Hacksaw Ridge
Mel Gibson comenzó su carrera meteórica como actor con la justamente famosa “Galípoli” (1981) y la afianzó con las series de “Mad Max” y “Lethal Weapon”. Cuando estábamos esperando que buscara otro nicho de acción en el cual mostrar sus habilidades como corredor y agigantar su imagen como ídolo de matiné, que ya era enorme, actuó y dirigió la fenomenal “Braveheart” (1995). Mostrando lo mucho que había aprendido de los directores con los que trabajó en sus primeros filmes (Peter Weir, George Miller, Richard Donner), la película fue una épica que combinó historia, acción y romance en dosis perfectas, y Gibson mostró que no había olvidado su profesión de actor serio.
Gibson no aparece en este filme que nos ocupa, pero en él está su marca. En otras palabras, se ha convertido en un director de primera y hay que reconocerlo como uno de los mejores directores de películas de guerra. De hecho, este filme se sitúa entre los mejores que representan los campos de batalla como el baño de sangre y la locura que son; son un gran ejemplo de que la guerra es un infierno. Ni tan siquiera los primeros 25 minutos de “Saving Private Ryan” (1998) se le acercan en ese sentido. Además, en contraste a “Ryan” la película es muy fiel a la realidad de lo que fue la guerra contra los japoneses en la isla de Okinawa.
La película pertenece al género de “biopic”. Es la historia verídica de Desmond T. Doss (Andrew Grafield), un joven que se enlistó en el ejército cuando la guerra en el Pacífico se acercaba a su fin. Aún quedaba Okinawa, isla que había que ocupar cuando se contemplaba invadir a Japón. El asalto de la isla comenzó en abril de 1945 y su captura tomó casi 82 días. Fue una de las batallas más sangrientas de la Segunda Guerra Mundial.
Con un guión estupendo de Robert Schenkkan and Randall Wallace, la película comienza con unas tomas premonitorias de lo que ha de venir en el ataque, pero rápidamente nos transporta al pasado, cuando Doss era un niño que jugaba con su hermano, y nos hace partícipe de su situación familiar. Su padre (Hugo Weaving) es un alcohólico que vive atormentado por sus experiencia en la Primera Guerra Mundial, donde murieron sus mejores amigos. Esa pérdida lo ha convertido en un hombre abusivo cuyas acciones han contagiado las de sus hijos.
La familia Doss pertenece a la iglesia Adventista de los Siete Días, y Desmond decide que jamás ha de tocar un arma ni matar a nadie aunque esté en el ejército. A pesar de la paradoja que representa, se va de voluntario. La primera parte del filme describe con fineza y atino las tribulaciones del muchacho durante su entrenamiento, y cómo es rechazado por sus compañeros. Aunque hay una gran sorpresa aquí, el resto lo hemos visto antes. Por suerte, está balanceado con un interludio romántico cuando Doss conoce a Dorothy Schutte (Teresa Palmer), quien ha de ser su esposa. No que haya muchas sorpresas en esto tampoco, pero Garfield y Palmer nos desarman con su encanto como si de verdad acabaran de emerger de la adolescencia.
Brilla la actuación de Hugo Weaving, cuya interpretación de un hombre que sufre de síndrome de estrés postraumático (cuando todavía no tenía nombre) es suficiente razón para ver el filme. Junto a él, y marcando el mismo ritmo, está Garfield que combina el dramatismo con una capacidad asombrosa de movimiento y acción, como en los buenos y jóvenes tiempos de Gibson.
Pero, si duda, es la dirección de Gibson y la edición fílmica de John Gilbert lo que hacen del filme uno inolvidable. Esta es una cinta anti guerra. Es un filme pacifista, pero la presentación de los estragos del conflicto humano también le dan al espectador un derrame de horror y de estremecimiento que trasmite a la perfección lo que deben de haber sufrido los hombres en la batalla de Okinawa. La combinación de los actos heroicos de Doss, con la crueldad tanto de norteamericanos como de japoneses, nos recuerda que el ganador también pierde en la contienda.
La coreografía de las masas de actores que participan en la batalla es asombrosa y sorprende que, a pesar de todo, podemos seguirle la pista a muchos de los personajes que hemos conocido en el campo de entrenamiento, lo que asegura que nos fijemos en los personajes y no solo en la sangre derramada.
Mel Gibson parecía haber caído en uno de esos nichos en los que muchas estrellas de Hollywood caen antes de desaparecer. Sus películas antes de esta, en las que fue principalmente actor, son olvidables. Se le había acusado de antisemita, misógino, y de ultraconservador. Además había caído en las garras del alcohol. Sí, es un católico creyente y hay algo de esto último en el filme. Sin embargo, el artista Gibson ha resistido tener una mano pesada y ha creado un filme que muestra que las creencias de algunos no pueden ser cambiadas por la oficialidad, ni por nadie. A veces estas creencias se convierten en fanatismos dañinos; a veces, como en el caso de Doss, son la inspiración de un héroe.