La maravilla del inventario familiar de Efraín Barradas
Con el paso del tiempo, seguimos viéndonos esporádicamente, cuando llegaba a Puerto Rico. No lo vería frecuentemente pero siempre leía sus artículos para 80grados y otros medios quedando subyugado por el dardo de su verbo pues Efra donde pone el verbo, pone la bala. Cuando llegaba, lo escuchaba arrobado por la magia de su certera puntería.
Poco a poco fue creciendo entre nosotros la semilla de la complicidad. Primero comenzamos escribiéndonos en Hotmail, de ahí nos graduamos a Facebook y la semilla creció y se fue convirtiendo en una hermosa costumbre. Compartimos su gusto por los altares y los arreglos temáticos con que adorna su casa floridiana, donde cada objeto representa una vivencia; su devoción por la prima ballerina absoluta Susan Homar; la divina María Félix; el arte, las películas mexicanas, la lectura voraz ¡¡y el chisme picante!!
Cuando las circunstancias de la vida le obligaron a colocar sus padres en un asilo de ancianos su certero olfato lo llevó a escoger el de unas monjitas donde les brindaron las atenciones y el amor guiados bajo su estricta vigilancia telefónica y sus constantes brincos a la Isla. Pero la vida poco a poco se extingue con el paso de los años, viéndose precisado a aumentar sus brincos isleños en pos del bienestar de ellos.
En esta etapa de nuestras vidas comenzó lo que se me ocurre llamar nuestra “complicidad telefónica”. Cada vez que llegaba a Puerto Rico, me llamaba luego de sus ejercicios matinales por las calles de la mítica urbanizción Marbella, donde en un algún momento viví, o por las tardes cuando degustaba de una copa de vino y se soltaba más la lengua. Siempre me prohibía terminantemente compartir nuestras conversaciones en Facebook, acusándome de lengüetero. Llenaba mis oídos de sus cuentos familiares, sus gestas universitarias, sus escarceos, sus sueños y sus dolores. Generosamente ha leído y anotado mis intentos de escritor frustrado. Por eso cuando le advertí que si no recopilaba nuestras conversaciones en un libro, yo lo iba a hacer, jamás pensé que allí en lo profundo de su maravillosa mente se estaba cocinando a fuego lento ¡Inventario con retrato de familia!
De todas las sagas familiares, que son uno de los temas favoritos de los escritores puertorriqueños, es en el inventario de Efraín donde vemos al autor despojarse de la academia y adentrarse en el mundo de la realidad isleña. Comenzemos por la portada: Con un diseño espectacular de la excelente artista Ita Venegas Pérez donde podemos admirar un altar ¡en el más depurado estilo “efrainesco”! De ahí pasamos a la dedicatoria: un acto de amor por amor para el amor. La soberbia introducción de Magali García Ramis emociona. Y el texto: donde rescata aquella voz juvenil, sandunguera y guapachosa acompasada por las risas y murmullos de Ana Lydia, de Amalia, de Armindo, de tantas notas sincopadas que crecieron a la sombra de “Cleopatra” en los pasillos de Humanidades.
Pero no todo es risa y jolgorio, también retrata la realidad de aquella generación a quienes sus padres adoraban con temor, aquella generación que documentada por su piel de chivo, prefirió incorporase a la academia norteamericana donde encontraron el reconocimiento y la fama que nutre sus almas; aquella generación que no se atrevió a decir su nombre; aquella generación que desde el prisma opaco del recuerdo trata de entender el amor abnegado de sus padres, que lo dieron todo por ellos.
La maravilla del texto de Efraín me trae a la memoria la sonoridad guapachosa de Luis Rafael Sánchez, la vasta memoria familiar de Magali García Ramis, las búsquedas memoriosas de Marta Aponte. Sin embargo, la recia voz del otro “Jibarito de Aguadilla” mantiene la pureza de un ingenio narrativo insuperable.
Como te lo prometí Efraín Barradas, no conté nada de tus historias, te lo juro por esa Virgen del Perpetuo Socorro que adorna mi altar…