Los deleitosos deberes de un centenario
Sobre una edición cubana de la poesía de Julia de Burgos
La celebración del centenario del natalicio de Julia de Burgos (1914-1953) se impone como un deber, placentero y efectivo a veces y otras, como una asignación o un requisito impuesto del cual poco se disfruta. No es que crea que no se deba celebrar el centenario del natalicio de la poeta. Al contrario, no dejo de ver esta como una ocasión que invita a la reflexión y a la valoración de la obra de una de las figuras más importantes en las letras boricuas. Pero, a veces, las celebraciones pueden convertirse en imposición y los resultados pueden ser forzados, predecibles y hasta descartables porque nada aportan. En el caso de Julia de Burgos esas posibilidades se acrecientan ya que la hemos convertido en un mito, en la imagen caricaturesca de la mujer víctima y de la artista neorromántica que se funde con su paisaje, como si fuera una fiel creyente de las ideas panteístas. En otras palabras, no toda celebración del centenario del natalicio de Julia de Burgos asegura un resultado válido que venga a ampliar nuestro conocimiento de su obra o de su vida o que nos ayude meramente a apreciar más su poesía. Pero, a pesar del riesgo que nos corremos, debemos unirnos a la celebración y así muchos ya lo han hecho.
Múltiples han sido los actos conmemorativos en Puerto Rico. Fuera de la Isla se han dado también algunos relevantes y muy reveladores. En la República Dominicana, país tan importante para la poeta, se ha festejado con conferencias y simposios, con un sello postal conmemorativo y hasta con la develación de un monumento público. El motor detrás de todos estos festejos ha sido Chiqui Vicioso, escritora dominicana que se ha dedicado por años a investigar la vida de nuestra poeta a quien considera suya y la llama, con toda razón, “Julia de Burgos, la nuestra”. Su trabajo ha sido tan valioso que los puertorriqueños nunca le podremos pagar sus esfuerzos. Vicioso –no me cabe duda de ello– es una de las principales promotoras de la obra y la figura de Burgos fuera de Puerto Rico.
En Cuba, donde Burgos vivió y donde produjo parte sustancial de su obra, también se ha celebrado su centenario con un simposio y, más concreta y efectivamente, con la publicación de su Obra poética completa (Prólogo de Juan Nicolás Padrón, La Habana, Casa de las Américas, 2013). Para mí esta publicación es la mejor forma de homenajear a la poeta en su centenario, ya que Casa de las Américas, por años, ha sido un punto de contacto y distribución de las letras latinoamericanas. Desde su fundación esta institución ha tratado de dar a conocer las obras que forman nuestro gran canon. Un proyecto parecido se creó en Venezuela con las ediciones de la Biblioteca Ayacucho, pero este nunca llegó a tener la difusión ni el impacto que tuvieron las más modestas ediciones cubanas. Los dos proyectos, el venezolano y el cubano, fueron marcados por prejuicios políticos. Pero con el tiempo y dado que Cuba muchas veces ignora el pago de los derechos de los autores, las ediciones de Casa de las Américas formaron un canon más efectivo que el propuesto por la Biblioteca Ayacucho. En Casa de las Américas aparecía la obra de autores que apoyaban la Revolución o que la Revolución veía como sus antecedentes –Vallejo, García Márquez, Mariátegui–, pero con el tiempo también aparecieron obras de otros que eran enemigos declarados del régimen o que parecían postular ideas que no encuadraban con el mismo: Borges, Sarmiento, Lezama Lima, por ejemplo. Aunque en Biblioteca Ayacucho se recogen más clásicos del periodo virreinal que en la colección de Casa de las Américas, ninguno de los dos proyectos es el ideal, porque ninguno presenta un panorama completo del canon literario latinoamericano. Eso sí: los dos proyectos son válidos y se complementan.
Y ahora Julia de Burgos se incorpora a ese canon latinoamericano con esta edición cubana, pequeña, sin aparato crítico, barata, pero apropiada y, sobre todo, útil. (Palés Matos y Zeno Gandía eran los dos puertorriqueños que ya habían sido incluidos en este canon.) Los editores se han valido de las ediciones de Jack Agüero (1996) y la publicada en Madrid por Ediciones de La Discreta (2008) para fijar el corpus poético de Julia de Burgos. El lector cubano o cualquier otro lector que llegue a manejar esta edición tendrá los textos poéticos de Burgos y podrá formarse a través de ellos su propia imagen de la poeta.
Y ese es, a la par, el gran problema y la gran esperanza. A Julia de Burgos la precede una imagen y un mito, y estos hacen que los lectores casi nunca lleguen a la poeta sin prejuicios, para así disfrutar de la lectura de su obra y crear su propia imagen de la escritora. Parece ser que hay una lucha entre dos figuras: la de la mujer de vida mitificada (Julia) y la de la poeta cuya obra casi queda opacada por su vida (Julia de Burgos). La primera parece ganar siempre e imponerle al lector unas gafas distorsionantes a través de las cuales tiene que leer su obra. Juan Nicolás Padrón, en su prólogo, está muy consciente de este problema y por ello asevera:
“Se ha preferido estudiar de ella la imagen de mujer fracasada en amores, deprimida, alcohólica y destruida por el desengaño amoroso –especialmente por uno–; se han señalado excesos de todo tipo y durante mucho tiempo se prefirió poner en primer plano datos más o menos “escabrosos” de su biografía y casi nada de sus valores poéticos, ni, menos aún, de sus preocupaciones sociales y políticas: se prefirió insistir en algunos hechos y acomodarlos a ciertos cánones de “mujer fatal”, y ocultar otros que revelan lo más valioso de su condición de ser humano y artista.” (p. 10)
En la lucha entre las dos figuras parece ganar la primera, la de mujer víctima, figura que ha servido para crear una imagen casi caricaturesca de la segunda. Alguna vez propuse ver esas dos imágenes como paralelas a la dualidad que la pintora mexicana Frida Kahlo creaba en su obra, específicamente en “Las dos Fridas”. Aunque desde otra perspectiva, el prologuista cubano propone algo parecido ya que Padrón quiere eliminar ese prejuicio, opacar al mito y dejar que la obra hable por sí misma.
El breve prólogo a esta edición cubana propone dos medios para lograr esa nueva lectura de Burgos. Pero dada la brevedad del texto de Padrón la propuesta se queda en proyecto ya que no se pueden desarrollar plenamente. Como se puede ver en las palabras ya citadas del prólogo, Padrón considera que el elemento social de su poesía no ha sido valorado debidamente: “Los poemas menos conocidos de Burgos son los políticos…” (p. 20) asevera tajantemente. Al destacar lo político en su obra, como propone el prologuista cubano, no solo se destacará un aspecto importante de nuestra poeta, sino que se combatirá la imagen de víctima, de mujer fatal, que ha dominado en las lecturas de la obra de Burgos. Ya ciertos críticos han explorado el elemento político en su obra. Entre estos hay que destacar a Juan Antonio Rodríguez Pagán. Pero todavía hay mucho más que hacer y creo que la recopilación de la obra en prosa de Burgos (ensayos, cartas) ayudará a completar este proyecto porque no solo veremos la amplitud y el radicalismo del compromiso político de la poeta sino la relación entre sus ideales y sus luchas políticas concretas con su poesía.
El otro medio que propone Padrón para estudiar la obra de Burgos y sacarla del atolladero en que algunos estudiosos la han colocado es la comparación con la de otros poetas latinoamericanos del momento, sobre todo con la obra de otras poetas. Ya Isabel Cuchí Coll, en un librito casi olvidado, Dos poetisas de América: Julia de Burgos y Clara Lair (1965), proponía ver la poesía de estas dos puertorriqueñas (¡Ay, cuándo veremos una edición como esta de la poesía de Lair!) en el contexto poético latinoamericano y para ello las comparaba con la de Gabriela Mistral y Alfonsina Storni. Padrón hace muy claro que este es el propósito último de su edición cuando establece sin ambigüedad que “la voluntad por parte de la Casa de las Américas [es] de integrar la voz de esta creadora al legado poético latinoamericano y caribeño” (p.18). De nuevo, en el prólogo de Padrón se apunta este deber en nuestra agenda crítica, pero queda por hacerlo realidad. No se le puede pedir al prologuista que en la veintena de páginas que forman esta excelente introducción a la poesía y la persona de Julia de Burgos se cumpla lo que es en el fondo un muy ambicioso plan de trabajo.
Hay que apuntar, aunque sea solo de paso, que en su prólogo Padrón adopta una posición crítica, no de veneración, y, aunque aparecen ahí algunos errores –una jíbara no es “como les llamaban los puertorriqueños a los pobres” (p. 10); el amante de Burgos era Juan Isidro Jimenes Grullón, no Jiménez Grullón (p.12) – el prólogo apunta a rasgos de la poesía de Burgos que los críticos han evadido por parecerles ofensivos dado que la tendencia de nuestra crítica ha sido la de exaltar la obra y mitificar a la mujer. Padrón, por ejemplo, correctamente apunta que en la poesía de Burgos “a veces sus imágenes están próximas a lo cursi” (p. 16). En fin, el trabajo de Padrón es de valor por los caminos críticos que propone y por su honestidad al tratar la obra de la poeta evadiendo la mitificación, tan común entre sus estudiosos.
Es que nosotros, los lectores puertorriqueños, estamos muy marcados por los mitos que se han creado en torno a Julia de Burgos y, por ello mismo, tendemos a repetir lecturas ya viejas y predecibles de su obra. Esto, bajo ninguna circunstancia, quiere decir que todas las lecturas propuestas por críticos puertorriqueños sean descartables ni obsoletas. Las de Juan Gelpí, las de Ivette López Jiménez y las de Rubén Ríos Ávila, entre otras, son aún válidas e iluminadoras. Pero me temo que las celebraciones del centenario lleven a más de esas lecturas previsibles. Por ello es que me parece que las interpretaciones de la obra de Burgos de lectores de otros países podrían ayudarnos a salir de la encerrona de las nuestras; esas posibles lecturas nos podrían ayudar a ver con ojos nuevos y distintos esta poesía que equivocadamente creemos conocer en su totalidad, en todos sus detalles.
Por ello es que le doy la bienvenida a esta edición cubana de la Obra poética completa de Julia de Burgos. Me deleito imaginándome lo que pasaría si este volumen cayera en manos de una joven lectora boliviana que nunca ha oído hablar de Julia de Burgos o de un lector panameño que desconoce nuestra historia o de una amante chilena de la poesía latinoamericana que no sabe dónde está el Río Grande de Loíza ni ha visto jamás el Mar Caribe. ¿Cómo verán esos hipotéticos lectores esta poesía que para nosotros ya está fija, solidificada, casi fosilizada por lecturas predecibles? ¿Cómo entenderá la imaginaria lectora boliviana, quien vive en un país que pasa en este momento por un drástico cambio de los valores de lo que constituye su cultura nacional, el mestizaje propuesto por nuestra creadora? ¿Cómo ese hipotético lector panameño, consciente del problema de la ocupación estadounidense en su país, leerá textos de nuestra poeta, también consciente de esa misma realidad política en el suyo? ¿Cómo verá la posible joven chilena, conocedora de la poesía de Gabriela Mistral y de la música de Violeta Parra, el feminismo de nuestra poeta? En fin, sueño con que el azar y la distribución de las ediciones de Casa de las Américas lleve a Julia de Burgos a nuevos lectores que lean su poesía desde sus perspectivas y no desde las nuestras, que en muchos casos son ya trilladas. Por ello le doy la bienvenida a esta humilde pero útil edición de la poesía de Burgos y también le doy las gracias a Casa de las Américas por celebrar el centenario de su natalicio de la mejor manera posible: dando a conocer su obra entre nuevos lectores latinoamericanos. La aparición de la Obra poética completa hace más deleitosos los deberes de la celebración del centenario de Julia de Burgos.