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Epistemología de la concepción materialista de la historia (3): la gran escisión

Ramón Rosario LunaRamón Rosario Luna Publicado: 3 de abril de 2022



 

Introducción

En el primer segmento definimos la concepción materialista de la historia (CMH) como una teoría de los procesos sociohistóricos que está comprometida con el socialismo y distante del economicismo y del objetivismo. En la segunda parte explicamos su surgimiento como la síntesis, por un lado, de lo novel y contradictorio de la sociedad burguesa, y por otro, del importante desarrollo de las ciencias, lo que se combina en un posicionamiento científico crítico.

Habiendo definido el CMH y explicado su surgimiento, pudiéramos pasar a explicar cómo el materialismo dialéctico subyace a dicha concepción. Pero, como dicha filosofía es una superación del idealismo y del empirismo, entenderla exige examinar esas dos escuelas de pensamiento. Por lo tanto, primero examinaremos las condiciones de las cuales emergen esas dos filosofías; luego, en la cuarta redacción, discutiremos lo básico del materialismo dialéctico.

Antes de la escisión

El homo sapiens surgió hace unos 300,000 años (Hublin, et al., 2017). Desde ese entonces hasta hace unos 10,000 años, el bajo desarrollo de las fuerzas productivas obligaba a que los humanos cooperaran en el trabajo y compartieran en la distribución de sus productos. Engels (1884) y Harman (2007) plantean que, distinto a nuestras sociedades actuales, tenían los bienes en común, su economía era comunista: no habían clases sociales. La ausencia de clases sociales significaba que en el proceso de trabajo no existía una separación entre una clase dominante que pensaba, decidía y ordenaba, y una clase dominada que ejecutaba obedeciendo; también que en el proceso de distribución la sociedad no estaba escindido entre una clase dominante que controlaba-distribuía los productos aunque no los produjera y una clase dominada que no controlaba ni distribuía los productos aunque los había producido.

El ordenamiento político propio de ese sistema socioeconómico también era diferente al que vivimos contemporáneamente. Dado que la economía es tan importante que infunde el carácter general a las demás instituciones sociales, la equidad e inclusión del proceso socioeconómico comunista aparece como democracia directa en la política. Todos participan de las decisiones, por lo que que no hay Estado, hay anarquía, pues no existe una institución de decisiones y dirección de la sociedad separada de la población (Engels, 1884; Harman, 2007). La similaridad de la experiencia socioeconómica de sujetos que no estaban en clases sociales distintas propendía a que sus ideas fueran parecidas, lo que facilitaba la toma de decisiones por consenso. El tamaño relativamente pequeño ayudaba a esta participación política inclusiva y equitativa.

¿Qué relación tenían los humanos con la naturaleza en estas sociedades? Esa pregunta requiere considerar el grado de desarrollo tecnológico disponible. En ese contexto de la Edad de Piedra, lo rudimentario de las tecnologías acarrea un alto grado de indefensión; era imposible cualquier grado significativo de transformación de su entorno. Por lo tanto, en el proceso concreto de la vida cotidiana la naturaleza y sus elementos eran considerados como el poder superior.

¿Qué relaciones entre los géneros predominan en estas sociedades? Tanto los estudios clásicos (Morgan, 1877/1964; Engels, 1884) como los más recientes (Gil, 2019; Dyble, 2015; Lerner, 1990) plantean la inexistencia del androcentrismo en las comunidades humanas originarias. Esto, complementado con relaciones de parentesco matrilineales y con la centralidad afectiva-existencial de las madres, delinea lo que pudiéramos llamar ginecocentrismo o matricentrismo.

¿Qué gnoseología se generaliza a partir de la experiencia social? En la economía comunista originaria no había separación entre trabajo intelectual y trabajo manual: el conjunto social lleva a cabo el proceso de pensamiento-decisión y el proceso de acción-trabajo; los que deciden son quienes hacen. Análogamente, en el orden político anarquista de este comunismo no están separadas las decisiones y las implantaciones de las mismas, pues a quienes les atañen las decisiones son quienes las toman. Concordantemente, la dimensión ecológica plantea que nuestro entorno natural es superior a nosotros, que no estamos separados de él, e incluso que estamos hechos de él, por lo que el principio de integración es premisa dominante en la existencia.

En estas sociedades no hay escisión entre abstracto y concreto. En la economía el trabajo intelectual (abstracto) está integrado con el trabajo manual (concreto). En la política hay identidad entre los que toman las decisiones (manejar ideas, abstracciones) y la población (cuerpos concretos). En las relaciones entre géneros no se concibe a las mujeres como cosa (concreta) a dominar por el ente “pensante” (manejador de abstracciones) masculino: se reconoce que todos somos producto de una mujer. En la relación con el ecosistema no se asume separación entre la cultura (abstracta) y la naturaleza (concreta). Dado que usualmente las ideas religiosas son las más importantes, y dado que las nociones de divinidad son la proyección a la metafísica de los poderes reales, preguntémonos cómo estas múltiples dimensiones sociales aparecen metafóricamente en sus ideas de divinidad (Engels, 1878). En estas sociedades se adora a los elementos naturales como divinidades (Antezana, 2016); y dicha divinidad es concebida en términos maternos: se adora a la madre naturaleza (Herrera, 2011). Entonces podemos hablar de un materialismo integral: la conexión-unidad de las diversas manifestaciones de la materialidad, la adoración a la materia como unidad de lo diverso. Pero en algún momento de la historia, eso comenzó a desaparecer.

La escisión

Podemos decir que la primera división histórica entre abstracción y concreción germina con el lenguaje: en este las palabras comunican ideas (abstracciones) al aludir a la experiencia y objetos (concretos). Pero eso se profundizó cuando comenzaron a surgir las clases sociales hace unos 10,000 años; esas sociedades se escindieron entre poderosos que llevan a cabo el trabajo intelectual (pensar, decidir, ordenar) y oprimidos que realizan el trabajo manual (obedeciendo mediante la acción de su cuerpo) (Ibañez, 1998): esas relaciones sociales fueron el contexto en el que se institucionalizó la suposición de que todo lo existente está dividido entre ideas y experiencia. Homólogamente, la división social en clases requirió un ordenamiento político que reprodujera dicha dominación excluyendo a las clases dominadas de las decisiones y de las armas, y que pusiera estos factores bajo el control de las clases dominantes: surgió el Estado, estructura política-militar que domina la población y defiende las relaciones socioeconómicas de explotación (Engels, 1884). Como estas transformaciones concentraron poder económico, político y militar en manos masculinas, poco después (hace unos 6,000 años), los hombres dominaron la familia: comenzaron a implantar la monogamia femenina y la patrilinealidad para institucionalizar el patriarcado (Lerner, 1990), de modo que el control de la sexualidad femenina reprodujo a la clase dominante mediante la herencia (Engels, 1884). Este cambio social estableció una relación de mutuo fortalecimiento con el desarrollo tecnológico, pues proveyó un incremento de las fuerzas productivas que intensificó la explotación de los trabajadores y de las capacidades destructivas que reforzaron el poder militar que garantiza dichas relaciones socioeconómicas. Ese incremento en poderío tecnológico (y el cambio económico-político que lo subyace) gatilla una cultura en la que el humano trata a la tierra como un objeto que se puede poseer y explotar.

Esa división social del trabajo estableció la oposición entre ideas abstractas (manejadas por la clase dominante) y experiencia concreta (vivida por las clases dominadas). La génesis del Estado profundizó dicha división entre lo abstracto y lo concreto, pues aquél opera como ente abstracto que está separado de, y que domina a, lo concreto de la población y el territorio dentro de unas abstractas fronteras jurídicamente establecidas (negación de la concreta biologicidad de las relaciones de parentesco, criterio de pertenencia de las comunidades originarias). Con el patriarcado se establece un orden socio-sexual en el que las mujeres existen como objetos (concretos, que no portan ideas) que serán controlados por los hombres, quienes se conciben como sujetos (portadores de ideas, abstracciones). El tecnocentrismo propio de esa sociedad asume y refuerza la división entre cultura, entendida como abstracta, pues es un sistema de normas (Freud, 1930/1976) y naturaleza (que se califica cosa concreta) y la pretensión de dominación de la primera sobre la segunda. Cuando la economía es clasista, la política es estatalista, la sexualidad es patriarcal y la tecnología existe para dominar la naturaleza, se generaliza a nivel cognitivo la oposición entre ideas y experiencia y la dominación de lo primero sobre lo segundo.

En la medida en que los humanos de la clase dominante dominan a los productores y el productor y el producto se escinden, en la medida en que los hombres dominan a las mujeres, en la medida en que los humanos (realmente la clase dominante) dominan (o pretenden dominar) la naturaleza y en la medida en que algunos sujetos dirigen el Estado y este sintetiza todo dominando los cuerpos que componen a la población, estas relaciones de dominación aparecen metaforizadas a nivel religioso como dioses antropomorfos masculinos: se cercenan creador-productor (la divinidad) de la creación-producto (la naturaleza). Pero posteriormente surgió el monoteísmo y comenzó a suplantar al politeísmo; ¿por qué? Con la dominación de clases se desprestigia el trabajar (pues es cosa de esclavos); fortalecido el militarismo, surge la preferencia por invadir, saquear y esclavizar. De esto resultan grandes concentraciones de poder económico, político y militar: imperios. A partir de la consolidación imperial de poderes terrenales se unifica el poder imaginado: surge el monoteísmo como proyección metafísica única de la autoridad social concreta integrada. Entonces se desarrollan religiones intensamente metafísicas que adoran al padre (imaginario, abstracto) que está en el cielo y no a la madre (real, concreta) que es la Tierra. Se extingue el materialismo integral de las comunidades humanas originarias y se reorganiza la epistémica de los sujetos en términos de escisión (entre lo abstracto y lo concreto) y dominación (de lo abstracto sobre lo concreto).

La filosofía surgió en este contexto clasista, estatalista, patriarcal y tecnocrático. Dedicarse a pensar amplia y profundamente sobre múltiples temáticas requiere abundante tiempo libre; y dicha disponibilidad de tiempo solo puede surgir en un contexto de dominación de clase: las clases dominantes pueden dedicarse a pensar porque sus esclavos, mujeres y capataces realizan y dirigen la producción material de las cuales aquéllas se apropian. La filosofía es producto de, y oculta a, la explotación de clase.

El dúo reduccionista de idealismo y empirismo, que filosóficamente se institucionalizó como hilemorfismo (Stanford Encyclopedia of Philosophy, 2020), emergió en las sociedades divididas en clases (Ibáñez, 1998). De un lado se conforma una filosofía idealista: está, absorta en sus abstracciones, define una ontología que incluye solo a las ideas (o, si acepta que lo concreto existe, lo desprecia), resalta las formas y cree que el conocimiento surge exclusivamente del pensamiento (manejar ideas). Del otro lado brota una filosofía empirista, la cual, sumida en las concreciones, supone una ontología consistente en objetos tangibles (o si acepta que las ideas existen las interpreta como secundarias), exalta la sustancia y postula que el conocimiento se basa solo en la experiencia (interacción entre organismo y objetos tangibles). El idealismo es la proyección a la filosofía de la posición socio-cognitiva de las clases dominantes, pues es la elucubración de su episteme abstracción. El empirismo es la expresión filosófica del lugar social-cognitivo de las clases dominadas, pues es el encumbramiento de su episteme concreción. La división social en clases es la matriz dentro de la cual nace y se nutre el hilemorfismo.

Para Sohn-Rehtel (1970/2020) la mercancía, forma básica de relación social en el capitalismo (Marx, 1867/1975), es una abstracción; su escisión entre valor de uso (concreto) y valor de cambio (abstracto) profundiza el hilemorfismo y es el fundamento epistemológico de la crisis civilizatoria. ¿Cómo esa escisión engendra dicha crisis? La explotación de clase (separar los productores de sus productos y de los medios de producción) de la cual resulta una desigualdad en la que coexisten la opulencia y la miseria, un empobrecimiento del grueso de la población que genera diversos problemas sociales; el autoritarismo de Estado (escisión decisiones-armas/población) dirigido por la oligarquía capitalista para reprimir a quienes se oponen a sus proyectos explotadores y extractivistas, cancelando así los limitados espacios democráticos propios del Estado burgués; la generalización de la corrupción (que resulta de escindir lo individual y lo colectivo) como modo de gobernar priorizando el bolsillo de sus amigos burgueses y despreciando el bien común; el militarismo genocida que convierte al otro en cosa y devora gigantescos presupuestos que pudieran destinarse a salud, educación, artes, deportes o transformación tecnológica ecológicamente sensible; el patriarcado, que como misoginia la emprende contra las mujeres desconociendo que una mujer (la madre) es nuestro origen y como lgbtiq+fobia odia a quienes no asumen la heteronormatividad; racismos y xenofobias estructurales que atacan al diferente y al vulnerable; abundantes problemas sociales (resultantes de la desigualdad socioeconómica) como la criminalidad, las psicopatologías, las adicciones y la violencia (especialmente contra los vulnerables) resultante de la persistencia de las opresiones; la escisión entre existencia pusilánime, sinsentido o desgraciada y una espiritualidad esquizoide (de lo cual el fundamentalismo religioso es la manifestación más obvia); una relación depredadora con la naturaleza que la concibe como algo distinto a nosotros, como cosa a poseer y explotar crecientemente produciendo y consumiendo cada vez más (en pos de las ganancias de los capitalistas), lo que va engendrando ecocidio. Solucionar esta crisis civilizatoria requiere cambios profundos, incluyendo en la epistémica fundacional (Lander, 2010; Estermann, 2013).

Esas opresiones y problemas sociales se fundan sobre la escisión entre opresores y oprimidos o son el resultado de ese tipo de relación. Evitar ese holocausto requiere otro orden social. Dado que la economía es tan importante que infunde el carácter general a los demás procesos sociales, un sistema socioeconómico basado en escisión y dominación genera ordenamientos políticos, manejos de las fuerzas armadas, culturas socio-sexuales, relaciones interraciales, relaciones interétnicas, religiosidades y relaciones con la naturaleza opresivas: la desgracia es inmanente a la opresión. Otra existencia requiere otra base socioeconómica. La hipótesis comunista (Meléndez, 2012) postula que, en la medida en que desaparezca la división social del trabajo entre quienes deciden-ordenan y quienes ejecutan-obedecen, y los trabajadores reconquisten el control de los productos (lo cual requiere propiedad colectiva de los medios de producción y manejo democrático de estos procesos), la cultura se basará en principios como la equidad y la solidaridad y esas relaciones socialistas serán el punto de partida para un ordenamiento político genuinamente democrático, participativo, en el que no habría escisión entre quienes deciden y a quienes les afectan las decisiones; igualmente, las opresiones de género, orientación sexual, étnicas, raciales y nuestra malsana relación con el ecosistema tenderían a desvanecerse. Pero, como otro sistema de relaciones requiere otra cosmovisión, movernos hacia ese cambio social exige pensar-sentir diferente: otra subjetividad, otra teorización social y otra base filosófica; si el problema es la escisión, la integración es la solución.

 

Referencias

 

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