Foxcatcher
Vivimos un momento histórico en que la desigualdad de ingresos entre los ricos y el resto de la población se ha separado a unos niveles inusitados. El poder del dinero permite influencias indebidas en todos los renglones de la sociedad por los que tienen. Aunque se dice que la separación es mayor de lo que jamás fue, no he visto un estudio comparativo (en dólares de ahora) sobre la diferencia entre los reyes y sus súbditos, digamos en la edad media y el Renacimiento, o de los millonarios norteamericanos de los últimos años del siglo XIX y principios del XX, particularmente antes de que se pagaran impuestos nacionales en los Estados Unidos. De todos modos, cómo el dinero en exceso corrompe y puede corromper y destruir a los que se le arriman, está patente en este filme sombrío y devastador, basado en un hecho real.
Mark (Channing Tatum) y Dave Schultz (Mark Ruffalo) son campeones olímpicos de lucha libre y ganadores de medallas de oro en las olimpiadas mundiales. Dave, el mayor es la figura paterna de Mark: fueron abandonados por su padre cuando eran niños. Mark, ganador también en las olimpiadas de 1984 en Los Ángeles, vive en la pobreza mientras que Dave es un entrenador de lucha en una escuela superior. Súbitamente, Mark recibe una llamada de John E. du Pont (Steve Carell), heredero de la fortuna DuPont, que en los años ochenta del pasado siglo era la familia más rica del mundo. DuPont, entre otras cosas, es fanático del deporte de la lucha y quiere crear un equipo con él como entrenador para participar, primero en las competencias mundiales de lucha (1987) y, luego, en las olimpiadas de verano de 1988 en Seúl.
Du Pont le promete un sueldo, casa y comida gratis en los predios de su vasta propiedad en el condado de Delaware en Pensilvania, donde ha construido un gimnasio espectacular para que “su equipo” se entrene. También desea que Mark convenza a Dave que se mude a Pensilvania y se una a la meta de crear los mejores luchadores de la historia. Entretanto, Mark logra ganar una medalla de oro en los campeonatos mundiales, y su relación con du Pont va evolucionado de forma extraña. El millonario le exige que lo ensalce y diga cosas laudatorias de sus habilidades como mentor y entrenador. Uno sabe que en algún momento, la tensión que se va desarrollando entre el empleado y su patrono, no ha de conducir a algo saludable.
El director Bennet Miller y su cinematógrafo Greig Fraser, nos muestran los paisajes de las tierras de los valles pensilvanos no solo como bellezas sino como lugares aislados y siniestros donde, en el destello del otoño, algo ponzoñoso se está fraguando. La soledad del lugar está interrumpida y acentuada por la presencia de la mansión donde vive du Pont, que es una especie de palacio con un rey que vive solo con sus empleados. Sufre de ambiciones de gloria propia y, se ha convencido, que su magnificencia era para “América”.
El lugar es también un museo lleno de trofeos que los du Pont han ganado a través de los años en el deporte favorito de Jean du Pont (Vanessa Redgrave), la madre de John. Sus caballos costosísimos son para ella el ejemplo máximo del deporte comúnmente conocido como “el de reyes”, ya bien sea cuando corren en carreras o cuando son usados para cazar zorros. Por ese uso de los caballos es que el lugar se conoce como “Foxcatcher”. El nombre también es, al fin y al cabo, una metáfora de lo que está ocurriendo en la película. John du Pont quiere añadir más trofeos a su colección y esos incluyen a Mark y Dave. No se puede pasar por alto que cuando alguien tiene el dinero para adquirir los mejores caballos del mundo no debe sorprender que gane premios, de hecho, es una forma indirecta de comprarlos. Si es cierto que el jinete tiene que ser diestro, es el caballo el que gana.
Desde un principio nos percatamos de que a du Pont, quien comanda un gran emporio de tecnología e ingeniería, le falta un tornillo. Es un hombre que podríamos llamar excéntrico y también extraño, posiblemente un psicótico. Se considera entre otras cosas un “patriota americano” y, más que nada, un ejemplo especial para la juventud que intenta moldear a su imagen. Es, de hecho, un cazador que vive en su bosque, cuya riqueza le permite también ser lobo disfrazado de oveja. Sus relaciones con las comunidad son amplias, pero están basadas en su “filantropía” que parece ser una forma de comprar lo que quiere cuando quiere. Como todo prepotente, du Pont sufre de tendencias obsesivas y confunde su valor en el mercado con su valor como ser humano. Es también dictatorial y presumido. En una escena ilustrativa, le dice a Mark que ya puede tutearlo; que le puede llamar “El águila dorada o simplemente el águila”. Deja claro que se ha apropiado del símbolo de su país sin haberle pedido permiso a nadie.
Steve Carell (sí, ese Steve Carell) es un comediante ágil y talentoso que ya demostró en “The Way, Way Back” (2013) lo que puede hacer con un papel dramático complejo. Su representación de John E. du Pont marca un punto en su carrera en el que hay que reconocer que es un actor dramático de primera clase. La precisión de sus gestos, sus pronunciamientos, sus enunciados y su movimiento corporal crean para el espectador un personaje que no solo nos parece siniestro sino violento, a pesar de un exterior engañoso. Es la actuación cumbre de lo que va de la carrera de Carell.
Channing Tatum está muy bien como Mark el luchador lleno de autocompasión y poco inteligente, cuyo orgullo lo coloca en una situación que conduce a la tragedia. El cada vez mejor Mark Ruffalo nos convence del amor de Dave por su hermano y su familia, y que comprende algo de las complejidades que impulsan a du Pont. Es un logro del guión que nos enfatiza lo difícil que le resulta a Dave, una persona que vive en el mundo real, convivir con otra que reside en una burbuja de lujos y arbitrariedades basadas en su fortuna. Dave no capta completamente que “no” es una palabra que John du Pont solo acepta de su madre, y, una vez que se libera de su influencia, la palabra desaparece de su mente y su lenguaje.
La película es alegórica a los ademanes públicos que hemos visto de parte de personajes como Dominique Strauss-Kahn y Rupert Murdoch (la lista es bien larga y, de seguro, que el lector puede añadir muchos más, incluyendo muchos políticos) que se declaran más allá de la ley basándose en su importancia y riquezas. Además, representa cómo el poder y el dinero pueden alimentar ambiciones ilusorias. Son muchos los que, sin lograr la notoriedad que alcanzó el caso Foxcatcher, son tan débiles de carácter que dejan que los humos se le suban a donde, la mayoría de las veces, solo hay más humo.