Mr. Turner
The Imitation Game (sobre el matemático y criptógrafo Alan Turing), The Theory of Everything (sobre el físico Stephen Hawking), Get on Up (sobre el cantante y músico James Brown), Foxcatcher (sobre la relación entre John DuPont y los hermanos Schultz), y Cantinflas, son de las mejores películas de 2014. Todas pertenecen al género de la película biográfica (“biopic”), que como todo género tiene sus alzas y bajas. Es curioso, pero tal vez predecible, que en la época de fácil acceso a la información que reside en la red el público esté ansioso por ir al teatro a ver estas películas que resumen mucha o parte de la historia de estos individuos (les evita tener que leer). A esa lista, pero no con la calidad de las películas ya mencionadas, podemos añadir American Sniper, una cinta “biopic” aderezada con las medias verdades y mentiras que indujeron a la invasión de Iraq y todos los disturbios que ha engendrado esa movida, cuyas consecuencias paga ahora el mundo.
Hay que añadir al tope de la lista la maravillosa contribución de Mike Leigh (Topsy-Turvy, 1999 y Vera Drake, 2004, son previos y excelentes “biopics” dirigidas por él) al año de las biografías. Es una cinta estupenda sobre el pintor romántico inglés J.M.W. Turner, quien vivió entre los siglos XVIII y XIX (1775–1851) y se le considera uno de los grandes pintores de la historia. Parte de esa fama proviene de sus telas llenas de color, luz y figuras inexactas que prefiguran las inclinaciones de los impresionistas y algunos de los conceptos que más tarde se asociarían con la abstracción. Turner no solo pintaba óleos sino que era un acuarelista de extraordinario talento, además de dominar el arte del grabado.
Mr. Turner es un gran logro artístico desde muchos puntos de vista. Uno de los mayores aciertos del director es el elenco tan sabiamente escogido y dirigido. En el centro está Timothy Spall, a quien han visto todos ustedes sin saber su nombre (me lo sé porque es parte de mi oficio) en las películas de Harry Potter, en el papel de Peter Pettigrew (quien en un momento se convierte en un ratón, de ahí su nombre “Wormtail”). Como una gran cantidad de actores británicos, Spall entrenó para el teatro (siempre se les nota en su dicción y en cómo se mueven). Su conversión en Turner no depende de otra cosa que su talento para incorporar en su actuación muchas de las idiosincrasias del gran maestro y de, como debe de ser, su interacción con los otros actores. Spall transmite con gran precisión la relación de Turner con otros pintores de la época, como Constable (James Fleet), Benjamin Haydon (Martin Savage), George Jones (Richard Bremmer), y Augustus Callcott (Simon Chandler). Además, nos familiariza con las conversaciones entre Turner y el famoso crítico-esteta John Ruskin (Joshua McGuire), quien influyó enormemente en la fama de Turner.
Hace tiempo no se veía en el cine (tal vez desde “Lust for Life”, 1956; y “Moulin Rouge”, 1952) la vida de un pintor en la que sus técnicas y sus preocupaciones estéticas estuvieran tan bien plasmadas en la pantalla. En esta, Turner raya con su uña (así lo hacía) la pintura, la diluye como si estuviera hecha de los pigmentos suspendidos en goma arábiga que se usan para la acuarela y, a veces, la escupe. La dilución y el escupitajo eran para darle luz a los colores. Era lo que impartía la luminosidad que tienen sus lienzos. Se nos lleva, además, por las peculiaridades del artista, quien no solo quiere lograr algo especial con su obra, sino que quiere vivir la experiencia de la naturaleza para incorporarla mejor a su interpretación. En un caso, se hace amarrar al mástil de una embarcación durante una tormenta de nieve para poder tener una experiencia única antes de trasladarla al lienzo.
Leigh también ha escrito un guión que no sufre del más mínimo sentimentalismo hacia la persona de un artista que evidentemente venera, y muestra a Turner con todas sus fallas. El pintor era dictatorial y absolutista. También podía ser dadivoso. Sufría de una vanidad soterrada que emergía cuando estaba en presencia de burgueses que querían comprarlo con dinero o alabanzas. Aunque nunca se casó tuvo tres amantes, una de las cuales era su ama de casa. Esta, quien lo adoraba, era usada sexualmente cuando a Turner lo atacaba el deseo. Mantenía a raya a otra amante, quien reclamaba que era el padre de sus dos hijas. Murió en la casa de su última amante, quien lo mimaba y cuidaba cuando estaba enfermo.
Me conmovió la relación de Turner con su padre. Aunque en el filme se trata con la perspectiva adecuada para no caer en la melcocha, el amor del pintor por su padre evidentemente sobrepasaba cualquier otro. El padre (Paul Jesson) lo ayudaba con todo lo referente a su trabajo, le conseguía los pigmentos para sus pinturas, y lo aconsejaba en el negocio de sus ventas. No necesitaban de las palabras para su relación, explícita en la maravillosa interacción de ambos actores. Es una de las mejores cosas de la cinta.
La película es larga y procede con la minuciosidad que merece este gran artista. Aún la vida de la gente importante puede tener períodos de lentitud e introspección que le sirven para analizar sus situaciones y profundizar en sus formas de expresión. Turner vivó una época que vio el comienzo de las grandes revoluciones: la industrial, la francesa y la norteamericana. Además, fue testigo del desarrollo de la vacunación y el advenimiento de Napoleón. Pienso que todo eso está de alguna forma presente en los cuadros más distintivos de Turner y que Leigh reproduce en la película. Muchos de sus cuadros iniciales están firmemente anclados en el romanticismo, pero ya en algunos, como en Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes (1812) se puede ver la tendencia épica de sus cuadros y lo que está por venir. Todo esto se puede apreciar en este filme detallado y fiel a la historia y al artista que representa. Entre los “biopics” de este año pasado, este no tiene igual.