Lion: Donde se lleva siempre
Saroo (Sunny Pawar) es un niño de cinco años y, en contra de los deseos de su madre (Priyanka Bose) y la breve oposición de su hermano Guddu (Abhishek Bharate), acompaña a este a un trabajo que dudamos pueda hacer. Le toca alzar bultos que pesan mucho, pero el chico, que ayuda a su mamá a colectar piedras en una cantera, insiste que puede hacerlo. Se va con el hermano a la estación de tren de donde irán a su destino. Se queda dormido en un tren que viaja millas de distancia de donde vive, y se pierde.
La película, basada en el libro “The Long Way Home”, la historia real de Saroo, adaptada a la pantalla por Luke Davies nos presenta las condiciones de vida de Saroo y el resto de su familia en la India de hace 25 años atrás, que parece haber cambiado poco al día de hoy.
La pobreza terrible y la explotación de sus gentes es presentada sin pasar juicio porque el filme no trata del estado político que sobrevivió en el país luego de su independencia, sino del compás interno que lleva el ser humano que lo propele a buscar sus orígenes y las fuentes que le dieron vida. Las vicisitudes de Saroo son resultado de la pobreza y el anonimato de la mayoría que predomina en un país de más de un billón de habitantes. El secuestro de niños para hacer de ellos objetos sexuales, o para vender sus órganos en el mercado negro de trasplantes, se presenta de una forma que muestra la siniestra maldad del humano contra seres indefensos y el abuso que permiten los gobiernos que miran para otro lado. Saroo no solo huye de esos, sino de aprovechados que simulan una bondad que solo exhiben para que niños indefensos crean que alguien los quiere ayudar. Los motivos de la falsa caridad son lo peor que se pueden imaginar.
El niño actor Sunny Pawar, que interpreta al Saroo que se pierde una noche, es hermoso, brillante, y corre como una gacela. Su interpretación es maravillosa y es imposible no quererlo y desearle que halle lo que busca. Pero lo rescata una pareja australiana que lo adopta. Sue (Nicole Kidman) y John Brierly (David Wenham) llevan al niño a Hobart, Tasmania (parte de Australia) y allí se desarrolla la vida de Saroo ya adulto (Dev Patel), quien comienza a buscar su familia haciendo cálculos de distancias y velocidad de trenes, y buscando información en la red.
Patel es un actor encantador (casi tanto como Pawar) y su actuación, junto a la del chiquito y la de Nicole Kidman hacen de la cinta una que, a pesar de que no baja a las profundidades del lloriqueo, le pondrá un taco gigante en la garganta o le estrujará un lágrima al más duro. Además, tiene una capacidad cómica que nos arranca sonrisas cuando menos lo esperamos. Enamorado de Lucy (Rooney Mara), él por una acera y ella por la opuesta, se dedica a un “mating dance” que es una de las cosas que salva el filme de ser uno totalmente depresivo. El apareamiento entre estos dos es feliz porque la felicidad que busca Saroo requiere que deje de tener miedo de lo que podría o no encontrar, y es Lucy la que le hace ver que, con el tiempo, lo que busca puede ser muy distinto de lo que espera encontrar.
Hay un subtema en el filme que tiene que ver con Mantosh (Divian Ladwa), el hermano adoptivo de Saroo, que muchas veces parece ser un cabo suelto en el filme. Aunque esa parte de la historia contribuye a que apreciemos la naturaleza moral y psicológica de los padres adoptivos, distrae un poco del tema principal que es, como ya he dicho, la búsqueda de la identidad, la intensión de poder madurar para entender el “yo”. Sospecho que fue un compromiso de los que adquirieron los derechos del libro con los autores para que, de una forma sustancial, se reconociera el esfuerzo y el sacrificio que es adoptar niños de otras razas y de otras culturas.
Pocas de las pestilencias de India se nos ocultan, pero también nos percatamos de la belleza natural de ese país extraordinario, lleno de tradiciones y religiosidad salvadora y no enjuiciadora. Hauschka y Dustin J. O’Halloran compusieron la música exquisita de la película que tiene la singularidad de matrimoniar temas Hindi y bengalí con la música occidental. Esa mezcla nos ayuda a comprender la combinación de padres de extracción europea con hijos adoptivos de la India: es una decisión intelectual que proviene del corazón.
Greig Fraser contribuye a la belleza del filme con una cinematografía sincera y cónsona con el problema que se nos presenta. Cómo están filmadas las escenas entre los dos jóvenes hermanos, Saroo y Guddu, acentúa la ternura entre ellos. Es como debe de ser el amor fraternal. Tanto así que nos hace pensar que todo el brete de Caín y Abel es pura filfa.