Henry Klumb: recuerdos y memoria
Comenzaba la década de los 60, éramos jóvenes e íbamos a construir nuestra primera casa. Ilusionada recorté láminas de House & Garden y las fui colocando en una libreta. Presumía que esa era la forma natural y correcta de mostrar a nuestro arquitecto lo que deseábamos. Y así fui a nuestra primera cita, armada con mi libretita. Pero nuestro arquitecto era Henry Klumb.
“¡Qué tú le llevaste laminitas a Henry Klumb!”, me dijeron varios amigos, entre ellos uno que otro arquitecto. El nombre de Klumb intimidada a colegas y a constructores. Mi ignorancia me había protegido. Henry había mirado mis láminas con callado interés, que luego de la alarma de mis amigos no supe interpretar si como censura o aceptación. Esa fue mi primera experiencia con el “gran arquitecto alemán” que hizo de Puerto Rico su país.
Presentados los primeros dibujos entendí que Henry trataba de complacerme sin claudicar a su sentido estético ni a sus principios. Fue el comienzo de una hermosa relación de arquitecto y cliente donde nosotros –profesionales recién graduados y económicamente inestables– aprendimos sobre principios arquitectónicos, de estética y, principalmente, sobre qué cosas podían o no sacrificarse ante la realidad de un presupuesto limitado. Y conocimos, sobre todo, de su inmensa calidad humana. Henry, acostumbrado a grandes y costosos proyectos industriales, trabajó con nosotros tomando en cuenta nuestras limitaciones económicas hasta darnos un hogar que mi familia amó y disfrutó por muchos años.
Años más tarde, impulsados por circunstancias pasajeras, decidimos construir un nuevo “hogar”. Llamamos otra vez a “nuestro” arquitecto para comisionarle el diseño de una casa más amplia y costosa para nuestra familia que había crecido (nuestros egos también). Su respuesta fue: “Léanse Small is Beautiful del economista inglés E. F. Schumacher”. El libro predicaba cómo las tecnologías pequeñas y adecuadas le dan más poder al ser humano que la teoría popular “mientras más grande, mejor”. Henry pensaba que no necesitábamos un nuevo hogar, sin pensar en lo que ganaría por su diseño. Tenía razón. Construimos una hermosa residencia, diseñada por Klumb, que nunca llegó a ser el “hogar-matriz”, como llamó un amigo a nuestra primera casa. “¿Dónde nos sentimos mejor que en la matriz?”, me decía.
El artículo El olvido está lleno de memoria, de Rosario Romero, publicado en 80grados despertó la mía y el recuerdo de su jardín. Celebrábamos el cumpleaños de Henry y, en un aparte, nos invitó a un paseo por su jardín, cuyo mayor atractivo era esconder todos los esfuerzos de mantenimiento que requería y parecer que siempre había sido así. Caminamos hasta un claro entre los árboles donde nos señaló la luna que se asomaba con todo su esplendor entre las ramas. Más adelante, nos indicó cómo, a la distancia, los pilares del balcón de la casa se integraban a los troncos de los árboles que la rodeaban. Su casa de madera era una típica hacienda puertorriqueña del siglo 19, la cual Klumb había modificado, removiendo gran parte de sus paredes exteriores. Las puertas interiores eran giratorias, por lo cual podía abrir la casa casi totalmente convirtiéndola un gran balcón. Se incorporaban en ella su filosofía arquitectónica y sus ideas respecto a la vida en el trópico. La casa se fusionaba con la naturaleza que la circundaba en una hermosa muestra de su respeto al ambiente y a la arquitectura caribeña del país.
Tan fusionada estaba con la naturaleza que, a falta de paredes, solo la protegían unos impresionantes perros Weimaraner de ascendencia alemana y temperamento noble y amable, y un pequeño “sato” puertorriqueño de valiente y agresivo sentido de propiedad. Y tan respetado fue Klumb en su vecindario que en una ocasión le robaron un costoso equipo de su oficina y el barrio, alertado, se ocupó de que se lo devolvieran, dejándolo de vuelta junto a la puerta de su lugar de trabajo en la vecindad. Así era Henry, como sus perros alemanes, de ademán impresionante, pero noble y amable.
Ciertamente, el “olvido esta lleno de memoria”, pero la memoria debe derrotar el abandono. Gracias a ese artículo se produce una resurrección de la casa de Henry Klumb, adquirida por la Universidad de Puerto Rico y vapuleada por huracanes, por el abandono y el tiempo. Además, celebramos que la Casa Klumb se haya incluido en el programa World Monuments Watch 2014 que combate la desaparición de patrimonios por el efecto del abandono, de los cambios en el clima, los conflictos humanos y económicos mundiales.
Por todo ello, acojo con entusiasmo la noticia sobre el nombramiento por la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, del Comité Casa Klumb con el propósito de coordinar los trabajos de rehabilitación de la casa y sus jardines y de destinar la estructura a un centro que atienda a las diversas comunidades que la circundan. En armonía con los deseos de Klumb, el Centro propulsará el arte, la arquitectura y el ambiente, creando un espacio educativo y creativo tanto para universitarios como para el público general.
Ahora, 30 artistas puertorriqueños se han unido para apoyar el proyecto de rehabilitación. La casa en ti es la exhibición y subasta de sus obras inspiradas en la casa Klumb y se extenderá hasta diciembre. Cabe a los que conocimos a Klumb y su obra en Puerto Rico, apoyar este proyecto y devolver a su casa las funciones que él soñaba para cuando faltara: que se continuara usando en beneficio de la Universidad y del Pueblo de Puerto Rico.