(Im)posturas y aporías del periodismo puertorriqueño
Parte III
No hay personas ni sociedades libres sin libertad de expresión y de prensa.
El ejercicio de ésta no es una concesión de las autoridades;
es un derecho inalienable del pueblo.
-Declaración de Chapultepec
Periodismo in(ter)dependiente
El periodismo “independiente” goza de la libertad intelectual vedada al periodismo “profesional”; está exento de rendir cuentas al patrono y de las presiones laborales de la empresa. Aunque los contenidos deben ajustarse dentro de ciertos parámetros éticos, similares en principio a los exigidos al periodismo “profesional”, el periodista independiente decide por sí mismo la temática a tratar y la elabora sin mayores restricciones editoriales. No obstante, además de las restricciones legales a la libertad investigativa (búsqueda y acceso a la información), la publicación de artículos “independientes” está sujeta a criterios gerenciales de otro orden, desde la disponibilidad de espacio a la pertinencia estimada por la autoridad editorial.La libertad del periodista independiente es relativa en este sentido. No es un empleado de la empresa sino un colaborador marginal. Puede someter a consideración editorial sus contribuciones y expresarse sin contenciones formales, pero siempre está sujeto al poder discrecional del administrador de las prioridades empresariales. Si bien la política gerencial de los principales medios informativos estimula la “participación ciudadana” y acomoda entre sus páginas una diversidad de voces y perspectivas, también se reserva para sí el poder de selectividad y de censura previa. Los criterios varían de acuerdo con sus administradores particulares, y si bien algunos ciudadanos gozan del “privilegio” de ser publicados, otros son ignorados sistemáticamente.
De modo similar al periodismo “profesional”, el periodismo “independiente” -a pesar de su relativo carácter marginal- incide sobre la vida social, cultural y política puertorriqueña. Las empresas periodísticas que enarbolan los principios democráticos no solamente publican artículos coincidentes ideológicamente sino incluso los que contradicen radicalmente posiciones oficiales de la empresa. Algunos autores profundizan sobre temas trivializados por la prensa “profesional” o suben a la escena mediática asuntos invisibilizados por la misma; cuestionan los enfoques de las noticias oficiales, ponen en entredicho la credibilidad de sus fuentes, e incluso la veracidad global de la información divulgada.
La diversidad de puntos de vista publicados en un mismo medio informativo, en ocasiones antagónicos e irreconciliables, no solo mina las presunciones de objetividad sino que, además, pone de manifiesto el carácter ficcional de sus promesas y supuestos. No obstante, esta modalidad de periodismo in(ter)dependiente no supera por su propia naturaleza las insuficiencias intelectuales del periodismo “profesional”. Las columnas publicadas también están cargadas de prejuicios subjetivos, contradicciones políticas, ambivalencias morales, inconsistencias teóricas, errores históricos, imprecisiones y falsedades.
Las libertades intelectuales reconocidas al periodista in(ter)dependiente no implican que automáticamente les acompaña un compromiso ético superior, ni que a su escritura le anteceden rigores investigativos y analíticos. Los espacios reservados a sus expresiones singulares no pasan por los filtros editoriales, y el autor es el responsable exclusivo de lo que escribe. Las dimensiones éticas de su escritura están sujetas a las riendas de su propia conciencia, y sus contenidos sujetos a ser juzgados por sus lectores.
Las repercusiones psicosociales del periodismo in(ter)dependiente se asemejan a las del periodismo “profesional”, y ambos registros tienen a la vez pertinencia coyuntural y valor documental, sociológico e histórico. El periodismo “profesional” interroga un objeto de encargo que le es exterior al ámbito de su profesión, mientras que el periodista independiente, si bien depende en gran parte de la información “oficial” divulgada, también interroga al periodismo “profesional”, su realidad objetivada, su verdad filtrada. En ocasiones la reitera y legitima, la refuerza y la complementa; en otras, la contradice y la desmiente. Asimismo, pone en cuestionamiento cualquier otra modalidad (in)formativa, incluyendo la producción independiente.
No existe una fórmula absoluta o mecánica que privilegie una perspectiva sobre otra. A veces, el periodismo independiente supera la calidad de la información “oficial”, a veces no. En ocasiones se limita a expresar una opinión sin elementos de juicio crítico o conocimientos suficientes, y la escritura marginal no trasciende el desahogo personal o la quimera; la convicción ideológica, la propaganda política o la creencia religiosa. En este contexto, el entramado de ficciones narrativas que constituyen los diarios (impresos y digitales) del País, no representan la realidad objetiva sino que la caricaturizan a imagen y semejanza de particulares convicciones y puntos de vista.
Queda en manos del lector la libertad de interpretar la información suministrada, servirse de ella o descartarla. En el contexto actual de las sociedades democráticas, es a esta modalidad de la libertad que se reduce el derecho ciudadano a la Prensa. Las redes de comunicación digital (internet), integradas a las plataformas periodísticas tradicionales o autónomas, proveen espacios para publicar las expresiones o reacciones ciudadanas sobre los contenidos divulgados. Salvo escasas excepciones, los comentarios se limitan a opiniones subjetivas sobre la información publicada, y no trascienden el simple desahogo del ciudadano particular. La posibilidad de servir de base a discusiones serias se opaca por la naturaleza desregulada de estos espacios, que si bien se justifican como reivindicación del derecho de expresión, también se saturan de expresiones impertinentes o carentes de valor fuera del sujeto que se expresa.
El ejercicio de la libertad de expresión desregulada en el contexto de los medios (in)formativos es efecto marginal de la relativa y apocada democratización de los mismos. La mayor parte de los comentaristas no se atienen a las regulaciones éticas del periodismo, y habitúan enmascarar su identidad personal con seudónimos. Esta práctica suele degenerar en ataques personales, acosos, insultos, amenazas o mofas contra el periodista. Desde la óptica de la función pedagógica del periodismo, puede admitirse que el espacio de expresión provisto por sus medios se desvirtúa tanto por los excesos irrespetuosos de la oposición como por las adulaciones fanáticas al trabajo divulgado. No obstante, constituyen parte integral del universo mediático en tiempos (pos)modernos, e inciden de manera indeterminada sobre los créditos y méritos de la información circulada. Desde la perspectiva comercial de la industria periodística, las expresiones difamatorias constituyen un mal menor dentro del derecho a la libertad de expresión, y un precio razonable para retener y atraer clientela…
Condición paradójica del periodismo actual
El ejercicio del derecho constitucional a la libertad de prensa está condicionado por fuerzas contendientes para conservar sus dominios y a la vez por las que luchan para reformarlos y abrir espacios alternativos al interior del sistema empresarial que lo acapara. En este contexto, pueden rastrearse ciertas modulaciones gerenciales cónsonas con las tímidas demandas democratizantes de la época. Las grandes empresas que acaparan los medios de (in)formación masiva aún ejercen control absoluto sobre los contenidos publicados, pero ya no son como eran antes. Aunque todavía conservan su poderío regulador y ejercen una mediación determinante sobre el material circulado, las gerencias editoriales han relajado en alguna medida sus habituadas rigideces ideológicas, abriendo espacios a prácticas periodísticas -si no menos conservadoras- más flexibles y variadas. Las lógicas de la competencia en el gran mercado de la información periodística condicionan aún el grueso de sus consideraciones y contenidos, pero también los fuerza a procurar ciertas aperturas ideológicas e integrar entre sus recursos periodísticos posiciones divergentes, incluso antagónicas e irreconciliables con las posturas predominantes entre las elites corporativas (dueños, administradores, directivos e inversionistas).
Sería una ingenuidad creer que la práctica del periodismo en Puerto Rico es cualitativamente diferente a la de cualquier otra sociedad capitalista, y que las tendencias democratizantes socavan la gula lucrativa de los propietarios privados o contraría de algún modo los intereses de sus inversionistas comerciales. Pero no se trata de acusarlos en el plano personal, sino de mirar sus dominios con suspicacia y no alivianar la cautela crítica. A fin de cuentas, se trata de poderosos e influyentes empresarios privados, y las modulaciones gerenciales tienen la finalidad de conservar a flote sus negocios y acrecentar sus ganancias. La apertura ideológica y la política de inclusión de periodistas “independientes” se tratan de fenómenos propios del capitalismo posmoderno, donde las “diferencias”, en todas sus dimensiones, son consideradas mercancías de consumo comercial.
Divergencias políticas, divagaciones intelectuales, contiendas ideológicas, posturas antagónicas, trivialidades y sensacionalismos, contenidos serios y pertinentes, oportunismos y charlatanerías, integran el mercado global de la información, y constituyen parte sustancial del derecho de prensa e información en las sociedades democráticas. Las lógicas de la competencia comercial lo posibilitan invariablemente.
Nuevas voces suben a la escena mediática en representación de sectores marginales y causas usualmente invisibilizadas en los principales medios (in)formativos. Opiniones, comentarios, quejas y propuestas, denuncias y demandas, tienen un lugar reservado en la industria periodística (pos)moderna. No obstante, la aparente apertura democrática contrasta con las limitaciones propias de las empresas periodísticas y sus criterios de selectividad. Por su naturaleza, siguen siendo medios de difícil acceso a los sectores de escasa solvencia económica o recursos insuficientes como mecanismos de presión y concienciación de segmentos sociales particulares, a veces ignorados sistemáticamente.
Sin embargo, podría especularse que algunos empresarios de gran influencia han tomado conciencia de su inmenso poderío y de la potencia social, política y moralmente transformadora de los medios de (in)formación/comunicación de los que son dueños o poseen influencia sustancial sobre su administración política. Aunque retienen su autoridad y la ejercen de manera privilegiada y dogmática, ya no procuran fabricar y uniformar la opinión pública a su favor y para exclusiva conveniencia personal o corporativa. Quizá han reconocido el incalculable valor social de la confrontación de ideas, la significancia de abrir espacios que inviten a la duda razonable, a la reflexión y al debate serio, informado y comprometido socialmente; que es más importante provocar que cada lector piense por sí mismo y se le provea de instrumentos para hacerlo, a pesar de sus riesgos y sin miedo a las consecuencias; que se le inculquen hábitos intelectuales más exigentes en lugar de guiarlos paternalmente, encuadrarlos ideológicamente y condicionarlos psicológicamente al conformismo y la resignación.
Esta es la condición paradójica que atraviesa a la industria del periodismo en tiempos (pos)modernos. Es en este contexto que se posibilitan prácticas periodísticas alternativas que coexisten con las prácticas tradicionales e incluso se diluyen en un mismo medio (in)formativo. Esta realidad caracteriza una porción significativa de la industria de periódicos y revistas impresas, agencias radiales y televisivas, como en las modalidades interdependientes o autónomas en la redes digitales. Sin embargo, no abarca todo el espectro mediático en la Isla, aunque sí a sus principales exponentes. Todavía pueden rastrearse modos de periodismo de panfleto, periodismo autómata, periodismo publicitario, periodismo sensacionalista y periodismo fanático, que circulan incluso gratuitamente.
La prensa no es un cuerpo uniforme ni su clientela constituye una unidad homogénea. Quizá, la única característica generalizable es que, independientemente de la diversidad de sus contenidos, todos coinciden bajo el signo de consumidores. La clientela de la industria periodística es plural y no puede describirse mediante categorías totalizadoras y mucho menos pretender comprender sus preferencias y divergencias intelectuales mediante esquemas analíticos obsoletos. Aunque la estructura (in)formativa tradicional suele operar en base a patrones mecánicos y a reproducir estereotipos culturales, tanto en lo que respecta a los objetos enunciados como a la racionalidad comercial que los engloba, el público lector no tiene cabida en ninguna categoría uniformadora y no puede saberse a ciencia cierta qué constituye el “interés social”. Ante esta disyuntiva, la industria periodística se toma la libertad de significarlo a conveniencia o simplemente inventarlo.
A pesar de que invariablemente los medios (in)formativos operan dentro de la estructura jerárquica tradicional y la información divulgada sigue sujeta al encargo y filtración de las autoridades editoriales, predomina en la escena periodística isleña un estilo de gerencia mediática más inclusiva y, de hecho, más tolerante. Al menos en lo que respecta a las modalidades del periodismo in(ter)dependiente, integrado en el cuerpo de la Prensa tradicional y de circulación nacional, como en algunos medios alternativos-independientes en los portales digitales de la Red.
La diversificación de las coberturas en los principales medios (in)formativos, la integración de perspectivas chocantes entre sí en un mismo medio, y la emergencia de múltiples medios independientes, abonan a desmembrar las pretensiones de acaparar la “realidad objetiva” o de contener la “verdad de los hechos”. Al margen de las restricciones legales al acceso a la información y de la cooptación del derecho de prensa por el capital privado o grupos de intereses determinados, la realidad actual es que el ciudadano no está privado de información sino saturado de informaciones. El problema de fondo del periodismo no es la ausencia de información sino sus excesos. Virtualmente, cualquier cosa puede caber en el signo de “información”, y ningún medio, por más poderoso que sea, puede abarcarlo “todo”. Dentro del universo infinito de informaciones, ¿cuáles son objeto de interés periodístico? ¿En base a qué criterios se seleccionan? ¿Por qué se dice lo que se dice, y se calla lo que se calla? ¿Quién decide? ¿Para qué?
Creer que el contenido en los periódicos y revistas (in)formativas es el efecto de la demanda de sus lectores/clientes/consumidores es una farsa publicitaria de la empresa periodística. La industria periodística construye el objeto de la demanda a la vez que impulsa y orienta el deseo de consumo de su clientela. No es difícil descifrar la fórmula: a nadie se le consulta previamente sobre lo que quiere comprar en el mercado. El comerciante vende el producto fabricado y el cliente, gústele o no, decide si comprarlo. El consumidor tiene “derecho a decidir” qué hacer con lo que se le ofrece, no sobre lo ofrecido…
Periodismo alternativo / ética (in)formativa
Toda escritura periodística es siempre un medio de involucrarse en asuntos concernientes a la vida social, de posicionarse intelectualmente y de asumir postura política en torno a éstos. El periodismo neutral o imparcial no existe fuera de la imaginación del autor o de la ingenuidad de sus lectores. La postura del escritor está implícita en su obra, sea por encargo selectivo o por iniciativa propia. El periodista se posiciona con relación a su objeto temático, le da forma determinada, lo significa de manera particular, lo enjuicia políticamente, lo juzga moralmente, le asigna valores y orienta sus sentidos. Toda práctica periodística constituye un acto político, consciente o por efecto rutinario de la mecánica editorial.
La neutralidad política y la objetividad intelectual en los medios (in)formativos constituyen dos mitos ideológicos que deben confrontarse radicalmente, ya porque distorsionan la realidad o porque encubren parte esencial de esta. La imagen publicitaria de los medios que presumen contener “la verdad de los hechos”, de plasmar desinteresadamente y de representar imparcialmente la “realidad objetiva”, es un fraude ideológico, un engaño calculado y con fines determinados; una impostura.
Es preciso advertir que las noticias, editoriales, artículos o reportajes investigativos, a veces están arraigados en información falsa, falseada u obsoleta. Aunque remitan al “hecho en sí”, reciclan prejuicios culturales, repiten anacronismos históricos o se sustentan en teorías desprestigiadas, paradigmas científicos falsos o en otros discursos de autoridad de dudoso crédito o desacreditada.
La labor periodística independiente no solo se dificulta por las restricciones legales al derecho de investigación e información, y por el acaparamiento del derecho de prensa por empresas privadas. El gremio de periodistas “profesionales” suele participar en el ejercicio de estos impedimentos, y no reconoce la legitimidad de la práctica periodística independiente si el ciudadano no posee carnet de identidad para inmiscuirse en sus dominios.
Además, la industria periodística reinante está imposibilitada estructuralmente para absorber la inmensidad de aportaciones ciudadanas al quehacer (in)formativo en la Isla. No todos tienen cabida dentro de sus organizaciones empresariales, y quizá sería absurdo pretender que así fuera, sin rayar en un populismo ingenuo y disparatado. Lo cierto es que la labor periodística independiente la ejercen elites intelectuales, al margen de los principios ideológicos o intereses de clase que cada cual crea representar. Dentro de esta madeja de condiciones, quizá importe menos quién escribe, sino qué escribe y para qué.
El ciudadano desposeído del derecho de prensa y de la libertad de investigar e informarse sin limitaciones artificiales, no es víctima pasiva de una gran conspiración, concertada entre las gerencias corporativas y los gremios del periodismo “profesional” para desinformar a la ciudadanía sobre sus derechos a informarse, investigar e (in)formar. El inmenso poder des(in)formativo que ejercen opera de maneras menos perceptibles y no responde a un centro de mando único o a una estrategia íntegra de manipulación psicológica o subyugación ideológica. La centralización del poder de la prensa tiene su historia y corre paralela a la desposesión del derecho de la ciudadanía a ejercerlo libremente. Esta aseveración es un tabú en las culturas democráticas modernas, y nadie parece interesarse en cuestionarlo. El silencio generalizado sigue siendo la condición matriz de esta realidad. Hay quienes la justifican en base a la creencia de que existe un consentimiento popular que avala el status quo, se conforma y se resigna a aceptarlo como legítimo e inmutable. Otros, a la vez, creen que la formación del periodista “profesional” lo inviste de un poder perceptual superior y que su compromiso con la verdad es insobornable. Esta imagen idealizada del periodista es la base de su autoridad moral y legitimidad política para representar el “interés social” y, a la vez, pretexto para desposeer al ciudadano no-periodista de sus libertades y derechos a procurarse por sí mismo la información que interese.
Un profundo sentido de responsabilidad ética y compromiso político con la justicia social y los derechos humanos debe animar cualquier empresa periodística. El periodismo alternativo, marginal o inserto en los principales medios de (in)formación/comunicación en la Isla debe apuntar esfuerzos a socavar las mentalidades dominantes y el habituado rigor de sus imposturas, mitos, ignorancias, prejuicios y supersticiones, que tanto entorpecen las posibilidades de construir una sociedad más justa y afín a un ideario democrático radical y de principios progresistas.
La honestidad intelectual es la condición irreducible para tales fines. Por esta razón, el contenido crítico de algunos escritos resulta hiriente a la sensibilidad de algunos lectores, no solo a los que se sienten ofendidos por su naturaleza inquisitiva sino, sobre todo, a quienes ven amenazados sus sitiales privilegiados, su racionalidad legitimadora y, en fin, las condiciones de su poderío y autoridad.
En Puerto Rico, la práctica de la honestidad intelectual conlleva numerosos riesgos, tanto en el plano personal, profesional como laboral del periodista. Advertidos los riesgos, el periodismo alternativo debe sustraerse de (in)formar con base en la ilusión mítica de objetividad e imparcialidad. Debe posicionarse ante su objeto temático e (in)formar de manera crítica y consciente de sus implicaciones. Pese a los riesgos inminentes, el estilo de la crítica debe ser mordaz e irreverente; y su contenido, a la vez, bien informado y sensible, pertinente y esperanzador. La escritura divulgada debe pensarse como instrumento de cambio social y contribuir a transformar radicalmente los modos como habituamos posicionarnos, aproximarnos o distanciarnos, de las cosas de este mundo; incitar al lector a dudar y a pensar por sí mismo, y en la medida de las posibilidades, persuadirlo a favor de una rebeldía intelectual ante la credulidad, el conformismo y la resignación…
Nota: Esta es la tercera parte de este escrito. Puede acceder a la primera y segunda parte aquí.