La función de la crítica
Helen Gardner, autora de dos excelentes obras de crítica, The Art of T. S. Eliot y The Methaphysical Poets, recoge en The Business of Criticism —Oxford University Press— las seis conferencias que sobre la función del crítico y los límites de la crítica literaria dictó en 1953 en la Universidad de Londres y en 1956 en King’s College, Newcastle. Todos los trabajos merecen comentario aparte, pero a causa de la limitación de espacio solo voy a referirme al primero, “The Sceptre and the Torch”, brillante síntesis del concepto de la autora sobre los dos temas del libro.
Comienza señalando que la crítica se ha convertido en nuestro siglo en una profesión. La noción de que un lector de buen gusto, con alguna experiencia de la vida, devoción a la literatura y habilidad para expresar su criterio, pueda dedicarse a la crítica parece anticuada. El amateur ha desaparecido: está arrinconado por los técnicos de la crítica. Como casi todas las disciplinas es hoy labor especializada con vocabulario esotérico y en algunos casos ininteligible para el lector común, el que lee por placer. Ya hay diccionarios de términos críticos, cada vez abunda más la crítica de las críticas de los críticos.
Para la autora esta situación es casi la negación de la función de la crítica que no es ciencia sino arte menor. La misión del crítico es ayudar al lector a ver los valores que él percibe en la obra que enjuicia. No es el intento de probar que un libro es mejor o peor que otro, ni que un autor es de mayor o menor categoría que otro, actitud que ignora la naturaleza del gusto y la esencia de los valores. La comparación ha de usarse con cautela para aclarar y distinguir, pierde sus virtudes cuando se utiliza para exaltar un creador a expensas de otro. Se equivocan por completo —dice citando una frase de Dryden en la que inspira su trabajo— los que estiman que el propósito de la crítica es buscar fallas; es, por el contrario, “señalar las excelencias que deben deleitar al lector avisado”. La autora da, pues, por sentado que solo puede juzgarse bien lo que se estima, la obra que despierta el deseo de comunicar a los demás el valor que se descubre. Sospecha del crítico que no enfoca la obra con amor, acuciado por el encanto que le produce la lectura. El primer acto crítico es la decisión de que el libro posee valor o significación.
El crítico advierte, no fija normas, no debe enjuiciar apoyándose en valores absolutos de propia creación. Una inteligencia convencida de que le asiste siempre la razón carece de la receptividad y el desinterés sin los cuales no surge la experiencia estética. La sabiduría nace del asombro. El símbolo del crítico no debe ser el cetro sino la antorcha. Su misión no es imponer su criterio sino aclarar el sentido de la obra. En otras palabras: ayudar a leer al lector, no leer por él.
Sobra razón a la autora. Hoy, con contadísimas excepciones, la crítica, sobre todo en Inglaterra y Estados Unidos, se divide en escuelas con técnicas tan elaboradas y lenguaje tan complicado que solo pueden entenderla los iniciados o pertenece a la llamada “reseña”, cuyo único propósito es hacer propaganda al libro. Cada vez es más raro el crítico sin teorías o sistemas que defender, el que por auténtico amor al libro, universalidad de espíritu, valor para exponer su criterio personal, respeto por la individualidad del escritor y claridad en la exposición, consiga interesar al lector inteligente que lee por placer, al que busca quién, sin imponerle dogmas, le guíe por el mundo de maravilla de la lectura. La mayor parte de los críticos da la impresión de que escriben por deber, siguiendo fórmulas rígidas, que impiden el vuelo a la fantasía y les incapacita para vislumbrar lo que está más allá de la palabra. La crítica se ha vuelto ciencia, ha olvidado que es arte. Se ha llegado hasta proponer la crítica colectiva, escrita por un equipo de especialistas. —Hyman, The Armed Vision.
The Business of Criticism es una excelente ars poética del oficio del crítico, tan mal entendido no solo por los lectores sino también por sus propios cultivadores. El crítico, flor de madurez de una literatura, es el intermediario entre el escritor y el lector. Cuando la crítica nace del entusiasmo que despierta en un espíritu cultivado la sensación de la belleza y el ansia de comunicarla, adquiere categoría de creación. El crítico no es a fin de cuentas más que un escritor que se inspira en la obra de otro, el libro que le deleita es el tema de su obra.
IC, Tomo III, pp. 117-119
20 de junio de 1960