Los consejos del hambre
Conozco personalmente a alguien que participó en uno de estos robos. Aunque en un principio esta persona fue sumamente tímida y esquiva, eventualmente fue capaz de comentar con cierto nivel de detalle la Operación Fo. Los robos se planificaron como lo hace un mago o ilusionista, no con el fin de vencer las leyes de la naturaleza y de las probabilidades, sino para lograr que la atención del público se concentrase en un punto en particular mientras en algún otro lugar se desataba un mecanismo que inadvertidamente lograría su cometido. En el exterior del local comenzaba una discusión entre dos latinos, que comenzaba a acalorarse, se arremolinaban otros amigos latinos y entonces comenzaba una trifulca a pescozones y burronazos, que terminaba como una gran pelea de «todos contra todos». Imagínese usted, un grupo de latinos insultándose en español y peleando a puño limpio frente a un supermercado en una ciudad de EEUU; quién se imaginaría que era «teatro…, puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro», como cantaba La Lupe.
Mientras el barullo ocurría en el exterior, y se formaba literalmente un tremendo salpafuera, un grupo de mujeres asaltaba las góndolas del supermercado. Tenían sus abrigos muy bien ceñidos en la cintura para que no se zafara una lata que las delatara. Y mientras afuera el personal de seguridad trataba de controlar el revolú, las mujeres colocaban dentro de sus abultados abrigos paquetes de arroz, paquetes de habichuelas y frijoles, carnes de varios tipos y creo que hasta alguno que otro medicamento. En su carrito de compra ya habían echado aquellos alimentos por los que pagarían en la correspondiente caja registradora. Con el barullo del exterior, el robo de comida pasó desapercibido en una serie de ocasiones. Aunque siempre estuvieron muertas del miedo, entendían que peor era morirse de hambre. Quedaba claro que eran precisamente las mujeres las que potencialmente enfrentarían las peores consecuencias. A los varones en las afueras del supermercado los podrían arrestar por iniciar una pelea; a las mujeres se les acusaría de robo, el llamado shoplifting, con la posibilidad de enfrentar detención, cárcel y hasta deportación.
Poco tiempo después se encontrarían todos en un punto predeterminado para compartir los frutos de su trabajo. Allí se evidenciaría el sagrado milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Interesado yo en asuntos académicos de justicia distributiva, quería saber cómo se repartían el botín de alimentos. Pero no era prudente seguir preguntando. Para mí, ese robo era un acto político y un imperativo moral; la timidez de mi informante sugería que era otro el significado que le atribuía.
Pensé que Darío Fo, el dramaturgo italiano premio Nobel en Literatura, estaría soltándose una gran carcajada bufa sin misterio alguno. Fo, quien no hace mucho se describió como el «último comunista», conocía sumamente bien la historia de su oficio y con la energía de la Comedia del Arte, le disparaba en sus obras a la Iglesia, a la burguesía, al estado y a la conformidad, siempre ensalzando a los de abajo, burlándose de los de arriba y provocando una risa que hacía pensar al espectador. Cuando escuché la historia de los robos, ya había visto en San Juan una excelente puesta en escena de la obra de Darío Fo (1983), Aquí No Paga Nadie, actualizada a los tiempos en que se implantó el regresivo impuesto del IVU en Puerto Rico para pagar la deuda, acumulando todavía más deuda y esquilmando al pueblo. En la obra, unas mujeres asaltaron un supermercado, llenándose la ropa de mercancía y se hicieron pasar como si fueran mujeres preñadas y corrieron a sus casas antes de que la policía las agarrase. La obra transcurría en sus casas explicándole a sus maridos lo sucedido. Bien lo decía Oscar Wilde, «la vida imita al arte mucho más que el arte a la vida». Por mi parte, les concedería el premio Antoinette Perry (Tony Award) por su excelencia en el teatro callejero al grupito de latinos robacomida.
Economía moral
Los robos de comida y los motines de hambre, históricos y presentes, exigen que reflexionemos no tan solo sobre la moralidad de dichos actos, sino sobre la moralidad de la sociedad que crea las condiciones para originan estos actos. El británico historiador marxista Edward P. Thompson (1971) escribió sobre este asunto en su artículo The moral economy of the English crowd in the eighteenth century, respondiendo en parte a un debate entre académicos de las ciencias sociales sobre si los motines de hambre del siglo XVIII eran unos actos políticos o prepolíticos. Para Thompson, estos actos no eran motivados simplemente por el hambre, ni el aumento en los precios de los alimentos, ni por el abuso de algunos comerciantes. Entenderlo así sería un craso reduccionismo económico. El historiador explica el robo y los motines considerando que
estos agravios operan dentro de un consenso popular sobre cuáles son las prácticas legítimas de comercio, de la molienda de granos, del horneado de pan, etc. Esto a su vez estaba fundamentado en una consistente visión de las tradicionales normas sociales y las obligaciones de las funciones económicas de diversas partes de una comunidad, las cuales, tomándose en su conjunto, constituyen una economía moral. Un atropello a estos principios morales, tanto como la privación real, fueron las causas usuales de las acciones tomadas. (p.79)
Esta economía moral consiste de tres elementos: (1) los manifestantes sostenían la creencia de que estaban defendiendo costumbres y derechos tradicionalmente reconocidos; (2) sus acciones estaban refrendadas por un amplio consenso de la comunidad; y (3) se intimidaba y se castigaba a los propietarios cuyas prácticas se consideraban atropellantes.
Sobre este último punto, el historiador presenta cómo los hombres y las mujeres, aún en el medio del hambre, atacaban molinos y graneros, no para robar la comida, sino como una lección para sus propietarios, desparramaban el maíz y las harinas sobre los caminos y carreteras, lanzaban sacos a los ríos y dañaban la maquinaria y las represas de los molinos. La aristocracia y los funcionarios gubernamentales condenaban estos actos, los consideraba irracionales pues entendía que iban en contra de los propios intereses de los pobres. «¿Serían los pobres tan tontos?», preguntó Thompson en su escrito (p.115). Y pasaba a ilustrar que siendo los pobres quienes trabajaban en los graneros y molinos y quienes conducían las carretas y las barcazas, «muchas veces conocían los hechos locales (local facts) mucho mejor que las clases adineradas» y en muchas de sus acciones los motines iban dirigidos a aquellos depósitos de granos cuya existencia era desconocida por las autoridades gubernamentales. El historiador resume este punto aduciendo que «los pobres sabían que una forma de hacer ceder a los ricos era doblándoles sus brazos» (p. 115).
De la meticulosa investigación de Thompson, vale mencionar una cita de un documento de 1807, «las mujeres son más propensas a amotinarse; ellas exhiben menos miedo frente a la ley, en parte debido a su ignorancia, en parte porque presumen del privilegio de su sexo, y por lo tanto, en todo tumulto público están en primer lugar en violencia y ferocidad» (p.116). Esta situación también se observa en motines de hambre en otras ciudades europeas, como el motín de Madrid de 1766, cuyos recuentos posteriores en diferentes medios artísticos es analizado por Lissette Rolón Collazo (2009) en su libro Historias que cuentan: El motín de Esquilache en Madrid y las mujeres dieciochescas según voces del siglo XVIII, XIX y XX.
El uso de los conceptos de motines de hambre y economía moral no se limita al análisis de eventos históricos acontecidos hace siglos. En la década de 1990, Walton y Seddon (1994) retomaron el concepto de motines de hambre para analizar las múltiples protestas en diversas ciudades del mundo que se suscitaron como consecuencia de las políticas de austeridad impuestas por el Fondo Monetario Internacional. En el preludio a su estudio sobre la economía política de África, Patrick Bond (2006) hace alusión a la situación de Nueva Orleáns luego del azote del huracán Katrina y menciona cómo la palabra «saqueo» (looting) fue utilizada solo cuando eran afroamericanos los que irrumpían en las tiendas de comida, no así cuando quienes hacían lo mismo eran blancos. Y tan reciente como en los motines de agosto del 2011 en varias ciudades inglesas, Harvie y Milburn (2013) reinterpretaron los acontecimientos siguiendo los principios de economía moral expuestos por Thompson, adaptándolos a los nuevos entendidos, costumbres y expectativas en una época neoliberal.
La Junta Federal de Control Fiscal
Más allá de criticar el vergonzoso acto de la imposición en Puerto Rico de la Junta Federal de Control Fiscal y el aún más vergonzoso acto de colaboración de nuestros líderes electos, hay que pensar en la economía moral de nuestros tiempos de Junta Fiscal. La Junta permanecerá en Puerto Rico hasta que nuestro país pueda volver a insertarse (o a ensaltarse, como tal vez diría Fo) en el mercado de bonos municipales. Esto no será un asunto de un solo cuatrienio. ¿Acaso nuestra pobreza llegará a generar motines de hambre en los años venideros? ¿Acaso habrá apoyo popular a esas acciones? ¿Acaso habrán acciones dedicadas a amedrentar y a castigar a quienes profundizan nuestra crisis y se benefician económicamente de ella?
Los historiadores suelen ser muy tímidos cuando les toca la hora de pensar en posibilidades futuras. Sobre nuestro incierto futuro es mejor no aventurarse. Si de algo nos ha servido la historia es para darnos ejemplos de la fuerza moral de los agentes históricos del pasado — agentes individuales y colectivos— quienes tenemos que recordar para encarar nuestro presente con la debida valentía. Hay que enfrentar la Junta Federal de Control Fiscal con la misma fuerza moral con la que se resistió y se combatió la Marina de Guerra de EE.UU. en Vieques. Así lo exige la moral; así lo reclama el estómago de los más vulnerables: desempleados, incapacitados, retirados y ancianos. Al igual que en siglos pasados y momentos recientes, al igual que en lugares distantes y ciudades cercanas, el hambre será muy buena consejera.
Referencias
Bond, Patrick (2006) Looting Africa: The economics of exploitation. London: Zed Books.
Fo, Darío. (1983) ¡Aquí no paga nadie! Madrid: Ediciones MK.
Harvie, David y Keir, Milburn. (2013). The moral economy of the English crowd in the Twenty-First Century. The South Atlantic Quarterly. 112(3):559-567.
Rolón Collazo, Lissette. (2009). Historias que cuentan: El motín de Esquilache en Madrid y las mujeres dieciochescas según voces del siglo XVIII, XIX y XX. Madrid: Aconcagua Publicadores.
Santory, Anayra. (2016). Querida asamblea. Revista 80 Grados. Disponible en: http://www.80grados.net/
Thompson, Edward P. (1971). The moral economy of the English crowd in the eighteenth century. Past and Present.50(1): 76-136.
Walton, John K. y Seddon, David (1994): Free markets and food riots: The politics of global adjustment. Oxford: Blackwell Press.