Esperando a Omara Portuondo, lo mismo que 20 años atrás
Vuelve a Puerto Rico en pocos días y podremos escucharla cantar otra vez el próximo 21 de mayo en un concierto que forma parte de su 85 Tour. Como supongo que muchos y muchas, la estoy esperando. ¡85! “Ochenta y cinco”. Un número que se dice en menos de un segundo, pero que contiene el total de los instantes de una larga vida bien vivida. Tan larga que, al pensarla a la ligera, a veces se piensa demasiado pronto en despedidas.
En mi espera por Omara, la escucho, la veo, leo sobre ella, la visito en su página [ http://omaraportuondo.com/]. Busco videos en You Tube. En uno canta Veinte años con Compay Segundo [https://www.youtube.com/watch?v=aC0NJVm4SLk]; en otro, Silencio con Ibrahim Ferrer, y en uno más, de los muchos que hay disponibles, canta con Diego El Cigala La bien pagá.
Leo artículos y entrevistas publicados en medios de Madrid, Barcelona, La Habana, Bogotá o San Juan. Quizás debido a que en 2015 terminó el Adiós Tour de la Orquesta Buena Vista Social Club o tal vez por eso de la larga vida, nunca faltan preguntas que (injustamente) me resultan de curiosos impertinentes. Preguntas de este tipo: “¿Es el 85 Tour la despedida de Omara Portuondo?” “¿Qué momento de su carrera escoge como más significativo?” Omara, con la tremenda cancha que tiene, siempre sabe responder. Con gracia, sin drama, con cierto acento cómico, con una cosa muy suya que no sé bien describir, que es como una traviesa suavidad contundente, responde: “Prefiero pensar en presente”. “¿Me van a poner a escoger un solo momento de mi vida?” “Espero durar muchos años pero es cierto que, cuando ya no pueda hacer nada más, pues me quedo en casa. Pero todavía puedo gritar un poquitín”.
Lo que me gusta de sus respuestas es esa afirmación poderosa de la vitalidad, de la alegría, de la promesa que ofrece el sol de hoy. Sin perder de vista lo hecho. Son 85 años de vida, 70 de carrera, 50 de ellos previos al disco que dio a conocer para el mundo a la que ya era entonces toda una figura de la música en Cuba, había viajado extensamente con agrupaciones como la Orquesta Aragón e inspirado el documental biográfico Omara, realizado en 1983 por el cineasta Fernando Pérez. Vale la pena recordar aquí la historia, aunque sea rapidito.
El 16 de septiembre de 1997 se publicó por World Circuit Records la grabación que pronto se convirtió en un fenómeno musical de ese fin de la década: Buena Vista Social Club, producido para ese sello por el británico Nick Gold, uno de los impulsores de eso que llamamos world music, y por el guitarrista y compositor americano Ry Cooder, ya muy establecido por su propio trabajo, entre el que resalto la inolvidable música compuesta para Paris, Texas de Wim Wenders. Fue clave para la realización del disco la asesoría, guía y arreglos del músico cubano Juan de Marcos González, productor también de A toda Cuba le gusta para World Circuit, creador de Afro-Cuban All Stars y llave para armar el proyecto.
En marzo de 1996 Cooder, que es conocido por otros proyectos de investigación/ colaboración con músicos de distintas partes del mundo, había ido a La Habana a trabajar en colaboración con Gold en una grabación en conjunto de intérpretes cubanos y africanos de instrumentos de cuerdas. Por problemas con las visas, los músicos africanos, de Mali, no pudieron llegar. Con la participación de Juan de Marcos González, se montó un Plan B que era todo un Plan A: grabar un proyecto con un elenco estelar de tremendos músicos cubanos, unos figuras reconocidas activas en la música, otros retirados, otros más bien olvidados.
El fiestón musical que se montó en ese marzo del 96, lo seguimos bailando hasta hoy. Todos recordamos y conocemos a Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Eliades Ochoa, Amadito Valdés, Pío Leyva, Cachaíto, Barbarito Torres, El Guajiro Mirabal, Rubén González. Omara misma ha contado su recuerdo de ese día muchas veces. Así se recoge en una entrevista de Amalia Castilla en El País (2014): “Ella ensayaba para la gira de uno de sus discos en solitario, en los estudios EGREM de La Habana, cuando la llamaron para cantar 20 años [de la cubana María Teresa Vera] (‘esa canción ha acabado por marcar mi vida’) con Compay Segundo. ‘Fue todo improvisado, luego sucedió también que Ibrahim Ferrer me dijo: ‘Omari [así la llaman sus amigos], por qué no cantas conmigo Silencio [del puertorriqueño Rafael Hernández]. La hicimos de un tirón y hasta nos aplaudieron’”. Entonces vivieron los famosos conciertos en Amsterdam y en Carnegie Hall en Nueva York, registrados para la historia, como las sesiones en los legendarios estudios de EGREM, en el documental de Wenders (1998).
A raíz del disco producido por Cooder y el documental de Wenders, ¿quién no se aprendió de memoria El cuarto de Tula, De camino a la vereda o Candela? ¿Quién no se emocionó con las entrevistas hechas a todos en La Habana, con los paseos del grupo por Nueva York? Oír montones de veces ese disco y ver ese documental junto a mi papá, que ya no está, y a mi mamá, que ya no baila, es uno de los recuerdos que más atesoro de sus años de mayores, cuando todavía estaban bien. Como había pasado con la serie Escalona, de 1991, que había visto con ellos años antes, la experiencia los puso en nuevo contacto con la música de un tiempo, con sus años de bailadores, con años felices. Y hablo de dos bailadores de esos que cuando empiezan, los demás se paran a verlos. Mi papá, como dije, ya no está, y mi mamá, una mujer en cuyo anuario de escuela superior decía, “Le encanta bailar y rara vez se pierde un baile”, ya no baila. Pero en aquel momento, aquella música los paraba de la silla.
Creo que los hacía especialmente felices ver a aquellos músicos geniales, gente grande ya, sueltos por La Habana o Nueva York. No porque les descubrieran una música nueva, sino por recuperar para sus sentidos algo que tan bien conocían. Y también porque era justo, esperanzador y una gozadera, como dirían los cubanos, ver a todos aquellos tipos más o menos de su edad haciendo lo que mejor sabían hacer y que todo el mundo se lo reconociera. Para mí, parte de la gloria de todo esto —junto a la belleza de unas letras que te hacen bailar igual al son de situaciones alegres que al de historias francamente tristes— junto al sabor de la música, es lo inspirador de admirarse ante una larga vida bien vivida. Por eso, para aquel final de los 90, cuando vino junto a los de Buena Vista por primera vez, también los esperaba a todos, esperaba a Omara.
La carrera de la artista, iniciada en la década de 1950, incluye en primer lugar su trabajo con Las D’Aida, cuarteto compuesto por Omara, su hermana Haydée Portuondo, Elena Burke y Moraima Secada. Junto a su directora, la pianista Aida Diestro, debutaron en el programa televisivo Carrusel de las Sorpresas en agosto de 1952. [https://www.youtube.com/watch?v=eKYPzssSj_g ] Omara estuvo con Las D’Aida por los próximos 15 años. En 1967 comenzó a actuar en solitario, como lo hicieron todas las cantantes fundadoras del grupo. Su producción discográfica como solista la había empezado antes con el disco Magia Negra, de 1959, inicio de una trayectoria que ya reúne más de 40 grabaciones.
La lista interminable de artistas y agrupaciones con las que ha colaborado Omara en setenta años incluye, además de algunos que ya hemos mencionado, nombres tan diversos como Los Loquibambia Swing de sus inicios, Nat King Cole, Pedro Vargas, Nat King Cole, Rita Montaner, Bola de Nieve, Benny Moré, Chico O’Farrill, Conjunto Aragón, Chucho Valdés, Adalberto Álvarez, Los Van Van, Chico Buarque, Caetano Veloso, María Bethania, Jorge Drexler o Roberto Fonseca. [https://www.youtube.com/watch?v=JIyNyDAvZHw] Testimonio de su versatilidad y de lo rico de su trayectoria es la manera en que Omara lo mismo canta un son que bolero y cha, cha, chá; su calidad como intérprete del filin, sin olvidar momentos mágicos fuera del repertorio caribeño como sus interpretaciones de standards del jazz como Caravan de Juan Tizol, como su versión de Killing Me Softly [ https://www.youtube.com/watch?v=YRvuefiSHnc] o su Oh, que será junto a Chico.
Dicen que el que canta sus males espanta, que nadie te quita lo bailao, que la vida es un viaje. Omara ha cantado, bailado y viajado como para mil vidas. Lo hace hoy, con esa voluntad suya de pensar siempre en presente. Pronto la tendremos por aquí, con sus cintas de pelo, sus hermosos vestidos y sus chulísimas birkenstocks (“A estas alturas ya me he rendido. Me reconozco mulata chancletera y serrana, demasiado tarde para cambiar.”) Con esa forma de llevarse que es toda aplomo, fuerza, oficio, talento. naturalidad. Con el regalo de su voz. Lo dicho antes: la belleza de una larga vida bien vivida.
Por eso la espero, por eso es tan fácil quererla, lo mismo que veinte, cincuenta, setenta años atrás.