La femme fatale: ¿Dónde están Marlene Dietrich y Rita Hayworth?
En los últimos años, según los súper héroes y los agentes secretos se han apoderado de la pantalla, la paradigmática femme fatal, literalmente mujer fatal, parece haber desaparecido de las pantallas para siempre. Ahora convertidas en súpermujeres son letales de otra forma menos interesante: usan los mismos métodos que los hombres. Ya no dependen de sus encantos, su ingenio y sus mentiras para mostrar su peligrosidad. Ahora son Wonder Woman (“Superman vs. Batman: Dawn of Justice”), o la homónima mujer computadora de “Lucy” (2014). La estrella de esta última, la magnética Scarlet Johannson, habría sido una magnífica e irresistible femme fatal en la tradición clásica de los años 30 y 40 del siglo pasado. De hecho, una breve escena en “Hail, Ceasar!” (2016) que la presenta en peluca rubia seduciendo y manipulando a un incauto Jonah Hill comprueba que podría ser la nueva estrella de una reproducción de “Double Indemnity” (1944). No recomiendo esa movida sacrílega, pero me tienta la imaginación. Aunque no tan bella, Scarlett es seductora e intrigante como lo era Rita Hayworth.
No puedo en este breve ensayo cubrir la historia total del personaje, pero vale la pena algún trasfondo del tipo de mujer para quien se acuñó el término. Hay ejemplos de mujeres fatales en la historia –Cleopatra sería una; Mata Hari, la espía de la Primera Guerra Mundial, otra (de muchas)– pero ha sido el cine la que las ha definido y presentado mejor gracias a una serie de extraordinarias actrices que preferían ser misteriosas a estar tomando café en Starbucks o pasar tiempo en el gimnasio más cercano. La guerra las enmarcaba o las marcaba: muchas fueron resultado del mundo con pocos hombres de la Segunda Guerra Mundial y el de hombres heridos y desencantados después del armisticio.
Representaban una especie de “mujer trofeo”, pero con uñas de acero y, muchas veces, estaban dispuestas a recurrir a la violencia para deshacerse de los hombres una vez que conseguían sus propósitos (poder y dinero, con énfasis en lo último). Aunque los hombres creían dominarlas, eran ellos los trofeos. En numerosas ocasiones su avaricia triunfaba sobre el amor: estaban dispuestas a sacrificar los sentimientos por lo material y eran, de una forma perversa pero complejamente deslumbrante, las predecesoras de las consumidoras de hoy día. Conseguir la “tarjeta de crédito” que era la plata que poseía el hombre que querían atrapar era su meta, su norte. No había ningún prurito políticamente correcto con ellas. Sabían lo que querían y no se detenían ante ningún obstáculo. Ciertamente no eran explotadas ni sometidas; eran ellas las que explotaban y sometían. Fueron tal vez las pioneras en alcanzar igualdad de paga.
Considero la femme fatale el elemento más paradigmático y representativo del estilo noir porque, contrario al detective que quiere saber por qué, ella es la causa de todo qué, el centro de la tensión. Esa mujer, una Eva moderna cuya manzana es lo material, culebrea por las películas clásicas de los 30 y 40 en varias formas y disfraces. Aunque no sea completamente malvada (asesina), su belleza o su egoísmo, o ambas cosas, desatan la desaventura sobre otros. En el caso de Laura (1944), cuya belleza tiene un efecto maldito sobre los hombres, otra mujer paga la siniestra obsesión que tiene el asesino por ella, y en el de Gilda (Rita Hayworth, Charles Vidor, 1946), todos los que se le acercan ven su psiquis mordida por el deseo, la seducción y el rechazo.
Ningún escritor, director o guionista puede reclamar haber creado la figura de la femme fatal porque, como ya he señalado, han existido en la historia, el arte y la literatura antes de recibir ese nombre. Hablaré de una Salomé la mujer bíblica que en la modernidad se materializó en el teatro y más tarde en el cine, interpretada en este último medio por una de las femme fatale más hermosas y míticas de la pantalla: Rita Hayworth.
La “Salome” de Oscar Wilde, debutó en el teatro en Paris en 1896 mientras el genio irlandés languidecía en prisión. Poco sabía que habría de trazarse una línea que llevaría a Hayworth y a Orson Welles, un gran contribuyente al mito de la femme fatale. Wilde inventó la “danza de los siete velos” que hoy imaginamos como algo verídico. La idea de que la mujer se esconde tras sus velos y busca un motivo fatal y condenable, es fundamental para entenderla en ese contexto. En el baile, Salomé se deshace de sus velos en busca de la cabeza de Juan Bautista; mucho después, quitándose un guante, Gilda (1946) busca el corazón y las ingles de Johnny Farrell (Glenn Ford).
Hayworth y Welles estaban casados mientras se filmó “Gilda” (1946) y merece resaltar la conexión entre el estilo noir y Welles1, y la afinación del personaje de la femme fatale. Gilda, se desarrolla en Buenos Aires, una ciudad cosmopolita repleta de nazis encubiertos y fugados de la Alemania hitleriana, y una de las ciudades latinoamericanas donde un “trench coat” no está fuera de lugar en otoño o invierno. La sexualidad de Hayworth se desborda de la pantalla. Tanto así que de cierto modo exageradamente contemporáneo y posmoderno el nombre “Gilda” se pintó en la primera bomba atómica que se lanzó en Bikini y fue una bonanza publicitaria para la cinta. En Francia los afiches del filme se referían a Gilda como ¡La vedette atomique!2 En el filme de Welles ¨The Lady from Shanghai” (1947) que siguió a “Gilda”, Hayworth le añadió a su belleza natural un tono sexual sugestivo e hipócrita que hacía aún más diabólica su hermosura. Cada poro deletreaba engaño y, al mismo tiempo, prometía una pasión explosiva. Su dualidad de carácter era repulsiva y atrayente a la vez.
Hayworth haría unas variantes de la femme fatale en los años siguientes en varios filmes, incluyendo “Salome” (1953), en la que baila los siete velos, conectándose así con el simbolismo de la tragedia de Wilde y los engaños velados; y “Carmen” (1948), la femme fatal de todos los toreros y, figurativamente, de deportistas, particularmente los boxeadores.
Welles crearía el último y uno de los mejores gran noir de la época de oro “Touch of Evil ” (1958) no muy lejos de los Ángeles, en la frontera mexicana. Allí, porque a estas alturas la femme fatale de la ciudad asediada por los infortunios de la guerra había evolucionado. Se le ocurrió homenajearla y, para hacerlo, Welles usó a la femme más fatal de todas: Marlene Dietrich, la legendaria Lola de “The Blue Angel” (1930). Probablemente para acentuar el recuerdo de su primera creación, Welles invierte el color del cabello de Hayworth en “The Lady from Shanghai” y hace que la rubia Dietrich luzca una peluca negra; obviamente un chiste. [A esto hay una referencia directa a Hayworth en Marlowe (1969), un noir tardío dirigido por Paul Bogart, en la que la femme fatale, Rita Moreno, usa peluca rubia]. En UFA, bajo la dirección de Joseph von Sternberg, Dietrich había personificado la seductora y destructora vedette, Lola, la más evidente predecesora de Gilda (como ella, cantaba). Más tarde su perversidad se acentuó en “Morroco” (1930) y “The Devil is a Woman” (1935), ambas dirigidas también por von Sternberg. Vestida de hombre en Morroco la niña mala besó a una mujer en la boca, algo que afianzó su erotismo, su pansexualidad, y su independencia, todas características de la femme fatale.
La influencia indirecta de Dietrich en el noir es notoria y, antes de que Welles lo hiciera, se le rindió homenaje de varias formas: el personaje de Mary Astor en “The Maltese Falcon” (1941), el de Jane Greer en “Out of the Past” (1947), el de Liz Scott en “Dead Reckoning” (1947), le deben lo suficiente a Dietrich que Billy Wilder y Raymond Chandler, los guionistas de Double Indemnity (1944) le dieron a Barbara Stanwyck (con peluca rubia por si acaso se perdía la alusión) el nombre de Phyllis Dietrichson. Me imagino que no le pusieron Dietrichdaughter porque sería demasiado obvio. Y, por si no se captaba, la hijastra de Phyllis se llama Lola.
Es curioso qué poco se habla de Hayworth en sus otras películas como femme fatal aparte de “Gilda”. Pienso que es el caso porque ese papel marca tanto el cenit como el comienzo del nadir del género noir y por eso Welles puso todo su empeño en “Touch of Evil” de tratar de ocultar la Lola en Dietrich.
¿Cuándo ha de volver el personaje paradigmático de la femme fatal a la pantalla? Tal vez nunca, o solo en películas “retro” (como la gran “Chinatown”, 1974). Pero podemos deleitarnos viendo a Hayworth, Dietrich y a las otras grandes fatales cuando queramos. Eso es lo grande de la era digital.
- http://www.80grados.net/filme-noir-la-influencia-de-orson-welles/ [↩]
- Se le podría también aplicar el término de femme fatale “atomique” a la Christina (Cloris Leachman) de “Kiss Me Deadly” de Robert Aldrich (1955), que anda desnuda en un “trench coat” y sabe dónde está lo que buscan los sicarios y el gobierno: un material radiactivo para hacer bombas atómicas. [↩]