Los laberintos del miedo
La telaraña del fundamentalismo religioso
Cuando hablamos del fundamentalismo religioso estamos hablando de mucho más que los grupos visibles en redes, clamores a dios o marchas por la familia. Hablamos de un patrón de pensamiento que entiende los asuntos morales como algo monolítico e inmutable que se rige por fragmentos de textos religiosos escritos desde hace siglos. Es un patrón de pensamiento que desde esa aparente superioridad moral juzga y condena todo lo que la humanidad es por naturaleza: un conjunto de diversidades, de experiencias vitales y de sueños que nos mueven en un proceso de constante evolución.
Lo que le da la cualidad de telaraña a este patrón de pensamiento es su capacidad de camuflarse de las maneras más inocentes. Las invocaciones en actos gubernamentales, los cultos en las escuelas públicas, las celebraciones de navidad y semana santa en el Capitolio, los mensajes religiosos prominentemente expuestos en espacios públicos, la idea de que la religión predominante es algo cultural y que con eso tiene entrada al espacio laico gubernamental, la hipocresía de políticos que prestan facilidades públicas para actividades religiosas pero las niegan para actos laicos, los ayunos municipales… completen la lista. No hay que ser fundamentalista para caer como mosca en su telaraña. Basta con que usted sienta que objetar el acto religioso le haría verse mal ante el resto de gente.
Para caer en la telaraña del fundamentalismo religioso isleño, basta con que usted guarde silencio o se haga de la vista larga cuando se encuentre de frente con uno de los elefantes que se balancean en ella.
El silencio de las ovejas
Hay gente que piensa que el país no está peor gracias al trabajo de las organizaciones sin fines de lucro. Esto se dice más por costumbre y conveniencia que por hechos reales. Por supuesto, si usted cree que dar un servicio desde una posición perennemente asistencialista mientras paga salarios de miseria a sus empleados es sostener al país, seguramente encontrará evidencia que sustente su alegación. Se ha dicho que las organizaciones sin fines de lucro hacen con un dólar lo que el gobierno hace con siete. Pero, ¿es eso lo que necesitamos? ¿Empleos inestables y mal pagados? ¿Servicios que carecen de la capacidad de transformar a quienes los reciben? ¿Un pesimismo oscuro que da por sentado que estamos al borde de un hoyo negro que crece y crece?
Cuando miramos al sector de las organizaciones sin fines de lucro como un todo homogéneo, cometemos el error de pensar que todas abogan por los derechos humanos y que todas impulsan un mejor país. La realidad es que en ese sector tenemos organizaciones de todo tipo. Desde las que practican el proselitismo religioso con fondos públicos y discriminan contra personas LGBT y mujeres, hasta las que se enfrentan al gobierno para reclamar equidad y servicios para las personas vulnerables del país. No todas son iguales. No todas creen en los mismos valores.
Para ser justa con un sector al que he pertenecido por décadas, he de decir que, en efecto, hay organizaciones que dan servicios, son de avanzada y se integran a esfuerzos que transforman las estructuras sociales. Muchas de ellas, además, pagan salarios dignos mientras hacen todo lo que pueden para crear las mejores condiciones posibles de trabajo.
Entre unas y otras organizaciones, puede observarse un dato importante: a mayor dependencia de fondos gubernamentales estatales, mayor silencio ante las injusticias que comete el gobierno y mayor vulnerabilidad a la hora de tener que posicionarse a favor del país. De ahí que en ocasiones venga a mi mente la imagen de las ovejas silenciosas que se limitan a observar angustiadas cómo esquilan a las demás.
Esa dependencia gubernamental, que equivale a ser dependiente de la política partidista, es otra forma de corrupción que aún sin ser intencional destruye la posibilidad de crear un país democrático y plural.
Cuando se instaura en las personas un silencio forzado por el miedo a recibir represalias por decir y hacer lo correcto, todas y todos perdemos.
Para construir un sector plural, vocal y defensor de los derechos de todas y todos, tenemos que fortalecer la organizaciones frente al gobierno.
El miedo disfrazado de sarcasmo
El sarcasmo se ha convertido en un elemento frecuente en las redes sociales y en medios que pretenden “analizar” nuestro mundo político. Si bien es cierto que puede entretenernos un rato y parir los mejores chistes, a la larga, si nos quedamos en el mero ejercicio de sarcasmo, reafirmamos el estado actual de las cosas y nos perdemos en algún laberinto creado por nuestros miedos.
El fundamentalismo religioso no es la única fuente de corrupción. Vivir por siglos en un estado colonial, haber heredado el racismo, movernos en un sistema económico que valora a la gente por lo que tiene y no por su simple humanidad y sufrir las consecuencias de las desigualdades mientras otras y otros creen que sus privilegios se los ganaron trabajando… es vivir, atestiguar y sufrir la corrupción.
Ya mencioné al principio que este tipo de corrupción trae desesperanza. Y es cierto. Nos provoca, incluso, miedo a creer que es posible lograr un cambio. Ese miedo, a veces disfrazado desde los razonamientos más lógicos, se puede convertir en la base ideológica desde la cual se atrincheran las protestas sin propuestas (después de todo si ya perdimos la esperanza para qué proponer algo), la terquedad que insiste en estrategias que han fracasado (la locura de repetir lo que no funciona) y los brazos cruzados de quienes se sientan a esperar que los demás fracasen para luego decir: ¡yo lo sabía! De ahí a descartar cualquier intento de cambio a la menor diferencia de criterio sólo hay un paso. Miedo. Miedo a retar las propias concepciones y a ceder una mínima parte de las verdades individuales (que a veces no son tan ciertas si las miramos objetivamente) en beneficio del colectivo.
Lo cierto es que ante la situación que hoy vive Puerto Rico, a lo que deberíamos tener terror es a la idea de que somos incapaces de abrazar las convergencias y perdonar las diferencias.
Lo imperdonable en mi manual de lucha es la hipocresía de la gente que usa sus privilegios para restar derechos humanos a los demás sin tener la más mínima intención de aportar al menos un poco de sacrificio al pote de solidaridad que habrá que alimentar en los próximos años.
Que el sarcasmo no sea una excusa para quedarse en casa criticando el trabajo ajeno.
El futuro emergente como tabla de salvación
Luego de toda lo dicho, vale decir que hay esperanza. Para hablar de ella es que escribí todo lo anterior. Hay que mirar los miedos, entrar al laberinto y buscar la salida sin perecer en el intento.
El hilo que serviría de guía para atravesar nuestros laberintos y llegar al otro lado no es otra cosa que la siguiente pregunta hecha con los ojos bien abiertos y la mente despejada del miedo al escarnio, la burla, la violencia, el discrimen y todas esas cosas que nos pueden inmovilizar si nos dejamos: ¿Qué futuro sueño y cuán posible es llegar a él?
Nuestro presente no sólo contiene este estado de desigualdad, tristeza y miedo que salta frente a nosotras desde la cotidianidad de nuestras poblaciones más vulnerables. También tiene victorias que podemos contabilizar con certeza. Derechos humanos reconocidos, protecciones legales, modelos de trabajo exitosos que un día fueron una idea abstracta, solidaridades que salvan vidas, el arte que libera, la gente que abraza la felicidad sin perder de perspectiva el mundo que le rodea. Nuestro presente es el futuro de tiempos pasados. El futuro que emergió de las acciones colectivas de quienes nos precedieron y se sumergieron en sus propios laberintos del miedo y los atravesaron.
Estamos en tiempos de liderar a favor de ese futuro emergente que nos espera. Liderar colectivamente. Más allá de la tentación de trabajar solamente en contra de todo lo que detestamos, ya nos toca soñar. Soñar de verdad. Con esperanza. Como se sueña cuando se sabe que podemos llegar a donde queremos y estamos dispuestas a hacer lo que haga falta para lograrlo.
Los laberintos del miedo se superan cuando tenemos las ganas suficientes de llegar al otro lado y de llevar con nosotras a toda persona que se quiera sumar.