Las «Rayuelas» de Cortázar y Zenón
El CD y el concierto de Miguel Zenón «Rayuela» no sólo se inspira en la novela de Julio Cortázar sino que incita a la relectura y a la nueva escucha de ambas obras artísticas. Además de las referencias literarias que transitan la música y que tienen referencias claras en los títulos de las piezas, Miguel Zenón nos invita a reflexionar sobre los procesos creativos y a experimentarlos. Como en el mejor jazz, la improvisación no es un proceso aleatorio, sino el resultado del transitar entre estructuras musicales que son producto del estudio y el conocimiento, y la posibilidad de cambiar la ruta en cada ocasión. Por eso, a diferencia de la reproducción del CD, cada concierto es único. Pro Arte Musical vuelve a reconocer la genialidad del saxofonista puertorriqueño al hacer de su concierto «Rayuela» parte de su temporada regular.
Invité a mi amiga Carmen Rabell, profesora de la UPR, a escribir sobre «Rayuela» porque conozco su pasión por Cortázar y por la música. Como leerán en su ensayo, al aceptar la invitación revisó una promesa de no volver a escribir un ensayo académico sobre su autor favorito y produjo un ensayo «¿no académico?» que nos acerca a los creadores y que anima a la lectura de Cortázar y a la escucha de Miguel Zenón. Ni Carmen ni Miguel, que bien podrían ser personajes «cortazarianos», son personas dispuestas a desaprovechar oportunidades. Les invitamos a hacer lo propio y a disfrutar de las diversas experiencias propuestas: concierto, conversatorio, disco y novela.
El concierto de Miguel Zenón «Rayuela», junto a Laurent Coq (piano), Dana Leong (cello) y Dan Weiss (tabla) será el 4 de abril en el teatro de la Universidad Interamericana, Recinto Metropolitano. Puede comprar sus boletos a través de Ticket Center: 787-792-5000 y www.tcpr.com. El día anterior, 3 de abril, a las 6:00 p.m., habrá un conversatorio sobre «La creación en la música y la literatura: las Rayuelas de Cortázar y Zenón» (título provicional) en el mismo teatro de la Inter Metro, con la participación de Maribel Tamargo, profesora de literatura, y de los compositores e intérpretes Miguel Zenón y Laurent Coq. El conversatorio es gratuito y abierto al público en general.
–Benjamín Muñiz
En junio del 83 Daniel Torres, Giorgiana Pietri y yo estuvimos a menos de dos pies de distancia del gran ídolo, Julio Cortázar, y nos quedamos como cronopios embobados: sin respiración y sin palabras. Aquel hombre de gabardina kaki y pantalones larguísimos oliváceos, era demasiado grande. Pareciera que nos estuviera mirando de reojo, pero quizás se debiera a la natural separación de sus ojos avellanados, listos para captar de manera sesgada cualquier movimiento. En aquel Congreso del I.I.L.I. debió haber identificado muchos disfrazados de “Famas” (con corbata, chaqueta y portafolio y zapatos de cuero negros), algunas “Esperanzas” parisinas (las esperanzas no viajan sino que el mundo viaja alrededor de ellas) y muchísimos como nosotros.
Éramos cronopios, de esos que se levantan tempranísimo, antes de que salga el sol, porque les toca dictar sus conferencias a las 9:00 AM y como no llevan las muñecas atadas a las manecillas de un reloj, esperan por varias horas en el metro hasta escuchar, como entre sueños, el grito lejano de la calle: “la grève, la grève du metro”. Sin mapa ni dirección precisa, salimos del subterráneo, cruzamos el caos de la ciudad a pie (de la estación de Loius XVI a la de Cluny) y llegamos de lo más felices a la Sorbonne. Con varias horas de retraso, zapatos en mano, pies ennegrecidos de acera parisina, papeles estrujados debajo del brazo, ropa sudada pegada al cuerpo, iniciamos el panel pensando internamente en el que habría sido el saludo más adecuado para aquellas circunstancias: “¡Buenas salenas cronopio cronopio!” Éramos un retablo de improvisación, típica de una viñeta de relato cortazariano.
Al año siguiente murió mi escritor favorito. Mi duelo fue la promesa de nunca escribir un ensayo académico sobre su obra para no malograrla destrozando a jirones su misterio sagrado. Un largo duelo de 29 años lleva a cualquiera a acercarse al fantasma del ídolo con temor. Las piezas musicales de Rayuela en jazz, fueron como levantar una lápida en memoria de tanta belleza escritural. Cortázar vuelve a transitar París y Buenos Aires con el corazón palpitante de jazz en la mano. Con composiciones de Miguel Zenón y Laurent Coq (saxo alto y piano respectivamente), y el acompañamiento de Dana Leong (cello y trombón) y Dan Weiss (tambor, tabla, percusión), el disco Rayuela hace vibrar esa gran pasión que habíamos advertido en “El perseguidor”, “La vuelta al piano de Thelonius Monk” (sobre un concierto que presenció en Ginebra en marzo de 1966) y la novela de título homónimo a la pieza musical. El ritmo, la improvisación y hasta la estética que proponen los personajes de Rayuela tienen elementos jazzísticos que rompen con la tradición poética aristotélica que tanto influyó la narrativa occidental desde la época clásica hasta el presente.
Julio Cortázar subvirtió la poética tradicional que habían también retado las vanguardias a comienzos del Siglo XX. Al romper con la lógica de la causalidad unitaria aristotélica y con la cronología de la historia, Cortázar libera su escritura del plot para supeditarla al ritmo y la imagen, el color de las palabras. Es una pintura vanguardista que canta, con situaciones y diálogos improvisados, llamado y respuesta, y hasta ritmos sincopados (traducidos a veces en líneas de oraciones incompletas alternas) para sugerir que ya el color no está supeditado a la línea ni el lenguaje al plot: como el color, así son la música y poesía.
Esta poética parte también de una imagen, la rayuela, un juego de niños que aunque tiene en teoría comienzo y fin, es intervenido por el azar y la repetición, elementos similares a la improvisación y ritmo del jazz. Es tan intensa la repetición en el juego, el salto de la tierra al cielo y del cielo a la tierra, que el placer del jugador, más que llegar a la meta, es volver siempre a despegar. En la Rayuela de Julio Cortázar el lector puede optar por diferentes rutas de lectura regalándosele la ilusión de participar en la fabulación de eventos singulares, sin concatenación lógica de causa y efecto, sin principio, medio ni fin, y al ritmo de una prosa que tiene “swing”. Con esto se logra en el lector la sensación de ver, tocar, escuchar y respirar la atmósfera en la que habitan criaturas entrañables a las que simplemente les va sucediendo la vida, siempre en despegue, saltando en un pie, sin clara distinción entre cielo y tierra, salir o llegar. Nada más lejos de la unidad aristotélica o la linealidad de su concepto de la historia. Cortázar patea bien lejos la piedra y se sale de todas las casillas escriturales para dejar al lector entre el cielo y la tierra, e invitar a Miguel Zenón y Laurent Coq a que despeguen de la poética de una narración que sigue la línea a un color que expresa el ritmo y la improvisación.
El ritmo avasallador de la prosa, junto a la atmósfera, gravitas y singularidad de los personajes de Rayuela, son precisamente los elementos que el disco homónimo de Miguel Zenón y Laurent Coq trasladan magistralmente al lenguaje musical del jazz. Si bien la estética rupturista de Cortázar se monta sobre la imagen del juego de la rayuela, también se sugiere constantemente su relación con el jazz. Los integrantes del Club de la Serpiente (Oliveira, la Maga, Ronald, Babs, Etienne, Ossip) dialogan escuchando discos de jazz y blues, se enfrascan en discusiones obsesivas sobre piezas de Bessie, Coleman, Hawkins y Armstrong y son seguidores de una estética “Morelliana” que es prácticamente un ékfrasis del lenguaje jazzístico:
[…] Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces entra en juego el ritmo y yo escribo dentro de ese ritmo, escribo por él, movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra. Hay primero una situación confusa, que solo puede definirse en la palabra; de esa penumbra parto, y si lo quiero decir (si lo que quiere decirse) tiene suficiente fuerza, inmediatamente se inicia el swing, un balanceo rítmico que me saca a la superficie, lo ilumina todo, conjuga esa materia confusa y el que la padece en una tercera instancia clara y como fatal: la frase, el párrafo, la página, el capítulo, el libro. (458)Con la tecnología actual, todo CD tiene un orden que, sin embargo, no obliga al receptor a escucharlo de la misma manera. Las diez piezas de Zenón y Coq sugieren un orden que no coincide necesariamente con la cronología lineal que imaginara el lector después de leer una novela que tampoco es lineal. La ruptura de la linealidad narrativa de la novela se traslada a la ausencia de ordenamiento cronológico espacial en piezas de jazz que saltan de “Talita” (Buenos Aires) a “La muerte de Rocamadour” (en París), a “Gekrepten” (Buenos Aires), a “Buenos Aires”, a “Morelliana”, a “Oliveira” (París/Buenos Aires), a “Berthe Trèpat” (París), a “Traveler” (Buenos Aires), a “La Maga” (París) y a “El club de la Serpiente” (París).
En“Talita”, por ejemplo, las improvisaciones de Miguel Zenón en el saxofón alto, Dana Leong en el chelo y Laurent Coq en el piano, con los acompañamientos de la tabla y elementos de percusión de Dan Weiss, nos dan la sensación de asistir y sentir la atmósfera de juego y tensión de este personaje femenino que cruza de la ventana de un edificio bonaerense a otro, trepada sobre una tabla improvisada, con la frescura de una ceñida bata de baño. En “La muerte de Rocamadour”, las improvisaciones (saxo alto, piano y chelo), ritmos contrapuestos, y presencia más marcada de la batería, expresan la tensión que rodea la muerte del niño de la Maga, con discusiones de temática filosófica diversas que pretenden ignorar la presencia del cadáver del infante para que parezca que sea la madre quien descubra la muerte del hijo. El final a ritmo de tambor es casi marcha fúnebre, o el ritmo del corazón adolorido de la Maga.
Es imposible trasladar al papel el sonido y la atmósfera de cada pieza. Es necesario asistir al concierto de Jazz o escuchar el CD completo de Rayuela. Vibrar al ritmo misterioso de la Maga extraviada por París para que su encuentro con Oliveira sea una virtuosa improvisación, sentir a Traveler, tan arraigado a Buenos Aires, a ritmo circense de conga, volver a escuchar a la patética Berthe Trèpat, vibrar con la poética Morelliana y casi rememorar las interminables discusiones de El club de la Serpiente con el swing excitante de unabatería, saxo, piano, tabla y trombón, son una experiencia donde no caben las palabras.
Cada una de estas piezas de la Rayuela en jazz, interpretadas por Miguel Zenón (saxo y composición), Laurent Coq (piano y composición), Dana Leong (cello y trombón) y Dan Weiss (tambor, tabla y percusión) nos lanzan al recuerdo de una imagen y la presencia de algún personaje o diálogo singular, ahora asociado a instrumentos musicales con frases que sirven de base para improvisaciones, llamadas y respuestas, ritmos encontrados y “[e]se balanceo, ese swing en el que se va informando la materia confusa, […] única certidumbre de su necesidad, porque apenas cesa comprendo que no tengo ya nada que decir” (458). Cortázar ya no puede decir nada más allá de la lápida de su escritura, pero Coq y Zenón han jazzeado sobre ella cada imagen y atmósfera juguetona, misteriosa, al olor del ritmo colorido de su música.
Obras citadas
Aristotle. The Rhetoric and the Poetics of Aristotle. Ed. W. Rhys Roberts. New York: The Modern Library, 1984.
Cortázar, Julio. El perseguidor y otros relatos. Barcelona: Club Bruguera, 1982. Print.
———-. Historias de cronopios y de famas. Buenos Aires: Ediciones Minotauro, 1969. Print.
———-. “La vuelta al piano de Thelonius Monk” (Concierto del cuarteto de Thelonious Monk en Ginebra, marzo de 1966). Abr.-may. 2010. Herencia latina. Web. 10 Mar. 2013.
———-. Rayuela. Buenos Aires: Edhasa, 1981. Print.
Zenón, Miguel. Miguel Zenón. 2013. Music-Recordings (Rayuela-Sunnyside Records).Web. 10 Mar. 2013.