Hostos y el Far West
Los procesos y eventos vinculados a la extensión de la frontera hacia el oeste ocupan un lugar privilegiado en la cultura estadounidense así como en el desarrollo de la identidad nacional de los ciudadanos de ese país. En la producción cultural estadounidense las referencias a Old West, Wild West, Far West o The Frontier así como las construcciones artísticas de la región son aún hoy muy frecuentes. Incluso, la frontera continúa siendo objeto de estudios y debates entre los analistas de la sociedad, cultura e historia de los Estados Unidos. Pero esa liada y mítica región ha sido también comentada más allá de los confines culturales e intelectuales de los Estados Unidos. En Puerto Rico, Eugenio María de Hostos fue quizás uno de los primeros en comentar el lejano oeste, lo que hizo en Moral Social:
El único punto de la tierra reclamado por la civilización en donde se ha entablado la competencia por la vida no al principio de la ocupación, sino en los días de poderosas corrientes migratorias y de tremendo empuje de la industria, ha sido aquel punto geográfico de los Estados Unidos de América, conocido con el sobrenombre nacional de Far-West (Lejano Oeste), especie de tierra de promisión de los milenarios del progreso material, que la buscan como el cumplimiento de las profecías que el deseo de bienestar les ha hecho.
Hostos comentó aquella tierra prometida para criticar ciertas interpretaciones evolucionistas de la historia humana, las que eran “indiferentes al fin moral de la historia”. El científico de la moral social criticaba a aquellos que “usufructúan la teoría de la selección y atribuyen a la lucha biológica la aterradora ruina de las mil sociedades que, en todos los grados de razón y de cultura, ha destruido con perseverante brutalidad el egoísmo nacional”. Para Hostos achacarle a la teoría de la selección natural, concepto cardinal de teoría Darwiniana, la hecatombe brutal y aterradora de las sociedades nativo-americanas en nombre de la egolatría nacionalista no era más que un sofisma, una desafortunada tergiversación de la historia. Hostos refutaba así el uso de la teoría de la evolución para legitimar la violencia ejercida sobre los nativo-americanos en el lejano oeste.
Hostos no negaba que el lejano oeste fuese “tierra prometida”. De hecho, era para él el único lugar que había cumplido sus promesas, refiriéndose, por supuesto, a las de “los milenarios del progreso material”. Para Hostos la actividad industrial, como la que estimulaba el desarrollo en la frontera, era uno de los signos cardinales de la civilización. La concepción de la industrialización como signo del progreso era una idea que Hostos compartía con la mayoría de los sociólogos clásicos, entre ellos Henri de Saint-Simon, August Comte y Herbert Spencer. Hostos, evolucionista, tampoco negaba que en la frontera hubiese ocurrido una “lucha biológica” atada a la selección natural. Para él, los procesos evolutivos eran naturales y por eso necesario e inevitable. Hostos tampoco objetaba las clasificaciones que designaban a unos fuertes y otros débiles ni aquellos que designaban a unos civilizados y otros no. Hostos ni siquiera objetaba los esfuerzos para civilizar a los “autóctonos”, para él atraerlos al ámbito de la razón y la conciencia. Lo que Hostos sí negaba era que los horrendos males productos del saqueo de los débiles—los nativo-americanos—a manos de los fuertes—los colonizadores estadounidenses—fuese producto de la evolución. El despojo de los primeros y la opresión y violación de sus derechos a manos de los segundos eran más bien el producto de una impericia sociológica:
En esa tierra de promisión, única que hasta ahora ha realizado en la historia sus promesas, se planteó el problema darwiniano; los pocos autóctonos de la América del Norte que aún quedaban han ido siendo, terruño tras terruño, despojados, porque era necesario que los más fuertes despojaran a los más débiles, pues efectivamente era y es formidable el impulso del trabajo en esas comarcas positivas y realmente reclamadas por el desarrollo de las fuerzas civilizadoras. Pues ni aún ahí ha sido la lucha biológica, sino la torpeza sociológica quien ha hecho el mal.
Hostos condenó entonces la violación de los derechos de los indígenas por parte del gobierno federal de Estados Unidos, una transgresión vil y digna de ladrones:
Mas como las naciones sedicentes civilizadas no han seguido, en sus relaciones con las que consideran razas inferiores, otra que la conducta ignominiosa de los bandoleros de mar, para quienes el dolo, el engaño y la violencia son medios necesarios en cada arribo a territorio de salvajes, el Gobierno federal de los Estados Unidos ha obtemperado fríamente con los brutales despojos de derecho consumados por cada Estado de la Unión cada vez que han necesitado de territorios ocupados por los indios.
Para Hostos el estudio formal de la historia del lejano oeste, desde la perspectiva de una moral racional fundamentada en las leyes naturales, refutaba aquellas interpretaciones que atribuían a la teoría de la evolución la violencia y el atraco del que fueron víctimas los nativo-americanos. Para Hostos aquella horrenda devastación sufrida por ellos no era natural sino el producto del egoísmo nacional estadounidense. Su análisis demostraba entonces lo contrario, queen el lejano oeste, “la ley de la competencia biológica” no fue seguida. Y continuó Hostos:
Desolan, y ya han civilizado. Para seres de razón, civilizar no es desolar; civilizar no es sustituir la población de un territorio con los advenedizos que ponemos en lugar de ella. Civilizar es proceder con alta razón, con entera y benévola conciencia, con dominio completo de los recursos y el objeto del progreso, y transmitir, para bien de ellos y para nuestro bien, atrayéndolos a la vida civilizada, que es vida de razón y de conciencia, a los seres que llamamos inferiores por solo ser más novicios en el uso de los recursos de la asociación.
Hostos se refirió al lejano oeste en Moral Social para ejemplificar la diferencia entre el progreso material y el progreso moral. Por supuesto, esa distinción fue establecida por Hostos en términos de la diferencia entre la conciencia y la razón:
En síntesis extrema, el problema de la vida social es este: desarrollar toda la fuerza de razón que corresponda al período biológico, lógico o sociológico en que se vive, para desarrollar toda la fuerza de conciencia equivalente al desarrollo de razón, con el fin de conocer la cantidad de bien ya realizado y los medios del bien por realizar.
Para Hostos nada de eso ocurrió en el Far-West. Para él la civilización envolvía la racionalización, la que a su vez debía estar acompañada de una ampliación de la conciencia, lo que llamó “conscifacción”. Desde su perspectiva, y como demostraba la historia del lejano oeste, el progreso material no era necesariamente progreso moral. Para Hostos lo acontecido en la frontera estadounidense confirmaba que ni siquiera Estados Unidos había alcanzado el ideal de la civilización, lo que también afirmó en Tratado de Sociología. Es por ello que Hostos, refiriéndose a Estados Unidos en Moral Social, escribió decepcionado: “¡qué dolor para la razón, que mortificación para la conciencia!”
La civilización era para Hostos, como demuestra muy bien Adriana Arpinni en Eugenio María de Hostos y su Época, un signo del porvenir, un ideal a alcanzar, una “categoría social-valorativa” basada en una distinción entre lo que es y lo que debe ser. En la sociografía de Hostos la civilización ni siquiera es un estado definido sino una meta, un fin, un ideal. Para Hostos no había en el mundo ni una sola civilización completa, una donde coincidieran al mismo nivel las actividades industriales, intelectuales y morales. Para él, si bien Estados Unidos era la sociedad más cercana a ese ideal esta era, como concluyó en Tratado de Sociología, una “detenida civilización”.
Hostos admiraba a Estados Unidos. Sin embargo, su admiración no impidió sus críticas a aquella nación, como demuestra su ataque al uso de la teoría de la evolución para vindicar el imperialismo, el militarismo y el racismo que caracterizaba al nacionalismo estadounidense. Si bien el imperialismo y la racista “mística anglo-sajona” del “destino manifiesto” antecedieron las obras de Jean-Baptiste Lamarck, Charles Darwin y Herbert Spencer, sus teorías de la evolución fueron aprovechadas y puestas al servicio del imperialismo estadounidense, particularmente entre las postrimerías del siglo19 y principios del siglo 20. Una de las teorías más populares en Estados Unidos fue el darwinismo social, la que estaba fundamentada principalmente en la teoría de la evolución de Herbert Spencer, a su vez más cercana a Lamarck que a Darwin.
La trama básica de la historia estadounidense era desde aquella perspectiva darwinista-social la de una nación forjada en la frontera por los más aptos, los anglo-sajones, quienes como parte de su destino manifiesto y siguiendo las leyes de la naturaleza recurrieron a la violencia para asegurar el progreso y pasos de las fuerzas civilizadoras. Fueron muchos los que recurrieron al evolucionismo para interpretar la historia del lejano oeste y con ello la de Estados Unidos. La popular tesis de la frontera de Frederick Jason Turner es un ejemplo de ello. Desde una óptica lamarckista, Turner propuso básicamente que el desarrollo y evolución de las instituciones estadounidenses era fruto de las interacciones humanas con la frontera, con las fuerzas naturales allí. Pero muchos, incluyendo a varios darwinistas sociales fueron más allá de apuntar hacia la importancia de la adaptación al medio ambiente y de la selección natural para legitimar la brutalidad de los que estos suponían más aptos, una violencia que razonaron natural. Y era esto lo que Hostos objetaba.
Las referencias de Hostos al lejano oeste indican que él estaba al tanto de esas interpretaciones evolucionista-imperialistas del lejano oeste, aunque desconocemos cuáles fueron sus fuentes. Hostos no hubiese negado la tesis de Turner pero sí las interpretaciones de los imperialistas y algunos darwinistas sociales que vindicaban lo que para Hostos un signo de barbarie. Su evolucionismo, influenciado por Spencer y apenas estudiado, objetaba la interpretación darwinista-social e imperialista de la evolución social. Hostos hubiese entonces estado muy de acuerdo con la aseveración de Max Nordau en 1889: “Since the theory of evolution has been promulgated, they can cover their natural barbarism with the name of Darwin and proclaim the sanguinary instincts of their inmost hearts as the last Word of science”. Sería entonces interesante contrastar la postura de Hostos con las de aquellas corrientes críticas del darwinismo social y otros evolucionismos que vindicaban el imperialismo estadounidense, aunque algunos darwinistas sociales, basados precisamente en consideraciones racistas, eran conocidos anti-expansionistas.