón. Por ello he reiterado que no me engaño.
Contando con su paciencia y generosidad ante el minado proceso de pensar, a continuación algunos episodios para una historia ludita.
- Se ha vuelto casi imposible mantener una distinción entre experimentar y virtualizar. ¿Capturamos una memoria significativa cuando absolutamente todo es objeto de una foto con el celular? Si todo es memorializable, ¿sobrevivirán momentos significativos per se? ¿Sobrevivirá la memoria?
- Se ha vuelto casi imposible mantener una distinción entre capturar algo por medio de una foto y auto-capturarnos, volvernos herramientas de las “herramientas.” El caso paradigmático y nauseabundamente omnipresente es el inmediatamente divulgado “selfie”(¿y qué decir del “reality” tv?). Lo diré a rajatabla: ¿a quién le importa su look de hoy, lo bien que le quedó el pelo en el beauty, el plato que le sirvieron, con largo platanutre en el centro, en su cena de anoche, o el desarrollo que han experimentado sus músculos luego de un mes en el gym? La rampante dialéctica exhibicionismo-voyeurismo –como plantea el personaje de Stella Gibson en la serie The Fall– es la condición del presente, y al menos a mí, esa evidencia me inquieta. ¿Qué vida política –en el sentido amplio del concepto– quedará en tiempos de tan extrema individualización y, no temamos decirlo, trivialización del horizonte de nuestra imaginación?
- Se ha vuelto casi imposible mantener una distinción entre el tiempo de vivir –dormir, pensar, soñar, imaginar, pelear, debatir, conversar, comer, acariciar, amar, detestar– y el tiempo de textear y dejarse consumir por Facebook. Día con día confirmo que no hay espacio en el que me inserte en el que la abrumadora mayoría de la gente no esté sitiada por el celular. ¿Podrán los dedos sentir, danzar, trazar, tocar después de este asalto sistemático a sus vibraciones?
3.1 He hecho el experimento en numerosas ocasiones y lugares (incluidos los elevadores y los baños públicos) de contar los casos de simbiosis celular. (Ujum, así como lo lee, “la unidad básica de la vida” casi significa lo mismo que el aparato electrónico). El resultado es invariablemente más personas con celular en mano, en la entrepierna, al ladito sobre la cartera o el bulto o colgando de la cintura, en el ínterin entre oreja y hombro… Confieso que ha sido causa de una punzante tristeza constatar colegas de izquierda (concedamos por un momento que entendemos lo que quiero decir con esa frase), de cualquier edad, texteando y en Facebook durante la mayor parte de alguna conferencia de una extraordinaria pensadora.
3.2 He hecho el experimento en numerosas ocasiones de continuar mi caminata a sabiendas que colisionaré, si no lo evito yo, con un cuerpo/celular que se aproxima demasiado ocupado como para enterarse de que alrededor suyo hay otros cuerpos, así como un entorno al que aún le queda (quizá no por mucho tiempo) aire, luz y lluvia.
3.3 He hecho el experimento en numerosas ocasiones de guardar silencio porque mi interlocutor toma su celular/fix/pase/dosis en medio de nuestra conversación mientras me indica con algún gesto que continúa escuchándome, pero, por supuesto, no escucha siquiera mi silencio.
3.4 Llevo ya un tiempo en recuperación, con actos cotidianos de voluntad y conciencia, del 3.3. Tener el celular fuera del alcance y en silencio para devolver mi energía al momento presente me cuesta, descubro, reclamos por la lentitud de mis respuestas.
- Se ha vuelto casi imposible exigir la atención de alguien alegando que piensa en pajaritos preña’os, pues la frase nombra el ensueño. Hoy, dejamos de prestar atención no porque fabulamos, sino porque sitiamos la conciencia con las categorías facebookianas para construir e imaginar la vida: el “estatus,” la amistad o no amistad con un clic, el amor o no amor con puntuaciones y marcas de cotejo, el gusto o no gusto ante un torrente sinfín de letrasfotosvideostitularescoloresqueaparecenydesaparecenmás
prontodeloqueustedpuedeleerestafraseyhacerseunaideadeloque
significacadacosaparaluegodiscernirloimportantedelonimio… - Se ha vuelto casi imposible mostrar desdén, disgusto o sospecha ante el régimen, la verdad, el imperio del panóptico-Facebook y sus parientes. ¡Cuánto más fácil hemos vuelto vigilar y castigar! La actual disponibilidad de nuestra imagen, nuestras relaciones, nuestras ideas, nuestros sueños, es producto no solo de la “mano invisible” del capital o del Internet, sino también de la muy visible mano de alguien querido o estimado que sube una foto sin que medie decisión alguna fuera de la exigencia de visibilidad “facebookiana”. Y por si cabía alguna duda, por si aún deseábamos el milenario resquicio liberador de la máscara y el desdoblamiento (del teatro, en una palabra), lo “and behold”, ¡el tagueo! Que quede clarisísimo que esta cara corresponde con este nombre y estos apellidos, y con nada ni nadie más. Señalar algo de lo anterior en escenarios de jangueo es un diosmelibresituation. El bache de sociabilidad que se sucede demuestra, sin lugar a dudas, que ¡has pecado de inexcusable partypoopeo!
No me engaño. Llevamos largo tiempo siendo nuestra propia mercancía y auto-patrullando althusserianamente nuestros actos y deseos. Sin embargo, hoy lo somos y lo hacemos más intensamente que antes, de manera más íntima e individualizada, aportando bajo la premisa de “progreso” y “comunicación ilimitada” a un sistema capitalista que trafica más que nunca con la abstracción, la imagen y el simulacro. Temo que estamos deponiendo nuestra capacidad de evaluación, análisis y, aún más crucialmente, imaginación, a lo que compañías que controlan una cantidad abrumadora del capital global determinan que constituye lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, lo memorable y lo descartable, lo deseable y lo odioso, lo digno de gusto y de disgusto.
No me engaño. No conozco en la literatura personaje misántropo o ermitaño cuyo destino no sea la incomprensión, el vilipendio, el ridículo o, en el mejor de los casos, la compasión del aybenditopobrecito. Podrá acusárseme de quedaera en el pasado, inadaptación a los tiempos que corren, pacto con una nostalgia conservadora, ingenuidad respecto a la historia de toda tecnología construida por la humanidad, incomprensión ante la posmoderna liberación que supone entendernos de una buena vez como cyborgs o algún término equivalente. Me queda la certeza, al menos, de que todo lo anterior ante lo que me sé acusable, haya o no razón en ello, entraña proteger y nutrir la sospecha. ¿Depondremos incluso eso, cuya defensa tantas vidas nos ha costado?
Referencia:
[1] Por el momento, al menos apunto al cuestionamiento que del “progreso” dominante hace Héctor Huyke Souffront en su reciente Tras otro progreso: filosofía de la tecnología desde la periferia.