Epopeyas cotidianas o Madonna con niño de otro
“La fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente” (Barthes, 1989, 31).
Hoy no estoy tan segura del nunca más. Me vino a la mente una imagen. Busqué una foto que he cargado toda la vida conmigo. Esta es la mujer que me crió, la abuela materna que hizo de madre para mí y para otros. Se llama Hipólita. No pudimos reproducir a color al intentar mejorar la resolución y calidad de la foto. Aquí la vemos con un niño que tiene SIDA. Era hacia finales de los años setenta cuando se le exigía a las personas que usaran guantes y mascarillas al entrar en contacto con los diagnosticados de una enfermedad desconocida en ese entonces. Como a principios de 2020 con el Coronavirus las preguntas siempre nos llevan a proponer alguna conspiración. El universo sabio no inventa maleficios ni es perverso. Tal vez por esta razón la recuerdo a ella. El desconocimiento acerca de la epidemia y su cura produjo similares reacciones a las de ahora. Claro, el SIDA arrastraba otras connotaciones y señalaba (o culpaba) a ciertos grupos. Como ahora, la religión interviene y muestra su falta de empatía. Los cristianos, por citar a un sector, siguen aferrándose, cuando les conviene, a un dios apocalíptico y del viejo testamento. De este modo, se justifica la intolerancia y el crimen.Lo interesante es que la imagen del niño enfermo, que sostienen tiernamente en brazos la madonna, me hace preguntarme por el destino de ese o esa bebé. Si siguiera vivo tendría unos 40 años. Lo que la foto no revela es que Hipólita tiene cáncer cuando lo cuidaba y le acunaba en brazos. Le dio dos veces, la segunda a los 7 años de habérsele diagnosticado la primera en los ovarios y luego viajó por su estómago hasta que no pudo más. La historia que me interesa contarles es la del día cuando estando enferma decidió vestirse para buscar trabajo. No se quedó en casita a sufrir resignadamente los tratamientos horribles de la quimioterapia. Era una guerrera y, por eso, porque yo me viví bajo un techo a una Madre Teresa de Calcuta, tengo esta necesidad de contarles de ella y celebrarla. Si vamos más lejos, su nombre señala a una reina amazónica en la mitología griega. A veces un nombre le sienta a una persona como un vestido a la medida. Estoy segura que ustedes tendrán sus historias hermosas y necesarias. Epopeyas de pueblo y de puertas cerradas. ¿Por qué no desempolvarlas y compartir con los posibles lectores? Nuestras epopeyas cotidianas superan a veces la mejor novela y se podrían encapsular en una página o dos. Después que la envié entre los míos, dos personas me contaron sus cuentos familiares.
Bueno, resultó que la épica que nos concierne hoy inició en un hospital cerca de su casa. Se les daba trabajo por algunas horas a abuelitos y abuelitas y ellos, a su vez, debían cuidar hijos de personas porque los padres no podían quedarse en el hospital. En el caso específico del bebé, sospecho que su madre o padre eran adictos y se transmitió el virus por inyección a la sangre de la criaturita. Existían muchas otras razones para que los bebés no tuvieran a sus padres al lado. Hasta el día de hoy existen los llamados «Abuelitos adoptivos». Genial a quien se le ocurrió esta idea que deberíamos copiar para otras realidades, sobre todo cuando pienso en la cantidad de personas que dicen no saber qué hacer con sus vidas, que se aburren o le huyen a la idea de retirarse como si el mundo se acabara con el trabajo asalariado. La historia de la foto que ven sigue así: Le pidieron a mi abuela que se pusiera los guantes para sostener a este bebé. Ella se rehusó y firmemente les dijo: «Yo no voy a ponerme guantes para cargar un angelito de Dios». Y, con el carácter que la caracterizaba y se dibuja en su rostro, los desobedeció. Antes de que mi abuela se fuera a otra galaxia, se dedicó a sembrar espinacas. Cuando se sentaba a leer el periódico en su mecedora recuerdo que no faltaba este comentario: «Cómo me habría gustado estudiar». Ella llegó hasta el sexto de primaria. Yo seguí por ella, no porque me gustara estudiar ni las espinacas. Mentira. Yo tomé gustosamente su lugar tan combativamente como he podido. Si es verdad que venimos a cumplir una misión, la mía se cifró en cumplir sus deseos.
La cita con la que empieza esta reflexión, por otro lado, remueve otras capas de saber metafísico, existencialmente hablando, más allá de la imagen. Lo que vemos no es lo que es. Su vida no era su vida como mi vida no es mi vida. Si no, qué banalidad sería vivir, un acto creativo producto de un ego solitario, en vez de un hilo más en una cadena que vamos hilando y pasando de generación en generación. Hipólita sigue viva. Hoy no es el día de las madres ni del amor. Es un simple día de febrero en que la presento a los amigos, y le envío toda mi energía a ella, e incluyo lo que imagino son las sonrisas de ustedes si han llegado hasta esta línea. Estoy segura que le llegará toda esta energía nuestra adonde quiera que esté. A ella le dedico una estrella con su nombre. La compré como se compran zapatos por internet (starregistration.net). No tengo dudas de que su luz será para siempre.
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Del libro de la autora “Mis Facebook stories” .