Indignación, género y universidad sin condición
Para indignarse, para admirar, es necesario que
los hombres tengan conciencia de la libertad
de los otros y de su propia libertad.
-Simone de Beauvoir
Para una ética de la ambigüedad
Me consta que muchas madres y padres, al igual que muchos maestros y maestras, se sentirían agraviados por estos hechos y sé que esa escuela tiene, entre sus principios de enseñanza, el respeto a la diversidad. Me satisface pensar en la indignación de ese niño. Quisiera soñar que muchos, la mayoría, todos los niños y niñas de nuestro país se sentirían igualmente ofendidos. Pero, como cuando me enfrento a realidades como esta mis expectativas son bajas, quisiera pensar que, al menos, todos los compañeros de ese niño compartieron su molestia. Sin embargo, estoy casi segura de que no fue así. No obstante, si seguimos a Simone de Beauvoir, la indignación del niño de mi historia hace de él un hombre libre.
Las jornadas que hoy nos convocan se proponen examinar la posibilidad de renovar la Ley Universitaria. Sin embargo, la pregunta más simple a que obligan estas anécdotas es la que interroga el papel de la universidad en la erradicación de visiones y actitudes que permean –a lo largo y a lo ancho– nuestra sociedad; que hacen socialmente aceptables, tolerables, acciones y enunciaciones discriminatorias, sexistas y homofóbicas; y que transmiten esa tolerancia a nuestros estudiantes y a los niños y niñas con quienes, como maestras, padres, tías, amigos, vecinas, convivimos. ¿Cómo revertir esa tolerancia? ¿Cómo instaurar una intolerancia subversiva que, como en el niño de mi historia, evoque indignación ante la discriminación o la injusticia y nos haga libres? A diferencia de la tolerancia, que siempre supone un elemento de condescendencia, la intolerancia, cuando resulta de una responsabilidad y una obligación hacia el otro, constituye a veces la más ética de las posiciones. ¿Qué forma debería tener nuestra universidad para ser capaz de movilizar, desde el pensamiento, el rigor, la crítica, la resistencia y la libertad, ese tipo de intolerancia?
Creo que la reflexión que debería ocuparnos, antes de examinar la ley universitaria, es la de cuál es el mundo que queremos y cuál es la universidad capaz de actualizar ese mundo. Sin un profundo examen de esta cuestión, cualquier ley, por aparentemente progresista que resulte, será solo un caparazón de control administrativo, vacío de contenidos y efectos trascendentes. La situación de la universidad desde hace ya muchos años es un ejemplo de esto. Los procesos administrativos y burocráticos priman sobre las exigencias de la docencia, la investigación y la creación, así como sobre los intereses y necesidades de profesores y estudiantes, de modo que nos hemos convertido en simples piñones en el engranaje de una máquina que funciona, no a favor nuestro, sino a pesar de nosotros. Este funcionamiento del aparato administrativo parece haberse naturalizado al punto de que apenas nos percatamos de que habitamos casi la parodia de una universidad.
Prueba de esta disyunción son algunos de los objetivos de la Universidad en la ley actual, que se derivan, entre otras cosas, de “la debida fidelidad a los ideales de una sociedad integralmente democrática”. Objetivos que incluyen, por ejemplo, “cultivar el amor al conocimiento como vía de la libertad”, “contribuir al cultivo de los valores éticos y estéticos de la cultura”, o concebir la Universidad como “esencialmente vinculada a los valores e intereses de toda comunidad democrática”. Todos ellos son valores que, si efectivamente el funcionamiento de la institución estuviera abocado a ellos, darían lugar a una universidad radicalmente distinta de la que cotidianamente nos agrede.
No hay duda de que celebraría una revisión de la ley que incluyera entre sus objetivos un inciso en que se subrayara la importancia para una sociedad democrática de que en su universidad se promoviera una perspectiva de género que atravesara todos los aspectos de la vida universitaria (igual que celebraría una ley que garantizara mayor autonomía para la Universidad y mayor participación de sus miembros en las decisiones que nos afectan). Pero la palabra de la ley es muda y ciega si no va acompañada de transformaciones reales, de inversión adecuada de fondos, de modificaciones curriculares transversales que toquen las distintas disciplinas, del desarrollo de programas graduados, del fomento de la formación del profesorado en esta área, del estímulo diligente a la investigación docente y estudiantil, y de la promoción consistente y activa del desarrollo de los programas dedicados a la perspectiva de género. Y la palabra de la ley es insuficiente para hacer efectiva la autonomía que promete; como lo es para instaurar modos de emprender la labor de enseñanza/aprendizaje, la investigación, la creación, el diálogo y el debate, la publicación, el intercambio intelectual, capaces de constituir una comunidad académica real y de intervenir en la transformación social. La palabra de la ley es también incapaz de generar y estimular esa esencial humildad derivada de la consciencia de lo que no sabemos, de lo que no entendemos, que subyace a toda búsqueda de conocimiento, a todo intento de descifrar y apalabrar el orden del mundo en que estamos insertos.
¿Cuál sería entonces el lugar de la perspectiva de género en esa universidad capaz de movernos hacia la actualización del mundo que queremos? Indudablemente, la perspectiva de género tiene entre sus objetivos hacer frente a las diversas formas de opresión a que se somete cotidianamente a las mujeres o a los miembros de las comunidades LGBTTIQ. Es inseparable, como bien ha señalado Ana Irma Rivera Lassen, de una mirada sobre las inequidades que se ocultan en muchas prácticas y representaciones y de formas de discriminación que legitiman la violencia. La perspectiva de género es inseparable también de la noción de igualdad, que tiene como meta el reconocimiento de los derechos y la participación en la vida colectiva; esto es, la democratización en el sentido más profundo, pues del reconocimiento de la igualdad se deriva el reconocimiento de la libertad del otro. La perspectiva de género es asimismo inseparable de la noción de equidad, como imperativo ético hacia la justicia y el reconocimiento de las diferencias.
Pero, lejos de limitarse, como en general se entiende, únicamente a esos aspectos, aun con lo esencial que es ese mandato, la perspectiva de género nos invita a impugnar las maneras en estamos habituados a mirar el mundo, reclama de nosotros un cuestionamiento de lo que asumimos como normal. Nos invita a desmontar las oposiciones binarias con que ordenamos nuestras realidades, a develar los disfraces de que se revisten las relaciones de poder para aparecérsenos como naturales e incontestables. Nos subraya la construcción social de esas relaciones y esas oposiciones, haciéndolas susceptibles de reflexión y transformación. En la medida en que el pensamiento es esencial para el ejercicio de la libertad, y a la luz del llamado constante de los estudios de género al pensamiento desarticulador del orden heteronormativo y de otros espacios normativos naturalizados, la mirada desde el género opera como condición de posibilidad para la libertad. La perspectiva de género imparte, pues, a nuestra mirada, una radicalidad que trasciende sus límites aparentes como campo de estudio. Concebidos de esta forma, los estudios de género son un modelo de universidad.
Como muchos saben, coordino el Programa de Estudios de Mujer y Género que fue fundado hace más de 15 años. Funcionamos siempre desde la precariedad. Desde su creación, casi cada pequeño logro ha habido que batallarlo arduamente. Ocupamos y reivindicamos un espacio que casi nadie quería, lo llenamos con muebles y estanterías sacados de los desechos de otros departamentos y facultades. Carecemos de personal administrativo. Este año con mucho esfuerzo conseguimos un estudiante graduado, pero hasta ahora habíamos operado con 1 y luego 2 estudiantes a jornal y de estudio y trabajo. Pero siempre hemos recibido el apoyo solidario de muchas de las personas ligadas al Programa: estudiantes, profesoras, internos e internas han ofrecido su trabajo voluntario para diversos proyectos. Hemos ido creciendo en el número de nuestros cursos hasta tener una oferta que convoca estudiantes de todas las facultades del recinto. Hemos crecido también en la cantidad de estudiantes que solicita admisión para completar la secuencia curricular. Nuestros alumnos y alumnas siempre han sido excepcionalmente brillantes, muchos de ellos han realizado investigaciones que han tenido proyección más allá de nuestro Recinto. El espacio del Programa se ha convertido un refugio donde la oportunidad de debate, la confrontación con nuevas perspectivas, el diálogo entre profesores, entre profesores y estudiantes, y entre estudiantes se producen con regularidad y con pasión. Desde nuestra precariedad, reivindico una universidad donde ocurran constantemente cosas como las que ocurren en nuestro Programa.
Hace ya muchos años, en una visita a Puerto Rico en que ofreció una conferencia titulada “El porvenir de la profesión o la universidad sin condición”, Jacques Derrida introdujo la noción de la universidad sin condición que impactó de diversas maneras y en distintos momentos a muchos universitarios puertorriqueños, hasta hoy. Permítanme que termine con una cita algo extensa formada por fragmentos de ese texto.
La universidad moderna debería ser sin condición. […] Dicha universidad exige y se le debería reconocer por principio, además de lo que se denomina la libertad académica, una libertad incondicional de cuestionamiento y de proposición, e incluso, más aún si cabe, el derecho de decir públicamente todo lo que exigen una investigación, un saber y un pensamiento de la verdad. […] La universidad hace profesión de la verdad. Declara, promete un compromiso sin límite para con la verdad. […] Sin duda, el estatus y el devenir de la verdad, al igual que el valor de verdad, dan lugar a discusiones infinitas. […] Pero eso se discute justamente, de forma privilegiada, en la Universidad. […]
Esta universidad sin condición no existe, de hecho, como demasiado bien sabemos. Pero, […] ésta debería seguir siendo un último lugar de resistencia crítica -y más que crítica- frente a todos los poderes de apropiación dogmáticos e injustos. […]
La universidad debería, por lo tanto, ser también el lugar en el que nada está a resguardo de ser cuestionado, ni siquiera la figura actual y determinada de la democracia; ni siquiera tampoco la idea tradicional de crítica, como crítica teórica, ni siquiera la autoridad de la forma «cuestión», del pensamiento como «cuestionamiento». […]
He aquí lo que podríamos, por apelar a ella, llamar la universidad sin condición: el derecho primordial a decirlo todo, aunque sea como ficción y experimentación del saber, y el derecho a decirlo públicamente, a publicarlo.
Esa universidad sin condición es el espacio de la perspectiva de género, tal como visualizamos su papel en la universidad. Es una universidad que intentamos, desde una precariedad productiva, construir todos los días. La revisión de la Ley Universitaria no producirá una nueva ley que permita la universidad sin condición, entre otras cosas, porque es a nosotros y nosotras como universitarios, siempre indignados como el niño de mi historia, que corresponde construir y defender esa universidad.