Escuchar la calma sin sosiego
Conozco hace mucho tiempo a E.S. Ortiz-González. No quisiera que esto de «conocerlo» constituya el primer malentendido que genere esta reseña. En verdad poco se puede hacer al respecto. No poseo secreto alguno sobre su persona, ni este «conocerlo» le otorga alguna autoridad a las palabras que siguen, ni lo eximen a él o a mí de las inconveniencias que puedan despertar nuestras personalidades.
Solo anoto la cercanía existencial que existió entre nosotros por un tiempo mientras viví en Puerto Rico. Eddie fue uno de los rostros mañaneros con los que Río Piedras me recibía durante mis primeros años como profesor en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras, por allá por los «gloriosos» años 90’s del pasado siglo. Antes de entrar a enseñar en la Universidad paraba en La Tertulia de enantes a quemar algunos minutos. Escribo sobre la otra Tertulia, la de los escaloncitos descendientes, la del bofetón de aire excesivamente frío a la 1 de la tarde, la que miraba el servicarro del Burger King. De madrugada, cerrada a esas horas con llave, Eddie me abría la puerta mientras barría la librería, preparándose para otra jornada. Yo lo interrumpía, por supuesto. Me dejaba entrar, sin embargo. En ocasiones advirtió que el café aún no había surtido efecto, que lo cogiera suave, pues sabía que yo traía ya los motores de la sesera prendidos. Recuerdo demasiado bien el aliento empozado de la noche de libros en la librería —atmósfera todavía no disuelta por el aire acondicionado. Llegamos a almorzar juntos y reírnos hasta llorar en muchísimas ocasiones.
Digo todo esto, para especificar lo que me propongo hacer con estas oraciones. El texto que usted lee hoy no ensalzará, con una cucharada de «objetividad» y otra de «autoridad», las prendas biográficas que recorren el libro en cuestión. Lo que procede, lo escribe, emocionado, un pana — si Ortiz-González me permite nombrarme así — que confirma en la escritura de estrategias de combate la transformación de años de insistencia y lecturas poéticas hecha poema breve en medio de las demandas laborales de mi amigo librero. Recupero, además, las minúsculas que exhibiera una edición mecanografiada que me facilitara años atrás Eddie. Pues lo minúsculo me parece algo mucho mejor y menor que la «estrategia» que blasona el título del libro.
estrategias de combate me presenta a otro amigo distante y próximo. Da gusto frecuentar el amigo-lector todavía «vivo», como dudosamente vivirían los sujetos entre las letras. Ausente en las tarimas de los grandes asuntos, desconocido para los devotos de la cultura afirmada —firme en su afirmadora afirmación y firma de un narcisismo intransitivo que nunca deja la escena—, desencontrado con la genuflexión populista-hegemónica de nuestros días, dándole la espalda a la anti-intelectualidad identitaria boricua, el libro de Ortiz-González navega por los mares extraños de la literatura puertorriqueña, por las aguas de esa literatura como hecha en un más allá. By the way, quien desee escribir algo sobre la influencia del haikú en la poesía puertorriqueña y su papel indiscutido en la lucha por la descolonización puertorriqueña, adelante, pero por favor, cómprese otro libro. Quisiera poner a estrategias de combate en ese estante donde se reúnen los textos que recogen las heridas y cicatrices que definen nuestra contemporaneidad. Esos libros que, también, levantan el lomo de la palabra existencial del poema puertorriqueño. A su modo, este libro es un modo de adentrarse en un espacio difícil de imaginar o, al menos, conversar desde el tono mismo que trabaja el poemario: el espacio donde un solitario se guarece y calmo hace silencio en tanto deviene imperceptible. Allí el sujeto poético afina su sensorio, sobre todo su oído y, como si fuera poco, palpa — entre otras cosas — su condición de padre e intenta atravesar, incluso, lo que su padre le inscribiera.
Aquí
un centro oscuro
se abre a lo disperso. (63)
¿Serán estrategias de combate parte en esas «artes de dirigir un ejército para obtener la victoria en una guerra»? ¿Son «estrategias» las que se necesitan para sobrevivir en el área metropolitana de San Juan, o en cualquier parte de un Puerto Rico desastrado? El diccionario de la rae registra la siguiente etimología: «Del lat. strategĭa ‘provincia bajo el mando de un general’, y este del gr. στρατηγία stratēgía ‘oficio del general’, der. de στρατηγός stratēgós ‘general’». ¿Soportaría el sujeto poético de estrategias de combate los uniformes propios de un general o un comandante? El sujeto poético de estrategias… no maneja las simplezas tranquilizadoras de la orden, la simplificación o la dicotomía. Su saber no es marcial. Tal vez si se bajaran las resonancias mayúsculas del título del libro, si se depusiera la concepción castrense del vocablo estratégico, tachándolo y se deponen los sentidos convencionales de «combate», toparíamos con el canto de un sujeto que transita de la casa al trabajo y del precariado a la casa: Las inscripciones de quien se niega a enaltecer las Grandes Batallas o a impostar la voz ante las mismas.
Regreso al hogar luego de la jornada. Voy por la Ponce de León. Luego de una intersección habitualmente concurrida. Esta vez nada. Nadie. El sol mortecino de la tarde. Cruzo la calle, escucho los beeps del semáforo. Entonces, floto en el espacio. Cada vez más lejos de la nave. No sé cuánto oxígeno me quede en el suit espacial. Ya no importa. Cada vez más lejos. Beep. Beep. Beep. Beep. (55)
De nuevo, ¿cuan estratégico puede ser este escuchar, entendido como el alojamiento del afuera, del otro y el sorteo de los obstáculos que no pocas veces malogran su escucha? Ortiz-González escucha cuando cruza. Es justo cuando se cruza que hace metamorfosis la voz y zafa el sujeto. El guerrero en estrategias de combate no es un delegado ideológico camuflado de sujeto poético. Se trata de un guerrero cuando no herido, un nauta vencido o a punto de morir. Mucho menos confundirlo con el soldado, con el militante, con alguien que profesa la milicia y la consigna. Este combatiente, en todo caso no milita, es más bien un sobreviviente, un veterano civil de una guerra sorda en la que no llevó la mejor parte. Una guerra muchas veces fundida a su subjetividad y a su mirada en el espejo.
Este combatiente no aspira a fundar, a conquistar lugares, muchos menos a participar en misiones de rescate de algún capital simbólico, financiero o patrimonial. Entre estas páginas nadie morirá por patria alguna. Se leen las meditaciones de un contendiente solitario, anacrónico, extranjero, consciente de la incomodidad que genera su voluntad de declinación y la violencia que todavía ésta última contiene. Ya encerrado en un cuarto, en un baño, en la barra o en su cabeza urdidora-escafandra para atravesar la ciudad — allí ensaya sus afectos. Un guerrero quizás dedicado a escribir caídas, contenciones, fracasos, cierto coqueteo con una pulsión suicida y que, además, insiste en dejar constancia de no pocas desapariciones.
(BERLÍN, 1938, POGROM)
El filo del uniforme,
el destello de las insignias,
el índice
presto a dar la muerte,
la ausencia de obsequio
en sus ojos. (43)
Es muy difícil, sino imposible pensar las víctimas del holocausto nazi como estrategas. Sin embargo, la sección de poemas-epitafios dedicada a los escenarios paradigmáticos del holocausto nazi (II, 2. Desplazamiento. Penumbra) vincula la predisposición sensorial del sujeto hacia esos movimientos nimios que certificarían la insignificancia humana para el poder, el destino de ceniza que recibieron los incinerados.
La orden de quitarnos
todo. Los coloco junto al
uniforme. Me
quedan grandes. Aquellos
eran perfectos.
Despojo. Desnudo. Figura.
Lo que
queda camino
de las duchas. («(Auschwitz. Enero, 1944. Zapatos)» 41)
Se trata de alguien que se abate para ponerse al lado y remitir lo sentido. En fin, lidiamos con un batallador por la relevancia de los asuntos que escucha y con los que intima — imperceptible — en medio de la estulticia de un presente donde el otro no existe como categoría social. Esta voz, en particular, sabe que los asuntos importantes son aquellos que marcan comienzos, son las cosas que parten y nos llevan fuera de si, lo que carece de valor, como las hojas del otoño, como una gota de sangre que cae, como la ceniza silenciosa que se posa en alguna flor cercana a los campos de concentración, como la nota de cocaína que adoba las inquietudes de la entrepierna mientras afuera ruge el rock. Quizás la única batalla que se permita esta voz sea la del amor, la del sexo donde «puede más la mirada/ que el acto heroico» (24).
estrategias de combate es otro de nuestros libros para la escucha. La escucha de lo que podría estar por venir a pesar de la nadería de nuestros días.
La pregunta
como un puente
Que ya no habrás de recorrer.
Tu paso está vedado.
Silencio. Escucha. (59)
O la escucha que también apuntala el devenir padre, la interpelación del hijo. Este poemario también recoge las maniobras de un padre que ha prevé el advenimiento de las maneras disímiles del hijo para apropiarse, retar o abandonar las «estrategias» del padre. El hijo es el mejor litoral afectivo para ese que no puede dejar de mirar hacia la arena del pugilato, aún en su retirada de la misma, pues la palabra del hijo ampara al padre venciéndolo con su propia palabra, cambiando el destino del nombre, desquiciando el ethos belicoso, incluso autodestructivo, del guerrero. Cuando el hijo Eduardo enuncia, E.S. hace silencio. Así, sólo la pequeñez enorme del hijo hace del padre criatura épica, mitológica, recuerdo perdido en esas arenas archipelágicas donde dominan los peores monstruos. El hijo, entonces, le revela al padre su condición monstruosa de cíclope. El niño-héroe no tiembla y como Ulises reniega de su nombre.
Juego con mi hijo,
Le pregunto,
oh tú, quién eres?
Me responde
Nadie. Yo soy Nadie.
Soy el cíclope
que acaba de preguntar
su nombre
a Ulises. (62)
El poeta entonces es el monstruo que pronto perderá su único ojo. Varado en la isla, el padre ciego añora contemplar cómo el héroe pequeño regresa al juego, a la astucia, al gozo lúdico. Así, el sujeto de estrategias… practicará su espacio inverificable con sostenida consistencia.
Me conforta
despedirme
de lugares a los que
jamás
habré de conocer. (63)
El mal llamado «estratega» ejercita, con disciplina, la manera de su cuerpo ante el no de las cosas cotidianas que siempre se suceden de igual modo, idénticas e identificadas con ellas mismas, como la Identidad. Escuchar allí es, tal vez, menos que una estrategia, una táctica de libertad, entendida como un zafarse, como un dar un paso atrás ante cualquier trazo victorioso, heroico, político. Una manera de esquivar el ruido inconsecuente de los días Los que vencen en esa arena son siempre los sujetados por la política. Los que no dan nada, los que insisten en creer que «participar» o «intervenir» es hacerse de un espacio en la alharaca y «contribuir» a ella. En este sentido, el hallazgo de la forma o el delinear la imagen en estrategias…, son modos de apreciar su aparición en retirada. La forma aparece al irse. La figura desaparece indistinguible pero justo así entrega un efecto. La figura al desparecer en el cuerpo del poema, ejecuta su ardid. La criatura se alimenta:
En el cuello
del ave,
el arco
que atrapa
al pez. (34)
Las tretas del guerrero herido, por lo tanto, más bien son su retirada ante la a-dicción del padre y se dirigen contra la obscenidad de su cotidianidad. Es así que Ortiz-González se responsabiliza — responde — por lo que dijera-hiciera el padre a-dicto. Las del hijo son maneras sencillas: desplazarse con sigilo, hacer silencio, reconocer a su verdadera camada, escuchar la música que no promete inmortalidades ni auroras, asestar o recibir la herida fatal, desaparecer en el beso capilar de la Gorgona. Todo debe caber en un brevísimo como refinado movimiento y reposar allí. Ya con la mano, ya con el brazo o la lengua, de lo que se trata es de devenir imperceptible ante la íntima nada refractaria del diario vivir. La prueba suprema de este combatiente es, por lo menos doble. Se trata de combatir y a la vez devenir transeúnte en un mundo sórdido: guerrero-transeúnte que desea usar del cuerpo de otro modo, existir de otra manera, estar a la altura de sus libros, de sus fantasías, de sus héroes muertos, memorables por negarse a modelar(se) ante los demás con una muerte ejemplar. Me repito. Regresar tras la jornada, sano y salvo, al hogar y al abrazo del hijo es quizás el artificio más querido entre estas páginas.
Ahora bien, en el interior el «estratega» encuentra un sosiego averiado, dañado por la mismidad del afuera. Se vuelve a la casa, ¿estrategia? a encontrarse con el hijo, pero también se va allí a tragar duro. El poema es la escritura del silencio furioso del padre, la petición de un perdón:
Hijo, te pido perdón
por lo que callo.
Uno tras otro, los días pasan.
Todo es lo mismo. Exacto.
A la boca se asoma
un repentino buche de furia. (68)
La artimaña es el poema que busca algo menos que vencer: dar la batalla al menos. Sobrellevar el paso de lo siempre igual, rebasar(se) el allí y mirar el no-rostro, la in-presencia del correr hueco y terrible de los días. La sección del libro «II, I Desplazamiento, penumbra» registraría precisamente la lógica in-estratégica de los fulminados por la shoah (literalmente la “catástrofe”, la aniquilación judía en Europa, buscada y diseñada por la Alemania nazi y todavía negada en tantos lugares). Cuánto se le agradece a Ortiz-González que no criollizara este asunto, que su poesía no nos tradujera esto a la opresiva y chillona simpleza del “arroz con habichuelas” del sentido común boricua que, de hecho, nada destraba ni comienza. Al menos puede agradecérsele que la rotura irreparable, aquella o la nuestra, no sea colmada con otros sujetos, con banderas, con sus pedagogías y moralidad remediales. No es poca cosa lo que nos evita y se niega a hacer estrategias de combate: el uso y abuso de esas equivalencias banales y moronas que tanto ruido hacen y por igual pocas consecuencias generan en el orden del discurso político puertorriqueño. estrategias de combate es un punto y parte ante esos modos de la intervención público-política puertorriqueños.
Este libro puede entenderse como una cámara de resonancia que le niega la entrada al insaciable ruido de las redes sociales y del patético debate político puertorriqueño. Las incisiones de la escritura del poemario serían el reverso lastimado de un oído obligado a percibir este atolladero discursivo. Escuchar este atascadero ético, en surround sound, supone acostumbrarse a la grita de una orden en cualquier servicarro de cualquier comeyvete. El libro sería la negativa a trabajar con esta modalidad del ¿diálogo? donde lo importante es despepepitar duro, con el volumen a tojender y a las millas del peo, lo que recién acaba de ocurrírsele a alguna mente preclara. Si no sirve esta palabra, úsate esta otra. Es lo mismo. Túsae, urge, urge, lo importante es la práctica y tomar partido ya. Si no hay papitas, pues majadas. Lo fundamental es decirlo primero y que nadie se entere que te colaste, que nadie sepa de tu estreñimiento intelectual o que te hiciste el pendejo. Dalepalante.
A través de ese espacio, más allá o acá de su referencialidad circula este ciclista humilde que no dudará en abandonar la nave vernácula y abrazar el abismo negro del cosmos. Mírenlo ahora escapar del mierdero del presente, pero, de repente, ¿qué sucede? Una pregunta lo detiene. ¿Qué será del hijo todavía pequeño sin la presencia del padre? ¿Qué será del padre — en pulsación de muerte — si con su muerte prematura abandona al hijo?
El argonauta de Ortiz-González puede viajar por la muerte que le regalara el lenguaje, por la vida que le escribe saber que tiene cuerpo y que lo del cuerpo, al final, siempre es sucumbir. Antes, el guerrero lidiará para procesar la mirada letal de la violencia fundadora, legada por el nombre paterno. Deseo y autodestrucción, autodestrucción del deseo, deseo ante la autodestrucción, deseo de la autodestrucción, entre sus piernas, difícil imaginar, a veces, una caricia cuando te ha tocado imaginar la desaparición de tu hijo, el acabose de sus mejores querencias bajo la imagen, cual fuetazo. Hechizado por alguna pesadilla perfecta el poeta insiste en cultivar el sosiego y el dominio de si. El frío de la navaja es, en estas ocasiones, idéntico al que recorre el espinazo de quien deglute alguna imagen de muerte. El dolor lo atenaza.
Pero el amor escuda a nuestro guerrero, carey de fuego imperceptible, herido de muerte. El de Ortiz-González es un amor combustible, nacido y vivo en el amor al hijo. Estos amores blindan su armadura. Extraño y contrariado Ismaelillo del siglo veintiuno, estrategias de combate no sólo traiciona cualquier dictum martiano, paladea, eso sí, la dimensión incalculable de un amor abismado en lo pequeño. El suyo no es el amor de las mejillas, tampoco la querencia del poeta modernista, refugiado en su interior, dado a los placeres del espanto moderno o de la idealización de cualquier cosa que le recuerde la rotura de lo que ya nunca será Uno. Este amor astuto es el amor del lector voraz en medio del desastre. Leer es otra de las sutilezas del amor, del perdón, de la re-escritura de la ley del padre en tanto decide que su mejor combate, por el momento, es acompañar al hijo. Y este amor jamás sacrificara al hijo como regalo ejemplar para alguna humanidad idiota.
estrategias de combate también recoge las tácticas de un padre que ha leído en los libros el futuro arribo de las maneras contrarias del hijo para apropiarse, retar o abandonar las estrategias del padre. El hijo es el mejor litoral afectivo para quien no puede dejar de mirar hacia la arena del pugilato, pues su palabra salva al padre venciéndolo con su propia palabra, cambiando el destino del nombre, desquiciando el ethos belicoso del guerrero.
Sosegada y templada, la acústica de este poemario remeda otro silencio, aquel del instante cuando la batalla ha cesado por completo y ni siquiera la lejanía rumorea. El poema aquí es un objeto delicado colocado en un envoltorio que no debe lastimarse. El poema como silencio repujado, como la vaina velluda que guarda el filo de la espada. El poema como el trazo del argonauta inscrito en la forma misma del silencio. El poema transita y construye un puente, un paisaje cotidiano sobre el mismo lugar que recorre. El poema como la antigua danza guerrera que el hijo querrá o no querrá ejercitar. El poema como el doble de la muerte, la imposible estrategia:
POEMA y
muerte son
la misma
palabra
Caligrafía sutil
en el filo. (31)
Si lo vieran… Parece que se abre camino en pleno dominio de sus potencias, ahora su insignificancia civil no se alza sobre los edificios de la ciudad, como su queridísimo Mazinger, sino su escritura parca en los ojos y la lengua de sus lectores. Quietos ahora todos: ese que va ahí es E.S. Ortiz-González, “Negro” cabalga. Véanlo en bicicleta cruzar la Ponce de León.
6 de diciembre de 2014 y 11 de abril de 2018, Silver Spring, Maryland.