Epistemología de la concepción materialista de la historia (1): conceptos básicos
Introducción general
La incipiente crisis civilizatoria (Lander, 2010; Estermann, 2013) comprende el conjunto de la organización social: su economía capitalista, sus estructuras jurídico-políticas democrático-liberales, su cultura socio-sexual patriarcal, sus relaciones étnico-raciales xenofóbicas-racistas, su cosmovisión reduccionista-disyuntiva, su subjetividad sádica-insensible-sumisa, su aparato científico-tecnológico mecanicista-tecnocrático y su cosificante relación con la naturaleza. El ecocidio que la civilización occidental va perpetrando anuncia un colapso inédito en la historia humana (Kolbert, 2014). Ante esto, nos proponemos examinar algunos elementos epistemológicos de la concepción materialista de la historia (CMH) como parte de una reflexión crítica imprescindible para comprender esta civilización y ayudar a delinear alternativas de existencia que no estén basadas en las premisas de escisión y opresión.
Aquí compartiremos ocho redacciones sobre dicha reflexión filosófica. Aunque estas forman una totalidad coherente, cada una es autónoma. En esta primera parte responderemos la pregunta ¿en qué consiste la CMH? El segundo fragmento indaga en los factores que llevaron a que emergiera esta perspectiva, como las contradicciones del orden burgués y el desarrollo de las ciencias. Dedicaremos la tercera sección a comprender el dualismo epistemológico empirismo/idealismo como síntoma de la división social en clases; eso permite exponer cómo el materialismo dialéctico integra lo escindido por ese dúo de reduccionismos y facilita pensar la relación sujeto-contexto, lo cual realizaremos en la cuarta redacción. Las piezas cinco y seis discutirán, respectivamente, dos términos fundamentales de esta filosofía: “materia” y “dialéctica”. La séptima reflexionará sobre la concordancia entre materialismo dialéctico y epistemología de la complejidad, tanto en lo ontológico (tendencia histórica a la complejización organizativa de la materia) como en lo epistemológico-metodológico (los supuestos de forma de determinación). La última parte reflexiona sobre críticas realizadas a la CMH (desde la teoría decolonial, el feminismo, el anarquismo y el ecologismo); también indica algunos desarrollos que esta perspectiva pudiera asumir.
Estas redacciones solo pretenden ser una reflexión inicial, no presentarse como un dogma, como tendieron a hacer las burocracias de los intentos socialistas del siglo 20. Aunque reconocemos la existencia de abundante literatura que desarrolla lo escrito por Karl Marx y Friedrich Engels[1], estos apuntes se centran en las principales ideas filosóficas expuestas por estos dos autores.
Introducción particular
Reflexionar sobre los fundamentos filosóficos de la CMH supone entender al menos lo básico de dicha teoría. Expondremos algunas premisas de esta perspectiva, como sus intenciones políticas y científicas. Delinearemos conceptos cardinales como trabajo, condicionamiento tecnológico-económico de la sociedad, historicidad de lo social y la politicidad de todo. Presentaremos eventos históricos decisivos, como el surgimiento de las clases sociales, el Estado, el patriarcado, el capitalismo y la sociedad burguesa. Finalmente comentaremos algunas tergiversaciones de esta teoría, como el reduccionismo económico y el objetivismo epistemológico.
Premisas (objetivos y perspectiva)
La CMH es una perspectiva científica de los procesos sociohistóricos que está comprometida con la construcción del socialismo (Engels, 1882). La misma fue creada por Marx y Engels a mediados del siglo 19. También se le da el nombre de “socialismo científico”, pues intenta realizar dicho cambio social a partir de conocer sistemáticamente la sociedad; dicho de otro modo, estudia la sociedad burguesa para poder erradicarla. Este se distingue del socialismo utópico (Henri de Saint-Simon, Charles Fourier, Robert Owen…) en la importancia que le otorga a la ciencia: los utópicos intuyen los problemas de la sociedad burguesa, pero al no estudiarla científicamente, construyen un conocimiento y unas propuestas de solución limitadas. La CMH también se distancia de la concepción científica social burguesa (Emile Durkheim, Max Weber, Talcott Parsons, Niklas Luhmann…): aunque ambos estudian la sociedad sistemáticamente, estos sociólogos lo hacen desde una pretendida neutralidad que no ausculta las opresiones (de clase, étnico-raciales, internacionales, de género…), por lo que su pensamiento las deja intocadas.
A nivel político, esta perspectiva se posiciona críticamente ante la opresión. Critica la dominación capitalista de la sociedad, específicamente la explotación de los trabajadores, por lo cual se asume orgánica a las luchas de esa clase. Propone erradicar el capitalismo (expropiando las empresas capitalistas) y promueve el socialismo, definido como la propiedad colectiva de los medios de producción y la erradicación de las clases sociales (Marx y Engels, 1848). Postula que dicho cambio solo le puede interesar a la clase trabajadora, la cual, si se organiza, es la única con capacidad de implantarlo. Propone un cambio radical, una revolución que sustituya un modo de producción por otro, no meramente reformas (mejorar las condiciones de las clases trabajadoras sin derrocar el modo de producción capitalista), aunque no minimiza la necesidad inmediata de cambios parciales. Comprende que esta transformación es conflictiva, pues los capitalistas usarán todos sus recursos para defender el orden dentro del cual dominan.
En cuanto a cómo organizar el conocimiento, la CMH hace ciencia de los procesos sociohistóricos sin asumir la división técnica del conocimiento que está institucionalizada en la cultura occidental y en las universidades burguesas (Comisión Gulbenkian, 1996/2015), la cual segmenta el estudio de los fenómenos en disciplinas (sociología, antropología, historia, economía, política, psicología, biología, filosofía…). Su mirada holística incorpora las diversas dimensiones de los fenómenos, por lo que reúne las aportaciones de cada disciplina sin asumir sus reduccionismos. Aunque Marx se concentró en la crítica a la economía-política, siempre pensó ese asunto en términos históricos, integrado al sistema sociocultural, mediado por las ideas de los individuos, como perteneciente a sus organismos y como parte de un ecosistema, todo lo cual exhorta a una reflexión filosófica que construya un conocimiento integral.
Elementos teóricos mínimos
Partiendo de ese compromiso político y de esa epistemología, en el capítulo 5 de El capital Marx postuló que el trabajo es el factor determinante de esta especie, pues nos modificamos al transformar la naturaleza para crear lo que necesitamos para satisfacer nuestras necesidades. Recordemos que para Marx el concepto de trabajo incluye tanto “work” (libre despliegue de las capacidades humanas) como “labor” (trabajo dominado por otro). Entonces el concepto de modo de producción alude a la organización social del trabajo y de la distribución y consumo de lo necesario para la vida (alimento, vivienda, vestimenta, transporte, salud, educación…). Tan importante es ese proceso, que condiciona a las demás dimensiones sociales, las que suelen asumir como propios a los principios presentes en la economía-política. Esta perspectiva habla de economía-política porque piensa a la economía como un asunto político en dos sentidos. Uno es que los procesos socioeconómicos consisten siempre en relaciones sociales, las que son relaciones de poder (exista el poder en términos equitativos u opresivos). El otro sentido es que todo sistema socioeconómico requiere protección de sus relaciones de propiedad mediante normas o leyes, las que en última instancia se implantan mediante las armas: el orden político reproduce-defiende el sistema socioeconómico (Marx, 1857-58/1971). Las demás esferas de relación social (derecho, sexualidad, familia, moral, religión, filosofía, artes, lenguaje, ideas…) tienden a incorporar las premisas de la base económica-política, pues los sujetos las construyen a partir de ideas que desarrollaron en la experiencia socioeconómica. Una serie de instituciones (iglesias, escuelas, familia, prensa, artes…) son Aparatos Ideológicos de Estado (AIE): reproducen el capitalismo promoviendo ideas y prácticas cónsonas con ese modo de producción (Althusser, 1970/1988); mediante esas instituciones, los intelectuales crean hegemonía, dominación con el consentimiento de los dominados (Gramsci, 1967): así se producen sujetos que adoptan ideas y prácticas concordantes con el orden social, lo que lo reproduce.
Para la CMH todo es histórico, cambiante, incluyendo la sociedad. La relación entre fuerzas productivas y relaciones de propiedad es el principal factor de cambio social:
Al llegar a una fase determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma […] toda la inmensa superestructura erigida sobre ella (Marx, 1859).
El desarrollo tecnológico incrementa las fuerzas productivas, modificando así las formas de trabajar. Esto implica otras relaciones de propiedad, otro sistema socioeconómico. Surge un conflicto entre los portadores de las posibles nuevas relaciones socioeconómicas y los personajes del viejo régimen. Cuando triunfan, los revolucionarios implantan un nuevo orden político, con nuevas leyes, estructuras decisionales y fuerzas armadas defensoras de ese orden (Engels, 1884), y se van transformando las demás dimensiones sociales, incluyendo las formas sociales de la conciencia (Marx, 1859). Una vez la sociedad se divide en clases, las principales transformaciones históricas son resultado de las luchas entre las clases (Marx & Engels, 1848).
Eventos históricos cruciales
Desde los inicios del homo sapiens hasta hace unos 10,000 años, no hubo clases sociales (Engels 1884; Harman, 2007). Cuando estas comenzaron a surgir se inició la alienación: los trabajadores perdieron el control del proceso de trabajo y de sus productos; y con eso cambió el orden social. La economía dejó de basarse en la propiedad común (trabajar colaborando y compartir al distribuir) y surgió una clase social (dominante) regente del proceso de trabajo y que se enriquece al apropiarse de los productos del mismo. Se pasó del modo de producción comunista originario a otros basados en la dominación de clase: el esclavista (donde los amos explotan a los esclavizados), el feudal (donde los señores explotan a los siervos) y el capitalista (donde los capitalistas explotan a los trabajadores). Con la división de la sociedad en clases se canceló la democracia directa originaria (en la que no había separación entre sociedad y estructura decisional) y surgió el Estado, una estructura política que domina la población, que defiende esas relaciones socioeconómicas de explotación (en última instancia mediante la represión) y mediante la cual la clase dominante dirige la sociedad (Engels 1884). Con este cambio económico-político el proceso social general se modificó: surgió el patriarcado, el dominio de los hombres sobre las mujeres y la reproducción de la clase dominante mediante la monogamia femenina que deja claro el heredero de los propietarios fallecidos (Lerner, 1990); también el militarismo, que convierte a la fuerza en empresa lucrativa dedicada a invadir, saquear y explotar a otras poblaciones. Con el advenimiento de esta nueva experiencia económica-política-militar-sexual, las antiguas ideas caducan; emergen y se desarrollan otras más adecuadas al nuevo orden: al pasar de estar indefensos ante la naturaleza a tener tecnologías que implican someterla, los humanos dejaron de adorar a aquella y metaforizan al poder mundano real mediante dioses antropomórficos (Antezana, 2016), especialmente en términos masculinos (como lo es la clase dominante).
En el caso de la sociedad burguesa, la base económica es el capitalismo. En este modo de producción los capitalistas (dueños de los medios de producción) contratan trabajadores para producir mercancías a cambio de un salario. Los capitalistas se apropian del valor en el que se convierten las mercancías al venderse, enriqueciéndose, pues el valor creado por los trabajadores es superior al costo de producirlas; Marx (1867/1975) llamó plusvalor a ese valor creado por los obreros y apropiado por el capitalista. Notemos que la relación de los trabajadores con las mercancías es una de fetichismo: los creadores quedan sometidos a sus productos; esto también es cierto con respecto al capitalismo, que domina a quien lo genera. Políticamente, el Estado burgués defiende estas relaciones de producción (incluso por la fuerza) y le permite a la burguesía la dirección de la sociedad (Marx, 1857-58/1971; Lenin, 1918/1997). Interesantemente, el Estado burgués incluye aspectos democráticos que están ausentes en los sistemas económico-políticos de dominación de clase previamente existentes; esto proviene de el hecho de que en el capitalismo el trabajador es formalmente libre y de que el intercambio de mercancías es un intercambio de equivalentes: las ideas de libertad e igualdad ocultan el carácter opresivo del Estado y lo legitiman. La dimensión subjetiva de la dominación, la hegemonía producida por instituciones e intelectuales, es especialmente importante en el orden burgués (Gramsci, 1967). Internacionalmente, el capitalismo desplaza a los viejos modos de producción primero en las potencias económicas, a partir de lo cual esas burguesías pasan a dominar a otros países y regiones, y luego la economía y la política mundial: surge el imperialismo (Lenin, 1917/1973).
En el capitalismo, la frontera entre economía y superestructura es porosa. Los AIE (sobre todo las industrias cinematográfica y musical, pero también la educación, la prensa y la religión) son negocios capitalistas: pertenecen a la base económica y a la superestructura. Similarmente, las empresas de seguridad defienden las relaciones de propiedad y son corporaciones capitalistas. A la inversa también sucede: en la actividad empresarial los directivos cumplen el rol intelectual de pensar-decidir y difundir-implantar ideas y prácticas (Gramsci, 1967).
Precauciones
Es errado pensar que para la CMH la dimensión socioeconómica es el único factor en los procesos sociohistóricos (Engels, 1890); distinto a ese reduccionismo, reconoce las dimensiones políticas, jurídicas, de género, de orientación sexual, raciales, étnicas, internacionales y ecológicas como vitales. Esta perspectiva tampoco asume una epistemología objetivista que desconoce las ideas: asume que estas son cruciales y que los sujetos actúan a partir de ellas. Más bien plantea que debemos ver al conjunto social como una totalidad compleja, contradictoria y cambiante, y llena de causalidad recíproca.
Sí propone sobre la economía que: (1) debido a su importancia, es el principal determinante en la organización y la transformación social; (2) mantiene una relación de mutua influencia con las otras dimensiones del orden social; (3) siempre es un asunto político; (4) cambia a partir de conflictos.
De todos modos, para subrayar el rol activo de los sujetos y la importancia de las ideas, recordemos qué significa decir que la sociedad cambia según se desarrollan las fuerzas productivas. Dicho desarrollo resulta de la aplicación del desarrollo científico-tecnológico al proceso de trabajo. Por lo tanto, podemos decir que el pensamiento científico-tecnológico es decisivo en la transformación social, pues este es el que desarrolla las fuerzas productivas, las que transforman el proceso de trabajo con lo cual cambian la economía, el orden político, el resto del sistema social y la subjetividad. No hay que interpretar esto como un posicionamiento epistemológico idealista que cree que el pensamiento hace al mundo, pues el pensamiento es el funcionamiento del cerebro y dicho pensamiento científico-tecnológico consiste en responder a los problemas existentes en un contexto socio-histórico.
Síntesis
Presentamos la CMH como una teoría de los procesos sociohistóricos que está comprometida con la construcción del socialismo. Metodológicamente, concibe los fenómenos interdisciplinariamente. Teoriza que el trabajo fundamenta lo humano y que todo lo sociocultural es cambiante y político. Su conocimiento histórico reconoce al comunismo anarquista como la forma originaria de organización social humana, que en algún momento surgieron las clases sociales y el Estado, y que la sociedad burguesa y su economía capitalista son un caso más de lo anterior. Critica el reduccionismo económico y el objetivismo epistemológico, y asume que las ideas y el sujeto son entes activos. En el siguiente segmento expondremos por qué surgió esta perspectiva.
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[1] Compartimos una bibliografía de algunos autores que han desarrollado este sistema de pensamiento:
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