Inside Llewyn Davis
Esta película es el primer “folk” musical-“road picture”-misterio metafísico en la historia del cinema. Es imposible reseñarla sin contar ciertas cosas. Si usted es uno de los que no va al teatro o al cine a ver, digamos, Hamlet, porque conoce la trama, no continúe leyendo. Sí le digo que esta no es una película para adivinar quién cometió el crimen.
Llewyn (Oscar Isaac) es un joven ex marino mercante y músico tratando de abrirse paso en el negocio de la música folclórica en el Nueva York de los años sesenta. Lo primero que vemos en la pantalla es un micrófono de la época; escuchamos la voz placentera del cantante. Termina su canción: es el primer número musical del filme. Pero, en contraste a un musical de los años de gloria de MGM, o de la intención política de muchas de las canciones en la gran “Nashville” de Robert Altman, este y todos los otros números de la película están rodeados de oscuridad, soledad o, en un caso, de podredumbre. Con esa primera escena en un oscuro y grisáceo salón en un local en Greenwich Village hay que comenzar a prepararse para la subversión del musical clásico. El lugar donde abre la cinta se llama “Gaslight Cafe” y la canción “Hang Me, Oh Hang Me”. Ambas cosas proveen un indicio de algunas cosas que han de suceder. El dueño del local le dice a Llewyn que hay un amigo que lo espera en el zaguán. Afuera, un hombre de quien nunca vemos el rostro, le dice que es un bocón, que nunca puede quedarse callado, y le da una paliza por haber interrumpido uno de los números la noche anterior. Es el final del comienzo de los infortunios del personaje y de su búsqueda del significado de su existencia.
Con su padre en un asilo de ancianos y su hermana, cuyos valores son dispares a los suyos y que está criando un niño en Queens, Llewyn subsiste de los pagos que recibe en las pocas oportunidades que encuentra para tocar y cantar, y de pedir dinero prestado a sus amigos, quienes lo dejan dormir periódicamente en sus sofás. Por casualidad, en una de sus visitas tiene que cargar con el gato de los dueños del lugar donde pernoctó.
Termina con el animal y su guitarra en el apartamento de sus amigos Jean (Carey Mulligan) y Jim Berkey (Justin Timberlake), y duerme en el piso porque ellos tienen otro invitado. La historia que se va develando revela que Llewyn es egoísta, soberbio y desentendido, al mismo tiempo que es muy responsable para algunas cosas. Está empeñado en triunfar, pero sus relaciones con la gente son tirantes aunque amigables, y discute hasta con su agente sin detenerse a pensar las consecuencias de lo que dice o hace. En parte, hay en él una melancolía crónica porque su alma está llena de pesadumbre. Está lo que sucedió con el otro miembro de su dúo, y el brete que tiene con Jean. No se siente querido por nadie; un disco que ha grabado no se ha vendido para nada.
Los guionistas directores Ethan y Joel Coen y su cinematógrafo Bruno Delbonnel usan colores verde oscuro, grises, pardos y negros (incluyendo la barba y la complexión de Isaac) para crear una atmósfera sombría donde quiera que Llewyn está. Como excepción están los apartamentos de sus amigos, que tienen colores blancos, limpios y brillantes que dan la sensación que se ensuciarán con su presencia. El pasillo que conduce al apartamento de los Berkey es un pasaje sin salida que semeja el camino a una cámara de ejecución en una cárcel. Llewyn está atrapado en un mundo en el que expresa la vida a través de canciones que le son foráneas y contrarias al lugar donde vive. No hay folclor del tipo que él canta en Nueva York. La idea y la concepción de la música “folk” y el “country” viene de los estados norteamericanos en la franja de la Biblia (mayormente el sur y el suroeste), y de lugares muy apartados de la vida y la estética de la gran ciudad. Llewyn está comenzando a ser un extraño en sus propios vecindarios y entre sus viejos amigos. Lo es también un extraño en la música que canta.
Un rayo de sol parece emerger del tupido cielo del cruento invierno en la gran ciudad. Junto a Jim y a su huésped Al Cody (Adam Driver) Llewyn tiene la oportunidad de grabar una canción para ganarse $200. La canción «Please Mr. Kennedy» es el pináculo musical del filme. Transmite el humor que se esconde en muchas de las circunstancias en que se encuentra Llewyn, quien no puede suplicarle a nadie, como dice la canción, que no lo envíe al “espacio”. Espacio, por supuesto, en el sentido metafísico. Está también la posible amenaza de Viet Nam, es 1961, pero, como ya dije, la política es casi invisible en la cinta.
Múltiples situaciones, particularmente una muy álgida con sus amigos de edad media, los Gorfein, los dueños del gato, que no contaré, hacen que se marche a Chicago esperando que allá un productor de música y dueño de club nocturno, Bud Grossman (F. Murray Abraham), lo emplee. Se va en automóvil con un poeta “beat”, Johnnie Five (Garrett Hedlund), y un músico de jazz, Roland Turner (John Goodman). Five parece inspirado en Jack Kerouac; de hecho, más tarde, aparece un personaje que evidentemente es Bob Dylan. Ya que este fue muy influenciado por Kerouac, no me quedan dudas de que es esa la intención con el personaje. Además, su presencia corrobora que esto es un “road movie”. Turner es un bravucón que se pasa dándole a Llewyn con la punta de sus bastones. Además lo ridiculiza porque anda con un gato. Este personaje siniestro que duerme y ronca en el asiento posterior es imposible de ignorar por su misterio. Es como un bulto que contiene cosas malsanas que han de emerger de un momento a otro. A veces es difícil creer que exista en un plano que no sea las consciencias de Llewyn y de Five.
Por razones inauditas, Llewyn se separa del poeta, del músico y del gato, y no tiene mucha suerte con Grossman. Como autostopista consigue que alguien quiera llevarlo a Nueva York. Antes, camino a la ciudad, en la oscuridad de la carretera y la confusión que causan los copos de nieve, choca con un animal. Confirma que hay sangre en el parachoques y ve, adentrándose en la maleza del bosque al borde de la carretera, lo que parece un gato.
A su regreso a Nueva York, Llewyn decide regresar a la marina mercante, pero solo encuentra inconvenientes y dificultades para poder viajar y ganarse la vida de esa forma. El filme plantea las incógnitas sobre la naturaleza del artista que tiene el fuego, pero no el talento que requiere el verdadero estrellato, y nos demuestra los muchos factores que determinan el éxito o el fracaso. Los misterios que suscitan el poeta, el músico, el gato y el viaje, están para que se resuelvan en nuestra mente, y se ahondan con la aparición del ángel vengador que desde las tinieblas fustiga a nuestro Orfeo. Llewyn emerge del infierno a encontrar un demonio que viene de fuera de la ciudad a castigarlo. Pero este Orfeo es también Odiseo. El lugar en que quiso cantar en Chicago se llama “Gate of Horn” (lugar que existió en esa ciudad como un bastión del “folk”) y del que dice Penélope en la Odisea: Hay dos portones por los cuales emergen los sueños insustanciales, uno esta hecho de cuernos el otro de marfil. Hay quien piensa que el marfil al que se refiere la fiel esposa es a los dientes, en otras palabras lo que sale entre ellos (palabras) puede arruinar los sueños. La realidad de Llewyn está suspendida entre sus ambiciones y las circunstancias que se ha construido por sus acciones, y por su lengua descontrolada.
Muchas cosas quedan a la imaginación en esta película tan distinta, absorbente y original. Hay un bucle (“loop”) en la película que conecta el principio con el fin y nos prepara para parte de lo que hay dentro de Llewyn Davis. Sabemos que tiene un pie a cada lado de la línea que separa la realidad de la fantasía. El secreto al enigma yace en el nombre del gato, en un cartel que Llewyn ve hacia el fin de la cinta, en su capacidad para herir con sus palabras y en la atmósfera tan aptamente elaborada que crean los Coen y su cinematógrafo. Esta película es una obra de arte, una que al fin nos deja pensando en la fragilidad, las idiosincrasias, las realidades y las fantasías de los humanos.