Gerry Adams y la historia oral
Surgen de inmediato, como reacción, varias preguntas en cadena: ¿qué es historia oral; qué tipo de información se recopila ahí; y cuán fidedigna o verosímil pueden ser esos testimonios para ser utilizados como evidencia en un juicio?
La historia oral, como método de investigación, debutó en al ámbito académico hará poco más de medio siglo atrás. Aunque los historiadores clásicos, Heródoto y Tucídides, ya utilizaban ampliamente información obtenida a través de recuentos orales, en los tiempos modernos se desarrolló como herramienta investigativa en la Universidad de Columbia; de hecho, el Columbia Center for Oral History es el mayor repositorio de archivos y grabaciones de esta disciplina.
Y aquí en Puerto Rico, desde hace varias décadas atrás, también se ha utilizado la historia oral en algunos cursos académicos. En el siglo pasado, el historiador Luis M. Díaz Soler, en sus estudios sobre la esclavitud negra en Puerto Rico, citaba testimonios obtenidos mediante grabaciones a descendientes de esclavos. También la fenecida historiadora Miñi Seijo Bruno basó gran parte de su excelente estudio La Insurrección Nacionalistaen entrevistas orales a sobrevivientes de aquellos hechos. El profesor Edgardo Pratts ha escrito sobre la metodología y sus experiencias al rescatar las memorias de envejecientes.1 Y también el sociólogo Edison Viera Calderón ha realizado investigaciones a los placeros de la Parada 18, y prepara en estos días una publicación sobre los emigrantes libaneses residentes en Santurce durante el siglo pasado.
Distinta la historia tradicional, dedicada a la recopilación y análisis de documentos y registros escritos-cuya veracidad se comprueba y se confronta- la historia oral difiere no sólo en cuanto al método, sino sobre el contenido mismo de la información. No se trata aquí de compulsar datos verificables, sino de rescatar del recuerdo, a través de la percepción a la distancia, hechos relacionados a algún evento o época. Y aquí entonces la nostalgia, esa niebla del tiempo, se entrecruza para darnos en ocasiones un cuadro muy distinto aquel otro recopilado en los testimonios escritos.
En su libro, The death of Luigio Trastulli and other stories, Form and meaning in oral history, el professor Alessanro Portelli nos ofrece un análisis abarcador del método de historia oral, de sus virtudes y limitaciones sobre la historia tradicional. “Al buscar el factor distintivo de la historia oral -afirma Portelli- debemos volver en primer lugar hacia la forma… la escritura representa un lenguaje casi exclusivo por medio de trazos segmentados… pero el lenguaje también está compuesto por otro tipo de trazos… portadores de significados… el tono, el registro del volumen, el ritmo del habla popular transmiten el sentido y connotaciones sociales que no pueden reproducirse en la escritura. Una misma afirmación puede tener significados bien contradictorios de acuerdo a la entonación de quien habla.”2
En síntesis, aquí la subjetividad se impone sobre la objetividad de los hechos. Y como prueba de ello Portelli ofrece el ejemplo de un miembro de un sindicato, muerto durante una manifestación mientras huía de un enfrentamiento. En el recuerdo, sus compañeros lo habían erguido en un pedestal, mártir inmolado en la lucha, cuando en realidad había abandonado la confrontación y solo buscaba salvarse. Al pasar los años nadie podía sustituir del imaginario colectivo aquella figura de Trastulli como héroe sindical.
Con este trasfondo sobre la “veracidad” comprobable de la información vertida a través de la historia oral, podemos preguntarnos cómo se pudo acusar a Gerry Adamas. En primer lugar existía la condición de confidencialidad que ataba las grabaciones, en poder de Boston College. Al ser una institución católica, colindando con un vecindario poblado por emigrantes irlandeses católicos (algunos de ellos antiguos miembro del IRA) aquel proyecto de historia oral se convirtió en algo así como un extensión emblemática de la historia de esa comunidad circundante.
Aparentemente algunos de aquellos testimonios incriminatorios llegaron a oídos de las autoridades. En mayo del 2011, el Reino Unido ya había radicado un interdicto requiriendo la entrega de esas grabaciones. Al reportar entonces la noticia, el New York Times afirmaba que tal requerimiento sentaba un precedente y atentaba contra la libertad y privacidad de historiadores e investigadores académicos. Pero luego de conocer las violaciones recientes, cometidas en nombre de la seguridad por gobiernos a cada lado del hemisferio, no debe de sorprendernos que finalmente las cintas fueran entregadas.
Sorprende el colosal desconocimiento de las autoridades judiciales acerca de la información vertida y obtenida a través del método de historia oral. Ahí, como hemos visto, la subjetividad de los testimonios está reñida en ocasiones con la veracidad de los hechos registrados. Una evidencia así, aunque sostenida a través del tiempo en el imaginario colectivo, no puede sostenerse en corte.
Y ese fue el caso con Gerry Adams. Tras su reciente arresto en Irlanda, luego de haber estado preso por cuatro días, a pesar de negar una y otra vez cualquier envolvimiento con el asesinato de Jean McConville, finalmente fue liberado. No prevaleció la evidencia en su contra; una evidencia obtenida a través de grabaciones a miembros ya difuntos del IRA, pero cuyos recuerdos y testimonios permanecían guardados en aquel proyecto de Historia Oral del Boston College. Quizá a las autoridades judiciales en este caso les hubiera convenido, antes de proceder con el arresto de Gerry Adamas, empaparse un poco más sobre las virtudes así como los límites de la historia oral.
- Historia Oral como método de investigación [↩]
- Alessandro Portelli, The death of Luigio Trastulli and other stories, Form and meaning in oral history(State University of New York Press, 1991) pp.47 y ss. [↩]