Eye in the Sky: Moral y terrorismo
Es un tendencia común verlo todo blanco o negro. Sin embargo, todo tiene matices y los extremos dependen de las situaciones. Muchos culpamos los ataques con drones de causar muertes de civiles sin que haya control de ello y, sin duda, ocurre con bastante regularidad. Está el “daño colateral”, el eufemismo que se prefiere para indicar muertes de civiles inocentes; preocupan los ataques en países soberanos y aliados del que envía los drones. ¿Pero, qué si el ataque dentro del país aliado, aunque mueran civiles, elimina a líderes terroristas? Esa ambivalencia ética y la moral que deben considerar los gobiernos y los militares es el tema principal de esta cinta.
En este estupendo thriller esos elementos del uso de drones son parte de la trama y conducen a una tensión que semeja la de una obra de Hitchcock con ribetes de James Bond. La coronela de la inteligencia británica Katherine Powell (Helen Mirren) está a cargo de una misión para capturar una celda de terroristas que está anidada en una casa en Nairobi, Kenia. Uno de sus miembros es una mujer británica que se unió a la causa hace mucho; otro es un estadounidense convertido en extremista y dado al terrorismo. La operación está siendo trasmitida desde el ojo en el cielo (de ahí el título) de un dron en combinación con otros drones miniaturizados: un pajarito zumbador y un caculo volador que manejan desde el lugar de acción agentes adiestrados. El dron mayor tiene piloto, el segundo teniente Steve Watts de la fuerza aérea de los Estados Unidos (Aaron Paul) y copiloto (Phoebe Fox) en una base en Nevada. Serán quienes han de completar el operativo.
Powell tiene a su lado técnicos que han de decirle si sus decisiones están dentro de la legalidad y calcularán el riesgo de la extensión del daño colateral que podría causar si se diera la situación de un ataque. La militar tiene además que comunicarle al teniente general Frank Benson (el magnífico Alan Rickman) y consultarle algunas de sus decisiones según los detalles van manifestándose antes sus ojos (incluyendo los nuestros). Benson a su vez está rodeado de burócratas del ministerio de relaciones exteriores y del departamento de justicia británicos que opinan sobre la legalidad y la moralidad de la misión.
La situación va complicándose, y cómo las accidentadas vueltas de la vida influyen en los resultados de los ataques por drones se van tejiendo en una red tensa que nos familiariza con los problemas que surgen en la guerra contra el terrorismo. Que la película tiene un impacto tremendo en estos días que han seguido al bombardeo en Bruselas es evidente pero, al mismo tiempo, evidencia lo difícil y lo costoso que puede ser la identificación y captura de los fanáticos religiosos que se han convertido en una amenaza para la tranquilidad del globo.
Parte del atractivo del filme es la representación de los aparatos y artefactos usados en la vigilancia de sospechosos de terrorismo y cómo estos suplen la “inteligencia” de la que dependen los gobiernos para detectar de antemano posibles ataques. Uno de sus logros es mostrar los niveles de errores posibles en la “ciencia” que se supone que sea la información en la cual se sostienen muchas decisiones de enorme alcance desde el punto de vista moral, ético, político y militar. También muestra cómo la autoridad militar puede intervenir para modificar los hallazgos “científicos” para tener los datos que le permitan tomar decisiones poco populares o dañinas. Lo más importante del filme es que nos hace conscientes de las maldades de la guerra y es uno de los que mejor promueve las fallas de la guerra a distancia, ciertamente un tema novel. Menos obvio pero presente en el filme es que, aún los no terroristas pueden estar sin saberlo bajo constante vigilancia por el gobierno y por emporios financieros bajo circunstancias que pueden rayar en lo ilegal. La idea de “ojos en el cielo” viene a suplantar la omnisciencia y omnipresencia de un ser superior que nos vela, y es un tema para análisis profundo.
Todo el elenco luce sus quilates. Como la férrea coronela Powell, Helen Mirren, nos da una vaharada de cómo el poder y la manipulación inciden en las decisiones militares tanto como lo hacen en la vida civil. Al mismo tiempo entendemos que el personaje que representa tiene la capacidad de titubear ante lo que puede ser una situación descontrolada por las coincidencias y el azar, pero, desde su punto de vista, solubles de la forma más tajante.
Notables también son Aaron Paul y Alan Rickman. El último, que murió de cáncer este enero pasado, representa un militar que es simultáneamente abrupto y familiar y, junto a una escena que muestra un percance que ha apresado al ministro del exterior de Inglaterra, es el único que provee momentos humorísticos en el filme. Paul, el fenomenal Jesse Pinkam de la fenomenal serie televisiva “Breaking Bad”, es el piloto que tiene que cuestionar la situación en la que se han involucrado, y nos hace sentir lo que probablemente sienten los que acusamos de no tener corazón en la guerra de los drones.
Este filme les mostrará que no todo es blanco y negro, que las modulaciones en culpabilidad pueden ser muchas, que escoger entre matar inocentes y terroristas asesinos puede ser extremadamente difícil, y que la moral puede ser violada con el minúsculo movimiento que se requiere para disparar un misil.