Hyde Park on Hudson
Los años de la presidencia de Franklin Delano Roosevelt fueron, sin duda, algunos de los más significativos del siglo XX. Roosevelt fue exitoso en sacar a la nación norteamericana de los estragos de la Gran Depresión y de guiarla exitosamente a través de los años inciertos de la Segunda Guerra Mundial.
FDR (1882-1945) era un hombre de alcurnia, carismático y brillante (aunque no fue buen estudiante) pero arrastró dos cargas evidentes durante su vida. Su madre, que lo velaba como suelen hacer las mujeres posesivas con sus hijos únicos, y que en 1921 sufrió un ataque de polio (historiadores revisionistas han sugerido que en realidad padeció del síndrome de Guillan-Barré, una enfermedad autoinmune) que le dejó las piernas paralizadas.
Desde muy temprano en su matrimonio con Eleanor, quien era una prima lejana y sobrina de otro primo de FDR, el presidente Theodore Roosevelt, se hizo evidente que ella no estaba muy interesada en el sexo. Aunque tuvieron seis hijos, después del último jamás durmieron en la misma cama.
Roosevelt, sin embargo, era un hombre de extrema vitalidad, guapo y de gran atracción para las mujeres. No pasó mucho hasta que comenzó una serie de aventuras amorosas con sus secretarias, siendo la principal entre estas, Lucy Mercer (con ella había comenzado antes de la decisión de Eleanor de no compartir su lecho), quien estuvo con él en Warm Springs, Georgia el día que el presidente murió.
También tuvo bretes con Missy LeHand (que en el filme está representada por Elizabeth Marvel) y con su prima lejana, Margaret Suckley (la encantadora y excelente actriz Laura Linney). Estas dos son parte de la trama chismosa de este merengue apetitoso que tiene que ver con la estadía en Hyde Park de los reyes de Inglaterra, Jorge VI e Isabel (los padres de la Reina Isabel II) quienes, por motivos políticos, visitaron los Estados Unidos como reyes de Canadá.
Jorge VI, personaje principal de la excelente película “The King’s Speech”, quería persuadir a Roosevelt para que ayudara a Inglaterra con la guerra contra Alemania, que se aproximaba a pasos adelantados (faltaban tres meses para la invasión nazi de Polonia). El rey aún a la sombra de su carismático hermano, quien después de abdicar al trono se convirtió en el duque de Windsor, no era tonto, pero si demasiado tímido. Una de las causas de ese retraimiento era su tartamudez.
La película demuestra cómo Roosevelt (Bill Murray) alentó al joven monarca (Samuel West) y, al mismo tiempo, decidió ayudar a Inglaterra, algo de lo que ya estaba convencido. La conversación entre los dos líderes es estupenda. El diálogo está lleno del humor que caracterizaba a FDR y de su magnanimidad, cualidades que estuvieron a la vista del mundo entero durante su larga presidencia.
El filme nos familiariza con el romance que se va desarrollando entre FDR y su prima lejana Maggie, con los preparativos para la cena real, durante la cual se desplomó una mesa y se rompieron los platos que le habían tomado prestados a la señora Astor (presumo que a la mujer de John Jacob Astor VI) y se cayó una de las mucamas, y rompió más platos. La explicación del rey (que es mejor que la oigan de sus labios) sobre los accidentes es una muestra del ingenio inglés que permeó esa sociedad entre guerras.
Estar del lado de Maggie es difícil porque ella está teniendo una aventura con el Presidente de la nación más poderosa del mundo y sabe que está casado. La ingenuidad en estos asuntos después de los treinta no es atractiva ni enternecedora. No hablo de “moral” sino de lógica. Laura Linney es muy atractiva y aquí se esconde muy bien (es su capacidad como actriz) en un personaje tímido (la palabra en inglés sería “mousy”, que es mejor) que usa medias cortas con sus zapatos. Tan convincente es que uno piensa que por lo menos, como recompensa, debió de haber sido invitada a la cena con los reyes.
El problema principal de la película es Bill Murray. Él es uno de los mejores comediantes del cine y puede ser un actor estupendo, pero no me convenció como FDR. No es que no se parece al presidente: para eso uno es actor, para hacerle ver al espectador lo que uno desea. Es que no proyecta el carisma que emanaba de este gran hombre en cada sonrisa y cada pronunciamiento. En los momentos que demuestra su encanto es porque está siendo más Bill Murray que FDR.
La cinta no es como para echarse a dormir. Aunque ya escuché esa queja de que la película es “lenta”, quiero recordarles que las películas son del ritmo y de la duración que deciden el director y su editor. Es algo que tiene que reflejar el tipo, tiempo y el lugar de la acción. Algunas tienen pietaje de más que se debió eliminar. Ese no es el caso con esta película. Lo que sucede es que no se trata de la vida como es sino cómo a veces le toca a algunos vivirla.
La película es más vol-au-vent que filete miñón, y muchos temas que se pudieron desarrollar (entre ellos la verdadera relación de FDR y Eleanor) quedaron en el tintero. Sin embargo, el guión, como ya he sugerido es bueno. Por ejemplo, el clímax de la película, cuando Maggie descubre que FDR le es infiel, es paradigma del buen gusto y la pulcritud, algo que me encantó ver ya que momentos como este han dejado de existir. Al mismo tiempo todo es tan moderado y tan venerado (por los creadores de la película) que es difícil acercarse a los personajes y ponerse en sus lugares. Esa veneración es llevada a un extremo en la escena del picnic. En la vida real, cuando la reina preguntó cómo se comía un hot dog (presentado en el filme de la forma más fálica posible), FDR le dijo «Métaselo en la boca, empuje y mastique». «Charming», contestó su alteza real. Reina digna.