Insurrección de Lares en la memoria de Ramón E. Betances Alacán
En el caso particular de Puerto Rico y Cuba, el autonomismo y el anexionismo a Estados Unidos habían ganado una relevancia extraordinaria por lo que las posibles alianzas con elementos de aquellos sectores a la hora de la separación debían ser trabajadas con sumo cuidado. Las relaciones entre los separatistas independentistas y los anexionistas habían generado disputas en 1869 y nadie quería que ello se convirtiera en un freno para las aspiraciones separatistas. Pero el conflicto entre Estados Unidos y España, que también había sido un componente del 1868, había un tomado un giro extremo por cuenta de la guerra en Cuba que, como se sabe, se usó para justificar una intervención directa que acabó por marcar el futuro de las islas tras el conflicto de 1898. La disposición de los anexionistas cubanos, mucho mejor organizados que los puertorriqueños a fines del siglo 19, para disentir de los independentistas, era mucho más notable a fines de la década de 1890 que a fines de la de 1860. Es posible que el balance de fuerzas entre ambos extremos hubiese cambiado a lo largo de aquellos 30 años.
Betances Alacán veía la Insurrección de Lares como el resultado de un largo proceso de intenso trabajo político. La correspondencia que mantuvo en 1896 con Eugenio María de Hostos Bonilla y José Julio Henna Pérez, dos de sus más cercanos colaboradores, tornaba al del asunto del 1868 una y otra vez. Se trata de dos corresponsales únicos identificado el primero, con el independentismo y el confederacionismo; y el segundo, con el anexionismo. En una nota a Hostos Bonilla en noviembre de 1896 afirmaba que “la intentona de Lares me costó doce años de preparación (1856-1868), y a eso se debió que Rojas se sublevara en Lares y que Sandalio Delgado tuviese un verdadero ejército (10,000 hombres me decía él-póngale 3,000) en Cabo Rojo, donde tanto me querían”[1]. Y a Henna Pérez le insistía en que “desde antes del ’65 (José Francisco) Basora y yo teníamos la isla agitada”[2] que la población había sido inundada de papeles revolucionarios y que habían sido capaces de introducir armas al territorio por lo que Puerto Rico estaba listo para la revolución[3]. Una de las situaciones que lamentaba era que, al momento del levantamiento que se había dado “sin darme aviso,”[4] se encontraba en Curazao preparando un embarque de armas y que cuando se disponía a dirigirse a Puerto Rico “ya se había concluido todo”[5]. A Henna Pérez le revelaba que cuando llevó el cargamento de armas “compradas por mí y con mi dinero”[6] a Santo Domingo, las confiscó el presidente Buenaventura Báez.
Betances Alacán estaba convencido de que en 1868 lo habían dejado prácticamente solo con la tarea y, de hecho, al único conspirador al cual alude en ese momento es a Basora, anexionista al igual que Henna Pérez[7]. En otra nota a Henna Pérez firmada en julio de 1897 reconocía la falta de apoyo interno a su causa y llegó al extremo de decir que “me desespera el ver a mis paisanos tan indiferentes y hasta dichosos de vivir en el oprobio con tal de vivir”[8]. Para reforzar el argumento de que le habían abandonado recordaba que en 1868 había enviado una proclama a los “ricos” de la colonia, sector del cual esperaba el sostén financiero que se resistían a brindar. En la proclama aludida apelaba al núcleo de sus temores y sus prejuicios más ominosos amenazándolos con el fantasma de la revolución racial y social con el fin de convencerlos de colaborar: “Hagamos la revolución; -decía- pues si no puedo hacerla con ustedes (los ricos), la haré con los jíbaros; y si los jíbaros no quieren la haré con los negros”[9]. La clase criolla adinerada no se conmovía ante su petición de respaldo en 1868, hecho que volvió a repetirse en 1897. Los comentarios anotados demuestran que ni siquiera la aprensión o el escrúpulo que tenían los ricos ante los sectores del abajo social los sacudía lo suficiente como para tomarse el riesgo. Aunque no pudo persuadir, salvo contadas excepciones, a los “ricos”, Betances Alacán siempre fue muy cuidadoso a la hora de concebir el separatismo como una causa común de independentistas confederacionistas y anexionistas, alianza de que dependían las posibilidades de triunfo de su proyecto.
La derrota de Lares, otro asunto que debía explicarse a la hora de recuperar la memoria de aquel evento, la atribuía en otra carta a Sotero Figueroa Fernández al adelanto de la fecha del golpe que, planeado para el 29 de septiembre en Camuy, había sido ejecutado en Lares el 23. Factores fuera de su control habían forzado la decisión. Su lógica era que si “no hubieran tenido los patriotas que precipitar el desenlace de la conspiración”[10] el resultado hubiese sido distinto. Recordar esos detalles le mortificaba: “no me haga usted recordar tantos dolores ¡tantos!”[11]. Todas sus observaciones historiográficas y táctico-estratégicas se apoyaban en su condición de participante de los eventos y adoptaban un tono testimonial en el cual la furia y la nostalgia convergían.
Lares, en última instancia y a pesar de todo ello, debía ser salvado como un modelo para la revolución por venir. Las alusiones a la experiencia conspirativa concreta son continuas en la correspondencia con Henna Pérez. En una larga carta de noviembre de 1895 sugiere el modelo organizativo y práctico que condujo al levantamiento de 1868 para que se aplicase al proyecto de fin de siglo: “sería importante conocer, en cuatro o cinco puntos de la isla, algún hombre capaz de formar un Comité, cuyos miembros se encargarán de constituir otros alrededor de los primeros”[12], tal y como habían hecho Basora, Segundo Ruiz Belvis y él, entre otros, durante la década de 1860. En ello insistió y en diversas ocasiones recomendó a sus coconspiradores listas completas de nombres que valdría la pena estudiar minuciosamente desde la perspectiva de su lugar en el espectro político colonial en contraste con lo que él esperaba de ello en medio de la crisis. Las listas de contenían a figuras de independentismo como el médico Manuel Guzmán Rodríguez,[13] y Hostos Bonilla[14], sino también a otros que no lo eran como Manuel Zeno Gandía, Antonio Mattei Lluveras[15], José Celso Barbosa, Luis Sánchez Morales[16], Juan Ramón Ramos, Agustín Stahl, Santiago Veve Calzada, e incluso Luis Muñoz Rivera a quien señalaba como “el que puede dar mejores informes sobre todo el país”[17]. En aquel registro había figuras que se identificaban con el conservadurismo, el autonomismo posibilista y el ortodoxo y, con posterioridad, con el estadoísmo republicano afín al separatismo anexionista.
Un asunto que hay que tomar en consideración es que Betances Alacán reconocía que el Puerto Rico del 1860 no era el mismo de 1890. El balance de fuerzas, según se ha sugerido, y las posibilidades revolucionarias diferían. En 1890 por la ausencia de trabajo político intenso, el país no estaba listo para un levantamiento: “allí comienza a agitarse la opinión; pero sería preciso preparar al pueblo como lo estaba en 1868”[18]. La melancolía y el pesimismo lo abrumaban. Desde su punto de vista la separación e independencia seguían siendo una necesidad, pero las condiciones del terreno reducían las posibilidades de éxito de una empresa de aquella envergadura.
La gestión de los amigos de la memoria en especial Figueroa Fernández, cerca de Betances Alacán, resultó productiva. Poco después del intercambio le adelantaba a Luis Caballer Mendoza que a pesar de lo incompleto de sus archivos -no tenía ejemplares de algunas de su publicaciones, ni fotos suyas en buen número- no perdía la esperanza de “dar a luz mis memorias”[19], promesa que volvió a hacer en un artículo difundido en el periódico cubano Patria[20] pero que nunca cumplió. La curiosidad de Figueroa Fernández lo condujo a producir no solo la referida colección de biografías publicada en 1888, sino también una serie de artículos sobre la Insurrección de Lares difundida en Patria en 1892[21]. En ambos casos el respaldo de un revolucionario de la nueva generación, José Martí Pérez, parece haber sido determinante. El proceso de convertir a Lares en el signo de la identidad nacional del siglo 19 había comenzado.
El asunto no deja de contener una curiosa paradoja. Figueroa Fernández era un mulato muy peculiar con un pasado autonomista. Este pensador marginal no veía la relación de Puerto Rico y España en los mismos términos que los liberales y autonomistas más influyentes de su tiempo a quienes, sin duda, guardaba un especial respeto. Sus publicaciones inauguraron un discurso laudatorio y romántico sobre el separatismo independentista y confederacionista comprometido con la reivindicación de un acto subversivo cuyo significado había sido conscientemente devaluado o negado por la historiografía liberal y autonomista. Su retórica estaba acorde por completo con la queja de Betances Alacán en torno a la actitud de Muñoz Rivera en la carta de 1894: Lares debía ser rescatado del Leteo. Pero Figueroa Fernández excluía también conscientemente el papel singular que habían cumplido los separatistas anexionistas en aquel proceso, asunto que siempre había sido fundamental para la mirada betancina a pesar de su antianexionismo militante. Es cierto que los separatistas anexionistas se habían enajenado de la conjura que condujo a Lares durante los primeros meses del año 1867 igual que lo habían hecho los liberales reformistas, pero su trabajo en el entramado de la conjura no podía ser puesto en entredicho[22]. Resulta por demás interesante que ningún comentario en cuanto a aquella disputa ideológica saliese a relucir en la investigación del periodista ponceño. A pesar de que no se podría valorar cuanta penetración tuvieron los escritos de Figueroa en el universo de lectores potenciales de la década de 1890 en Puerto Rico y en el exilio, el tono adoptado por este acabó por reiterarse en la discursividad del nacionalismo puertorriqueño del siglo 20. La idea del “rescate” de la gesta olvidada contenía una queja franca respecto a la omisión voluntaria o no, que se repetía en la discursividad de las elites intelectuales coloniales no separatistas. Lo mismo puede decirse de la escisión o divorcio de los defensores del independentismo y el anexionismo.
Las tensiones que ocuparon la psiquis insular entre 1897 y 1898 limitaron las posibilidades de desarrollo de una discursividad separatista o independentista sobre su papel en el relato de la nación puertorriqueña. La celebración de la autonomía moderada del 1897, arreglo cuyo valor Betances Alacán censuró hasta el momento de su muerte; y la invasión del 1898 que, desde su punto de vista representaba un obstáculo para la independencia y confederación de las Antillas, impidieron la maduración de un discurso historiográfico sobre el separatismo desde el separatismo que fuese confiable. El hecho de que el relato del siglo 19 fuese posesión de los integristas de tendencias liberales reformistas y autonomistas y que la versión separatistas excluyera la rica colaboración entre separatistas independentistas y confederacionistas y anexionistas explican la situación. Por último, el mismo subdesarrollo de una vida intelectual independiente en el país en particular la historiografía, no ayudaba mucho, por lo que la imagen de aquella parte del pasado acabó por ser extirpada. Para que el asunto volviera a convertirse en un tema de discusión camino a su maduración habría que esperar algunos años.
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[1] Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade, eds. (2013) Ramón Emeterio Betances. Obras completas. Vol. V. Escritos políticos. Correspondencia relativa a Puerto Rico (San Juan: Ediciones Puerto): 416.
[2] Ibid.: 343.
[3] Ibid.: 368.
[4] Ibid.: 404.
[5] Ibid.
[6] Ibid.: 418
[7] Ibid.: 419, 421 ambas en notas a Henna.
[8] Ibid.: 455.
[9] Ibid.: 456.
[10] Ibid.: 270-271.
[11] Ibid.: 271 y una variante del asunto en unos fragmentos sueltos en 279-280.
[12] Ibid: 312.
[13] Ibid.: 476.
[14] Ibid.: 523.
[15] Ibid.: 524.
[16] Ibid.: 380.
[17] Ibid.: 396.
[18] Ibid.: 304.
[19] Ibid.: 274.
[20] Ibid.: 280.
[21] Sotero Figueroa (1977) La verdad de la historia (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña) 1977.
[22] Véase Carmelo Rosario Natal (1985) “Betances y los anexionistas, 1850-1870: apuntes sobre un problema” en Revista de Historia 1.2: 113-130.