Eugenio María de Hostos literato: la novela

Un texto iniciático
Los estudiosos del universo hostosiano han adelantado la hipótesis de que el breve texto titulado “La última carta de un jugador”, clasificado por su extensión y naturaleza como cuento, puede ser leído como el primer capítulo de aquel ambicioso proyecto. El título mismo de la novela sugería la elaboración de una reflexión profunda sobre el misterio de la existencia en una era de grandes transiciones y conflictos sociales. El fragmento de la novela, si lo fue realmente, posee estructura epistolar y está redactado en un tono confesional apasionado, matizado con numerosos elementos autobiográficos. Los lectores cuidadosos de la producción de Hostos Bonilla reconocerán en “La última carta de un jugador” la inflexión que domina la retórica de este autor en las entradas del diario íntimo y en algunas crónicas periodísticas reflexivas e intensas como, por ejemplo, “En la tumba de Segundo Ruiz Belvis” redactada en 1873 o “Recuerdos de Betances” que corresponde al 1898. En las dos últimas la muerte se convierte en epicentro de una reflexión filosófica penetrante. En ambos la emocionalidad y la voluntad de transformar al objeto de la elegía en un modelo trágico para el resto de la humanidad, a la manera de la búsqueda de una “facultad maestra” que elaboraba Hippolyte Taine en su historiografía que tanto influyó en la reflexión biográfica puertorriqueña durante el siglo 19, se impuso.
“La última carta de un jugador” es la confesión de un joven pupilo a su madre de la culpabilidad que siente por haber echado a perder en juegos y apuestas la asignación monetaria que le dispensaba su familia para su formación profesional. Los nudos del conflicto, propios de una cultura de la culpa como la cristiana, exceden los límites de lo puramente religioso hasta secularizarse casi por completo. El personaje central se halla atenazado por la seducción del suicidio, un tema común de la discursividad romántica que también se manifiesta en el relato de Betances Alacán “La virgen de Borinquen”, que gira alrededor de María del Carmen Henry, su prometida muerta, escrito en 1859.
Los críticos que afirman el carácter autobiográfico de este angustioso relato se apoyan en la peculiar e incómoda relación que tuvo Hostos Bonilla con su madre Hilaria y en el hecho de que el joven educando puertorriqueño mientras estuvo en Bilbao y Madrid, en efecto, echó a perder una parte significativa del estipendio familiar a lo largo de su atropellada vida de estudiante. La relevancia de este breve y emotivo escrito es que en el mismo se establecen unas tendencias propias de la personalidad y la cultura romántica que se reiterarían a lo largo de la vida civil y literaria de Hostos Bonilla y que imprimirían originalidad a su producción literaria.
Una reflexión moral y social
El otro texto narrativo novelesco del intelectual mayagüezano posee preocupaciones análogas. Se trata de La tela de araña, escrita en 1863 a los 24 años, manuscrito perdido y reencontrado en 1991 en los archivos de la Real Academia de la Lengua Española por el investigador Argimiro Ruano quien, luego de transcribirla y anotarla, la dio a la luz pública en 1992 en una edición un tanto descuidada en la ciudad de Mayagüez. La obra volvió a ser transcrita y anotada por un equipo de trabajo encabezado por Vivian Quiles-Calderín, y en 1997 volvió a publicarse como parte de la obra completa con un comentario del profesor Ernesto Álvarez quien, junto al poeta Julio César López, también había participado en la revisión del complejo manuscrito. Un conjunto de debates que, en última instancia, carecen de relevancia para el tema que ahora trato, obscurecieron este hallazgo de relevancia extraordinaria para la comprensión de la obra literaria del pensador de Mayagüez y para la historia del arte de novelar en Puerto Rico.
La tela de araña se desarrolla en el Madrid de mediados del siglo 19 y es un estudio moral, entiéndase social, de las relaciones familiares en medio de un mundo corrupto y lleno de peligros para la integridad de la misma. El texto articula una censura a las trampas o tentaciones que la sociedad, esa metafórica “tela de araña”, tiende al individuo esclavizándolo a las pasiones y a la irracionalidad. El retrato crítico del orden burgués que se desenvuelve en la Europa decimonónica es clave. La impugnación de los valores burgueses que todo lo invaden, ese fue a fin de cuentas el ámbito en el cual maduró el pensamiento sociológico moderno, anima toda la narración. La objeción hostosiana se enuncia sobre la base de una moral secular exigente y austera. La novela señala como la más peligrosa de aquellas trampas la mutilación de la individualidad y la homogeneización del ser humano. La textualidad puede ser leída como un alegato individualista neto, uno de los valores centrales del pensamiento social y la sociología de Hostos Bonilla. De igual modo, puede apropiarse como una crítica a la inmoralidad que medra en la ciudad burguesa y como la propuesta de una moralidad racional y secular alternativa. La primera y la segunda lectura no son excluyentes, por cierto.
En esta narración creativa larga, igual que en su narrativa creativa corta que discutiré más adelante, la reflexión se impone sobre la narración por lo que la obra no encaja en el canon de la novela clásica. La trama se edifica alrededor de un triángulo amoroso y de un acto de infidelidad que no se consuma. El triángulo configurado entre Roberto, Consuelo y Palma, es un microcosmos o fractal del todo social por medio de cuyas eventualidades se proyectan las complejidades de la “tela de araña”. El estudio de la familia se elabora como la síntesis de una sociedad porque, después de todo, aquella es una de las estructuras naturales elementales de la otra.
El tono del discurso de la narración confirma la concepción propia de aquel siglo de lo femenino como sujeto de lo masculino. La arquitectura de la trama yuxtapone en Palma, marido de Consuelo, la figura del esposo con la del padre y legitima su condición como la figura que domina la “vida privada” o la domesticidad amparado y legitimado por su racionalidad. La sugerencia de que ese era un valor masculino sugiere una carencia en la figura de Consuelo. La desigualdad hombre/mujer no se ponía en duda. La asimetría masculino/femenino está implícita pero la esperanza de que ello pueda superarse por medio de una educación científica de la mujer bien articulada desde la masculinidad, un tema común de su tiempo, también.
Las palabras que el autor pone en boca de Palma manifiestan un arsenal reflexivo extraordinario. La racionalidad que presume el esposo-padre se certifica con argumentos organicistas o naturalistas como los que medraban en la sociología de su tiempo. No solo eso. Palma es mucho mayor que Consuelo y la juventud de la esposa y, en última instancia, su virginidad, candidez o condición de tabula rasa, aseguran su fertilidad a la hora de sembrar la semilla de la racionalidad. La escuela en la cual esta educación se ejecuta es precisamente la “vida privada”, el “adentro” del hogar o el oikos: la habitación de la pareja, el cuarto de estar, el patio interior, siempre protegido del agresivo mundo exterior.
La “tela de araña” y sus peligros se significan en la “vida pública” o el “afuera”. La mujer se prepara “adentro” a fin de que pueda defenderse “afuera”. Roberto, la otra parte del triángulo, entra en contacto con Consuelo cuando la ve de niña corriendo hacia el balcón de su casa durante un día de fiesta, y expresa su pasión años después durante una fiesta callejera de máscaras en medio de un carnaval como los que se llevaban a cabo en la Gran Vía de Madrid. En ambas situaciones -la niña de 14 años que juega y la mujer casada en la calle- Consuelo se encontraba en una posición vulnerable o sea “afuera” lo cual la ponía al alcance de Roberto. La austeridad moral del discurso se transparenta. La sugerencia de que el carnaval es el escenario del instinto, de la liberación de la carne, del fin de los frenos morales y que representa una amenaza a la integridad de la mujer, más no del hombre, es evidente.
Pero si bien el relato confirma la concepción de que la sociedad o “tela de araña” está dañada o “enferma”, también se sugiere la capacidad racional de “sanarla” que Hostos Bonilla, el sociólogo, manifestaría con tanta confianza en su concepción de la “sociopatía”. En términos generales, el concepto no plantea muchas complicaciones: la “sociedad sana” es la que obedece a la “razón”. Después de todo, obedecer a la “razón” es actuar de acuerdo con las exacciones o reclamos de la “naturaleza”, lo que somos sin saberlo y sin poder controlarlo, que conduce de manera ineludible a la ansiada “armonía”. Hostos Bonilla como Immanuel Kant, apropiaba la “moral” o el “acto social” como un imperativo natural inescapable. No cabe la menor duda de que, en ocasiones, da la impresión de que posee la moral de un cuáquero por su carácter puntilloso e insistente. Sin embargo, la misma metáfora del cuáquero ha sido aplicada a la persistencia de Betances Alacán a pesar de su radical secularismo para con su causa separatista independentista. El fundamentalismo moral, ideológico o religioso plantean problemas análogos, es cierto, pero también poseen enormes diferencias el uno del otro.
La crítica insiste en que esta novela contiene también un fuerte componente autobiográfico. Los paralelos con el escenario de “La última carta de un jugador” son visibles. La figura de la madre es crucial tanto para el estudiante irresponsable como para Consuelo, aunque en el caso de “La tela de araña” pierde algo de su protagonismo. También coinciden las tensiones que se desarrollan entre una y otra parte a la luz de la sensación de que se ha incumplido con ella. El hecho de que las discusiones morales, sociológicas o filosóficas se expresen en el marco de la “vida privada” y la familia y que, en ambos casos, la “vida pública” sea interpretada como un riesgo también. Las angustias existenciales que proyectan estos personajes ausentes de racionalidad o inseguros de ella como los “hombres/mujeres de poca fe”, son otro elemento común. También podría afirmarse que los personajes femeninos de la narrativa de Hostos Bonilla son pedestres y planos. Interlocutores pasivos de las voces masculinas carecen de realismo y resultan poco convincentes. Por último, igual que el estudiante dibuja un Hostos Bonilla que ya había sido, la Consuelo de 14 años prefigura la Belinda Ayala que Hostos Bonilla convertirá en esposa y que transformaría en uno de los personajes centrales de la narrativa creativa corta.