Escaleras para el vértigo: Elegía a los vencidos de Gegman Lee
“La cultura, la expresión pura de la boluntá de creación umana, la yenura orijinaria del basío qe atrae, aparese como de otra naturalesa, sobre, contra, anti, plusnasturalesa. El omo cultural edifica escaleras para el vértigo.”
–Joserramón Melendes, “Qé es la libertá”
Primero me permitirán un comentario sobre esta iniciativa del Farolito Azul. Es evidente que Elizardo pretendía establecer con esta colección un espacio de amplia comunidad para nuestra poesía. El editor servía hábilmente de diplomático entre los poetas – gente tan complicada y difícil – para que en Callejón, en su Farolito, se sintieran en casa: poetas admirados, poetas desconocidos, poetas simpáticos, poetas insufribles, poetas de más o menos fortuna, todos piezas de un mosaico que iba armando Elizardo como quien no quiere la cosa y sin parecer consciente de la importancia que ha tenido y tiene en estos momentos tan fieros, la poesía.
Gegman Lee fue uno de estos poetas convocados. El año pasado, en una de esas pocas ocasiones en las que viajo sola, me encontré en el aeropuerto, justo antes de abordar el avión, a Elizardo y Maritza, que esperaban como yo la llamada para embarcarse a Nueva York. Allí mismo, aprovechando la ocasión y como en una operación de espionaje, Elizardo me pasó el manuscrito de Elegía de los vencidos de Gegman Lee, para que le echara un vistazo. Pasé las cuatro horas del vuelo leyéndolo y comentándolo, y a mi regreso, le envié mis apuntes. Así era mi colaboración editorial: encomiendas súbitas y consultas literarias, en las librerías y los cafés, como si me asignaran una misión secreta. Tan secreta era la misión, que a veces yo misma no me enteraba, y a él se le olvidaba avisarme, como cuando me llamó a la Universidad, en medio de una clase, porque yo no llegaba a la cita que, supuestamente, habíamos hecho con Gegman para hablarle de su libro. En resumidas cuentas, no sé qué hablaron en esa ocasión (yo no pude ir) – me imagino que compartiría con él algunos de mis comentarios – ni nunca supe a qué acuerdos llegaron, hasta que hace unas semanas encontré en una librería el nuevo libro ya editado. Tuve oportunidad de textearle entonces que lo había visto, y decirle qué lindo ha quedado el libro, ya hablaremos otra vez.
El 25 de abril, días después de despedirnos para siempre del intrépido editor, continuábamos las aventuras del Farolito-Azul, para asegurar la persistencia de la poesía en esta isla de los cabos sueltos, presentando la Elegía a los vencidos de Gegman Lee.
La Elegía es, como he dicho, el segundo libro que Gegman publica en el Farolito Azul. Comparte con Nostos lo que observa Marcus Ortiz: un “documento que expresa la realidad – de la literatura y sus artífices – de las condiciones sociales, existenciales y políticas en que se halla Puerto Rico”[1]. Ambos libros, a mi juicio, son testimonio y problematización, en clave poética, de una crisis que ya tiene un rostro literario. Así también su editorial Alayubia, su junte con otros poetas de su generación, su gestión del Libro de la promesa, son parte de un activismo poético-político que es febril, es feliz y es necesario.
Elegía a los vencidos parte de una premisa parecida a la anterior: la conciencia de la vulnerabilidad del sujeto social. No es que seamos seres hechos para la muerte, es que además solemos ser incapaces de vivir en libertad.
Los vencidos son los sumidos en aparente pusilanimidad, seres pasivos, porque no les queda más remedio, como ese chofer, del que habla en su Tratado de los vencidos, que se resigna a vivir sobreviviendo, como si todo lo mejor fuera lo ya pasado; dice allí “todos hemos sido vencidos por una realidad que nos manipula a pasar trabajo”. La “realidad” nos fuerza a aceptar sus términos y, derrotados, resignados, nos entregamos, al decir de Lorca, a “esos juegos sin arte, a sudores sin fruto” (“La aurora” de Poeta en Nueva York, 1930). Somos, en resumidas cuentas, víctimas de una violencia que nunca ha dado tregua, que nos obliga a vivir esclavizados, y para colmo, agradecidos por tal esclavitud:
Apreciemos, pues, nosotros
el espacio entre el suelo y la caída,
como un ave cuando muere
en el disparo.
Desprovistos de tiempo, de fuerzas, de poder, la poesía se ejercería entonces, como propone Che Melendes, como una liberación:
Donde no ai creasión umana, el ombre solo se a desarroyado como un ser nesesario. Esto es, donde no a abido la posibilidá de ejecutar la boluntá, no ai ombre libre. La libertá es el único espasio nuebo de la naturalesa orijinaria; lo nesesario es sólo más naturalesa. El ombre nesesario, como el resto de las espesies unibersales, sólo añade naturalesa a la naturalesa. En su insatisfaxión de la boluntá, el ombre no es ombre todabía.
Gegman se ha confesado, en su Tratado, como uno de estos vencidos, atrapados en su naturalesa: “Fui como tantos hoy, que sufren de esa condición de no reconocer otras realidades, puesto que no han tenido la oportunidad de desarrollar el ímpetu de ver otros mundos posibles. Entonces podríamos decir que todos de alguna manera u otra somos unos vencidos y tenemos los ojos vendados ante la “naturalesa”.” De fondo constante, está el dolor que provocan las ausencias, no solo a causa de la muerte sino además por el obligado y duro destierro de los desposeídos; “La pobreza es real – dice en el Tratado – y también lo es el dolor de despedir a un familiar o a un amigo porque no tiene nada más que hacer aquí.” De todo esto, tan concreto, tan urgente y tan actual, nos habla la Elegía a los vencidos, de Gegman Lee.
Hay un cambio importante entre aquel manuscrito original que leí a veinte mil pies de altura (publicado ¿total o en parte? en un número de Cruce de hace dos años) y este que ya circula en las librerías. De Elegía de los vencidos, de discurso más fluido y personal, Gegman pasa a Elegía a los vencidos, como si quisiera establecer una distancia entre la voz de los poemas y el sujeto (o los sujetos) sufriente(s). Pues es un sujeto que sufre, como parte de un grupo – familiar, generacional, nacional – el que encontramos aquí. Reproduce la distancia que ha provocado la experiencia de la muerte, en particular la muerte de la madre, y más que eso, la anticipación de esa muerte, la agonía y su desesperación.
El libro distribuye cuarenta textos de diversa extensión, que pocas veces sobrepasan la página, en cuatro secciones irregulares: La ola, Los fantasmas, El reparto y La fila.
La ola podría ser eventualmente el sueño utópico de la comunidad; el último poema de la primera parte, nos ofrece el corazón de este libro pues destaca la fragilidad de la esperanza, tan necesaria:
XIV
Tal vez con la ola surjan formas
que nos recuerden la alegría del amor,
escrita en esos libros sagrados:
dicha por esas voces que gritaron
el significado de la felicidad.
Son un rompecabezas que pende de un hilo:
la ruta dicha para el corazón[2].
La elegía es, según los diccionarios, un lamento por la muerte de una persona o por una calamidad (una guerra, una derrota, una catástrofe) o bien podría centrarse en la exaltación patriótica o amorosa. La de los vencidos corresponde, en términos generales, a una tristeza por el sufrimiento de la especie, por todos aquellos que, como los puertorriqueños a los que canta Pedro Pietri en su Puerto Rican Obituary (de donde sale el epígrafe de la primera sección del libro, “La ola”), sufren la explotación del sistema:
They worked
And they died
They died broke
They died owing.
En el libro de Gegman Lee, sin embargo, no son seres intercambiables como en el texto de Pietri – Juan, Miguel, Milagros, Olga, Manuel – , representantes de un forzado éxodo, sino gente más próxima – mamá, abuelo, abuela, hermano, “otros conocidos” – que conforman un cuadro muchísimo más personal y, por lo tanto, más entrañable. La violencia del destierro es cercana y desgarradora. El epígrafe de Pedro Pietri deja claro la continuidad del desastre: Gegman Lee escribe este libro cuarenta y cinco años después. También ese aquel otro texto habla, como aquí, de la docilidad de los explotados, igualmente sumidos en la naturalesa.
Así, pues, la voz de la Elegía plantea la primera ola, como una disolución del ser:
Ver en el barrio la abnegación
transformando cada cuerpo
en una ola invisible
creando
aquella transparencia sin fecha
y sin papeles
que ha diluido la historia de cada nombre
como en un campo de concentración. (I)
Los individuos de estos poemas son “hombres necesarios”, que solo añaden naturaleza a la naturaleza, no son hombres[3] (en el sentido de humanidad) todavía, son seres sin nombre, son masa, ola invisible, nada hacia la nada. Entre todos, son ola (muchedumbre impulsada por la fuerza de la vida misma, por las manecillas de un reloj universal), son también los fantasmas (más personales, íntimos), son el reparto (resignados, obedientes, culpables) y son fila (como reses al matadero).
La sección de “Los fantasmas” es más personal: la madre, el padre, el hermano, aunque no son los únicos; “También otros desconocidos pesan sobre mí” (XV). Varias veces en esta sección habla de la “condición gutural” que lo humaniza, es decir “de la garganta” de la que más que palabras, salen alaridos:
Hay golpes que se plasman
como cicatrices en la voz,
son golpes traducidos a alaridos. (XXVI)
Con esta imagen cierra la sección de “Los Fantasmas”. El alarido finalmente, no será suficiente, como dice en uno de los últimos poemas del libro:
Un alarido no es suficiente
para asentar las cosas en la risa
y salir de las flores muertas
con la garganta viva. (XXXVIII)
La voz de los poemas de esta parte continúa con una ansiedad por construir a partir de las ruinas: construye de migajas, carga con “bultos llenos de familiares“, siente hasta el peso de los desconocidos, y busca y siente ira, odio, y, a la postre, piensa en la madre, origen y culminación de esa toma de conciencia:
Madre, mientras te pienso
comulgo hormigas,
canto una elegía enorme
que es ámbar en mis manos,
sobre nuestras manos,
con las que nos acariciamos
con la solidez del árbol,
aún buscando,
el verdadero repertorio
de los números naturales
como solución
a esta eterna edad de morir. (XX)
La vida eventualmente se reafirma, a pesar de las muertes y las orfandades:
Celebro mi cumpleaños
con toda esta destrucción
aunque soplar una
o veintiséis velas
no extinguirá el fuego.” (XXI)
En “El reparto”, a continuación, aparece un sujeto plural, un nosotros que describe una experiencia que se vuelve genérica. Parecería que al iniciar esta tercera parte, la madre, como signo, trasciende lo experiencial y pasa a un plano más abstracto:
Huye la madre y quedaremos solos
pero la buscaremos en lo que nos disuelva:
en la patria,
el trabajo
y en todo lo que nos brinde abasto.
Pues el vientre es aquello que protege
y lo que en algún momento repudiamos
por tener fervor de variedades infinitas,
una inmensa colección de puentes rotos. (XXVII)
Los poemas de esta sección parecen hablar de un determinismo opresivo, de la tiranía del propio cuerpo, acaso de la misma “naturaleza” que nos convierte en “hombres necesarios”: “Si se hallara algo fuera del reparto / tal vez todo sería distinto” (XXXI).
En “La fila”, última sección del libro, todos somos escamas de una serpiente ¿la misma que tenemos al cuello? Aquí no hay madre, ni padre, ni abuelo, pero sí familiares y un nosotros en una fila-serpiente que continúa preguntándose por los otros:
Si es que quedan cadáveres
por qué
se nos hacen invisibles,
no sentimos sus olores,
no lloramos las pérdidas como siempre;
no celebramos esos cuerpos muertos,
y es que pasan desapercibidos
por qué
porque son una fila de mutaciones
por qué
porque son el canto a coro que no se diferencia,
el ruido sordo del que no se sabe la procedencia,
el ala perdida dentro de la bandada.
Se pregunta por los cadáveres y se responde con el olvido: deshacer la individualidad en la muchedumbre, como si dolerse fuese una responsabilidad del sujeto para con el grupo. En esta última sección, los mares son de humo, “asesinos de peces”, un mar “siempre a punto de evaporación” y ellos “han entrado a la fila de fósiles”.
En lugar de una épica de la resistencia, Gegman Lee propone un llanto, una elegía, pero también una reivindicación de quienes han luchado y merecen su recuerdo. La existencia del libro mismo es un acto de optimismo. Lo íntimo trasciende hacia lo público, con la esperanza de compartir el sentido personal de esa reivindicación. Sacar provecho. Que no sea en vano el padecer. Porque se pretende, al fin y al cabo, ofrecer esta derrota como un sacrificio en el sentido clásico: el que nos redime a todos, a los demás, a los que quedamos en esa fila-serpiente que a veces aprieta el cuello, para continuar subiendo los peldaños, edificando, como dice Che, “escaleras para el vértigo”.
Esto puedo decir de la Elegía a los vencidos, libro que tuve la satisfacción de presentar el 26 de marzo junto a Félix Meléndez, que alguna vez fue mi estudiante y con quien, junto a Gegman Lee, recibí el año terrible del 2017, que tanta candela nos ha dado. Parecería que alguien estuviera moviendo los hilos. Esto le hubiera encantado a Elizardo, y aquí termina mi pequeño homenaje. ¡El Farolito vive!
Obras citadas
Gegman Lee, Elegía a los vencidos. Viejo San Juan: Ediciones Callejón, 2018.
—. “Elegía de los vencidos”, Cruce. 6 de marzo de 2016. http://www.revistacruce.com/letras/item/2406-elegia-de-los-vencidos
—. Nostos. Viejo San Juan Ediciones Callejón, 2014.
—. “Tratado de los vencidos”, Cruce. 18 de octubre de 2015. http://revistacruce.com/politica-y-sociedad/item/2203-tratado-de-los-vencidos
Melendes, Che. “Qé es la libertá” elpostantillano.net, 1ro de mayo de 2013. http://elpostantillano.net/blogs/che-melendes/5551-che-melendes.html
Ortiz, Marcus. “Nostos de Gegman Lee, reseña” elpostantillano.net, 31 de enero de 2015. http://elpostantillano.net/pagina-0/316-resena/13064-marcus-ortiz.html
[1] Marcus Ortiz, “Nostos de Gegman Lee, reseña”. El Postantillano 31 de enero 2015.
[2] Enmiendo el último verso según la lectura que hizo de estos versos Gegman Lee en la presentación del 26 de marzo de 2018.
[3] Algo incómoda, mantengo el uso del término hombre según lo maneja Melendes en el escrito que he citado antes.