El olvido está lleno de memoria
En 1947 Henry Klumb adquirió una hacienda agrícola en Río Piedras, a unos pocos pasos del recinto universitario, para convertir el lugar en su morada. Se trataba de una casa de madera rodeada por un balcón en medio de un espacio natural lleno de vegetación.
La Casa
El arquitecto no diseñó una casa de nueva planta para vivir, sino que eligió un lugar preexistente, reconociendo y valorando el tipo de arquitectura vernácula como una arquitectura con cualidades extraordinarias y de gran valor práctico y estético. Esta elección supone un reconocimiento, no de los valores historicistas o nostálgicos de la arquitectura autóctona puertorriqueña, sino de las posibilidades y valores intrínsecos de una tipología, que de forma práctica y satisfactoria, se podía acomodar a cambios circunstanciales y funcionales sin que la estructura fuera esencialmente alterada. Klumb eliminó paredes, ventanas y puertas perfeccionando el espacio, adaptándolo a sus necesidades domésticas y haciéndolo más fluido, abriéndolo de manera decisiva hacia la naturaleza circundante.
Los mejores representantes del movimiento moderno, como Mies van der Rohe, entendían que es precisamente el llamado espacio universal, es decir, el diseño realizado de una forma práctica y satisfactoria, lo que posibilitaba la adaptación a la función. Este pensamiento comporta un concepto estético, económico y también ético de la arquitectura que está muy presente en Henry Klumb y en su casa de Río Piedras.
El jardín
Frente a la casa, un estanque con nenúfares. El diálogo constante entre la casa y el entorno natural se consigue de manera decisiva eliminando elementos en el balcón y volcando en el jardín todo el protagonismo. El mismo KLumb lo explica:
“Un espacio creado fluyendo libremente del exterior al interior –del interior al exterior–, funde al hombre con su ambiente, libera su mente para que –si lo decide– conviva en libre asociación con otros hombres y si receptivo, en armonía consciente con los humores variados de la naturaleza”.
Se trataba de vivir en la naturaleza y convivir con ella en una arquitectura que tenía en cuenta las necesidades de la vida doméstica del arquitecto, los materiales disponibles y las condiciones ecológicas y climáticas del lugar.
El jardinero
Agustín Pérez es la memoria de la casa Klumb y del jardín, que debe ser cuidado con esmero, como todo jardín tropical, todos los días. Aquí, las especies cuidadosamente elegidas, crecen en escalas que permiten la entrada de la luz en dosis adecuadas. Una vegetación frondosa de plantas de hojas puntiagudas que evitan con su forma que las lluvias las dañen. Las palmeras ofrecían privacidad y protección a la casa. El estanque mantenía la humedad adecuada y daba sensación constante de frescura, además de reflejar la vegetación y multiplicar su apariencia, es un elemento que debe ser mimado para que sea un verdadero generador de sensaciones agradables. Agua limpia, cristalina, siempre.
La grava, indispensable para avisar de la llegada de personas o carruajes a la casa, hay que limpiarla de manera adecuada para que cumpla su propósito.
En 1984, cuando muere el arquitecto, la casa es adquirida por la Universidad de Puerto Rico. El deterioro ha sido progresivo hasta llegar a un estado ruinoso. El jardinero continuó cuidando el jardín hasta su jubilación en diciembre de 2012.
Jorge González
Desde niño recuerda haber escuchado hablar de la casa Klumb, tanto que piensa que tal vez sólo existe en su fantasía. Pero sí existe y la encuentra y conoce al jardinero con el que entabla una relación en la que recibe la memoria, no de la estructura ruinosa, sino del jardín vivo y espléndido. Jorge, que ha estado trabajando durante varios años la botánica, y ha combinado el estudio científico autodidacta y el trabajo artesanal en el taller, se interesa inmediatamente por la posibilidad de registrar la memoria de este lugar. Somete una propuesta de trabajo a La Práctica, de Beta Local, un programa diseñado para artistas interesados en crear nuevas condiciones, relaciones y posiciones desde las cuales producir obras más allá de los circuitos establecidos. El modo de trabajo es el de un taller crítico y productivo en este lugar: Puerto Rico, el trópico, el Caribe y este tiempo. Beta Local se convierte en un caldo de cultivo extraordinario para que la propuesta de Jorge pueda concretarse, ya que se trabaja mediante la experimentación, el estudio, la participación de otros artistas residentes, visitantes y pares de diversas disciplinas que forman parte del proceso y que hace posible el proyecto desde sus inicios hasta su presentación.
Una vez conseguidos los permisos pertinentes (asunto complicado y facilitado por Beta Local), Jorge construye in situ un gran vidrio de finísimo cristal montado en un delicado bastidor de madera que, apoyado en una de las paredes de la casa, refleja el jardín. El vidrio le ofrece con su reflejo, la posibilidad de captar la realidad de manera poética.
La historia del arte y la literatura están llenas de ejemplos extraordinarios, desde el mito de Narciso hasta cuentos de Borges, pasando por Alicia, Jan van Eyck o Velázquez, en los que el reflejo ha sido un recurso poderoso como portador de historias, como un receptor capaz de contener el universo entero, tanto del mundo que vemos como del que no vemos.
Los reflejos en el gran vidrio de Jorge González desvelan detalles del jardín de la casa Klumb que no podemos ver con los ojos. El no lugar, la ruina, el olvido, se transforman ahora en una reflexión hermosa en torno al tiempo y la memoria, una memoria poblada de personajes que visitan la casa y transitan como fantasmas por ella. Son los espectadores, que de manera azarosa pasamos por allí sin detenernos. Visitar la casa de Klumb y reflejarnos en la instalación nos obliga a pensar que lo duradero, lo permanente, es una ilusión y que las cosas, como las personas, pasamos dejando una leve huella que apenas dura un instante. El presente pasa a ser memoria del presente y no hay tiempo, sino la simple y compleja experiencia del momento.
*Este artículo fue publicado en la revista Visión Doble.