FANTASMAS de Rima Brusi Gil de la Madrid: reseña
Agradezco a 80grados por la invitación a reseñar FANTAMAS y por poner en mis manos este libro tan acabado de salir, tan recién nacido. Los libros son partos en todo el sentido de la palabra. Son partos porque duelen, siempre duelen. Son partos porque damos a luz parte de nosotras. Son partos porque heredan nuestros traumas, pasiones y alegrías. Son partos porque ese libro que con tanto esfuerzo trajimos al mundo tomará vida propia en las manos de cada lectora, se distanciará y dejará de ser nuestro. Esta reseña no la voy a escribir como profesora de literatura, tampoco tendrá las partes tradicionales de una reseña crítica que le exijo a mis estudiantes. Será el simple testimonio de una lectora agradecida.
Cuando Rima me preguntó si podía reseñar su libro accedí sin saber de qué era. La invitación me dio curiosidad y accedí a pesar de estar trabajando en tantas cosas (mi propio libro, la UPR, mis clases, la APPU) y ser madre de Tiago (el niño de mis ojos, que tiene 7 años) y de Lara (mi brujita con rizos de miel que tiene tan solo 3 años). No sabía que FANTASMAS fuera un libro sobre la maternidad. Creo que mi contexto al acercarme a FANTASMAS, provocó una conexión inmediata y de profunda reflexión. Quisiera decir que lo leí de una sentada pero eso es imposible con mis hijes. Quizás existan les niñes ideales que dejan que sus madres se disfruten un libro un sábado por la mañana sin interrupciones, o que se beban el café sin que se enfríe. (Yo caliento mi café al menos 3 veces y no tengo microondas). Pero Tiago y Lara no son “ideales,” de hecho están bien lejos de serlo. Son dos criaturas hermosas, son demasiado brillantes (muy a mi pesar) y capaces (en ocasiones) de succionar todas las ganas de existir aunque son lo más cercano a la utopía.
Si mi honestidad les parece muy fuerte y descorazonada, pues los invito a leer FANTASMAS, para que conozcan a Teté y no me juzgarán. Obviamente no me leí Fantasmas de una sentada pero sorprendentemente me lo devoré en un solo día a pesar de las múltiples y excesivas interrupciones de Tiago y las manipuladoras expresiones de amor de Lara que simplemente pretendían que renunciara a la lectura. FANTASMAS no me permitió parar de leerlo.
Este libro se adentra con honestidad y serenidad a todas las complejidades, pasiones, dolores, angustias que se dan en la relación de una madre y una hija. Es un libro de catarsis. Una catarsis que se da en la escritura pero también en la lectura, son muchos los momentos en que los libros que leía Rimita en casa de sus abuelos le ayudaron a exorcizar fantasmas y al menos esta lectora, tuvo su propia catarsis al leerlo. El libro empieza con la autora que sentía un olor químico extraño que nadie más olía, que sólo se iba cuando escribía:
“El olor siguió allí. Iba y venía, sin avisar. Traté de correlacionar sus llegadas y partidas con alimentos, horarios, eventos, climas patrones de sueño. NADA. Todavía me visita, aunque con menos frecuencia. Sumida en mi pequeña, secreta, rutinaria y boba condena olfatoria, me he preguntado si hay una relación entre ese olor y la escritura. Al parecer sí. Es posible que haya una relación entre el acto de escribir, las alucinaciones de todo tipo, incluyendo olfativas (…) cambios que pudiesen explicar, o complicar, la aparente relación entre mi olor fantasma y el impulso de ordenar significados a través de las letras” (P.16)
Las ganas de escribir o la necesidad de escribir se somatiza en el personaje de Rima (que tiene el mismo nombre de su autora). Este texto híbrido baila entre la autobiografía y la ficción. Aunque hay quienes argumentarán que todo texto contiene ese baile. La voz narrativa nos justifica el llamado de su cuerpo a la escritura diciéndonos:
“Me sirve para no tomarme demasiado en serio lo que creo ver, tocar, oler, saber, conocer, pensar. Y, a la vez, para recordar que a veces incluso sin querer, inclusive en las áreas más triviales, más ridículas, nuestro cuerpo nos permite, nos impulsa y nos obliga a crear y recrear lo innombrable, lo inefable, lo que no existe.” (P. 18)
La descripción de la relación de Teté con Rimita se origina de manera particular. Dice la autora:
“La vida juntas ha sido, de hecho, siempre más o menos un desastre. Preservamos la relación, la que nos quede, con la ayuda del teléfono y la carta. Teté quiere dejar claro algo que entiende muy importante y revelador: que fui concebida en un viaje de ácido LSD. Ella no usaba mucho cada vez, añade, pero sí lo utilizaba con frecuencia y tanto ella como mi padre estaban definitivamente tripeando, dice, cuando me hicieron.” (P.22-23)
Hay una obsesión en el libro por recordarlo todo. Recuperar memorias desde la concepción y ¿por qué no? desde antes de la concepción. Son escenas muy graciosas y terribles a la vez. Así la autora crea y recrea memorias perdidas, memorias desde que era óvulo. Una de mis diálogos favoritos entre madre e hija en la novela es cuando la hija le cuenta a la madre del olor químico ese y la madre responde:
“Teté insiste. El óvulo es sensible y esto es algo que te pasó cuando tú eras óvulo. Estaba pensando en estas cosas el otro día, en cuando tú eras un óvulo… A mí me metieron en el manicomio y me electrocutaron cuando tú eras un óvulo, luego nos fuimos a Nueva York y nos metimos todo ese ácido, cuando tú eras un óvulo…
Me río, para desinflar un poco la situación. Si muestro incredulidad podría ofenderse. Nuestras conversaciones son bailes delicados, mente en fuga y pies descalzos sobre el filo de la cordialidad y la cordura.
¡Eso explica muchas cosas! Ja, ja… no te confíes Rima. Las nenas nacen con todos sus óvulos. Cuando electrocutaron a Rimita, el óvulo, estaban también electrocutando a tus hijos. El ácido te afectó a ti, y puede que también a tus hijos. (P.26)
Aquí se establece una conexión infinita entre todas las madres con todas las hijas. Lo que le pasó a la primera mujer óvulo, lo heredamos todas. Estas palabras de Teté ejemplifican el peso ancestral. Cada mujer carga con las experiencias de sus madres, abuelas, bisabuelas, tatarabuelas porque todas las nenas nacemos ya con todos nuestros óvulos, y las experiencias del óvulo se pasan a las hijas y a las hijas de las hijas que nacen también con todos sus óvulos. Y la única manera de detener esa heredad infinita es no procrearse. Continúa la misma escena graciosa y terrible:
“Cuando dice “electrocutaron” se refiere a la “terapia” electroconvulsiva que le administraron en un hospital mental puertorriqueño cuando era una adolescente, en los sesenta. No recuerda cuáles eran sus síntomas antes de ingresar al hospital psiquiátrico. Bueno: no es tanto que no recuerde, sino que según ella, no los tenía. Ser hippie, tal vez, añade. Fumar marihuana, cortar clases, chichar, ese tipo de cosa.” (P.26-27)
Desde las primeras páginas del libro se establece que la relación entre Teté y su hija se inicia en viajes de ácido y que esa madre no encajaba con los estándares socialmente aceptables. El lector puede suponer el desarrollo de una relación de negligencia y abuso, pero, no es así. La novela no es un juicio de Teté, sino un intento genuino por explicar y entender a la madre ausente, un intento por asirse a la complejidad de la madre. Un intento de solidaridad.
Veo este libro como un abrazo compasivo de Rima a Teté, como un suspiro de alivio y también como un abrazo compasivo a ella misma por lo que reconoce de Teté en ella y por lo que construye en oposición a Teté. Por más autobiográfico que pretenda ser el relato, la autora construye sus personajes. Con cuidado la escritora elije las características necesarias que sus lectoras han de percibir. Siempre los entes de ficción pueden hacer de las suyas y hay veces que los personajes se escapan de la construcción de sus autores. No sé si Rima tenía intención de que percibiéramos así a Teté, o si el personaje de Teté se escapó de la pluma de Rima para cautivarme. No sé si otros lectores reaccionen de la misma manera Teté, pero me parece una mujer interesantísima. Aún con sus locuras y su oscuridad, en los diálogos de Teté y Rima se puede percibir la complicada ternura entre madre e hija. Mientras la autora intenta escribir para salir del olor fantasma que la acecha. Teté es como un tren avasallador y le insiste a Rima en que debe contarle todo esto a su doctor y casi se pone a escribir el libro ellamisma:
“Tienes que decirle cómo viviste, desde antes de nacer. Decirle que en la casa siempre había mafú, que en la casa siempre había un arma. Que en la casa siempre había un estado de desorden y un feeling terrible de que se iba a acabar el mundo, de que todo estaba jodido, de que todo iba a estar peor. Creo que soy la que debe escribir ese libro tuyo, escribir sobre Rimita viviendo con traficantes, con outlaws. Mi libro va a empezar con la electrocutación del óvulo. Con ese end of the world feeling, eso tiene que hacerle un daño cabrón al bebé. Tú lo que debes hacer es ir a Al-Anon. ¿Sabes lo que es Al-Anon?
Sí, sé, y no, no quiero ir a Al-Anon. Lo que quiero es escribir, crear alguna cosa usando estas revelaciones, y mis memorias, como materia prima. Dicen que crear cura. ¿Pero como construir una memoria que comienza, que tiene que comenzar, antes de mis propios recuerdos?” (p.28)
El libro está lleno de anécdotas, a la vez trágicas y cómicas, de una madre que no sabe abrazar, que no sabe estar, que no sabe ser ni existir junto a sus hijes. Que no puede bregar con el llanto ni los reclamos de afecto. Una madre que no es afectuosa pero requiere afecto y que culpa a su bebé “fácil” por la falta de conexión con ella:
“No es que yo no te amé, es que fue mucho dolor, cuando naciste, y te llevaron lejos… Mi cuerpo decidió pudrirse, y dejé de sentir. Cuando regresaste, ya era demasiado tarde. Eras un bebé desconocido, no tenías mucho interés en mí, yo no te conocía. Tú confiabas en todo el mundo, en cualquiera(…)
Yo tenía post-partum depression, o post-partum algo- no estaba ahí, no me bañaba, no me peinaba, era solo una cosa ausente, me explica. Tú eras una bebé muy fácil de cuidar, es que todo te parecía fantástico. Hasta la leche Carnation. Ser una bebé fácil hizo que, irónicamente, el establecimiento de ese vínculo que llaman “bonding” con mi madre fuera más difícil. Lo que cuenta me hace sentido y me provoca compasión. A mi cuerpo tal vez no, pero a mí sí”. (p.32-33)
Así la autora va entendiendo cada vez más a Teté mientras se va entendiendo ella misma. La novela no se queda en este tono profundo de introspección, sino que la autora varía los tonos e inserta escenas livianas y cotidianas de la sobrecarga doméstica de las madres con las cuáles me identifico demasiado. Justo después de esta escena densa sobre la depresión post-partum de Teté, Rima narra lo siguiente:
“El proceso de lavar ropa, por ejemplo, es últimamente un desafío para mí. Y eso, pienso, que cuento con las comodidades clasemedieras y primermundistas de lavadora y secadora. No es como que tenga que lavar a mano o ir a una lavandería. Pero igual pasa que la echo a lavar, me pongo a hacer otra cosa, la olvido, se abomba. O que la saco y la pongo a secar, me pongo a hacer otra cosa, la olvido, se estruja. O que me concentro y logro lavarla, secarla y doblarla, pero se me va el día en la ropa y no hago otras cosas importantes, como cocinar o jugar cartas con mi hijo.” (p.33)
La autora va insertando espacios comunes, sentimientos oscuros ante la crudeza y el hastío del rol de cuidadora. Son como pequeñas instancias de rebelión cotidiana, que nos dan a quienes tenemos que cuidar. Son momentos epifánicos en donde decimos BASTA y no nos da la gana de completar todas esas tareas tediosas y procrastinamos un poco. La voz narrativa sufre una inmovilidad ante la domesticidad y logra procesar su “vocación de inmovilidad” (como la llama la autora) como la presencia del fantasma de Teté en ella. Cuando Rima percibe al fantasma de Teté en ella, se construye en oposición a ella y vemos el otro lado:
“Es un pequeño logro hogareño, uno de esos instantes en que, de repente, las tareas que otras veces me resultan pesadas, intrincadas, incomprensibles, se bañan con la luz de mi cachorro y se me presentan llevaderas, agradables, posibles y hasta naturales. En esos momentos me distancio de Teté y de esa parte de mí que no sabe qué hacer o qué hacerse frente a las demandas de la cotidianidad. Cuando piso o traspaso las fronteras de la incompetencia doméstica, me acerco a Teté, me acerco al entendimiento azul que nos regala, generosa, la tristeza. Me acerco tal vez hasta al arte mismo, a su posibilidad hecha palabra, pero me alejo de los míos, me alejo de la vida.” (p.43)
Teté nunca asumió esos roles domésticos de cuidadora, de hecho fue una mujer que se rebeló contra lo socialmente establecido. Una madre que ideológicamente pudo romper con los esquemas sociales impuestos sobre la mujer. Otra escena que me encantó fue la narración del parto, cuando Teté da a luz al hermanito de Rima. Teté era hippie, no veía el embarazo como una enfermedad y no quería parir en un hospital. En el Puerto Rico de hoy, aún hay mucho conflicto con el periodo de gestación, con el parto, el pos-parto y la lactancia. El derecho al “parto natural” es algo que las madres boricuas aún tenemos que reclamar y explicar constantemente. Imaginémonos, entonces, cómo lo fue para Teté en el Puerto Rico del 1979 donde los padres no podían entrar a la sala de parto, la madre tenía que parir acostada en una camilla de cirugía, donde al bebé se lo llevaban rápidamente a la guardería y le daban fórmula. En ese contexto Teté insistió en el parto natural y no se doblegó, tanto que casi se pone a parir en la grama frente al hospital. Fue una anécdota terrible y desesperante pero narrada genialmente. No la voy a citar para que compren el libro y la lean ustedes. Aún en medio de los dolores de parto, Teté retó al sistema, fue valiente y fue juzgada, y humillada.
Entre esas anécdotas, la autora nos presenta el meollo del asunto, la búsqueda de su escritura en una cita del filósofo pre-socrático Meno: “¿Cómo buscarás y encontrarás aquello cuya naturaleza te es completamente desconocida? p.29 ¿Será este libro una búsqueda de la madre, del instinto materno, del amor? La autora nos dice que “Amar es estar siempre al borde de un abismo.” Mi experiencia como lectora de Fantasmas fue catártica, y les comparto una cita del libro que me llegó:
“Los hijos nos duelen. O tal vez soy una neurótica, pero lo cierto es que a mí me duelen los míos. No me refiero a los dolores del parto, aunque esos también pueden ser parte de la cosa. Una mira a los hijos y algo se rompe adentro cada vez, se rompe una y otra vez, se rompe siempre, incluso en los momentos más felices, tal vez especialmente en los momentos más felices, dejándonos así, frágiles, banderines de tela fina deshilachándose en el viento. ¿Cómo llamar a esa sensación sin nombre? ¿Amor-dolor?” (p.107)
A la autora, Rima, le doy gracias por tener la valentía de decir que los hijos nos duelen. En esta sociedad las madres tenemos que dar gracias a la vida por ser madres y se nos enseña a callar los dolores. Hablar de los horrores que se encierran en la maternidad es aún anatema. Pero tú lo dijiste en este libro, y lo dijiste de manera tan hermosa, que al leerlo crea esperanzas en tus lectoras y borra culpas. Abrazar lo terrible de la maternidad nos ayuda a entender lo más hermoso.
El libro va subiendo de intensidad y no crean que les voy a dar todos “los spoilers,” pero solo los necesarios para que quieran leerlo y devorarlo. Hacia el final del libro, la autora busca responder a la pregunta ¿por qué se van las madres? No les comparto toda la respuesta que da, pero sí una muestra:
“Puede que se vayan porque están abrumadas, porque el rol de madre es inmenso, sagrado, imposible, abrumador, inventado; porque ellas (¿nosotras?) sentimos que nos faltan la sabiduría, la destreza, el temple o los recursos para hacerlo bien.
De algunas se dice que se van por egoístas, porque prefieren hacer o tener alguna otra cosa: fama, tiempo, amantes, una vida distinta. Sospecho que esas son las menos. Que las más están siguiendo el llamado de un agujero oscuro, de un universo paralelo lleno de tristeza, pero potencialmente también lleno de paz.
Algunas se van mientras se quedan. Se retiran dentro de sí mismas, pasean su mirada sobre la pared, el libro, el televisor, mientras los hijos tratan de darles alguna alegría o de capturar su atención.” (p.129)
Poco a poco nuestra autora, como una madre que se va mientras se queda en este libro, se nos hace más vulnerable. Entonces nos cuenta una última anécdota donde se fusionan ida con regreso, personaje con autora, madre con hija, y quizás si leemos bien, se funde escritora con lectora:
“Una noche me fui, brevemente. Habíamos ya salido de mi isla y vivíamos en Virginia. Estuve tal vez una hora afuera, en el frío invernal, incapaz de ser madre, renunciando a mi maternidad por un momento, no exactamente porque los hijos e hijastros me hicieran infeliz, sino pensando, no recuerdo por qué, que estarían mejor sin mí. Mi esposo me encontró poco después. El nene está llorando, me dijo. Y regresé. Regresé sabiendo que nunca más me iría, sabiendo que la necesidad de quedarme era más grande que la de irme, que el temor de quedarme sin hijos era mayor que el miedo de ser una madre imperfecta. Regresé porque el amor tira en mí con más fuerza que la desesperación, que el hueco de la noche, que la oscuridad que tal vez heredé de mi propia madre y su partida. Por serendipia, por suerte, por destino, por azar.” (p.130)
Con ternura y compasión, Rima nos cuenta el lado oscuro de ese amor-dolor. Algo capaz de conectar con la humanidad, porque todes tenemos historias de maternidad. Cada página, cada relato conectaba conmigo, me permitía apropiarme del libro, aún entre las interrupciones de Tiago y de Lara. Me asustaba porque me veía en Teté, porque sentía compasión por los abismos de Teté, y sentía algo de envidia por la paz de la partida y la soledad de su deambular. Pero también me encontré en la hija-madre, porque veía a Lara en Rimita y me daba ira el desamparo y la soledad de esa niña y porque quiero pensar que en mí tirará más el amor que la desesperación.
Rima, tu libro es un abrazo a las madres, a las que se van, a las que se quedan, a las que se quieren ir y a las que quieren regresar. ¡Gracias por escribirte, por escribirnos!