Los misterios del fuego
¡Fuego! ¡Fuego! ¡Los yankees quieren fuego!
-Roy Brown (mayagüezano por adopción)
Para darte fuego… -de la voz de Frankie Ruíz (ícono salsero mayagüezano)
¡Fuego popular! -Benjamín Cole (senador, alcalde y figura legendaria mayagüezana a quien se le atribuye el estribillo)
La tarde del viernes 3 de enero sopló una brisa suave, con los aires frescos de las Navidades (sí, me he robado esta línea de un viejo aguinaldo) que traían un tufillo a basura vegetal quemada. No, no se trataba del inicio de una asadura monumental de lechón, sino un acto visceral de quemar basura, o de prenderle fuego a un predio de terreno.Me lo sospechaba.
La hermosura del cielo navideño viene a expensas de una sequía tenue, de una falta de lluvia que uno, de no ser porque anda embebido en pasteles, morcillas, pernil y pitorro, no se da cuenta de la grama calcinada por el sol y de la matita de albahaca achicharrada por la falta de cariño y de agua. No debe sorprendernos, pues es parte del ciclo vital, del reloj de la naturaleza que viene acompañado de su idiosincrasia estacional.
Pero esa vegetación que empieza a marchitarse me alerta de que el ciclo de la naturaleza, posiblemente atado a la memoria colectiva, comienza a disparar sustancias y urgencias en el cuerpo y la mente de una gente que no conozco bien, y por tal razón las tengo que imaginar.
Yo estoy alerta a sus señales.
La leve humareda —sans cochon— prende una señal en el etnógrafo que me habita, y comienzo a tomar nota, a preguntarme, ¿cuándo será la próxima? Ayer (7 de enero) llegué a mi casa en Jaguey-Guayabo de Aguada y noté en la atmósfera un vaho gris que envolvía los faroles. El olor lo delataba. Habían estado quemando vegetación toda la tarde, y, aunque no era un olor fuerte ni insoportable, estaba ahí, en nuestras narices.
Es cuestión de unos días, tal vez horas, cuando comienzo a ver en las noches la llamarada calcinante de los montes y pastizales matizando de rojo y naranja las laderas de La Cadena o los llanos costeros de Añasco, Rincón y Aguada. Entonces, todo se torna, como diría Galeano, “un mar de fueguitos”.
No, no pienso meterme en el asunto de la historicidad y la mitología del fuego; el asunto es más preocupante para mí. Hay algo, un ciclo histórico y cultural que despierta a los pirómanos e incendiarios que pululan entre nosotros. Hay un detonante en la memoria genética que lanza a esta gente a los campos para prender en candela al paisaje. Tal vez no se trata de una enfermedad, de un trastorno, sino de un acto voluntario, tal vez inconsciente, que activa una secuencia de otras acciones que terminan en el pequeño holocausto forestal.
[Es la tarde del 14 de enero, y voy de regreso a Aguada desde Mayagüez. Antes del puente del Río Añasco, arde un pastizal muy cercano a un humedal, donde pacen unas reses que a los lejos parecen nerviosas y se buscan unas a otras. En la distancia se eleva la humareda incesante, y en el trayecto observo un fuego cercano al pueblo de Añasco y otro a un kilómetro de distancia. En la ladera sur de La Cadena, en la guardarraya entre Rincón y Añasco, arde un fueguito cuya columna de humo se traslapa con otro mucho más grande que emana desde un boscaje escondido. Unos minutos más tarde, y desde la carretera número 2, veo el follaje arder con fuerza en una zona que parece impenetrable, en ruta al sector Atalaya. Llegando a Aguada, por la ruta de Piedras Blancas, atisbo en el llano costero un fuego horrendo cercano a la antigua chimenea de la Central Coloso, y muy cerca, en lo que me pareció ser el sector Tablonal, ardía el follaje con mucha fuerza. Unas horas más tardes, el viento teñía de gris el aire del barrio donde vivo y el hedor del holocausto inundaba mi casa.]El acto de incendiar es un acto político, de todos los sectores sociales, pero sobre todo de los pobres, de los “débiles”, como sugiere James Scott. Ciertos rincones oscuros de nuestra historia están iluminados por esos fuegos.
El monte, el arcabuco espeso de esta ínsula, había que domeñarlo a fuerza de “tea y machete”, como muy bien apunta Fernando Picó. Para desmontarlo, había que “prenderle fuego”, y el mejor tiempo para ello era cuando la lluvia no amenazara con el éxito de esta empresa. La gente, como señala Ángel López Cantos, todavía andaba excitada con la experiencia de los petardos y los “fuegos artificiales” del período navideño que se desbordaba por todo el mes de enero. El cielo límpido, sin nubes ni lluvias constantes, era cómplice de esa gesta.
Si el cielo se había prendido en candela, era natural que la tierra ardiera en llamas en esta parte del ciclo de la Navidad, que se completaba en febrero con la fiesta de La Candelaria. Era la fiesta de la purificación, de la limpieza, y para ello el día 2 de febrero se celebraba esa fiesta con fogatas por doquier. Las vírgenes tenían sus hermandades, todas, excepto la de La Candelaria. No era necesario, esa era una hermandad difusa, profusa y desperdigada por todo el territorio, con adeptos fieles a esa advocación, quienes activados por el ciclo litúrgico salían (y sospecho que todavía lo hacen) a prender el monte y el llano en llamas (que me perdone Rulfo). La Candelaria es la patrona de Mayagüez, y esa festividad, tan difundida por todo el país, se hace intensa en el área oeste donde el fuego parece ser un elemento central de nuestra cultura e historia (no, no soy de esta área, pero el tiempo de domicilio ya hace el criterio de nación obsoleto).
El fuego, según todos los observadores, empezando por Fray Agustín Iñigo Abbad y Lasierra, era una técnica vital para la preparación del terreno y para la ocupación del bosque. El monte boricua ardía y quedaba erradicado por las talas y las quemas, que eran anatema para la Inspección de Montes Española. El ingeniero a cargo, Don Cesar de Guillerna, lanzaba toda su furia contra esa práctica detestable en la Memoria Forestal que redactó en 1849. Juan R. González Mendoza, en su obra sobre San Germán, señala también lo difundida que estaba esa práctica entre los labradores que se abrían paso en los montes. Habrá que mirar con detenimiento, como me sugiere Carlos Domínguez Cristóbal, la documentación sobre los permisos para usar los terrenos, para corroborar si las fechas de las talas y las quemas coinciden con este tiempo.
Debo admitirlo, en términos estrictamente históricos e historiográficos, es algo a lo que no le he dedicado tiempo, y tal vez nunca lo haga, pues hay otros asuntos (todos sobre la mar) que requieren mi atención. Pero no deja de seducir mi curiosidad el asunto de los campos en llamas y su temporalidad. En 1873 las autoridades produjeron un expediente sobre los Desórdenes e Incendios en la Isla, en donde se señala que los ánimos entre los campesinos (sic) estaban “muy excitados” y el paisaje se llenaba de refriegas y motines. La “negrada” estaba muy indisciplinada, y se habían registrado “incendios en los cañaverales y haciendas contiguas a Añasco y otro en Cabo Rojo” en el mes de febrero. Desde el día 26 del mes de enero hasta el 3 de abril se habían prendido en candela los campos y las piezas de caña de diversos pueblos de la Isla y la mano criminal era la sospechosa.
En 1885 se comisionó una averiguación, plasmada en una Memoria, sobre los incendios ocurridos en 1884. Las autoridades pensaron que se trataba de una acción política gestada por una organización sucursal de La Mano Negra (para esos años, 1882-1883) atribuida al anarco-sindicalismo andaluz, pero que era una invención del Estado para reprimir al movimiento obrero de la región. La averiguación no da con los responsables, pero sospecha que muchos incendios estaban vinculados a un esquema de fraude a las aseguradoras de propiedades agrícolas.
Ese dato es en sí…fascinante, pero yo voy por otra ruta.
Es en la región de Mayagüez donde se verificaron la mayor parte de los incendios. Nadie chotea, nadie dice nada ni coopera con las autoridades. Hay silencio. Al magistrado a cargo de la investigación solo le queda, como a mí en este escrito, fabular y extrapolar. En su opinión, tiene que haber una banda de malhechores responsables por esa cadena de incendios (algunos ocasionales, otros meros conatos, y, en su mayoría, fuegos de verdad) que ha plagado la región desde 1841. En ese año, como señala la historiadora Ramonita Vega, Mayagüez sufrió lo que se conoció como “el fuego grande” el día 30 de enero, justo unos días antes de La Candelaria; un siniestro que devoró y destruyó más de 700 estructuras.
He contabilizado los incendios en esta región, a la fecha de la Memoria, y la mayoría ocurrieron en el tiempo de la zafra, de febrero a junio, y el grueso lo encontramos de enero a abril, en plena purificación de las almas.
A principios de siglo XX, no quedaba mucho bosque para incendiar, pero entre el campesinado que todavía vivía del agrego, ocupando tierras de viejas haciendas o usurpando terrenos del Estado, persistía la costumbre de limpiar los hierbajos, la maleza y el sotobosque con fuego. Era una actividad que se hacía en el tiempo de la seca, y, como expresa Don Fundador Ortiz Matos (trabajador de la caña, novelista, fabulador e historiador de Guánica), estaba vinculada en el tiempo y en las celebraciones a la fiesta de La Candelaria. “Fuegooo, fuegooo, fuegooo a la candelaria (sic), la vieja de las patas largas” gritaban todos, según relata Ortiz Matos, mientras prendían en fuego la noche del sur.
Las huelgas cañeras de 1915 y de 1933 y 1934 encontraron en el fuego un arma de los trabajadores para pelear por sus derechos. Estas huelgas tuvieron su momento álgido en el mes de enero por ser el inicio del año natural y de la zafra, y fue en enero y febrero cuando los cañaverales se cubrieron con las llamas de la combatividad laboral, que los patronos llamaban sabotaje. El paternalismo de los patricios locales no entendía cómo los trabajadores hacían esto a quienes les daban tantos beneficios.
En 1934 los campos de Guánica, controlados por la South Porto Rico Sugar Company, ardían el día de reyes, después de la firma de un convenio calificado por los trabajadores como abusador. El primero de febrero, en la víspera de La Candelaria, se fueron a la huelga los trabajadores de la factoría de la Central Guánica, obligando a la compañía a ordenarle a los colonos en toda el área oeste que paralizaran el corte de caña. ¿Extraño, no? Los trabajadores habían apagado el fuego de las calderas y con ello detenido el trabajo de cerca de 10,000 obreros que se encontraron sin cortar el día de La Candelaria, mientras que los fuegos seguían su curso sobre los llanos costeros.
No sé mucho más sobre los fuegos (y, obviamente, no sé absolutamente nada sobre este tema que me ha llamado la atención), pero tengo entendido que el fuego ha sido utilizado para manejar la maleza en los cortes y también para sabotear las cosechas de los colonos, aun en los tiempos de la Corporación Azucarera, hasta recientemente. Conozco también de las penurias, trabajos y desesperos de los oficiales de manejo de áreas naturales, combatiendo los fuegos que en estos días les quitan el sueño. Esos, los voraces, los siniestros, los asfixiantes, los devoradores, surgen en estos días de unas manos que son desconocidas para todos, detonados por un resorte histórico y cultural que no conocemos bien. Todo esto sigue siendo un misterio para mí.
Algunas referencias:
Bird Carmona, Arturo. 2001. A lima y machete: La huelga cañera de 1915 y la fundación del Partido Socialista. Río Piedras, Ediciones Huracán.López Cantos, Ángel. 2001. Los puertorriqueños: mentalidad y actitudes Siglo XVIII. San Juan, Ediciones Puerto.
González Mendoza, Juan R. 1999. The Parish of San Germán de Auxerre in Puerto Rico, 176501858: Patterns of Settlement and Development. Disertación Doctoral, Universidad del Estado de Nueva York, Stony Brook.
Ortiz Matos, Fundador. 1994. El Manier. (Novela publicada por el autor).
Picó, Fernando. 1976. Libertad y servidumbre en el Puerto Rico del siglo XIX (los jornaleros utuadeños en vísperas del auge del café). Río Piedras, Ediciones Huracán.
Taller de Formación Política. 1982 ¡Huelga en la caña! 1933-34. Río Piedras, Ediciones Huracán.
Vega Lugo, Ramonita. 2009. Urbanismo y sociedad. Mayagüez de villa a ciudad, 1836-1877. San Juan, Academia de la Historia.
Documentos:
Memoria general del servicio (Inspección de Montes) redactada por el Ingeniero primero, Inspector del ramo, Don César de Guillerna. 1849.Memoria presentada por el magistrado de aquella Audiencia con motivo de los incendios ocurridos durante el año 1884. Ministerio de Ultramar.
Desórdenes e incendios en la isla, 1873. Ministerio de Ultramar.