La niñez marcada: de cómo una molestia se convierte en síndrome
¿Cómo un diagnóstico se convierte en una máscara pegada a la cara de una niña o un niño? ¿Cómo una molestia común de la infancia, una angustia, se transforma en un trastorno mental, en un síndrome (conjunto de síntomas) que pretende describir aquel proceso complejo que viven o sufren? ¿Cómo un niño o una niña por el sencillo acto de serlo vive el peligro de ser diagnosticado con algún síndrome? ¿Cómo su (bio)lógica, su lógica del ser vivo insertado en una cultura, se reviste de una (psico)lógica, (socio)lógica o (farmaco)lógica simplista y mediática, aunque tranquilizadora para el mundo de lo adultos? El recorrido analítico que implican estas preguntas tiene que empezar con la propuesta implicada en una herramienta conceptual, una premisa con mucho bagaje filosófico y semiótico: lo que se presenta como “la realidad” es una construcción discursiva. La famosa “realidad”, la afamada “práctica”, la prestigiosa “empírica” (adjetivada últimamente como “con base en la evidencia”) son nociones producidas por diversos sistemas semióticos y por consiguiente, hondamente teóricas, como lo es cualquier vocablo. Para un análisis como el que propongo es preciso empezar por cuestionar la concepción de la niñez como una categoría que incluye cuerpos a la intemperie de la vida social, del vínculo discursivo, porque el dualismo cuerpo-mente nos lleva a resbalar. Es importante admitir que siempre el ejercicio de rotulación es forzosamente contextual.
Las y los niños portan en sus mochilas (bio)lógicas, las escritas en su piel, un contexto histórico, su historia de vida, los vericuetos del advenimiento a su cultura como seres hablantes. Esto implica que llevan la complejidad de varios sistemas sociales. Esos cuerpos han sido resignificados por un orden simbólico que se manifiesta a la menor provocación. Los cuerpos han sido escritos y esa escritura, adjetivada a veces como “lo social” se manifiesta en cada acto del habla. Entonces tenemos cuerpos cautivos de muchos imaginarios sociales. Aquí aludo a las diferentes formaciones discursivas de la infancia que son como unas redes semióticas que producen significaciones y sentidos sociales. Los cuerpos no son solamente biológicos, son socio-históricos. Los mamíferos humanos se insertaron en órdenes simbólicos, aunque se nos olvide por el predominio de los discursos del biologismo. De cómo confinamos a la niñez en la red de nuestros imaginarios de biologismo y de psicologismo, es necesario indagar. Los profesionales de la salud llevamos en nuestros maletines una parafernalia psicológica que habría que someter a escrutinio especialmente porque nos impele a acciones autómatas fundamentadas en prácticas hegemónicas, no tan adecuadas para la infancia.
Para empezar, la infancia es una noción histórica. Los imaginarios sociales de la infancia se han transformado desde el siglo XVII hasta nuestros tiempos. En los textos de Phillippe Aries y de Michel Foucault1 encuentran ese recorrido. Es en el siglo XVII cuando las y los niños dejan de ser “adultos en miniatura”, se hacen visibles y se tornan en un tropo de diversos espacios simbólicos de la cultura: pedagogía, psicología… La “infancia moderna” enunciada alrededor del siglo XVIII coincidió con el capitalismo y con la creación de un nuevo espacio: el de la intimidad familiar. Además, entre los siglos XVI y XVII se instituye la escuela como espacio dedicado a la educación de la infancia. Por la lectura de este recorrido es que me resulta afásico y sospechoso que en la rotulación de los niños como poseedores de algún “trastorno” se separen sistemas semióticos que desde siglos atrás caminan juntos y están siempre muy atados: infancia, familia y escuela. En la separación, a veces cuando hay problemas, se culpa a la infancia, otras veces a la escuela y otras a la familia. ¿Cómo puede entenderse que siendo estos sistemas tan interdependientes olvidemos sus contextos sociales y propongamos gestiones “centradas en el niño”? Pero esta es la misma tradición de pensamiento que lleva a decir que un niño o una niña tiene “adentro” un “trastorno neurológico” que lo convierte en desatento y que requiere medicación. Me refiero a un caso paradigmático: el famoso ADHD, desorden de Déficit de Atención e Hiperactividad. Quiero repetir, esta vez con Robert Whitaker2 que: “el trastorno por déficit de atención e hiperactividad es una entelequia. Antes de los noventa no existía”. Me refiero al libro que Whitaker publicó, Anatomy of an Epidemic: Magic Bullets, Psychiatric Drugs and The Atonishing Rise of Mental Illness in America, premiado como mejor libro de investigación en el 2010 por editores y periodistas estadounidenses.
Escribí en un libro reciente esta misma conclusión de Whitaker basada en experiencias profesionales vividas precisamente desde la década de los 90. La bibliografía de las investigaciones y textos críticos desde los 90 en Estados Unidos, y con énfasis desde el 2003 en Francia, España, Australia, Argentina3… por neurólogos, psiquiatras, psicólogos, periodistas investigativos, entre otros, son abundantes. En Argentina un grupo de profesionales del país y del exterior, psicólogos, psiquiatras, neurólogos, pediatras, y psicopedagogos presentaron ante el ministerio de salud el documento: Consenso de expertos del área de la salud acerca del llamado Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad. En el mismo, además del análisis, las solicitudes y preocupaciones, presentan una amplia bibliografía, incluyéndose las publicaciones de los investigadores estadounidenses que objetan el diagnóstico. El diagnóstico de ADHD está puesto en cuestión hace décadas. En Puerto Rico, aunque valoro las excepciones, psicólogos, psiquiatras, neurólogos, entre otros “profesionales de la salud” aún repiten frente a padres y madres unas palabras imperativas, absolutas y a la vez adormecedoras por su matiz encubridor: Este nene tiene Déficit de Atención, hay que medicarlo. En el trabajo con niñas y niños se lleva a cabo una práctica empozada de matiz biomédico. ¿Cuáles han sido los resultados de esa práctica? La respuesta a esta pregunta requiere un espacio textual extenso, pero adelantemos que no ha atenuado los problemas, al contrario, algunos están crónicos. El deterioro de las relaciones interpersonales en espacios de convivencia casi carcelarios es notable. Brota el estallido de otros síntomas asociados a lo que se quiere esconder con pastillas o con realidades androides: la desigualdad socio-económica. Además es notable el incremento de lo que la psicoanalista Francoise Dolto nombraba como el dolor de existir. Este estado de situación produce no pocas inflamaciones, pasajes a actos homicidas y suicidas, vidas llenas de pulsión de muerte, desvitalizadas, afectos embotados: metáforas sintomáticas de un gran malestar. Las evidencias multidisciplinarias son sólidas y la bibliografía extensa.
Si una niña o niño ya tiene un nombre y dos apellidos no haría falta renombrar esos sustantivos con otros como déficit de atención, espectro autista, trastorno de oposición desafiante, trastorno bipolar, trastorno generalizado del desarrollo etc., entelequias muy onerosas para la (bio)lógica mencionada, su lógica de vida. La lógica de vida de los niños es distinta a la lógica tejedora de síndromes. Esta última es una corporativa, crea patologías de mercado y se guía por el afán de lucro. Es además biopolítica, pues trata de reducir la gran variabilidad de las formas de comportamiento de un niño o niña para que se ajusten a categorías neoliberales: tiempo acelerado4, costo-eficiencia, ejecución escolar y académica sujeta a las métricas de los exámenes estandarizados. En esta dinámica se ubica la patologización y posterior medicalización de los afectos con el uso de psicofármacos. Las personas en esta etapa del capitalismo no pueden esperar a que las o los niños sublimicen, metabolicen y simbolicen una tristeza, una angustia, por el contrario, prontamente la misma se convierte en un diagnóstico de depresión o de déficit de atención que requiere medicarse, debo decir, medicalizarse. Para hacer una distinción necesaria cito al doctor León Benasayag5: Medicar es la utilización correcta de los fármacos disponibles para prevenir, tratar o curar las enfermedades. Medicalizar: es el uso arbitrario de un medicamento en una patología no indicada. Es preocupante que otros profesionales, educadores, de la salud, del trabajo social, de la medicina, de la prensa, se hayan subyugado sin pensamiento crítico a los discursos biomédicos y a sus dos propuestas predominantes de tratamiento: psicofármacos, estimulantes de la clase de las anfetaminas o “terapias cognitivo-conductuales”, terapias hegemónicas, herederas de las intervenciones conductuales de refuerzos positivos y negativos de Skinner.
El posicionamiento ético que estas inflexiones requieren para un quehacer psicológico es delicado. Lo interpreto como la posibilidad de crear un espacio para el desplazamiento de una palabra que tiene que ser enunciada, o en algunas instancias, dramatizada, dibujada, significada y resignificada. Me refiero a pensar en un espacio respetuoso para que las y los niños reflexionen y teoricen acerca de lo que viven, de sus temores y problemas. Pero al contrario, son tratados como objetos a ser diagnosticados, porque no se les escucha. Lo que es más grave, se les aplican categorías estandarizadas, moldes cuadriculados de evaluación y tratamiento irrelevantes para sus circunstancias de vida. Y a sus padres y madres se les infantiliza con irrespeto, cuando se les dice —Mamá, lo que tú tienes que hacer es esto y lo otro… —Papá, tú debes…. En esta estandarización tal parece que sus nombres no importan. Papá y Mamá se convierten en categorías genéricas, estandarizadas, sin ubicación histórica. No olvidemos además que en Puerto Rico las y los niños no reciben ayuda psicoterapéutica cuando la necesitan. Para que pueda ser posible indagar con el niño o la niña acerca de lo que cree que le ocurre y si la preocupación de sus progenitores es una preocupación para ellos o conjuntamente indagar con sus familiares cómo viven y conceptualizan el problema que dilucidan, debe darse antes un cuestionamiento. Activar la suspicacia hacia lo que muchos investigadores estadounidenses han denominado como disease mongering, la creación y el comercio de nuevas enfermedades, gestión que lleva ya más de 50 años. Recordemos algunas de nueva “aparición”: disfunción eréctil, andropausia y trastorno de déficit de atención… que implican la medicalización de la vida cotidiana. Ante esta práctica es pertinente una discusión acerca de la gestión patologizadora de niños y niñas, que es parecida a la maquinaria medidora del neoliberalismo. Como escribió el profesor Robert Wachter6, la salud y la educación están cada vez más sujetas a métricas y puntuaciones con consecuencias onerosas para los niños. Quien no se sujete a los criterios de la métrica “tiene algo”. ¿Cómo salir de este impasse?
Para salir podemos acudir a la caja de herramientas conceptuales que dejó Michel Foucault o a la invitación de Pierre Bordieu, entre otros, de ejercer violencia simbólica a ciertas formaciones discursivas. Con las nociones teóricas que ha producido la crítica del siglo XX podríamos poner en remojo las nociones llanas de estas prácticas hegemónicas que estigmatizan. Acabo de leer una biografía de José Mujica donde dice que pelear con un mito es como pelear con el viento. Después que perspectivas simplistas se convierten en mitos psicológicos, sin duda alguna, son más difíciles de embestir, porque se transforman en vientos fuertes que juegan con nosotros. Podemos revisar textos que nos despiertan, como el de la doctora en medicina Marcia Angell7, primera mujer en ocupar el puesto de editora ejecutiva en una revista médica que se considera una de las más influyentes del mundo, The New England Journal of Medicine. Por ejemplo su texto, Is Academic Medicine for Sale? La doctora Angell, dicho sea de paso, reseñó el libro citado de Whitaker. Ella descubrió que existían vínculos financieros como becas, consultorías, relaciones laborales directas o indirectas entre algunos autores y las industrias farmacológicas que fabricaban los productos a los que se referían sus trabajos. Determinó desde el 1984 que los autores que quisieran publicar tenían que revelar esos vínculos financieros: hacer disclosure. A la doctora se le hizo muy difícil la tarea, especialmente encontrar editores y pasaron algunos linces. Lo difícil fue encontrar quiénes no tenían vínculos financieros. Por esto se cuestionó al salir, si la medicina académica y universitaria no estaría vendiéndose a la industria farmacológica y escribió su libro8 La verdad acerca de la industria farmacéutica. Ella además cuestionó con fundamento investigativo el famoso diagnóstico del ADHD ¿Se imaginan este proceso en Puerto Rico? ¿Cómo sería si los “profesionales de la salud”, “los consultores” en función de burócratas gubernamentales o de profesores universitarios, revelaran sus vínculos financieros con partidos políticos o corporaciones “relacionadas con la salud” o “la educación”? Como escribió la doctora Angell: a Faustian bargain.
Con este cuadro, pregunto a los profesionales: ¿Por qué para discurrir acerca de qué le ocurre a una niña o niño se tienen que regir por el DSM? Este Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría data del 1952 y ya va por la quinta versión. Cada versión aumenta los diagnósticos. En el DSM1, 106 diagnósticos, 265 en el DSMIII de 1980, y en la cuarta versión DSMIV-TR, aumentó a 365 diagnósticos. La quinta no deja a nadie fuera. De esta versión, DSMV, pueden revisar el texto del doctor Allen Frances9, psiquiatra, y jefe de Grupo de Tareas del DSMIV, quien alertó sobre los peligros de este manual (incluidos el TDAH y el Trastorno del espectro autista) y expresó que considera el proceso y el producto, defectuosos. Este manual, que meramente recopila y clasifica síntomas, hasta el 1975 aproximadamente, con una concepción binaria sexo/género incluyó a la homosexualidad como una enfermedad mental. Aunque después de mucha crítica se eliminó, se dejó el diagnóstico de “Trastorno de identidad de género”. En la versión más reciente, el DSM V, aún leemos Incongruencia de género o leemos Trastorno por Disforia de género, —What? Leemos, Trastorno explosivo intermitente. Imagínense, la molestia de tener que trabajar después de unas vacaciones ha sido rotulada como síndrome postvacacional. De igual forma desde hace algún tiempo las molestias previas a la menstruación se denominaron síndrome pre-menstrual, actualmente síndromes disfóricos premenstruales. Y el más inclusivo es el Trastorno por atracón mueve a la risa porque en una Navidad en Guavate o en Orocovis, a todos nos aplica. Así se cumple el sueño de la patologización generalizada de la población, especialmente de las mujeres. Foucault se refirió a este proceso como la identificación de los “anormales”.
El documento del DSM es la construcción de un régimen de verdad desde los poderes, con unas reglas de veridicción que no tenemos por qué aceptar. Reglas estadísticas y de presumida experiencia clínica, sin fundamento investigativo de profesionales que no tengan vínculos financieros. Esas supuestas evidencias, si rebuscamos un poco, son fenoménicas10, describen solo lo que supuestamente se manifiesta, no tienen análisis. No son clínicas, a menos que se limite la práctica clínica a prescribir fármacos. Porque las investigaciones van en otra dirección, contraria a esas construcciones. Pero las supuestas verdades tienen efectos de poder. Cada vez que se publica un DSM es un éxito en ventas. Podemos decir que existen vínculos entre la necesidad de la vida corporativa en estos tiempos (adjetivados por la psicoanalista Julia Kristeva11 como los tiempos de angustia ignorada) de atacar de inmediato cualquier molestia con fármacos para lograr una “costo-efectividad” en el uso del tiempo y tranquilizar a las personas: los síndromes, una manera de mercantilizar estados de ánimo a la medida del afán de lucro. No se permite, como escribí antes, en estos tiempos, el análisis minucioso de tal molestia y menos si se trata de niños. En nuestro lenguaje coloquial: una pastilla y pa’ fuera para que no se afecte el “aprovechamiento académico”. ¿Y qué se intenta acallar con pastillas o con terapias simplificadoras? Por ejemplo, síntomas asociados a procesos de duelo, a la angustia por cambios continuos y abruptos, al dolor de pérdidas por traslados a Estados Unidos, a los estragos de la violencia intrafamiliar, a las huellas de la violencia escolar, a los traumas por abuso sexual, a relaciones conflictivas con sus progenitores, a meramente vivir la infancia, al sufrimiento por el uso de drogas y muchos más.
Pasemos a otros sistemas de la trilogía, infancia, familia y escuela. Las escuelas, pueden ser descritas como instituciones vintage. Leoz12 utilizó este concepto para analizar esta dinámica en Argentina en su texto Habitar las instituciones en tiempos de fluidez: El vintage educativo. La convivencia en estos tiempos produce cuerpos hiperactivos que miran pantallas, que piensan con ayuda de androides y que a la vez tienen que permanecer de 8:00 a. m. a 3:00 p. m. en salas de clases con dispositivos pedagógicos tradicionales, tizas, pizarras, libros, etc. ¿Cómo se puede hacer una combinación creativa (muchas maestras lo han hecho) entre estrategias pedagógicas vintage y las nuevas tecnologías? ¿Cómo un niño marcado con problemas de aprendizaje o como se dice últimamente, diversidad funcional, puede tener un proceso de ayuda para que se dilucide de qué manera su vida psíquica está implicada en el hecho de que no pueda dominar destrezas básicas? ¿Cómo algunas rutinas pedagógicas vintage interfieren con su estilo particular de aprender en tiempos androides? ¿Cómo su situación de vida familiar se atraviesa en forma adversa en toda la red compleja? Cada una de estas preguntas solo puede ser contestada específicamente en cada situación, en cada vida psíquica, porque los enfoques estandarizados, las puntuaciones a escala de las métricas no lo pueden hacer, nos han llevado a calles sin salida. Veamos solo un ejemplo.
He observado grupos de estudiantes en bibliotecas y escuelas que para el dominio de destrezas básicas combinan rutinas tradicionales, lápiz, papel, tiza, pizarra, libro, con pantallas: tablets, computadoras y teléfonos inteligentes. No obstante cuando se trata de estudiantes que no pueden fraguar estas estrategias tenemos que pensar en qué es lo que pasa. Lejos de que una prueba estandarizada lo muestre, hay que notar cómo la vida psíquica está implicada en el proceso de aprender. Como dice Kristeva: la vida del ser parlante se despierta y se apaga en y a partir de la vida psíquica… A veces este proceso se arresta. El arresto no tiene que ver con la inteligencia del estudiante, algunos tienen puntuaciones altas en las pruebas estandarizadas. Tiene que ver con otros asuntos complejos. Para ilustrarlo cito a Beatriz Janin13: …la escritura puede ser vivida como marca que desgarra, violencia sobre el papel, ¿marca sobre otro cuerpo? La lectura, como apropiación violenta, desmenuzante, de otro, o de las marcas de otro… y añade que después de dilucidar este proceso, el aprendizaje de la escritura se hace posible. La cita es metafórica de mi experiencia con niños y jóvenes. Cuando la vida psíquica está implicada en el proceso de aprender, o como mencioné al principio de este texto, cuando la carga en la invisible mochila es tan grande que no permite la concentración para el dominio de destrezas básicas es porque la escritura, lectura y otras destrezas complejas están asociadas a traumas y a dolores de existir. Pensemos por ejemplo en un niño o niña pre-escolar que no ha podido, por diversas razones, hacer la transición libidinal del juego al aprendizaje y justo en ese momento es diagnosticado y medicado, aunque su interés no puede enfocarse aún en situaciones estructuradas de aprendizaje. Leo Basaglia diría ¡un crimen de la paz! Habría que hacer diagnóstico diferencial para notar la necesidad de esperar a que el proceso se produzca y esté aprestado. Podemos imaginar la angustia que vive una niña o un niño que tiene que asistir a un pre-escolar, al obligarse a un aprendizaje estructurado, cuando aún no puede porque quiere jugar. La vida psíquica no es separable de la tan mencionada cognición. Si no se provee ese espacio de pensamiento y simbolización en vínculo transferencial, propiciamos psiquis encarceladas, negamos e ignoramos la angustia.
¿Pero qué ha pasado con la vida psíquica? La vida psíquica, el espacio psíquico, está a punto de ser destruido como lo previó Julia Kristeva desde 1993 en el texto citado y como teme la profesora de MIT, psicóloga e investigadora, la doctora Sherry Turkle14, después de su impresionante investigación publicada en el libro Alone Together. Kristeva lo escribió así: …lo psíquico puede ser el lugar donde se elaboran, y, por lo tanto se liquidan, el síntoma somático tanto como la proyección delirante: la psique es nuestra protección, con la condición de que no nos quedemos encerrados en ella, sino que la transfiramos mediante el acto de lenguaje hacia una sublimación, un acto de pensamiento, de interpretación, de transformación relacional… La destrucción de la que escribió Kristeva tiene que ver con la facilidad, en estos tiempos de neurociencia, de la farmacología como alternativa rápida para no pasar por la simbolización de la angustia de existir. Se trata aquí de la oclusión de la subjetividad. La profesora Turkle por su parte presenta instancias que nos son familiares, relacionadas con la destrucción o el deterioro de los vínculos interpersonales y conversacionales por la presencia de las nuevas tecnologías. La consiguiente sustitución del espacio interior por una “intimidad” que es un espectáculo o un Reality Show. Porque la intimidad que queremos desplazar la tenemos que reducir a los caracteres de un mensaje de texto o deslizarla maquillada en las redes sociales. Ah y la respuesta a ese mensaje es asincrónica, cuando haya tiempo. Por eso ella dice que la pregunta no es qué podemos hacer con la tecnología sino qué nos está haciendo la tecnología a nosotros.
En esta dinámica, la sobrevaloración del tiempo costo-efectivo coincide con la necesidad producida de medicalización de la infancia. No hay tiempo para mirar al semblante y hablar. Al contrario se construye un semblante que podemos nombrar como líquido, fluido, adormecido. No tenemos más que ver las estadísticas en Estados Unidos y en Puerto Rico de las y los niños medicados, con mayor énfasis desde la década de los 90, con el alegato de tener un “trastorno neurológico”. Porque no hay que llamarse a engaño, el uso del prefijo neuro: neuropsicología, neurocoaching, neuroesto, neuroaquello, no es sino una estrategia discursiva para el lucro farmacológico. Si se refieren a la plasticidad neuronal, a que las conexiones neuronales están implicadas, habría que decir neuroliteratura o neurofilosofía. Desde 1980, fecha de publicación del DSM III, unos cuantos psiquiatras iniciaron en simposios, el asociar las llamadas “enfermedades mentales” como “enfermedades del cerebro” que requerirían fármacos (¡Pero si el cerebro es un órgano social como comprendió el neurobiólogo Gerhard Roth, entre otros! ¡El cerebro es una metáfora, como han dicho muchos hasta del campo de la biología!) No obstante los intentos fueron encaminados a conferir legitimidad intelectual y académica a un modelo biomédico que le significaría ganancias astronómicas a las farmacéuticas. He aquí los albores de la aparición de los “neurotransmisores” como personajes principales de la trama que se avecinaba. Por ejemplo, la “dopamina” para “balancear” el “desorden bipolar”. Como señala con ingenio la doctora Angell: Celexa para la depresión, Ativan para la ansiedad, Ambien para el insomnio, Provigil para la fatiga (efecto secundario de Celexa) y Viagra para la impotencia (efecto secundario de Celexa). En el DSMV se da la invención de nuevos monstruos, como lo elabora la doctora Angell15, además de la inclusión de la palabra “espectro” como prefijo de los trastornos, por ejemplo el “espectro autista”, lo que añade más grados de libertad, más sombras espectrales que permitan rotular. A pesar de la sobrevaloración cultural de lo neuro, he conocido muchas madres a quienes se les ha recomendado medicación para sus hijos y se han negado con la claridad dolorosa de su propia experiencia y no tanto con la ayuda de “los profesionales de la salud”. Lucha enorme de las madres, si se piensa en que se les opone la seducción farmacológica que hasta ha doblegado a universidades que mercantilizan, ofrecen títulos, legitiman, el prefijo de moda: neuro indiscriminadamente. Examinemos los currículos, vislumbremos las ropas de emperador.
Los síndromes entonces, en su matiz de entelequia marcan la niñez. En el proceso de iniciar el viaje de nominación de los síndromes basta con que alguien del contexto escolar asocie los signos manifestados por la niña o el niño con un síndrome famoso para que se desplacen como un virus “los neurotransmisores”, “los trastornos”, “los genes”, “las conductas mal adaptativas”, “la bipolaridad”, “los planes de modificación de conducta”, “la reprogramación”, “los medicamentos”… y la subjetividad del niño o la niña queda tachada. Pero lo que se tacha, regresa con dolor y estalla en las múltiples manifestaciones del horror: niñas y niños adoloridos, crímenes jamás imaginados cometidos por jóvenes, casi niños, también víctimas del estado de injusticia, discrimen, clasificación y rotulación previa. Porque si no hay espacio para el análisis de lo que pasa y la posibilidad de alguna sublimación, por algún lado tiene que salir la crudeza. Y no es “la falta de valores”, frase que repiten los políticos, los burócratas y fundamentalistas, con automatismo, de boca en boca. ¡Qué explicación tan insulsa! La pregunta y reto que quiero enunciar es cómo cada quien, cada profesional de la salud, a su ritmo puede asumir una actitud ética que no proporcione un consentimiento tan cómplice, tan raudo para la patologización de la infancia. Que no confiera legitimidad intelectual y académica a entelequias onerosas para la niñez. Que se tome la molestia de ubicar la infancia en la compleja red de sistemas que la rodean y la producen, para notar que no es una categoría idealista, trascendente y aislada de los contextos que la acogen o la victimizan. Que piense un poco en las transformaciones de los contextos familiares, sistemas que sufren las mismas transformaciones de los sistemas escolares. Familias ya transformadas, atrapadas en una convivencia alone together, de seres cuya sociabilidad se da más con la pantalla que con sus familiares. Familias cuyos miembros, so pena de ataques de ansiedad, son apéndices de las aplicaciones electrónicas imprescindibles. Familias que ya no son lo que eran, que en su desesperación intentan regirse por discursos vintage de los valores perdidos, los jóvenes extraviados… Familias con dificultades económicas serias que afectan a todos sus miembros, familias con formas de pensar tradicionales, muchas veces fundamentalistas, que no ayudan porque no son relevantes para entender los problemas que viven, familias abandonadas a su suerte
Si una niña o un niño despliega hiperactividad y esta no le permite atender y aprender es preciso notar que esta dinámica dice algo coagulado que pide desplazarse, escucharse, entenderse, simbolizarse. Entonces esa hiperactividad no es causa, es efecto o producto de una compleja red sistémica, es síntoma que es necesario trabajar con análisis16. Comprendo que la complejidad del tema que intenté presentar en este texto tal vez nos rebasa. Pero considero que las formas predominantes de proceder en la atención de niños y niñas que sufren pueden transformarse. Puede cambiar hacia alternativas que supongan observar y escuchar la niñez sin la hiperactividad que nos conduce a los diagnósticos estigmatizadores. Pensemos en que el déficit de atención y lo hiperactivo son también metáforas que condensan las particularidades propias del tiempo neoliberal y salvaje que nos ha tocado vivir.
- Foucault, M. (2000) Los Anormales. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica y Aries, P. (1987) El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Buenos Aires: Editorial Taurus. [↩]
- Whitaker R. (2010) Anatomy of an Epidemic: Magic Bullets, Psychiatric Drugs and the Atonishing Rise of Mental Illness in America. New York: Crown. Ver además Whitaker, R. (2016) “La psiquiatría está en crisis”. Entrevista en El País (7 de febrero de 2016). [↩]
- Para una muestra de la extensa bibliografía y leer el Consenso, ver Donzino, G. et al (2007 texto Cuestiones de Infancia: Usos y abusos del diagnóstico en niños y adolescentes. Buenos Aires: Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. [↩]
- Mane, A. (2001) “Setting the Frame of the ADHD Epidemic: Childhood under the New Capitalism. Public Seminar en Royal Children’s Hospital, Melbourne, Australia. [↩]
- Benasayag, L (2008)” La salud de los niños: el rol de los medicamentos” en la Mesa-Debate “Niños desatentos e hiperactivos: mercado, medicación y niñez” en la Feria del Libro Social y Político, 20 de septiembre de 2008, en Buenos Aires. [↩]
- Wachter, R. (2016) “How Measurement Fails Doctors and Teachers”. The New York Times Sunday Review. [↩]
- Angell, M. (2000) ”Is academic medicine for sale”? The New England Journal of Medicine. Vol 342, No. 20. [↩]
- Angell, M. (2004) The Truth About the Drug Companies: How They Deceive Us and What to Do About It. New York: Random House. Traduccion en español: La verdad acerca de la industria farmacéutica. Grupo editorial Norma. [↩]
- Ver Frances, A. Abriendo la caja de Pandora: Las 19 peores sugerencias del DSM-V. Psychiatric Times. [↩]
- Un texto pertinente es el de Jerusalinsky, A. (2003) “Diagnóstico de Déficit de Atençāo e Hiperatividade. O que pode dizer a Psicanalise? Conferencia dictada en la Fundación para el Estudio de la Infancia. [↩]
- Kristeva, J. (1995) Las nuevas enfermedades del alma. Madrid: Ediciones Cátedra. [↩]
- Leoz, G. (2012) “Habitar las instituciones en tiempos de fluidez” en Paradojas que habitan las instituciones educativas en tiempos de fluidez. Argentina: Universidad de San Luis. [↩]
- Janin, B. (2006) “Vicisitudes del proceso de aprender” Revista Cuestiones de Infancia. (p.24-35). [↩]
- Turkle, S (2011) Alone Together. Why we expect More from Technology and Less from Each Other. New York: Basic Books. [↩]
- Angell, M. (2011) The Illusions of Psychiatry. An Exchange. [↩]
- Para un texto pertinente a esta tarea, ver: Janin, B. (2007) “El ADHD y los diagnósticos en la infancia: La complejidad de las determinaciones. Buenos Aires: Cuestiones de la Infancia. [↩]