Geografía del género: una propuesta para el estudio del deporte
Si bien las posibilidades de reivindicación espacial que proponen los acercamientos feministas a la geografía vinculan diversidad de temas y escalas (ej. estudios urbanos, violencia en el hogar, migración, trata humana y otros), sugiero integrar estos estudios de género y lugar a las formas en que miramos la diferencia como categoría que nutre al deporte y sus atletas. Propongo utilizar la geografía del género como un instrumento de trabajo para una educación capaz de romper con aquellos estigmas a los cuales apelamos a la hora de juzgar la diferencia cultural de ese “otro cuerpo” que asociamos con latitudes foráneas. Solo con un acercamiento empático podremos respetar las diversas formas de representación y expresión de las mujeres atletas que continúan ganando terrenos y visibilidad dentro del movimiento olímpico internacional.
Por décadas, centros escolares en distintos niveles insisten en cubrir las unidades de geografía cultural con representaciones caricaturescas que trivializan los cuerpos asociados a diversos países. En lugar de fomentar conversaciones críticas que profundicen en las diferencias y conflictos que distinguen países, regiones y ciudades, algunos maestros y maestras de Estudios Sociales despachan las lecciones de geografía obligando al estudiante a recrear estereotipos y disfrazarse de “países” para sus proyectos de finales de semestre. Así vemos salones con alumnos utilizando ponchos mexicanos, kimonos japoneses, hiyabs de un Medio Oriente homogenizado y mirado con desdén y trajes dirndl de Oktoberfest para las estudiantes que expondrán sobre Alemania. Estas experiencias plantean una geografía cultural no con fines de pensar, sino con la puesta en escena de estampas diseñadas para juzgar a través de recreaciones trilladas de la diferencia.
Estas formas de socialización que aún permean en la educación institucionalizada se constituyen como referencias en la lectura y representaciones del atleta que participan por ciertas naciones y regiones. El juicio valorativo que reproduce estereotipos tiende a magnificar su intensidad cuando se trata de atletas mujeres. En este contexto, podemos entender las reacciones a la fotografía que recorrió el mundo, y que presentaba a una atleta egipcia y una alemana disputando un balón en la malla como parte de un partido de voleibol de playa en los pasados Juegos Olímpicos 2016 celebrados en Río de Janeiro, Brasil. Mientras las voleibolistas alemanas participaban con el tradicional bikini que utilizan la mayoría de las competidoras de ese deporte, las atletas de Egipto jugaban con ropas que cubrían la mayor parte de su cuerpo. Incluso, una de ellas incluyó el hiyab (velo) en su atuendo para el partido.
Las reacciones a la imagen de las voleibolistas desencadenaron en debates sobre lo que representaban los respectivos atuendos deportivos utilizados por las atletas de ambos países. No faltaron aquellas personas que, desde una visión de juicio y desdén geo-cultural, arremetieron contra la delegación olímpica egipcia por supuestamente propiciar que sus atletas mujeres compitieran con esas vestimentas. Desde esta perspectiva eurocéntrica, la imagen muestra que la mujer alemana ha alcanzado mayores libertades que le permiten practicar el deporte de manera más cómoda que sus contrincantes egipcias. Esta visión, que es cónsona con las generalizaciones de aquellas lecciones escolares basadas en exposiciones caricaturescas de la geografía cultural, fue compartida por cibernautas e igualmente sugerida por medios de prensa que participaron en la cobertura de los Juegos Olímpicos.
Una imagen de tal magnitud no puede despacharse con la mera mención de categorías y etiquetas culturales que pretenden cerrar la conversación en torno a las complejidades, luchas y negociaciones que afloran en cada país y pueblo del mundo. Un acercamiento desde la geografía del género indagaría en aspectos tales como la localidad y movilidad de cada atleta, su manera de relacionarse con su entorno geográfico y un estudio de los procesos o experiencias que le llevaron a practicar el deporte por el cual representa a su país. La estudiosa y estudioso de los estudios de género en la geografía investigaría, además, las maneras en que las relaciones de género inciden en la disponibilidad y acceso a facilidades para que estas atletas entrenen en su deporte. Asimismo, los acercamientos de perspectiva de género a la geografía indagarían sobre las vicisitudes, luchas y negociaciones que estas atletas llevan a cabo en sus respectivos hogares, comunidades, espacios públicos y países para ejercer su derecho a decidir sobre su cuerpo.
Las múltiples geografías experimentadas por cada una de las atletas que participaron de la competencia que posibilitó la imagen deben invitarnos a rechazar intentos de generalizar las culturas partiendo de nuestros propios prejuicios. Una mirada empática y crítica puede llevarnos a ponderar un mosaico de historias y voces, mientras reconocemos que el cuerpo es un ente contencioso en el cual las posibilidades de empoderamiento afloran en diversas formas de representación. La geografía del género debe respetar los diferentes posicionamientos que cada mujer establece a la hora de decidir sobre su cuerpo y las formas de representarlo. Es precisamente la empatía hacia estos posicionamientos diversos lo que nos provee un punto de partida para el desarrollo de un marco crítico que sea útil en el análisis de las diferencias geo-culturales entre atletas de diferentes nacionalidades.