Las cartas sobre la mesa: el palo es espadas ¡Spade! (o La sombra del halcón maltés)
El filme, que ya es un clásico, fue el debut the John Houston como director y guionista, y sus diálogos en bocas de su elenco maravilloso mantuvo a los espectadores al borde de la butaca tratando de descifrar el misterio y de saber qué era lo de una estatuilla que motivaba tanta violencia: un socio de Sam Spade había sido asesinado. La estatuilla, por supuesto era la del Halcón, a la cual rodeaba un mito que venía desde la fundación de los Caballeros de Malta. De oro macizo, estaba incrustada con piedras preciosas y valía una fortuna. Poseerla significaba riquezas inauditas.
Para la sorpresa de todos los que saben de sus existencia, la estatuilla llega a San Francisco a bordo de un barco llamado La Paloma. Pero resulta que el Halcón mata la Paloma: el barco se incendia y todo parece perdido. A la oficina de Spade llega el capitán de la embarcación (Walter, el papá de Houston, sin crédito), mortalmente herido, y trae en un paquete, cuya envoltura parece un ensayo para una maldad de Halloween, lo que al fin y al cabo parece ser lo que todos codician y desean. Spade, sin embargo, sigue en silencio motivado a descubrir el asesino de su socio.
El filme también presenta la quintaesencia de la femme fatale, personaje que habría de poblar las películas fundamentales del noir después de la guerra. Brigid O’Shaughnessy, alias Miss Wonderly (Mary Astor) es la satánica, mujer peligrosa de las versiones anteriores y se topa con el cura de su pueblo: Sam Spade. Este ni perdona ni olvida.
Lo curioso de la cinta es su ironía intensa pues, después de todos los engaños, la violencia, el asesinato, ninguno conduce a nada: la estatuilla es falsa, solo una imitación burda del original, sin piedras y sin valor especial alguno. Lo que sí sucede es que lo que resulta ser un MacGuffin (En ficción, un MacGuffin es un objeto, dispositivo o evento necesario para la trama y la motivación de los personajes, pero insignificante, sin importancia o irrelevante en sí mismo.) es la causa de toda la tragedia que arropa a los personajes de la película.
Queda establecido, como he sugerido más arriba, que la persona de carácter, cuya ética no la quiebra las riquezas ni su llamado, es la característica más importante de Sam Spade y habría de ser —de igual forma— la de su colega en el tiempo Phillip Marlowe, creado por Raymond Chandler. No sorprende que Bogart también lo representara en The Big Sleep (1946), pues esa obra requería asimismo una personalidad que trasmitiera entereza.
El género de la parodia puede ser brillante, pero ese no es el caso con The Black Bird (1975) una película escrita y dirigida por David Giler y protagonizada por George Segal (Sam Spade, Jr.) y Stéphane Audran. Es una secuela cómica de la versión cinematográfica de John Huston de El halcón maltés (1941). Solo la menciono para que se pueda poner en algún contexto en relación con el personaje de Spade, pues el filme no funciona y usa el nombre de Spade en vano. Después de esa hubo varios intentos cinemáticos de revivir el personaje, pero ninguno pudo acaparar el interés de los fanáticos y admiradores del Spade de Houston.
Ahora, sin embargo, ha aparecido Monsieur Spade una estupenda serie de televisión neo-noir creada por Scott Frank y Tom Fontana, y protagonizada por Clive Owen como el personaje ficticio de Dashiell Hammett. Estamos en 1963 —han pasado 22 años desde que Spade envió a Brigid O’Shaughnessy a la cárcel. De San Francisco, el detective retirado se ha mudado a Bozouls, un pueblo/aldea hermoso y laberíntico en el sur de Francia y allí conoce y se enamora de la dueña de un viñedo local. Su idilio dura relativamente poco pues su esposa Gabrielle (Chiara Mastroianni) sucumbe al cáncer. Unos años más tarde, el viudo heredero permanece jubilado y nadando desnudo en la piscina (es una metáfora de que no tiene nada que esconder, mucho menos el as de espadas en una manga). Su nueva paz, lejos del pájaro negro, tiene también aroma de idilio, pero ocurre que Philippe Saint-André (Jonathan Zaccaï) un viejo adversario regresa al pueblo y lo cambia todo. Además, Teresa (Cara Bossom), la hija de Brigid y Phillipe entra en la órbita de Spade. Presumimos que su madre ha fallecido; ¿en prisión? No importa, lo que sí es la relación que comienza a desarrollarse entre ella y Spade.
Lo que los une es que Teresa ha sido testigo ocular de la masacre en el convento cercano, donde un “monje” (bien loco), ha matado seis monjas. Defendiéndose, Teresa le ha enterrado un puñal que estaba escondido como cabeza de una muñequita. El monje quería saber “dónde estaba el niño”. Todos en la ciudad sienten la tragedia de los horribles asesinatos. Poco después alguien dispara al auto de Spade donde va Teresa. Este deduce que el tiro fue más bien de amenaza que un intento de matar. La situación es clara: nadie está a salvo y el ex detective comienza a investigar y, sin saberlo, se ha puesto en la mirilla de un asesino. Entretanto, se ha hecho claro que los asesinatos y los misterios están relacionados a un niño que todos buscan y que alguien tiene escondido. Este deja unos escritos y jeroglíficos en las paredes, pero nadie los puede descifrar. Lo que si se deduce es que la criatura (entre ocho y diez años) es una computadora de hoy día o una máquina Enigma, como la de Allan Turing que se usó en la Segunda Guerra para espiar a los nazis. Al chico lo quieren los franceses, los argelinos, la ONU, la OAS (Secret Army Organization, un grupo de extrema derecha francés que quería evitar la independencia de Argelia del colonialismo francés) y MI6 (los británicos) y, como hemos de descubrir, otros.
Los problemas de Spade no son solamente crímenes y viejas broncas. Jean-Pierre (Stanley Weber), un vecino veterano de la guerra de liberación de Argelia, está convencido de que su esposa Marguerite (Louise Bourgoin), se las entiende con Spade. Es evidente que él no conoce a Spade. Mas nosotros sí, y aunque la mujer es muy guapa, sabemos que Spade no anda en esos asuntos tan franceses como el adulterio. Su adaptación al paisaje no incluye la violación de sus principios. Además, se evidencia de que sigue pensando en su esposa fallecida.
Las cosas se van complicando y salen a relucir secretos de la Segunda Guerra y las luchas entre los colaboradores y la resistencia contra los nazis en el pueblo francés. Los abusos cometidos en la guerra entre Francia y Argelia los vemos en flashbacks de la mente se Jean-Pierre. Peor son las fracciones cuasi demoniacas en la iglesia católica que han entrado a la trama como parte del misterio de las monjas y el “monje”. ¿Es un nefasto plan del Vaticano? Hay que esperar hasta el último capítulo para saberlo.
Inevitablemente, los hechos lanzan al héroe nuevamente al papel de detective, aunque a regañadientes, mientras tiene que relacionarse con una serie de personajes que incluyen al brusco jefe de la policía local (Denis Ménochet) y a su hermano semi competente, quien también es policía. No solo esos, sino una pareja, madre e hijo Cynthia (Rebecca Root) y George Fitzsimmons (Matthew Beard) que puede que no sean lo que dicen que son.
A los ocho años desde su llegada a Francia Spade se ve rodeado de la misma (o peor) podredumbre que existía en San Francisco y continúa malhumorado, y hostil hacia la modernidad, por ejemplo contra “la noción absurda de lanzar hombres al espacio”. Aunque la trama es muy compleja, todo va cayendo en su lugar poco a poco, y Spade lo va descifrando con sagacidad. Pronto los cadáveres se acumulan y hay una confrontación peligrosa en el puente de la ciudad vieja. Cuando todo apunta a un impase mortal, se presenta, acompañada de guardaespaldas con metralletas, Virginia Dell (Alfre Woodard) y, siguiéndole los pasos, el representante del Vaticano, el Padre Matthew (Dean Winters).
Dell actúa como una especie de Miss Marple-cum-Poirot-cum-agente de la CIA y conduce una especie de dénouement del misterio en el que nos enteramos sobre los distintos reclamos sobre el Niño (si con letra mayúscula) que resulta ser, al fin y al cabo, como El halcón maltés: un MacGuffin.
Los diálogos, la música de Carlos Rafael Rivera, la trama y sus vericuetos, las actuaciones, hacen de esta una que no se puede perder ningún amante del noir. Vale la pena volver a leer a Hammett y ver, por enésima vez El halcón maltés. (Prime Video)